La obra de Albena Teatre podrá verse del 4 al 14 de mayo dentro del XII Cicle de Companyies Valencianes de la sala Ruzafa

Car­les Albe­ro­la en una esce­na de «Water­loo».

Un año y medio des­pués de tener que sus­pen­der las fun­cio­nes pre­vis­tas en Valèn­cia de la come­dia Water­loo por moti­vos de enfer­me­dad, al fin Car­les Albe­ro­la sube al esce­na­rio para pre­sen­tar en la capi­tal este monó­lo­go estre­na­do en mar­zo de 2021. Del 4 al 14 de mayo, Sala Rus­sa­fa aco­ge las pri­me­ras fun­cio­nes en la ciu­dad de esta pro­pues­ta de Albe­na Tea­tre que, con su pro­ta­go­nis­ta ya recu­pe­ra­do, reto­mó su gira hace unos meses.

Duran­te la fun­ción, el esce­na­rio está pre­si­di­do por la repro­duc­ción a gran for­ma­to de una foto­gra­fía fami­liar de los años 70 del siglo pasa­do. Tras una comi­da en un huer­to o jar­dín, con la pae­lla como ele­men­to cohe­sio­na­dor, duran­te la sobre­me­sa una cáma­ra ha cap­ta­do la ima­gen de her­ma­nos, mari­dos, pri­mos, sobri­nos, padres e hijos… todo tipo de víncu­los y rela­cio­nes que son his­to­rias, las que cuen­ta esta ins­tan­tá­nea y las que va des­gra­nan­do Albe­ro­la en un for­ma­to de monó­lo­go en valen­ciano, ana­li­zan­do a sus pro­ta­go­nis­tas y qué reve­la o qué escon­de esta ima­gen.  

«Que­ría­mos ren­dir un peque­ño home­na­je a tan­ta gen­te anó­ni­ma que, en reali­dad, ha sido impor­tan­tí­si­ma en la vida de otras per­so­nas, que les han ayu­da­do o que han pasa­do por cosas increí­bles y, sin embar­go, pare­cen olvi­da­dos. Solo vuel­ven a la memo­ria cuan­do saca­mos una foto anti­gua del álbum fami­liar en una sobre­me­sa y empe­za­mos a hablar, a recor­dar», comen­ta el intér­pre­te de Water­loo sobre una cos­tum­bre que sir­ve para ir tejien­do la his­to­ria de cada fami­lia y que podría aca­bar por per­der­se.

«Aho­ra se hacen más fotos que nun­ca, pero casi nun­ca se impri­men ni las comen­ta­mos con los más cer­ca­nos. La gen­te se dedi­ca a subir­las a las redes socia­les para que las vean otros que no esta­ban allí y para quie­nes, segu­ra­men­te, no tie­nen nin­gún valor sen­ti­men­tal», refle­xio­na el actor, que tam­bién diri­ge y es coau­tor de esta pie­za.  

A cuatro manos

Den­tro de su XII Cicle de Com­pan­yies Valen­cia­nes, Sala Rus­sa­fa pro­gra­ma esta sema­na y la pró­xi­ma el ter­cer monó­lo­go cómi­co que Albe­ro­la ha escri­to jun­to a Pas­qual Ala­pont.

Ami­gos y com­pa­ñe­ros des­de hace déca­das, tra­ba­ja­ron jun­tos para crear, Currí­cu­lum, el pri­mer espec­tácu­lo de Albe­na Tea­tre. Una déca­da des­pués ven­dría su segun­do monó­lo­go jun­tos, Fic­ción, que tam­bién escri­bie­ron a cua­tro manos. Y aho­ra que la com­pa­ñía aca­ba de cele­brar su pri­mer cuar­to de siglo, pre­sen­tan la ter­ce­ra come­dia en común, en la que vuel­ven a escri­bir para un solo actor, Albe­ro­la.  

«Cada vez es una expe­rien­cia total­men­te dis­tin­ta por­que tra­ba­jar con Car­les es como hacer un más­ter, apren­des cosas cons­tan­te­men­te. No se con­for­ma con repe­tir fór­mu­las de éxi­to, él quie­re pro­bar cosas nue­vas y eso te plan­tea retos, es muy esti­mu­lan­te», expli­ca Ala­pont.

Duran­te dos meses, sen­ta­dos jun­tos al escri­to­rio, fue­ron deba­tien­do la dra­ma­tur­gia, las moti­va­cio­nes de cada per­so­na­je, encar­nan­do situa­cio­nes para ir cons­tru­yen­do la his­to­ria de esta fami­lia. «Y en el momen­to de la escri­tu­ra, ya íba­mos toman­do deci­sio­nes que corres­pon­den a la direc­ción, a la pues­ta en esce­na—, expli­ca Ala­pont, expli­can­do que, en su caso, los pro­ce­sos de crea­ción y mon­ta­je del espec­tácu­lo van muy en para­le­lo.

En cuan­to al for­ma­to esco­gi­do y sus exi­gen­cias inter­pre­ta­ti­vas, para Albe­ro­la el monó­lo­go es algo muy pla­cen­te­ro, que dis­fru­ta muchí­si­mo. «Qui­zá haya gen­te que pien­se que esto es algo pare­ci­do al Club de la Come­dia, con chis­tes de stand up comedy. Pero se tra­ta de ser capaz de con­tar una his­to­ria ente­ra a los espec­ta­do­res tú solo, de trans­por­tar­les a otro espa­cio, a otra épo­ca. Requie­re muchí­si­ma pre­ci­sión y con­cen­tra­ción, pero al final es algo de lo que apren­des muchí­si­mo», admi­te el actor, quien dis­fru­ta más que nun­ca de su vuel­ta a los esce­na­rios.

A lo lar­go de hora y media, la come­dia va avan­zan­do de mane­ra des­es­truc­tu­ra­da, con sal­tos en el tiem­po y a tra­vés de los ojos de un niño. Albe­ro­la es el encar­ga­do de ir tras­la­dan­do al públi­co esa mira­da infan­til que obser­va el mun­do adul­to. Y a veces toman el rela­to los per­so­na­jes retra­ta­dos para mos­trar lo que la foto­gra­fía no cap­ta y lo que los ojos del peque­ño no podían o no que­rían ver.

Así, entre todas esas voces, se cons­tru­ye una narra­ción lle­na de humor y con un pun­to de retran­ca, que invi­ta al públi­co a jugar, a esta­ble­cer para­le­lis­mos con sus pro­pias viven­cias. Por­que Water­loo hace pro­ta­go­nis­ta a un mun­do, un momen­to, un recuer­do que ya solo la memo­ria man­tie­ne vivo. Pero que está lleno de vida.

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