Cerca de un centenar de personas acudió a la inauguración de la muestra de Nacho Errando sobre fotografía de La Habana, que se expone en Lotelito. Con tan solo 22 años, nacido en Valencia y con la carrera de Comunicación Audiovisual recién terminada hace apenas un año, este fotógrafo trata de inmortalizar todo lo que le llama la atención. La exposición fotográfica “El museo de la inocencia” es un homenaje a La Habana que se va. Una Cuba tan bella como trágica, llena de contradicciones. En enero de este año, por una serie de circunstancias insólitas, Nacho tuvo el privilegio de viajar a la capital caribeña. Pasó allí apenas una semana, disparó casi dos rollos por día, lo que le dejó sin la posibilidad de hacer más fotos llegados los últimos días de su estancia. Este viaje cambió su forma de entender los colores, la luz, los sonidos y tal vez la ideología. La Habana le dejó “tocado”, nos cuenta.
Es una exposición de fotos sencillas, bellas en todo caso. Fotos que hablan de la belleza que respira La Habana, de su armonía ilógica, de su luz valenciana, del son que escuchas por la calle. De los tipos extraños con posiciones graciosas, de la ropa tendida, de unos recién casados que conducen por el malecón, de los inmensos ferris cargados de yanquis, de los coches remendados, de las paredes apuntaladas. En definitiva, una exposición que muestra un país que debe cambiar, una ciudad que parece un museo. Un lugar inmortal, como sus fotografías.
Cerca de un centenar de personas acudió a la inauguración de la muestra de Nacho Errando sobre fotografía de La Habana, que se expone en Lotelito. Con tan solo 22 años, nacido en Valencia y con la carrera de Comunicación Audiovisual recién terminada hace apenas un año, este fotógrafo trata de inmortalizar todo lo que le llama la atención. La exposición fotográfica “El museo de la inocencia” es un homenaje a La Habana que se va. Una Cuba tan bella como trágica, llena de contradicciones. En enero de este año, por una serie de circunstancias insólitas, Nacho tuvo el privilegio de viajar a la capital caribeña. Pasó allí apenas una semana, disparó casi dos rollos por día, lo que le dejó sin la posibilidad de hacer más fotos llegados los últimos días de su estancia. Este viaje cambió su forma de entender los colores, la luz, los sonidos y tal vez la ideología. La Habana le dejó “tocado”, nos cuenta.
Es una exposición de fotos sencillas, bellas en todo caso. Fotos que hablan de la belleza que respira La Habana, de su armonía ilógica, de su luz valenciana, del son que escuchas por la calle. De los tipos extraños con posiciones graciosas, de la ropa tendida, de unos recién casados que conducen por el malecón, de los inmensos ferris cargados de yanquis, de los coches remendados, de las paredes apuntaladas. En definitiva, una exposición que muestra un país que debe cambiar, una ciudad que parece un museo. Un lugar inmortal, como sus fotografías.
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