«El cuervo», la película que casi le cuesta la carrera a Henri-Georges Clouzot

La Filmoteca proyecta este fin de semana la cinta dentro de su ciclo dedicado al Polar

Pierre Fresnay, en una escena icónica de «El cuervo».

1942. Francia está ocupada por los nazis, y sometida a la mano dura del Gobierno colaboracionista del Mariscal Petain. La propaganda es un arma de guerra así que los alemanes, siguiendo instrucciones personales de Goebbels, habían fundado un año antes la productora Continental-Films, para suplir la falta de películas americanas que han dejado de llegar. ¿Qué tienen que hacer los directores? ¿Rodar una película les convierte en colaboracionistas?

Ese fue el dilema al que se enfrentó el joven realizador Henri-Georges Clouzot (1907-1977) antes de aceptar dirigir El cuervo, considerada hoy unánimemente una de las grandes películas del cine policíaco galo, y que la Filmoteca proyectará el sábado 18 (20 h.) y el domingo 19 (18 h.) dentro de su ciclo dedicado al Polar Francés (valga la redundancia).

Clouzot era un experiodista que, tras una breve experiencia en los estudios berlineses de Babelsberg —donde conoce a su maestro Anatole Litvak— regresa a Francia y empieza a trabajar como guionista de comedias románticas y melodramas. Pero lo suyo es dirigir y, en 1941, le llega su primera oportunidad: El asesino vive en el 21. La película, sobre un asesino que firma sus crímenes con una carta de visita, es todo un éxito. No solo es su primera cinta sino su primera colaboración para Continental-Films. El público y la crítica aclaman su debut, y el hecho de que haya sido financiada en marcos tampoco supone un problema para nadie.

Los problemas empiezan con El cuervo, su siguiente producción, que también dirige y escribe (y que, igualmente, está basado en una novela). En principio, no debería haber mayor polémica. Es un thriller sin segundas intenciones, inspirada en un hecho real: entre 1917 y 1922, en la pequeña ciudad de Tulle, alguien se dedicó a mandar más de cien cartas anónimas con historias (reales o no) de infidelidades, traiciones… que acabaron provocando algún suicidio y más de una pelea entre los vecinos

La película cosecha el mismo éxito que su predecesora, pero hay un problema. En la Francia ocupada, a los cuarteles de la Wehrmacht llegan unas 1.500 cartas diarias de franceses delatándose unos a otros. A veces es alguien que releva dónde su esconde su vecino judío y otras, una simple mentira para deshacerse de un enemigo o un competidor.

Los problemas habían empiezado ya durante la producción. Aunque el presidente de Continental-Films, el alemán Alfred Greven, apoya a su joven director (de hecho, la empresa es bastante independiente y ni siquiera los guiones están sometidos a censura previa) pero la Gestapo está inquieta: su control sobre la Francia ocupada se basa en parte en las delaciones anónimas, y una película así puede dar mala imagen de su uso.

Al final la película se estrena, pero antes Greven es despedido (por poco tiempo, es amigo personal del todopoderoso Hermann Göring) y Clouzot deja la productora de malos modos.

La actriz Héléna Manson.

Campaña contra Clouzot

Tras la première, en septiembre de 1943, se produce el milagro: los alemanes, la Iglesia, y el Partido Comunista se ponen en contra de la película. Los primeros por las cuestiones prácticas ya mencionadas; los segundos, por la mala imagen que dan de los franceses. De hecho, circula el rumor de que en Alemania se ha estrenado como ejemplo de lo chivatos que eran en Francia (falso, ni siquiera se tradujo).

Pero los verdaderos problemas llegaron con la Liberación: El Cuervo fue prohibida y Clouzot condenado a no poder volver a dirigir. La campaña contra él estuvo encabezada por el, con el tiempo, famoso crítico Georges Sadoul y el Partido Comunista, aunque también hubo quien se posicionó a favor del director, como el escritor Joseph Kessel o el también director Jean-Paul Le Chanois (judío y comunista) a quien Clouzot había dado trabajo y protegido sabiendo que esta siendo perseguido. En su descargo, aunque sin éxito, el realizador alegó que el guion no era suyo (dijo que solo retocó los diálogos) y que el proyecto de rodar la película nació en 1937.

El telón de fondo de la cuestión era el de determinar qué había hecho cada uno durante la ocupación. Algunos, no tantos, dieron su vida luchando contra los nazis pero, como recordó años más tarde el cantante Renaud en su famosa canción L’Hexagone, durante esa época «los franceses están muy bien tumbados a la sombra y no hubo muchos Jean Moulin», en alusión al líder de la Resistencia torturado hasta la muerte por la Gestapo, y que se negó a delatar a sus compañeros.

Finalmente, en 1947, se le levantó el castigo (aunque la película siguió prohibida hasta 1969) y volvió a las pantallas con otro éxito: En legítima defensa, a las que seguirían otros clásicos del cine galo como El salario del miedo (1953) o Las diabólicas (1955). Cuando murió, el director pudo presumir de ser uno de los pocos cineastas en haberse llevado el máximo galardón en Cannes, Venecia y Berlín y de haber visto cómo Otto Preminger rodó un remake de su película titulado Cartas envenenadas.

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