Xemi Bavie­ra, a la izquier­da del todo con bigo­te de la épo­ca (1986) con un gru­po don­de dis­tin­gui­mos a Ovi­di Montllor y Jesús Sanz. La ima­gen tie­ne todo el regis­tro de ser una de las fies­tas post­pro­yec­ción de la Mos­tra de Cine.

Esta maña­na me lo ha comu­ni­ca­do tu sobri­na, Zule­ma: se te ago­tó la vida, no de repen­te, sino tras pade­cer muchos y varia­dos males. A los 76 años. Hacía tiem­po que no le veía, reclui­do como esta­ba en su casa, sin movi­li­dad y sufrien­do los pade­ci­mien­tos de la enfer­me­dad y el ave­jen­ta­mien­to.

Xemi Bavie­ra fue un agi­ta­dor impe­ni­ten­te de la esce­na cul­tu­ral, gas­tro­nó­mi­ca y pre­de­mo­crá­ti­ca en la Valen­cia de la tran­si­ción. Cuan­do le cono­cí, en los 80, venía de ser un refe­ren­te en la bulli­cio­sa ciu­dad que se movía entre el Café de la Seu, el Lis­boa y el Barrio del Car­men. Nun­ca escon­dió su con­di­ción de empre­sa­rio.

Para enton­ces hacía tiem­po que lide­ra­ba el pro­yec­to de la Ven­ta de l’Ho­me jun­to a su madre, una anti­gua casa de pos­tas con mucho sabor en el camino hacia Madrid, pero a mi se me hacía cues­ta arri­ba subir has­ta Buñol para visi­tar­le. Xemi, en cam­bio, esta­ba en todas par­tes, en todas las gran­des inau­gu­ra­cio­nes del IVAM, en la Mos­tra, en todos los acon­te­ci­mien­tos impor­tan­tes que ayu­da­ban a con­ver­tir a la ciu­dad de Valen­cia en una urbe más cos­mo­po­li­ta y diver­ti­da.

Xemi, en el cen­tro, con el equi­po de la Ven­ta l’Ho­me.

No esta­ba en el ajo pero sabía todo lo que ocu­rría. Leía todos los perió­di­cos con dete­ni­mien­to, las revis­tas… veía todas las pelí­cu­las. Era voraz, insa­cia­ble, comen­tan­do con luci­dez y una son­ri­sa iró­ni­ca las luchas de poder y las cons­pi­ra­cio­nes que tenían lugar en Valen­cia. Des­de su ata­la­ya de la Ven­ta de l’Ho­me con­tro­la­ba cuan­to acon­te­cía y bue­na par­te de los movi­mien­tos que se fra­gua­ban entre bam­ba­li­nas. Sen­tía pre­di­lec­ción por Ciprià Cis­car, con quien se empa­ren­ta­ba des­de algu­na rama cola­te­ral.

Con Xemi ini­cia­mos las pri­me­ras aven­tu­ras gas­tro­nó­mi­cas en Valen­cia. Pri­me­ro con Rafa Marí de orga­ni­za­dor y él de prin­ci­pal cofra­de y ani­ma­dor, orga­ni­za­mos el Club de la Man­din­go­rra, una memo­ra­ble suce­sión de encuen­tros culi­na­rios que ha deja­do foto­gra­fia­dos José Alei­xan­dre. Hubo uno en la Mon­tan­ye­ta dels Sants en Sue­ca al que acu­die­ron, entre otros, Joan Fus­ter, Rita Bar­be­rá, Car­men Alborch, Vicent Ven­tu­ra, Ricar­do Muñoz Suay o José María Jimé­nez de la Igle­sia entre otros y otras… Se tra­ta­ba de crear lobby valen­ciano de ver­dad, más allá de las ideo­lo­gías y de las creen­cias cul­tu­ra­les.

Des­pués de comer en la Mon­tan­ye­ta dels Sants con­vo­ca­dos por el Club de la Man­din­go­rra, el 17 de febre­ro de 1990. Foto: José Alei­xan­dre y un obtu­ra­dor auto­má­ti­co.

Un segun­do o ter­cer fes­ti­val Man­din­go­rra, no recuer­do con exac­ti­tud, tuvo lugar en la pro­pia Ven­ta de l’Ho­me, en otra jor­na­da glo­rio­sa, esta vez más etno­grá­fi­ca, con Segun­do Bru y Cle­men­ti­na Róde­nas tra­yen­do a unos pas­to­res de Ayo­ra que con­di­men­ta­ron sobre las pie­dras del mon­te el mejor gaz­pa­cho man­che­go que un ser­vi­dor se ha comi­do en su vida, mien­tras el pre­si­den­te de la Magis­tral de Gas­tro­no­mía, Eduar­do Sán­chiz Bueno, abría sus gran­des reser­vas de Solar de Sama­nie­go del 68, un vino subli­me como nun­ca he cata­do.

Tiem­po des­pués empe­cé a subir hacia la Ven­ta, a parar cada vez que iba o venía de Madrid. Comía­mos una menes­tra con foie que bor­da­ba –cuan­do comer híga­do de pato era una extra­va­gan­cia enton­ces, una ini­cia­ción a la coci­na afran­ce­sa­da–, el mejor pla­to de su inter­mi­na­ble car­ta que siem­pre me pare­ció impo­si­ble de ges­tio­nar, sal­vo el ajoa­rrie­ro, que siem­pre esta­ba dis­pues­to sobre la barra del res­tau­ran­te. Char­lá­ba­mos duran­te lar­go tiem­po en un rin­cón apa­ci­ble, bajo la gran cam­pa­na de la chi­me­nea de la Ven­ta, mien­tras su madre tra­ta­ba de dar órde­nes que Xemi ni escu­cha­ba y un her­mo­so pas­tor ale­mán reto­za­ba gra­cias al agra­da­ble estar de aquel calor en pleno invierno.

Xemi me ani­ma­ba siem­pre a seguir con la agi­ta­ción cul­tu­ral, a pesar de todas las insi­dias que algu­nos ambien­tes valen­cia­nos sue­len depa­rar. Siem­pre qui­so que man­tu­vie­se viva la amis­tad con Rafa Marí, que esa rela­ción sir­vie­ra para supe­rar la riva­li­dad de los perió­di­cos, lo que he cum­pli­do por más tiem­po que ha pasa­do, y final­men­te fue una pie­za cla­ve en los gran­des encuen­tros gas­tro­nó­mi­cos que orga­ni­za­mos en el Club Dia­rio Levan­te. Creo que sin Xemi no hubie­ra habi­do impul­so de moder­ni­dad en aque­llos años para la culi­na­ria valen­cia­na. Éra­mos pocos, aven­tu­re­ros, ini­cia­dos y entu­sias­tas, mon­ta­mos tam­bién algu­nas cenas mara­vi­llo­sas, como aque­lla que el pro­pio Xemi coci­nó jun­to a Manel Reig de Casa la Abue­la y Joa­quim Koer­per, del Gira­sol de Morai­ra –hoy en el Ele­ven de Lis­boa con dos estre­llas Miche­lin–. Fue en los fogo­nes de la mis­ma Casa la Abue­la de Xàti­va.

Un abra­zo eterno, Xemi.

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