Ana Elena Pena recuerda la figura de Cristina Percances, musa del underground marica y experta montapollos, que falleció el pasado fin de semana.

Hacía honor a su apodo, Percances, la Percances, pero yo siempre la llamé Cristinita. Experta en meteduras de pata y en situaciones embarazosas, salir con ella, ya fuera de día o de noche, implicaba el riesgo de acabar en comisaría.
Rebelde porque sí, escandalosa, explosiva, tocapelotas, pero también cariñosa, empática, alegre, fantasiosa, inocente. Cristinita decidió hacer su gran bomba de humo el viernes pasado, tras largos años de sufrimiento y dolores musculares que la incapacitaban para hacer una vida normal como la que hacemos usted y yo, a quienes tampoco nos aterrorizan los fantasmas que habitan las mentes neurodivergentes.
Cuando la conocí ella ya era una Superstar del Pops (así se llamaba su disco del 2004) junto a Rúdiguer, compositor y amigo. Aunque su verdadero apellido era Sellés, su personaje, Cristinita Percances, era fruto del Amor entre Caperucita y el Lobo y creció escuchando a Janis Joplin y Siniestro Total.
Muchos de vosotros habréis oído su hit Amor Fallero en la radio, en afters de alto copete, casales y fiestas de guardar, y quizá no sabíais quienes eran los genios detrás de esa oda a las pasiones valencianas (pues ya lo sabéis) Tienen otros temas igualmente chispeantes y exitosos como Petazetas en el Coño, Pérdidas de Orina, Karmencita Feroz y Malos Modos (este último es muy ELLA) En internet se pueden encontrar fácilmente sus canciones y vídeos hechos por fans, de actuaciones y conciertos.
Musa del underground marica de los años 2000, no había fiesta o festival travesti donde ella o sus canciones no estuvieran presentes. Y yo muchísimas veces acompañándola, evitando que se metiera en embrollos —casi siempre sin éxito— o acabáramos teniendo algún percance porque, reitero, salir con ella era una aventura.

A Cristina la quisimos tal y como era: peculiar, delirante, berrinchuda, un trasto, lío asegurado, canallada al canto, a veces extraviada y otras terriblemente lúcida, inteligente y sarcástica. Y la amamos porque debajo de ese desastre latía un corazón blandito de gominola, amoroso y tierno.
Recuerdo que una vez se cortó el flequillo con un cuchillo antes de una actuación porque no encontraba las tijeras, haciéndose una escabechina, pero como era punk, pues eso…, qué más da. Su bebida favorita, aparte de la cazalla en tubo, era el Pitufo, un mejunje azul que pedía de dos en dos (uno en cada mano) y ordenando al camarero los misteriosos ingredientes, que solo ella sabía.
Son incontables las anécdotas surrealistas que viví, que vivimos, con ella, porque hablo también en nombre de todos los que tuvimos la suerte de conocerla, pero aparte de todos estos recuerdos imborrables, muchos de ellos bochornosos, nos dejó una lección de vida. Valiente, impulsiva y generosa, también para irse, cuando ya la vida dolía hasta los huesos.

Y a ti, que no te duele nada, a qué esperas, para vivir, para dejar de quejarte por chorradas, para probar a hacer sexo oral con petazetas y ponerte a escuchar Amor Fallero en bucle hasta que el espíritu de la Percances te posea y ardas como un ninot para el que no hay indulto que valga. Y después, lo que haya después de la muerte… quizá nos lo pueda susurrar ella algún día en sueños, con su vocecita de niña revieja. Así era: eterna niña traviesa e incomprendida, diva insolente. La peor enemiga de sí misma pero, en cambio, cariñosa amiga de los demás hasta el último de sus días.
Cristinita, espero que me leas y te eches unas risas, sobre todo con nuestra foto de monjas bigotudas, aquella noche que me atacó aquel farlopero sin camiseta en mitad del show y tú le pusiste en su sitio.
Cuánto me protegías, querida, cuando eras tú la que más necesitaba de mi protección. Pero no supe cómo hacerlo. Nadie supo.
Hasta siempre, nena, te espero en la Nit del Foc.
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Ana Elena Pena es diseñadora, performer y escritora
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