En estos días hemos asistido a un ejercicio o experimento ‘político’ en nuestra democracia española con una apelación a gran escala a las emociones.
El sistema límbico del cerebro es el que se asocia, entre otras cosas, pero fundamentalmente con las emociones. Desde hace unos cuantos años nos llevan aleccionando sobre lo importante que son las emociones, pero de una manera que parecería que nuestra parte reflexiva, racional, la que nos permite tomar decisiones que expresen nuestra capacidad de elecciones y de tomar libremente nuestras decisiones.
Como ya dije en estas mismas páginas estamos formando parte de un experimento social a gran escala con la aplicación por parte de las plataformas globales de su algorítmica predictiva que convierten el uso de los smartphones conectados algo que nos mantiene al borde de un constante peligro de sucumbir en los peligros de una adicción sin sustancia que modifique nuestra conducta para que hagamos cosas que no hemos decidido y sobre las que no hemos tenido una reflexión previa que nos permitiera decidido actuar libremente siendo conscientes de nuestras acciones se correspondes con nuestra decisiones. En eso consiste nuestra libertad personal y en eso consisten, por extensión, los mecanismos que hacen de las democracias consolidadas cuya mejor expresión es que, en ellas, ciudadanos libres informados acaban decidiendo por mayoría quienes les van a gobernar, en la legislatura que sigue por lo decidido por millones de ciudadanos decidiendo y actuando libremente.
Todo esto parece algo obvio, de perogrullo, pero cada vez más es más complejo para la sociedad actual, que vive con la conciencia alterada por la inmensa maquinaria de la citada algorítmica predictiva que una y otra vez nos envía y presenta aquello que nos hace reaccionar más, –gracias a los datos de que dispone sobre nuestra conducta ya que se los regalamos, prácticamente sin resistencia por nuestra parte–. Ese reaccionar más los consiguen los algoritmos de las plataformas globales presentando en nuestras pantallas las imágenes, los vídeos o las palabras en forma de textos, que más estimulan y exacerban nuestras emociones. Y lo hacen una y otra vez, constantemente, a base de solicitar su acción instantánea a nuestro sistema límbico.
Esta sutil forma que tienen las empresas de las plataformas globales de orientar las conductas de los usuarios hacia sus intereses crematísticos con extraordinaria eficacia y afiliada sutileza, está dado nombre a una nueva forma de capitalismo que construye sus modelos de negocio digitales globales basados en la citada algorítmica, el ‘siempre conectado’ (always connected) de la actual conexión ubicua (en cualquier momento. pero también desde cualquier lugar que facilitan los Smarphones actuales).
Todo este tipo de procesos y mecanismos, según el profesor David T. Courtwright, están muy han tomado una enorme dimensión social. En su libro The Age of Adicction (la Era de la Adicción), publicado por la Universidad de Harvard, su significativo subtítulo dice “cómo los malos hábitos se convirtieron en un enorme negocio”, describe que este complejo conjunto de mecanismos digitales algorítmicos y modelos de negocios constituye una nueva forma de capitalismo y lo llama ‘capitalismo límbico’.
Según el profesor Courtwright esta forma de hacer negocios requiere un sofisticado sistema empresarial global y digitalmente avanzado. Pero explica que, al tiempo que es muy avanzado, es socialmente regresivo, porque también requiere que con muy pocos escrúpulos no solo económicos sino también morales, porque para que las formas de actuación de estas nuevas industrias (digitales) globales sean eficaces, requieren la ayuda de gobiernos y organizaciones financieras, y a veces delictivas, como colaboradores necesarios.
El objetivo de este capitalismo basado en las emociones exacerbadas es conseguir beneficio económico a muy corto plazo e incluso en tiempo real, fomentado máximizar el consumo de contenidos digitales y la adicción online (consumo y adicción sin sustancia), aprovechando para mal los últimos avances de la neurociencia del cerebro.
Para conseguirlo usan técnicas, como he dicho antes, basadas en dos mecanismos esenciales. La primera, activar las emociones con aquellos contenidos que más activa los mecanismos emocionales de recompensa instantánea de cada usuario concreto; y la segunda, hacerlo con un bombardeo incansable y constante mediante los algoritmos de la plataforma que tienen estadísticamente registrada mediante al actigrafía y la tappigrafia toda la conducta online, y con ello conseguir alterarla y conducirla hacia sus fines. Aunque el objetivo perentorio es el ganar el máximo dinero en el menor tiempo, también hay corolarios como el de hacerlo sin importar los efectos secundarios o de largo plazo, sobre las vidas y las conductas individuales y por extensión sociales, por perniciosas que sean para los individuos o para los colectivos sociales en los que ya están causando problemas de salud mental, por ejemplo. Finalmente actúan según una especie de comodidad nihilista de matriz empresarial.
Dado que muchos de estos negocios globales casi siempre andan por los bordes de la legalidad o sumergidos en vacíos legales aún por regular, el citado capitalismo límbico creo que jamás tropezará con la ética. Y cuando lo hace, la elimina de su paso. Como muestra el comité de ética que creó Google para asuntos del interior de la empresa, solo funcionó durante dos semanas. Y después de su cierra nada más se supo de él.
Democracias límbicas y sociedades con la conciencia alterada
Antes he hablado de los efectos secundarios a nivel individual y social que provoca el que Courtwright denomina ‘capitalismo límbico’. Entre los efectos de estas alteraciones masivas de conducta mediante la exhacerbación de las emociones y la eliminación por del tiempo de reflexión necesario para tomar decisiones libre y reflexivamente mediante la sobrecarga cognitiva empujada hasta la saturación de la atención del usuario, llevada hasta el punto en que la adicción modifique la conducta por encima de la voluntad.
Estos instrumentos de la algorítmica predictiva nos afecta a todos (prácticamente el 100% de la población es usuario de lo digital, y/o de los teléfonos inteligentes conectados). Eso da una idea de lo poderosas que son estas herramientas para modificar no solo la conducta, sino también la conciencia de una gran parte de la sociedad entera.
En estos días hemos asistido a un ejercicio o experimento ‘político’ en nuestra democracia española con una apelación a gran escala a las emociones. Tras una etapa de multiplicación de enfrentamientos en la vida política española, que últimamente ha llegado casi a niveles de erupción o seísmo político, le ha seguido una surrealista, por decirlo suevamente, apelación victimista a las emociones ciudadanas correligionarias, con la carta publicada sorpresivamente por el Presidente del gobierno con objetivos más de convertirse en viral que otra cosa. Por supuesto, con todos los mecanismos propios de las redes sociales, que ya en sí mismas y por su propio funcionamiento, tienen muy engrasados los mecanismos masivos de apelación a las emociones.
En el más puro estilo del capitalismo límbico, se ha puesto en marcha una operación de alteración de la conciencia de la sociedad y de los ciudadanos, pero no en su condición de tales sino en su condición de creyentes y correligionarios, precisamente, justificándolo con una necesidad personal de un tiempo de silencio y reflexión. Sin embargo, hasta el CIS (que ahora dirige también un correligionario del gobierno especialista en profecías autocumplidas), ha hecho su propia encuesta Flash con preguntas tramposas. Casi ha sido otra apelación apuntando a las emociones de los creyentes de la facción ideológica de la izquierda en su conjunto, pero mucho más como creyentes de una especie de religión que como ciudadanos.
Si uno lee en el diccionario online de la RAE la tercera de las acepciones del verbo intoxicar: podrá leer que ese término también significa propinar sobre alguien “un exceso de información manipulada con el fin de crear un estado de opinión propicio a ciertos fines”. En este creo que se trataba al modo del capitalismo límbico pero aplicado a la sociedad para conseguir una “infoxicación” o sobrecarga cognitiva en los cerebros de mucha gente, ayudándose mucho de los nuevos medios digitales globalizados que permiten esa infoxicación digital, o sea, la manipulación automatizada, a distancia y con magnitud social. Y ello en unas pocas horas.
Los primeros desorientados han sido los propios medios de comunicación de toda tendencia, que acostumbrados a la programación tematizada y propagandística de la agenda setting, a los que el anuncio y contenido de la carta del Presidente ha sumido en la máxima estupefacción. Y se han visto a las pobladas la tertulias políticas de radio y TV, llenas de psiquiatras, psicólogos y especialistas en comunicación no-verbal, e incluso esotérica, a los que se solicitaba que descifrase el texto o los vídeos del anuncio, en términos equivalentes a los de quienes consultaba al oráculo de Delfos, o al de Zeus en Dídima, en la antigüedad, convirtiendo dichos programas de información política, supuestamente serios, directamente en programas humorísticos llenos de declaraciones de gente extraviada, empezando por los periodistas de plantilla.
Esa llamada a las emociones ha alterado súbitamente la conciencia ‘política’ y social de la sociedad y de la democracia españolas en pocas horas aumentado su dosis de escepticismo. Visto desde mi sillón, creo que ha sido, finalmente, una ‘infoxicación’ en toda regla; e incluso una especie de oxímoron a lo grande. Se ha invocado a la exacerbación de las emociones mediante el argumento de la necesidad de una reflexión calmada y silenciosa cosa de la que los actores de la política se obstinan en huir.
La reflexión que me hago es si una democracia con la conciencia alterada por una exacerbación masiva, casi viral, de las emociones y la apelación urgente a la creencia, en lugar de la racionalidad, va por el camino correcto. Creo que no, pero también creo que es incapaz de tomar otro. Se les ve incapacitados para hacerlo. Y el suyo me recuerda demasiado al que recorre de manera muy similar, aunque mucho mas sutil y más veloz, el mismísmo capitalismo límbico al que me refería antes. Si trataran de conseguir una auténtica sociedad abierta y una verdadera democracia buscando su propia regeneración democrática, –el otro factor del oxímoron–, estaría bien pero no parece ese su objetivo. En cualquier caso, me da la impresión de que la verdadera regeneración los ciudadanos, la vamos a necesitar. No sé si la clase política cree en ello de verdad. Pero eso no se conseguirá imitando al capitalismo límbico. Eso seguro.
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