Participamos en un conformismo público, de reacción automática sea positiva o negativa, enmascarado por la pregnancia de muchos mensajes en ciertas redes sociales.
20 febrero 2024
Practicamos una relación con la tecnología en nuestra forma de vida actual que parece inexorable, como algo que no se puede evitar ni cambiar. Inducidos algorítmicamente a prestar atención a toda información que se nos envía, como si fuera urgente e importante, nos roban el tiempo para reflexionar y para decidir. Pero no hay tal. No hay un inexorable tecnológico. Pero sin embargo, no por ello dejan de aumentar las consecuencias de los usos tecnológicos que nos imponen, y que consiguen transformar en adicciones digitales sin sustancia. Esto nos provocan muchas dificultades de las que no nos protegemos, invadidos por un estado mental de nihilismo acomodaticio, fruto, al parecer, del convencimiento de que no se puede ir contra el inexorable tecnológico y de que toda resistencia personal ante él es insignificante o inútil.
El nihilismo es un concepto muy proteico. Puede abordarse desde muchos ángulos. El psicólogo Solomon Asch es uno de los que más se ha acercado al fenómeno en sus aspectos gregarios. En los años 50, Asch realizó diferentes experimentos para estudiar el carácter gregario humano y el conformismo de las personas. Llegó a dos conclusiones: la primera, que muchos conceden más credibilidad a las opiniones ajenas que a las propias. La segunda, que algunas personas, pese a pensar que están equivocadas, aceptan y asumen la opinión del grupo por el hecho de sentirse aceptados. Esto, ahora, es decisivo en algunos ámbitos del internet social. El conformismo tecnológico da lugar a una homogeneización de conductas, pese a que la conexión siempre es individual, tanto como nuestra dirección IP, que es la que proporciona una identidad digital a nuestro dispositivo, el número que lo identifica dentro de Internet, ya que no se puede navegar sin él. Un número que se asocia por la algorítmica, finalmente, a la identidad del usuario.
El gregarismo digital es algo que puede parecer sorprendente pero no lo es, a poco que caigamos en la cuenta que, simplemente, nos inducen a primar lo emocional y, a cambio, dejamos de lado la racionalidad y el sentido común, lo cual nos conduce a un comportamiento uniforme con la mayoría de los otros conectados, muchas veces como dice Asch, para sentirnos aceptados. Los ‘likes’ y otros mil trucos de las plataformas beben también de eso. Ello deriva en una oxidación creciente de nuestra capacidad de iniciativa para asumir el pequeño esfuerzo de decidir por nosotros mismos nuestras propias acciones, algo que mantendría entrenado nuestro libre albedrío.
Por ese camino, y de ese modo, influidos y a merced de los peligros de las imperativas modas digitales, participamos en un conformismo público, de reacción automática sea positiva o negativa, enmascarado por la pregnancia de muchos mensajes en ciertas redes sociales, cuyos algoritmos promueven siempre el radicalismo y, a través de él, la polarización, y también la información falsa, que como demostraron investigadores del MIT en las redes lo falso es mucho más negocio para las plataformas que lo verdadero.
La resultante probabilística que promueve la estadística predictiva de las plataformas de red social, en las que habitan nuestro yo digitales, convergen hacia que el convencimiento privado y el citado conformismo se alineen y, en muchas decisiones de conducta, por ausencia, se deslicen por la pendiente de la comodidad nihilista. Dentro de las interfaces de las Apps, cualquier toma de decisión no automática y producto de nuestro motor interior, está penalizada o dificultada. El ejemplo de ello más común es las evidente dificultades que tenemos los usuarios para intentar negarnos a que las cookies de cualquier web o las Apps del móvil, recolecten masivamente nuestros datos y metadatos, que luego se usarán para bombardearnos sin descanso con spam invasivo e información no deseada. Todo ello tiene el propósito directo de modificar nuestra conducta, robar nuestro tiempo y atención, y conseguirnos como usuarios cautivos y enganchados. Algo que genera unas métricas que ellos son capaces de monetizar.
Decir que sí a las cookies es trivial, pero negarse nos obligara en cualquier web a insistir hasta cliquear más de 10 veces. Lo solemos ignorar, pero así otorgamos permiso, y es legal esa usurpación de funciones, –el acuerdo legal de esas interfaces, han sido conseguidas de los legisladores por los lobbies de abogados de estas empresas–. Estos grupos de presión ya consiguieron que legisladores y leyes les otorguen impunidad y les exonere de los posibles daños que causen. Como ejemplo de ello, tenemos la famosa Sección 230, parte del Título 47 del Código de los Estados Unidos, implementada integrada en la Ley de Decencia en las Comunicaciones de 1996, (Título V de la Ley de Telecomunicaciones de 1996). Si analizas en profundidad y detalle lo que ha llevado a este estado ‘legal’ de cosas y la aquiescencia que les han otorgado para ello legisladores electos de un país democrático, te llevarás las manos a la cabeza. Pero así estamos.
Contradicciones y la soledad del corredor de fondo conectado
Como en toda noción proteica relacionada con el nihilismo, no podía faltar contradicciones flagrantes en nuestro comportamiento en el ámbito digital. El usar la expresión ‘comodidad nihilista’ conlleva también una contradicción ya que el nihilismo se concebía en una de sus acepciones históricas como “…el momento de la reflexión de la razón.”. Sin embargo, en nuestra vida digital actual en las plataformas no hay reflexión. La impide el constante e insistente flujo ubicuo de información de entrada, –que la algorítmica predictiva prioriza y vehicula personalizadamente–, hasta nuestro sistema cognitivo. La consecuencia es que nuestra mente está inmersa en un estado de saturación constante, con el consiguiente estrés y su ansiedad correspondiente. Todos repiten la frase “no tengo tiempo” sin ser conscientes de su paso ni de en qué lo han consumido. Por eso nuestro smartphone nos presenta cada día, o semana, la estadística de tiempo de uso, cuya cifra siempre nos asombra.
Y no solo esto. En nuestra conducta online emergen más contradicciones, como la que ya hace tiempo denominé “La incomunicación de la comunicación ubicua” en un post del blog de mi asignatura del Master de Educación de la UNED. Pero si Colin Smith, el protagonista del famoso drama carcelario ‘soledad del corredor de fondo’, usaba el correr fondo para reflexionar y justo, ese reflexionar, es el que impiden nuestras constantes e hiperactivas conexiones ubicuas. Que, por cierto, son conexiones que hacemos en soledad, algo persistente en nuestra vida digital. Siempre estamos solos en nuestra conexión, que es individual, por más que suframos el espejismo o la ilusión de pertenecer a una multitud virtual conectada, pero en la que nadie puede ‘tocar’ físicamente a nadie. Y, como nos comunicamos con muchas personas a las que no hemos conocido antes en el mundo físico, la ‘presencia digital’ de esas personas, aparecen como ‘alguien’ en forma de avatar digital, con el que te relacionas de una manera diferente a la del mundo real en tu cerebro.
Según el neurocientífico Álvaro Pascual-Leone eso es así “porque, no tienes ante ti la misma ‘encarnación’, –entre comillas–. Lo cual, es diferente, si antes has tenido esa capacidad de activación sensoriomotora en el mundo físico. Porque, finalmente, nuestro cerebro proyecta o esa realidad de proximidad que tenías antes con esa persona” dentro de su hipótesis sobre el mundo que mantiene constantemente nuestro cerebro sobre todo lo que nos rodea, y sobre los otros humanos con los que nos relacionados.
Y no solo eso. Hay mucha gente que está relacionándose en internet con máquinas de software en lugar de personas, sin que se aperciba de ello, cosa que sucede desde hace tiempo. Ocurrió, por ejemplo, en el caso de los adúlteros confesos de la Web autodenominada de ‘servicios de infidelidad’ Ashley Madison.
Emigrantes en el mundo digital y la cultura de nuevos medios sociales
Como decía J. P. Barlow, “en el mundo digital todos somos inmigrantes”. Y, como tales, necesitamos para desenvolverlos intelectual y socialmente con nuevas habilidades que hiy es necesario dominar. Las principales son once y las definió muy bien el gran Henry Jenkins en su libro, que ya es un clásico Cultura de la Convergencia. Donde los antiguos y los nuevos medios colisionan. A saber, son las siguientes:
-Play/Jugar/Participar > experimentar con lo que nos rodea como una forma de resolución de problemas.
-Performance/Actuación > adoptar identidades alternativas para el propósito de la improvisación y el descubrimiento.
-Simulación > interpretar y construir modelos dinámicos de los procesos digitales en la vida y el mundo real.
-Apropiación > probar distintos significados y re-mezclar contenidos de los medios digitales.
-Multitasking/Multitarea/Multifunción > explorar el propio entorno y el cambio de enfoque según sea necesario para detalles significativos.
-Cognición Distribuida > interactuar de manera significativa con las herramientas que amplían capacidades mentales.
-Inteligencia Colectiva > compartir conocimientos y comparar ideas con otros hacia una meta común.
-Judgement/Análisis objetivo > evaluar la fiabilidad y credibilidad de la información de diferente fuentes.
-Navegación Transmedia > seguir con certeza el flujo de las noticias e informaciones a través de múltiples modalidades y medios digitales.
-Networking/trabajo en red > la capacidad de buscar, sintetizar y difundir información.
-Negociación > la capacidad de viajar a través de las diversas comunidades, discernir y respetar múltiples perspectivas, avanzar siguiendo normas alternativas.
Estas habilidades desplegadas pueden hacer de nuestra vida online algo constructivo y positivo que pueden permitir una vida satisfactoria de relacionarnos con otros, sin que medie la distancia, y con sentido, desde el punto de vista humano. Lo cual también se puede hacer si aprovechamos ética y racionalmente las maravillas de la tecnología digital e Internet, donde, –parafraseando al profesor Justo Nieto– “entre todos los usos posibles también están los buenos.”
Estado generalizado de Overflow cognitivo
Sin embargo, frente a esos magníficos y enriquecedores usos de la tecnología cuando son éticos… –Richard Stallman advierte que “cualquier tecnología desplegada sin el auxilio de la ética, probablemente hará daño”–, se han impuesto otros que no tienen en cuenta este principio.
Son los que consiguen imponer conductas digitales gregarias generadas artificialmente por las modas digitales imperativas que los usuarios siguen masivamente y que les mantienen siempre conectados y en un estado ansioso parecido a lo que en la jerga hacker se llama “Overflow” que en el argot informático genéricamente se asocia con el ‘desbordamiento’ de capacidad de memoria, o sea de capacidad de computación y almacenamiento, pero en el caso de los humanos conectados se podría definir como un estado de Owerflow o desbordamiento cognitivo y mental por exceso de flujo y velocidad de la información invasiva recibida no deseada, y que excede en mucho nuestras capacidades de decisión propias, de entendimiento y de tiempo vital disponible. Para evitar la ansiedad y el estrés consiguientes que eso produce, intentamos tomar atajos para sobrevivir a ello en nuestro día a día. Tenemos la ilusión de que nos aislamos de ese desbordamiento mental, mediante lo que yo llamo la “comodidad nihilista”.
Esto es, seguir sin cuestionarnos nada, el camino de las acciones hacia las que las interfaces de nuestras Apps y nuestras pantallas de usuario nos arrastran, sin que pensamos ni decidamos en realidad por nosotros mismos y sin pensar en posibles contraindicaciones o consecuencias negativas. Este proceso se hace repetitivo y constante y todo el tiempo ‘movemos’ bits –creamos contenido, enviamos y re-enviamos mensajes, imágenes. vídeos, memes, sin descanso, al mismo ritmo que nos sobresaltan los insistentes e invasivos avisos de notificaciones de mensajería que se superponen a cualquier cosa en la pantalla y que, la mayoría, es incapaz de desconectar.
Que haya mecanismos estadísticos dirigidos a alterar nuestro circuito límbico de la dopamina y sus micro-recompensas de satisfacción instantánea tiene mucho que ver con ello. De esa forma, las plataformas consiguen que millones de personas entreguen su tiempo de ocio y/o trabajo a esta tarea (porque es una tarea, no una diversión, por más que los usuarios sonrían a la pantalla de su móvil todo el tiempo por la calle, o en cualquier lugar).
Pero lo que estamos empezando a comprobar es que este repetitivo e incansable mecanismo, ingente por su escala de aplicación tiene consecuencias muy perniciosas sobre la salud de las personas, en concreto sobre la salud mental, cosa que no sabíamos aunque las empresas ya lo sabían, pero lo callaban.
El estado mental general empeora porque nuestro limitado tiempo y de capacidad cognitiva están sobrepasados por el monstruoso flujo de información que los algoritmos dirigidos por nuestros propios datos, que regalamos sin resistencia, y alimentan a una ingente algorítmica predictiva, gracias esa comodidad nihilista que nos impide pensar en las consecuencias posteriores de que, el abandonarnos a ella, tendrá para nosotros y nuestras vidas, y las de los que nos rodean.
Visto en conjunto, se trata de una especie de inopinado y gigantesco experimento social que pusieron en marcha las plataformas del Internet de las redes sociales. Empiezan a aparecer datos de que, con su eficacia, sutileza y manipulación compleja, están produciendo una ola creciente de masivos problemas de salud mental en las sociedades. No afecta a todos los usuarios en el mismo grado, pero en el caso de los adolescentes el efecto está llegando a niveles peligrosos, a través de la comodidad nihilista y por la permisividad de años de inacción legislativa, que nos han llevado a las crisis actuales.
Esta dura realidad, que se está agravando, ha llevado hace pocos días al Ayuntamiento de Nueva York a declarar a las redes sociales como un problema social y las ha demandado porque están generando en la ciudad una crisis general de salud mental. Y la dimensión de los problemas sociales ha llevado en EE.UU. a que 41 fiscales generales, del total de los 54 estados del país, hayan impulsado una gran demanda legal pública conjunta contra las plataformas de Meta (Instagram, WhatsApp y Facebook, entre otras) acusándolas de alimentar una crisis de salud mental de los jóvenes de EE.UU.; de hacer que sus plataformas de medios sociales sean adictivas y, además, –según la demanda–, de “engañar repetidamente al público sobre los peligros de sus plataformas e inducir a sabiendas a niños y adolescentes a un uso adictivo y compulsivo de las redes sociales”. Y en enero, el senador republicano Lindsey Grahamm acusó en persona, en una audiencia en el Capitolio, a Mark Zuckerberg, CEO de Meta, de “tener sangre en las manos” arremetiendo contra las redes sociales por no proteger a los menores.
La citada comodidad nihilista tiene varios corolarios en el caso de nuestro país donde apenas se han tomado medidas aún. Uno de ellos, es dar por sentado que lo que ocurre está lejos (aunque para Internet global no cuenten las distancias), así que parece que las autoridades españolas deben interpretar las citadas crisis como algo ‘del extranjero’, como si aquí no hubiera tal cosa. Nuestras autoridades educativas también parecen presas de inacción nihilista al respecto. Pero la realidad es tozuda y el problema está también aquí. El tema de la prohibición de los ‘móviles’ en las aulas ya lo tenemos muy presente, desde que la UNESCO publicó en agosto pasado un demoledor informe, que ha originado un gran debate.
Y no solo en España, sino en toda Europa. El prestigioso The Guardian informaba sobre él titulando: “La Unesco pide la prohibición mundial de los teléfonos inteligentes en las escuelas”. ¿Qué más tiene que pasar para que las autoridades tomen esto en serio? Por mi parte, me parece algo decisivo que debemos divulgar y en lo que tenemos cada uno nuestra responsabilidad social al respecto. Es un debate álgido ahora. Pero lo de los móviles solo es una parte del problema. El vehículo es el software y las plataformas online. Hay un creciente aumento de problemas de salud mental en las sociedades, y en la nuestra, con efectos aterradores tanto en gente mayor como, sobre todo, en menores, como ha denunciado y denuncia el psicólogo clínico Francisco Villar en su último libro “Como las pantallas devoran a nuestro hijos”. Algo aún peor, a mi modo de ver, es que hay síntomas de que las grandes tecnológicas saben que el problema social de salud mental está creciendo rápidamente; que los sistemas públicos no podrán responder y, en lugar de corregir las causas del daño que ellos mismos originan, ya están registrando patentes para automatizar el trabajo de cuidado de la salud mental de psicólogos y psiquiatras, y convertir en nuevos negocios el efecto del daño que ellos mismos provocan.
¿Y podemos luchar contra ello? ¿O damos, resignados, la batalla por perdida?
Vuelvo al plano general. Abandonarnos a la generalizada comodidad nihilista en nuestra conducta con la tecnología e internet, no es el camino. Lo primero, es que seamos conscientes tanto de las virtudes como de las limitaciones de nuestros usos de la tecnología. El propósito de usar las tecnologías debería ser mejorar con ello nuestra vida y aumentar mediante ella nuestra libertad individual, y no lo contrario. Conseguir hacer realmente lo que elijamos libremente, sin manipulaciones, y no lo que otros quieren que hagamos, como ocurre con las grandes plataformas globales. Me reitero, esa comodidad nihilista no es el camino, aunque sea lo más cómodo.
Nuestra comodidad sin tener en cuenta sus consecuencias negativas es nuestra principal debilidad en esto. Tenemos a nuestro favor que no lo pueden conseguir sin nuestra participación. Somos cómplices necesarios para ser manipulados o engañados. Tendríamos que decir que sí siempre a las cookies para que consigan apoderarse de nuestros datos. Y que cliquear nosotros mismos en el link falso para que consigan timarnos con un clickbait o con un phishing, etc. Pero si consiguen nuestra complicidad, nos convertiremos en ‘tontos útiles’ y abnegados del tecnofeudalismo como nuevos siervos de la gleba digital a explotar en este caso, además, por timadores digitales.
Nuestra sumisión a los algoritmos produce a las big tech beneficios ingentes, como nunca antes han tenido una empresa en la historia de la economía. Nunca ha habido en la historia una mano de obra ‘esclava’ tan barata, dócil, irreflexiva e incluso, artificialmente, tan contenta con ello. En cualquier caso, las plataformas de red social son solo una parte de internet, pero en Internet hay mucho más.
No hay algorítmica al acecho ni publicidad en Wikipedia (para que no te la pongan en Facebook, has de pagar una suscripción de 9,99 euros al mes). También podemos usar ventanas de incógnito en nuestro navegador para evitar el rastreo bruto de nuestra IP, al que, además, podemos añadir bloqueadores de anuncios. Podemos protegernos de exceso de spam y de información no deseada, y practicar una ‘sana’ dieta digital. Todo ello está a nuestro alcance, no cuesta dinero, y la recuperación de tiempo que conlleva este tipo de prácticas es sencilla y nos compensará con creces.
Pero reconozco que no es fácil cambiar esta dinámica en una sociedad en la que casi todos somos adictos digitales en mayor o en menor grado, y en la que se practica gregariamente un alto porcentaje de sumisión digital. El problema es que todo sucede quizá demasiado rápido. Vivimos muy al segundo, –en un estado de ‘desbordamiento cognitivo’–, debido al flujo ingente y constante de información, no pedida y/o no deseada, apenas disponemos de tiempo para paramos a pensar, reflexionar, decidir, y todo lo demás. Estamos, por comodidad, dejándonos llevar a hacer casi todo lo digital en los móviles y con ellos acabamos cayendo en su trampa cognitiva generada por las plataformas, que a través de ellos consiguen influir y modificar nuestra conducta a gran escala.
Por ejemplo, mucha gente, masivamente cada vez más sustituye el ordenador por el móvil para casi todo. Más comodidad. Pero en el software de las Apps, casi todas las salvaguardas están ausentes o escondidas, –eso ayuda a nuestro más cómodo nihilismo. Un libro de papel impreso no registra toda tu aptigrafía y tu tappigrafia como sí lo hace el móvil conectado. Y el mejor periodismo que nos mueve a pensar no suele frecuentar los feed sociales, ni es solo titulares breves en el móvil. Pero cedemos a la citada comodidad y en lugar de elegirlo y buscarlo nosotros, dejamos esto en manos de sistemas de recomendación, o de búsquedas anabolizadas con IA generativa, una nueva moda digital, que en ambos casos suelen acabar llevándonos, vía probabilidad aparente, en realidad, a donde nosotros libremente no hubiéramos elegido ir, ya que son mecanismos como robots bizantinos (que mienten).
A esto hay que añadirle un problema extra en relación al conocimiento sobre lo tecnológico. Muchos jóvenes, sobre todo adolescentes, dan por hecho que saben mucho más de tecnología que la gente de más edad pero, en realidad no saben que no saben sobre tecnología ya que no comprenden las consecuencias que van a tener, o a qué va a conducir, para ellos mismos y para quien se relaciona con ellos, cada uso tecnológico que practican. En general, mantenien en masa su gregaria comodidad nihilista siguiendo las modas digitales como auténticos internet fashion victims o móbile fashion victims. El hecho de que sepas usar una App o una interfaz no significa que conozcas las consecuencias que va a tener su uso y ni la información que recolecta sobre tu conducta online, de tu vida y las consecuencias de ello.
Sería importante que las personas seamos conscientes de nuestras limitaciones y del balance de lo que no sabemos frente a lo que sí sabemos de la tecnología. Esto aumentaría nuestra libertad individual, ayudaría a que hagamos lo que realmente queremos, y evitaría que otros decidan subrepticiamente que acabamos haciendo.
Concluyo volviendo al genérico social del mundo digital actual, con las palabras de Tim O’Reilly quien afirma, rotundo, en un impactante texto: “Sospecho que llegaremos a aceptar la ciencia basada en el aprendizaje automático…” –o sea, machine learning, aprendizaje automático y no IA, que no es tal–. Y concluye:
“…al igual que hemos aceptado los instrumentos que nos permiten ver mucho más allá de las capacidades del ojo humano. Si no comprendemos mejor a nuestras ‘máquinas ayudantes’, es posible que las conduzcamos por caminos que nos lleven al borde del precipicio, como hemos hecho con las redes sociales y nuestro fracturado panorama informativo. …Ese paisaje fracturado no es lo que se predijo: los pioneros de Internet esperaban la libertad y la sabiduría de las multitudes, no que todos estuviéramos bajo el control de grandes empresas que se benefician de un mercado de engaños e información falsa. Lo que inventamos no era lo que esperábamos. Internet se esta convirtiendo en la materia de nuestras pesadillas, más que en la de nuestros sueños.”
Como el propio O’Reilly : “En cada caso tecnológico, sin embargo, el futuro largamente predicho no está aún predestinado. De nosotros depende que seamos arrollados por acontecimientos que escapan a nuestro control, o que tengamos el poder colectivo de inventar un futuro mejor.”
Bien. A eso, añado yo, que la cosa pasa por recuperar el control de nuestra propia libertad de conciencia y de su motor interior; nuestro racional sentido común en el uso de la tecnología e internet y, dejar de guiarnos en nuestras interacciones solo por la seducción de las emociones de orden digital más allá del sentido común, o por el agradable efecto de la micro-recompensa digital instantánea. Mejor tomar partido por nuestra calidad de vida digital, y abandonar nuestra comodidad nihilista y nuestro conformismo tecnológico. Las tecnologías y nuestro uso de ellas no son deterministas y no está escrito cómo las hemos de usar. Lo digital usado a nuestro favor puede mejorar nuestra vida diaria, nuestro estado anímico y mental. No la usemos en nuestra contra y vayamos mediante ella más hacia nuestros sueños, en lugar de ir hacia nuestras pesadillas. Es algo que, en realidad, depende solo de nosotros si recuperamos nuestra consciencia sobre ello. Nuestra salud mental estará así a salvo.
He dejado para otra ocasión el tema de la enorme insostenibilidad de la infraestructura informática que alimentan las plataformas globales; y la amnesia, o falta de conciencia de los usuarios –otro tipo de nihilismo mental–, sobre las emisiones de efecto invernadero que producen sus propias acciones en las redes sociales e internet. Pero este es tema, también importante, es objeto para otro artículo. Hoy lo dejo aquí.
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