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“Sien­to su res­pi­ra­ción pro­fun­da, como un zum­bi­do en mi ore­ja que se trans­for­ma en calor inten­so. Un tem­blor reco­rre mi estó­ma­go y sus fuer­tes manos des­cien­den por mi espal­da infun­dien­do mie­do y deseo prohi­bi­do.  De repen­te el soni­do tre­pi­dan­te de su alien­to se inte­rrum­pe por el can­to eterno de las cam­pa­nas que anun­cian el alba y en mi fren­te noto el fun­di­do en negro de la cul­pa. Ya sólo sus­pi­ro: ¡Sal­va­to­re!”

Así podría comen­zar la fas­ci­nan­te his­to­ria de Miguel Zara­go­zá, un bor­da­do auto­bio­grá­fi­co de imá­ge­nes que nos hablan de amor, insa­tis­fac­ción y bús­que­da a tra­vés del cuer­po mas­cu­lino que es obje­to de deseo y arte, como sinó­ni­mos inexo­ra­bles en la crea­ción del fotó­gra­fo. Sal­va­to­re encar­na esa enti­dad pro­tec­to­ra que los dio­ses con­vir­tie­ron en car­ne y hue­so a tra­vés del mito, héroes que habi­tan en nues­tra incons­cien­cia, como espe­jos de belle­za, per­fec­ción y ero­tis­mo. En ese recón­di­to ámbi­to de la sen­sua­li­dad extre­ma y tur­ba­do­ra se posa ves­ti­da de negro la moral y la cul­pa en una lucha que des­en­ca­de­na las tur­bu­len­cias de la insa­tis­fac­ción.

Ese con­flic­to interno es el que des­ata Sal­va­to­re, una expo­si­ción en la que Miguel Zara­go­zá se asien­ta en un terreno que le es pro­pio, el cuer­po del hom­bre, aho­ra baña­do por un cla­si­cis­mo de acen­to ita­liano, inmer­so de una atmós­fe­ra medi­te­rrá­nea, vibran­te y sen­sual, here­da­da de su expe­rien­cia como fotó­gra­fo de moda.  El peso de la tra­di­ción se impreg­na al mis­mo tiem­po de soni­dos de aldeas fren­te al mar y de una ico­no­gra­fía reli­gio­sa, man­ti­llas, cru­ces y lágri­mas, que per­fi­lan la doble natu­ra­le­za de Sal­va­to­re. El autor con­si­gue incor­po­rar un dis­cur­so narra­ti­vo a las imá­ge­nes icó­ni­cas y frag­men­ta­das,  de una poten­cia visual indu­da­ble a par­tir de los jue­gos com­po­si­ti­vos y con­tras­tes del blan­co y negro, que inci­den en la con­tun­den­cia del men­sa­je. En esta serie jue­gan un papel espe­cial las tex­tu­ras y trans­pa­ren­cias, como una espe­cie de teji­do húme­do que abor­da la piel y la cur­va mas­cu­li­na como un láti­go de sexua­li­dad.

Sal­va­to­re con­fir­ma a Miguel Zara­go­zá como un artis­ta que abor­da con iden­ti­dad pro­pia el retra­to mas­cu­lino, la foto­gra­fía y el cuer­po como par­te fun­da­men­tal de una inves­ti­ga­ción que ele­va la sen­sua­li­dad y el deseo a cate­go­rías impres­cin­di­bles en la defi­ni­ción de la belle­za.

Álex Villar,
Crí­ti­co de arte.          


SALVATORE, en CARMEN MARTÍNEZ
Jue­ves 28 de abril
19:30 h
Con­de Sal­va­tie­rra, 4        

“Sien­to su res­pi­ra­ción pro­fun­da, como un zum­bi­do en mi ore­ja que se trans­for­ma en calor inten­so. Un tem­blor reco­rre mi estó­ma­go y sus fuer­tes manos des­cien­den por mi espal­da infun­dien­do mie­do y deseo prohi­bi­do.  De repen­te el soni­do tre­pi­dan­te de su alien­to se inte­rrum­pe por el can­to eterno de las cam­pa­nas que anun­cian el alba y en mi fren­te noto el fun­di­do en negro de la cul­pa. Ya sólo sus­pi­ro: ¡Sal­va­to­re!”

Así podría comen­zar la fas­ci­nan­te his­to­ria de Miguel Zara­go­zá, un bor­da­do auto­bio­grá­fi­co de imá­ge­nes que nos hablan de amor, insa­tis­fac­ción y bús­que­da a tra­vés del cuer­po mas­cu­lino que es obje­to de deseo y arte, como sinó­ni­mos inexo­ra­bles en la crea­ción del fotó­gra­fo. Sal­va­to­re encar­na esa enti­dad pro­tec­to­ra que los dio­ses con­vir­tie­ron en car­ne y hue­so a tra­vés del mito, héroes que habi­tan en nues­tra incons­cien­cia, como espe­jos de belle­za, per­fec­ción y ero­tis­mo. En ese recón­di­to ámbi­to de la sen­sua­li­dad extre­ma y tur­ba­do­ra se posa ves­ti­da de negro la moral y la cul­pa en una lucha que des­en­ca­de­na las tur­bu­len­cias de la insa­tis­fac­ción.

Ese con­flic­to interno es el que des­ata Sal­va­to­re, una expo­si­ción en la que Miguel Zara­go­zá se asien­ta en un terreno que le es pro­pio, el cuer­po del hom­bre, aho­ra baña­do por un cla­si­cis­mo de acen­to ita­liano, inmer­so de una atmós­fe­ra medi­te­rrá­nea, vibran­te y sen­sual, here­da­da de su expe­rien­cia como fotó­gra­fo de moda.  El peso de la tra­di­ción se impreg­na al mis­mo tiem­po de soni­dos de aldeas fren­te al mar y de una ico­no­gra­fía reli­gio­sa, man­ti­llas, cru­ces y lágri­mas, que per­fi­lan la doble natu­ra­le­za de Sal­va­to­re. El autor con­si­gue incor­po­rar un dis­cur­so narra­ti­vo a las imá­ge­nes icó­ni­cas y frag­men­ta­das,  de una poten­cia visual indu­da­ble a par­tir de los jue­gos com­po­si­ti­vos y con­tras­tes del blan­co y negro, que inci­den en la con­tun­den­cia del men­sa­je. En esta serie jue­gan un papel espe­cial las tex­tu­ras y trans­pa­ren­cias, como una espe­cie de teji­do húme­do que abor­da la piel y la cur­va mas­cu­li­na como un láti­go de sexua­li­dad.

Sal­va­to­re con­fir­ma a Miguel Zara­go­zá como un artis­ta que abor­da con iden­ti­dad pro­pia el retra­to mas­cu­lino, la foto­gra­fía y el cuer­po como par­te fun­da­men­tal de una inves­ti­ga­ción que ele­va la sen­sua­li­dad y el deseo a cate­go­rías impres­cin­di­bles en la defi­ni­ción de la belle­za.

Álex Villar,
Crí­ti­co de arte.          


SALVATORE, en CARMEN MARTÍNEZ
Jue­ves 28 de abril
19:30 h
Con­de Sal­va­tie­rra, 4        

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