Las adicciones que se practican online, y a través de medios, dispositivos y contenidos digitales son ya un auténtico problema social, pero sin apenas alarma en la sociedad

Cami­nar con el telé­fono móvil conec­ta­do por la calle es ya un acto social.

ADOLFO PLASENCIA @adolfoplasencia

20 de mar­zo, 2023

El tér­mino adic­ción tie­ne dos acep­cio­nes, según la RAE. Una, dice: «depen­den­cia de sus­tan­cias o acti­vi­da­des noci­vas para la salud o el equi­li­brio psí­qui­co»; y otra es «afi­ción extre­ma a alguien o algo». Nin­gu­na de ellas inclu­ye la adic­ción digi­tal, que se dife­ren­cia en la que expli­ca este tér­mino que, al res­pec­to insis­te en la nece­si­dad de sus­tan­cia para que exis­ta. Dicha pala­bra, «depen­den­cia», se expli­ca así: nece­si­dad com­pul­si­va de algu­na sus­tan­cia, como alcohol, taba­co o dro­gas, para expe­ri­men­tar sus efec­tos o cal­mar el males­tar pro­du­ci­do por su pri­va­ción. 

Obvia­men­te, de ello se dedu­ce que, para pro­vo­car el mono de su caren­cia es nece­sa­ria la intro­duc­ción en el cuer­po de algu­na sus­tan­cia o mate­ria esti­mu­lan­te. Y ade­más la RAE solo habla del males­tar que cau­sa su ausen­cia, y no del subi­dón que pro­vo­ca y que es la que el cuer­po y la men­te pre­ten­den man­te­ner. Pero si no lo hubie­ra, no se per­de­ría el auto­con­trol ni la nece­si­dad men­tal peren­to­ria de vol­ver a con­se­guir el esta­do de esti­mu­la­ción que supera con mucho la volun­tad de con­tro­lar­lo.

Sin embar­go, las adic­cio­nes sin sus­tan­cia que ocu­rren onli­ne y a tra­vés de los medios y dis­po­si­ti­vos y con­te­ni­dos digi­ta­les ya son un autén­ti­co pro­ble­ma social, sobre la que ape­nas hay alar­ma en la socie­dad excep­to en los entor­nos sani­ta­rios don­de lle­gan los casos extre­mos. No hace mucho asis­tí a algu­nas sesio­nes de un con­gre­so sobre adic­cio­nes con sus­tan­cia como dro­gas, cocaí­na, heroí­na y sus­tan­cia estu­pe­fa­cien­tes, que es una rama de inves­ti­ga­ción que ya lle­va varias déca­das desa­rro­llán­do­se para bus­car reme­dios y tra­ta­mien­tos en la medi­ci­na, pero en el que se iban a com­pa­rar los efec­tos ya cono­ci­dos de esas adic­cio­nes con las pro­vo­ca­das por lo digi­tal.

Mi sor­pre­sa fue que los neu­ro­cien­tí­fi­cos y psi­có­lo­gos par­ti­ci­pan­tes mos­tra­sen en sus pre­sen­ta­cio­nes que, en las imá­ge­nes médi­cas de los cere­bros de pacien­tes con adic­cio­nes por sus­tan­cias estu­pe­fa­cien­tes, las zonas que se acti­van son las mis­mas si son cau­sa­das por una sus­tan­cia físi­ca que por una adic­ción a dis­po­si­ti­vos o con­te­ni­dos digi­ta­les. Y, por tan­to, el tra­ta­mien­to para paliar­la debe­rían cons­ti­tuir­lo los meca­nis­mos ya cono­ci­dos de las adic­cio­nes cau­sa­das por estu­pe­fa­cien­tes quí­mi­cos ya que el efec­to psi­co­ló­gi­co y sobre el com­por­ta­mien­to pare­ce de un meca­nis­mo equi­va­len­te y supera la volun­tad en el mis­mo orden.

Uno de los espe­cia­lis­tas en este Con­gre­so com­pa­ró la adic­ción digi­tal a una ludo­pa­tía que tam­bién es un caso de alte­ra­ción invo­lun­ta­ria de com­por­ta­mien­to cono­ci­da sin sus­tan­cia.

Los móvi­les pue­den ser una adic­ción «sin sus­tan­cia».

Las perversas interfaces digitales sociales de usuario

Aho­ra mis­mo, sobre todo debi­do al uso masi­vo de los dis­po­si­ti­vos móvi­les conec­ta­dos ubi­cua­men­te, los efec­tos de este uso, gra­cias a la cre­cien­te faci­li­dad tec­no­ló­gi­ca, sobre todo tras la casi uni­ver­sa­li­za­ción de la inter­faz tác­til que intro­du­jo el iPho­ne de Apple. De una gran sen­ci­llez de uso, muy intui­ti­va y prác­ti­ca­men­te sin ins­truc­cio­nes pre­vias se ha con­ver­ti­do en algo que usan todas las per­so­nas sin impor­tar eda­des o idio­mas. Son autén­ti­cas proezas tec­no­ló­gi­cas.

Como ins­tru­men­tos de comu­ni­ca­ción a dis­tan­cia entre huma­nos estas mara­vi­llas tec­no­ló­gi­cas per­mi­ten todo tipo de inter­ac­ción y comu­ni­ca­ción a dis­tan­cia, des­de cual­quier lugar y en cual­quier momen­to; al alcan­ce del uso de cual­quie­ra a tra­vés de inter­net y a un pre­cio ase­qui­ble. Has­ta aquí la par­te mara­vi­llo­sa. Es un sue­ño de los padres fun­da­do­res de inter­net rea­li­za­do. Acce­so uni­ver­sal a la comu­ni­ca­ción, la infor­ma­ción y al cono­ci­mien­to de cual­quier humano y a la inter­ac­ción a dis­tan­cia con cual­quier otro a un cos­te insig­ni­fi­can­te.

¿Pero dón­de está la par­te nega­ti­va? Lo nega­ti­vo de estas nue­vas for­mas de comu­ni­ca­ción per­so­nal no ha sur­gi­do de los ins­tru­men­tos mis­mos, sino de la par­te sub­ya­cen­te de cómo están usan­do esa tec­no­lo­gía las pla­ta­for­mas digi­ta­les glo­ba­les, sobre todo en el inter­net de las redes socia­les, para trans­for­mar las cita­das mara­vi­llas en algo adic­ti­vo con un obje­ti­vo de áni­mo de lucro des­me­di­do sin impor­tar los efec­tos sobre todo tipo de per­so­nas.

Para ello, orien­ta­ron tan­to las inter­fa­ces como las apli­ca­cio­nes infor­má­ti­cas /sobre todo las Apps) para con­se­guir modi­fi­car el com­por­ta­mien­to de cada usua­rio con solo dos obje­ti­vos. Uno, que cada usua­rio se conec­ta la mayor can­ti­dad de veces posi­ble por uni­dad de tiem­po; y dos, que ten­ga su aten­ción fija­da el máxi­mo tiem­po posi­ble sobre la pan­ta­lla. Estas son las dos mag­ni­tu­des que las gran­des pla­ta­for­mas mone­ti­zan (con­vier­ten en bene­fi­cio eco­nó­mi­co pro­pio). Y sin impor­tar los efec­tos sobre las per­so­nas, sus vidas y las de las socie­da­des.

Natu­ral­men­te tam­po­co les impor­ta si lo que cir­cu­la por estas redes es útil y cier­to o no, o mejor que no lo sea, por­que una inves­ti­ga­ción del MIT mos­tró que, por ejem­plo, en la red social twit­ter las fal­se­da­des se exten­dían por la red social seis veces más y cua­tro veces más rápi­do que las infor­ma­cio­nes cier­tas. Así la mul­ti­pli­ca­ción de infor­ma­cio­nes fal­sas estos años atrás dan­do lugar a un nue­vo géne­ro de noti­cia, las Fake news o noti­cias direc­ta­men­te fal­sas, u ocul­tas en el eufe­mis­mo «ver­da­des alter­na­ti­vas».

Por decir­lo en pala­bras de Tim O’Reilly: «En el caso de las pla­ta­for­mas de medios socia­les, la mani­pu­la­ción de los usua­rios con fines de lucro ha des­hi­la­cha­do el teji­do de la demo­cra­cia y el res­pe­to a la ver­dad. Sili­con Valley, que antes apro­ve­cha­ba la inte­li­gen­cia colec­ti­va de sus usua­rios, aho­ra uti­li­za su pro­fun­do cono­ci­mien­to de los mis­mos para ‘comer­ciar con­tra ellos».

Apar­te de los pro­ble­mas en la polí­ti­ca y en otros aspec­tos de la socie­dad, el inter­net social mane­ja­do pos las gran­des pla­ta­for­mas se ha con­ver­ti­do en un mode­lo de mayor éxi­to eco­nó­mi­co que cual­quier nego­cio ante­rior cuyos bene­fi­cia­rios no res­pon­den ante cier­tos efec­tos socia­les que cau­san su per­ver­sa inter­faz de usua­rio ali­men­ta­da incan­sa­ble­men­te por una arqui­tec­tu­ra algo­rít­mi­ca que reco­pi­lan datos con todo tipo de Apps, sus tru­cos y que como dice O’Reilly se usa para comer­ciar con­tra los pro­pios usua­rios, lami­nan­do su posi­ble resis­ten­cia con tal de con­se­guir su adic­ción para man­te­ner su aten­ción en la pan­ta­lla el máxi­mo de tiem­po y ade­más con­si­guien­do su com­pli­ci­dad en el movi­mien­to de con­te­ni­dos que es en lo que se basa su nego­cio.

Un gru­po de ami­gos con­sul­tan­do el móvil.

La adicción a las pantallas es ya un problema social

En la expli­ca­ción ante­rior hemos pasa­do del plano médi­co al plano de los ins­tru­men­tos tec­no­ló­gi­cos que se aso­cian con el pro­gre­so téc­ni­co y la moder­ni­dad, cosa cier­ta ya que la gran y rápi­da evo­lu­ción tec­no­ló­gi­ca des­de hace déca­das se aso­cia fácil­men­te con las socie­da­des moder­nas y avan­za­das, casi siem­pre evi­ta­do con­si­de­rar la par­te nega­ti­va, como esos aspec­tos que seña­la­ba O’Reilly. Vaya­mos aho­ra a las cifras. Son bas­tan­te espec­ta­cu­la­res.

Seña­la­ré algu­nas. Por ejem­plo, según Esta­tis­ta, un 92,6% de las per­so­nas jóve­nes con eda­des entre 16 y 25 años, en Espa­ña usan las redes socia­les. Los de eda­des entre 24 y 36 años las usan el 83,2 %; los de 35 a 44 años, el 73%; y los de entre 45 a 64 años en un ran­go que van des­de el 73% al 50%. Y entre 65 y 74 años la usan casi el 30%.

Así que el uso es abso­lu­ta­men­te masi­vo en la pobla­ción. Por otra par­te, el infor­me ela­bo­ra­do en 2022 por Hootsuite/We Are Social reco­ge que en Espa­ña, casi 44 millo­nes de per­so­nas son usua­rias de Inter­net y pasan más de 6 horas al día en la Red. Actual­men­te hay 40,7 millo­nes de usua­rios espa­ño­les de redes socia­les. Y el 87,1% de la pobla­ción espa­ño­la, dedi­ca de media a su uso 1 hora y 53 minu­tos al día. Usan WhatsApp un 91%, y Face­book un 73,3%; Ins­ta­gram es usa­do por un 71,7%. Las muje­res son las que más las usan, un 51% fren­te al 49%, los hom­bres.

Todas estas mag­ni­tu­des son cuan­ti­ta­ti­vas, pero no extra­ñan a nadie ni cau­san nin­gu­na alar­ma apa­ren­te. Sin embar­go, pre­gun­ta­dos ciu­da­da­nos como padres, sí seña­lan preo­cu­pa­ción, apar­te de mos­trar tam­bién una cier­ta acti­tud de impo­ten­cia. Según el Nor­ton Cyber Safety Insights Report de 2022, de una encues­ta onli­ne a 1.002 adul­tos espa­ño­les, el 90% de los encues­ta­dos con­si­de­ra que una gran mayo­ría de los niños y jóve­nes meno­res de 18 años tie­nen una adic­ción a las pan­ta­llas. Es decir, una adic­ción «sin sus­tan­cia».

Casi 6 de cada 10 de los adul­tos espa­ño­les encues­ta­dos admi­ten que pasan dema­sia­do tiem­po miran­do pan­ta­llas, y el 33%, reco­no­cen que ellos mis­mos tam­bién tie­nen adic­ción a las pan­ta­llas. La mitad de los adul­tos espa­ño­les encues­ta­dos afir­man que la can­ti­dad de tiem­po que pasan fren­te a las pan­ta­llas reper­cu­te nega­ti­va­men­te en su salud men­tal (un 40%), o físi­ca (un 56%).

La impo­ten­cia cita­da apa­re­ce en algu­nas opi­nio­nes en que inclu­so reco­no­cen su mal ejem­plo para los hijos, que pue­den prac­ti­car hábi­tos que se aca­ban trans­mi­tien­do a sus niños. Casi 9 de cada 10 de los encues­ta­dos con­si­de­ran que aho­ra los padres uti­li­zan dema­sia­do las pan­ta­llas como for­ma de dis­traer a los niños, inclui­dos en el caso de los padres de jóve­nes meno­res de 18 años, que son el 87%. Sin embar­go, a pesar de con­si­de­rar que las emplean dema­sia­do, muchos de los adul­tos encues­ta­dos, –el 81%–, creen que debe­rían con­tro­lar el tiem­po de uso de los niños y jóve­nes. El 97% de los padres con hijos meno­res de 18 años encues­ta­dos ase­gu­ra tomar medi­das en el uso de pan­ta­llas de sus hijos. Por lo menos hay bue­nos pro­pó­si­tos.

La ciber­se­gu­ri­dad no es toma­da muy en serio, cosa difí­cil con­di­cio­nes de adic­ción. A pesar de ello, 8 de cada 10 adul­tos espa­ño­les encues­ta­dos son cons­cien­tes de que es difí­cil para los padres man­te­ner a los niños segu­ros cuan­do están conec­ta­dos a Inter­net pero que debe­ría hacer­se. Y tres cuar­tas par­tes de los adul­tos encues­ta­dos en Espa­ña en la encues­ta (el 78%) dicen que es abso­lu­ta­men­te esen­cial o muy impor­tan­te que los padres super­vi­sen la acti­vi­dad de sus hijos en Inter­net y les preo­cu­pa la nece­si­dad de edu­car en ciber­se­gu­ri­dad.

El 77% de los padres con hijos meno­res de 18 años encues­ta­dos reco­no­cen estar segu­ros de que sus hijos han hecho algo en sus dis­po­si­ti­vos inte­li­gen­tes sin su per­mi­so que des­co­no­cen. Pero hay cier­tas que seña­lan en con­cre­to cua­les cosas com­po­nen ese «algo»: el 43% de los jóve­nes ha inten­ta­do con­tac­tar con alguien inin­ten­cio­na­da­men­te; el 37% han hecho click en algún link sos­pe­cho­so tal vez peli­gro­so y pue­de for­mar par­te de algún frau­de. Y el 25% ha acce­di­do a con­te­ni­dos para adul­tos o inapro­pia­dos para su edad; y ade­más, otro 25% ha faci­li­ta­do infor­ma­ción per­so­nal pro­pia.

Lo que no apa­re­ce en esta y otras encues­tas sobre esas accio­nes es que las cifras que mues­tran, pro­ba­ble­men­te, tie­nen que ver no con una deci­sión pro­pia de lle­var a cabo esas accio­nes, sino como par­te de un impul­so adic­ti­vo. Los encues­ta­dos en el estu­dio Nor­ton en un 56% creen que usan dema­sia­do tiem­po al día su smartpho­ne. Y acier­tan. Espe­cial­men­te con los adul­tos más jóve­nes de 18 a 39 años (lo usan 77% fren­te al 48% de los encues­ta­dos de 40 años más). Más de un ter­cio de los adul­tos dicen lo mis­mo sobre las pan­ta­llas de orde­na­dor (39%) y las tele­vi­sio­nes (35%).

Toda esta adic­ción a las pan­ta­llas ya es algo social, pero has­ta que un caso empeo­ra hacia nece­si­tar un tra­ta­mien­to médi­co, no cau­sa alar­ma de ver­dad. El uso de los móvi­les conec­ta­dos es tan gene­ral en todo lugar que nos pare­ce nor­mal. Pero hay con­se­cuen­cias. Una encues­ta de Save The Chil­dren de 2019 seña­ló que más de las tres cuar­tas par­tes de los encues­ta­dos han sufri­do inten­tos de vio­len­cia onli­ne duran­te su infan­cia.

Man­te­ner a los niños segu­ros cuan­do están conec­ta­dos a Inter­net es una preo­cu­pa­ción ya impor­tan­te en los padres y con razón. La pro­pia pági­na de Save The Chil­dren decla­ra en su cabe­ce­ra que «las nue­vas tec­no­lo­gías se han con­ver­ti­do en una for­ma común de aco­so a meno­res» y pide for­mas en con­tra de la lacra de la vio­len­cia infan­til que en algún momen­to usa la tec­no­lo­gía y/o inter­net.

Pero creo que eso no es lo peor con­tra lo que esta­mos inde­fen­sos (las usa­mos todos). Lo que es peor son los efec­tos socia­les de los per­ver­sos y efi­ca­ces meca­nis­mos algo­rít­mi­cos que acti­van en cada uno de noso­tros el meca­nis­mo cere­bral de recom­pen­sa cuyas micro­des­car­gas de dopa­mi­na acti­va­das median­te con­te­ni­dos digi­ta­les impul­sa­dos algo­rít­mi­ca­men­te insis­ten incan­sa­bles, día y noche, has­ta lle­var­nos a accio­nes más allá de nues­tra volun­tad. Y es tre­men­do que todos este­mos cola­bo­ran­do en ellos como usua­rios de las redes. Pero con­tra esta estruc­tu­ra orien­ta­da a la adic­ción per­so­nal sin sus­tan­cia, y casi sin ras­tro, pare­ce que no hay reme­dio. Y no hay quien le pon­ga coto mien­tras vemos a la gen­te que se cru­za con noso­tros son­rien­do a su móvil sin ser cons­cien­tes de su adic­ción. O sí lo son, pero no les impor­ta.

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia