Emma Sepúlveda: «Colonia Dignidad era casi una metáfora del infierno»

La escritora chilena afincada en Valencia publica «Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa», en el que narra la historia de la secta a través de una de sus víctimas

La escri­to­ra Emma Sepúl­ve­da.

El currícu­lo de Emma Sepúl­ve­da da para un artícu­lo ente­ro. Naci­da en Argen­ti­na, pasó su infan­cia en Chi­le, país que aban­do­nó con solo seis años para mudar­se a EEUU tras el gol­pe de 1973.. Doc­to­ra­da en la Uni­ver­si­dad de Cali­for­nia, auto­ra de más de 30 libros que le han vali­do tres Latino Book Award, miem­bro del Comi­té Inter­na­cio­nal de Full­bright, miem­bro del comi­té para la crea­ción del pri­mer museo latino en Washing­ton DC… Aho­ra, afin­ca­da en Valen­cia des­de hace dos años, aca­ba de publi­car su últi­ma obra Cuan­do mi cuer­po dejó de ser de ser tu casa (Ed. Cata­lo­nia), las memo­rias de una de las víc­ti­mas de Colo­nia Dig­ni­dad, uno de los epi­so­dios más negros (y al que aún no se ha pues­to pun­to final) de la his­to­ria de Chi­le y, en par­te, de Ale­ma­nia. Una nove­la de no fic­ción que, a par­tir de un jue­go lite­ra­rio, cuen­ta la his­to­ria de Ilse, hija de uno de los fun­da­do­res de aquel infierno y en el que vivió duran­te déca­das, un lugar en el que la reali­dad a veces se con­vier­te en metá­fo­ra, y que rele­ga a la cate­go­ría de anéc­do­ta la comu­na que creó Jim Jones en la Gua­ya­na.

—¿Dón­de y cuán­do nace tu inte­rés por el caso? ¿Se pue­de resu­mir en un par de fra­ses qué fue Colo­nia Dig­ni­dad?

— Me resul­ta difí­cil resu­mir­lo. Es un tema que me ha fas­ci­na­do des­de que lo des­cu­brí, en un artícu­lo de una revis­ta, cuan­do tenía 16 años. Era la his­to­ria de un chi­co que se había esca­pa­do de aquel horror, y me dejó intran­qui­la unas sema­nas. Y lue­go vol­ví a leer que lo habían devuel­to a Colo­nia Dig­ni­dad por­que no le creían. Des­de enton­ces es un tema que me ha obse­sio­na­do. ¿Cómo defi­nir­lo? Un cam­po de con­cen­tra­ción que siguió abier­to duran­te déca­das por la com­pli­ci­dad de los gobier­nos de Ale­ma­nia y Chi­le.

— ¿Qué fue exac­ta­men­te Colo­nia Dig­ni­dad? ¿Cómo se lo expli­ca­rías a alguien que nun­ca haya oído hablar de ella?

— A prin­ci­pios de los 60, Paul Schä­fer —que ha pasa­do a la his­to­ria como el tío Paul—, era un sacer­do­te inte­gris­ta ale­mán, con una visión muy par­ti­cu­lar de la reli­gión, que deci­de crear una socie­dad per­fec­ta, en la que la gen­te vivie­ra de acuer­do úni­ca­men­te con una Biblia crea­da por él y se ase­gu­ra­ra la sal­va­ción eter­na. El lugar ele­gi­do fue una zona pró­xi­ma a Parral, una peque­ña ciu­dad en el cen­tro de Chi­le, y allí fue crean­do un autén­ti­co esta­do den­tro de un esta­do, una gran cár­cel, con fábri­cas, tie­rras de labran­za, hos­pi­ta­les… en el que los que lle­ga­ban no podía salir y duran­te déca­das vivie­ron some­ti­do a un régi­men de vio­len­cia bru­tal, en el que los malos tra­tos y las vio­la­cio­nes esta­ban a la orden del día. Al lle­gar, a los niños se le ense­ña­ba que su ver­da­de­ro padre era el tío Paul, y que no tenían padres, que no tenían her­ma­nos y que debían hacer todo lo que el fun­da­dor decía si no que­rían aca­bar en el infierno.

— ¿Y cómo des­cri­bi­rías el Tío Paul?

— El fun­da­dor de la enton­ces cono­ci­da como Socie­dad Bene­fac­to­ra y Edu­ca­cio­nal Dig­ni­dad —hablo de 1961— era un exmiem­bro de las Juven­tu­des Hitle­ria­nas que duran­te la gue­rra fue enfer­me­ro, con una infan­cia un poco dura. Lue­go se con­vir­tió en pas­tor, muy extre­mis­ta, y deci­dió crear un mun­do idí­li­co para espe­rar la lle­ga­da del fin del mun­do con sus ele­gi­dos, que serían los úni­cos en sal­var­se. En ese sen­ti­do, no era muy ori­gi­nal, pero eso son los datos his­tó­ri­cos. Si lo defi­ni­mos como per­so­na era un pedó­fi­lo, un dege­ne­ra­do, un faná­ti­co y tam­bién un poco loco. Esta­ba obse­sio­na­do el comu­nis­mo y el dia­blo, y siem­pre se movía entre la polí­ti­ca y la reli­gión. Fue, sin lugar a dudas, un ser pato­ló­gi­co y de una cruel­dad ili­mi­ta­da.

— Qui­zás la mejor mues­tra de su con­duc­ta pato­ló­gi­ca tie­ne que ver con el con­trol de la sexua­li­dad.

— El sexo esta­ba total­men­te prohi­bi­do para todos, menos para él, que ele­gía a los niños con los que que­ría acos­tar­se cada noche. Más ade­lan­te, per­mi­tió a sus lugar­te­nien­tes que vio­la­ran a las muje­res a su anto­jo. En Colo­nia Dig­ni­dad el con­cep­to de fami­lia no tenía sen­ti­do, los padres bio­ló­gi­cos se con­ver­tían en tíos, y él era el padre de todos. Él podía auto­ri­zar a sus cola­bo­ra­do­res más ínti­mos a casar­se, pero solo con muje­res que hubie­ran pasa­do la meno­pau­sia. Todo eso dio lugar a situa­cio­nes difí­ci­les de creer. Por un lado, las vio­la­cio­nes daban lugar a emba­ra­zos, y se cas­ti­ga­ba a las muje­res a tor­tu­ras terri­bles, pero nun­ca a los hom­bres. Ade­más, como no había rem­pla­zo cuan­do los mayo­res morían, para no des­apa­re­cer, empe­za­ron a apro­ve­char el hos­pi­tal que tenían, en el que tra­ta­ban a los cam­pe­si­nos de los pue­blos colin­dan­tes, para enga­ñar a los padres y que renun­cia­ran a la patria potes­tad de sus hijos y que­dár­se­los ellos.

Dice Ilse, la pro­ta­go­nis­ta del libro, que «la vida empe­za­ba en Colo­nia Dig­ni­dad y aca­ba­ba en ella. Y todos éra­mos uno y cada uno era nadie».

— Es así. Una vez se cru­za­ba el umbral, la per­so­na­li­dad se que­da­ba en la puer­ta. Ima­gi­ne­mos el caso de Ilse, la pro­ta­go­nis­ta de la nove­la. Fue una niña ale­ma­na de 11 años, que en los años 60 lle­ga a un país que no cono­ce, que es sepa­ra­da de sus padres y her­ma­nos, que pier­de su nom­bre, que no pue­de hablar con nadie sin per­mi­so, ni mover­se libre­men­te, que tie­ne que hacer siem­pre lo que le digan —inclu­so a qué hora ir al baño—, a la que some­ten habi­tual­men­te a pali­zas y a tor­tu­ras por enfer­me­ras que habían tra­ba­ja­do en cam­pos de con­cen­tra­ción nazis y cono­cían sus méto­dos, de la que se abu­sa sexual­men­te con regu­la­ri­dad… Nadie allí sabía quién era real­men­te, ni dón­de esta­ba. Solo que tenían que obe­de­cer al Tío Paul y que todos era igual de insig­ni­fi­can­tes. Así, no eres nadie, ni siquie­ra sabes qué eres real­men­te.

— Me lla­ma la aten­ción que los per­so­na­jes no ten­gan cara. No los des­cri­bes, no sabe­mos si eran altos, bajos, gua­pos, rubios, gor­dos… Le da al rela­to un halo surrea­lis­ta.

— Es cier­to, he inten­ta­do que el lec­tor vea Colo­nia Dig­ni­dad como los ojos de los que vivían ahí. Hay que tener en cuen­ta que cuan­do una per­so­na lle­ga­ba deja­ba de tener her­ma­nos, padres, nom­bre, se les prohi­bía hablar entre ellos, se les obli­ga­ba a ves­tir igua­les… No sabían ni cuán­do era su cum­plea­ños ni en qué año esta­ban. Vivían jun­tos, en un lugar cerra­do, com­par­tien­do tra­ba­jo, dor­mi­to­rios, abu­sos… y no sabían quién tenían al lado, por­que el de al lado tam­po­co sabía quién era. Qui­se trans­mi­tir eso a los lec­to­res, la des­per­so­na­li­za­ción abso­lu­ta.

— Y lo mis­mo pasa con Colo­nia Dig­ni­dad. Al leer el libro nos pode­mos hacer cier­ta idea del lugar, pero tam­bién es una ima­gen nebu­lo­sa.

— Es lo mis­mo. Era gen­te que vivía en Ale­ma­nia y se van a vivir a una zona de Chi­le sin hablar siquie­ra cas­te­llano, y pue­de que sin saber situar­lo en el mapa. Están en medio del cam­po, ais­la­dos, pero hay hos­pi­ta­les, gana­do, tie­rras de labran­za, fábri­cas… y tam­bién hay pasa­di­zos sub­te­rrá­neos y zonas a las que no pue­den acce­der por­que están veta­das, que es don­de viven el tío Paul y sus ayu­dan­tes. Aun­que vivían ahí, ni no tenían liber­tad de movi­mien­to. Y fue­ra… el infierno y comu­nis­tas que les quie­ren matar, según les decían. No es una cár­cel, es mucho peor; vivie­ron duran­te déca­das en un lugar que no podían enten­der. Me hubie­ra sido muy fácil incluir un mapa o hacer una des­crip­ción más pre­ci­sa, está todo en la docu­men­ta­ción que ten­go, pero lejos de expli­car más, expli­ca menos sobre lo que era. Me pare­ció mucho más rea­lis­ta que el lec­tor tam­po­co pudie­ra orien­tar­se den­tro de aquel lugar.

Un gru­po de niños en Colo­nia Dig­ni­dad, a media­dos de los 60.

— Des­cri­bes Colo­nia Dig­ni­dad como un esta­do den­tro de un esta­do.

— Hay cosas que ocu­rrie­ron allí que casi se han con­ver­ti­do en metá­fo­ras, pero esto no, no me inven­to nada y no se me ocu­rre otra for­ma de des­cri­bir­lo. Para empe­zar, está en un lugar ais­la­do de Chi­le, una gran exten­sión de tie­rra rodea­da de alam­bra­das, guar­dias arma­dos, torres de vigi­lan­cia, fal­sas pie­dras con cáma­ras… Había una fron­te­ra físi­ca. Ade­más, tenía su pro­pia ley, la teo­cra­cia que había ins­tau­ra­do Schä­fer con su par­ti­cu­lar inter­pre­ta­ción de la Biblia, unos tri­bu­na­les encar­ga­dos de dic­tar sen­ten­cias y eje­cu­tar las penas, y un ejér­ci­to pro­pio para defen­der­se de cual­quier inje­ren­cia y con­tro­lar a los que vivían allí. La ley chi­le­na se que­da­ba a las puer­tas. Pero ade­más goza de total inde­pen­den­cia eco­nó­mi­ca: ¡era una zona fran­ca de impues­tos! Allí lle­ga­ba maqui­na­ria de Ale­ma­nia sin pagar aran­ce­les en la adua­na y lue­go se reven­día. Pero, ade­más, en cola­bo­ra­ción con el nazi hui­do Gerhard Georg Mer­tins, se fabri­ca­ban armas que lue­go se ven­dían. Tenía su pro­pia eco­no­mía con fábri­cas, gana­do, tie­rras de cul­ti­vo… era un país sobe­rano den­tro de otro.

Muchos de los pro­ta­go­nis­tas son víc­ti­mas y ver­du­gos

— Sí, es ver­dad que muchos de los que vivie­ron en Colo­nia Dig­ni­dad fue­ron las dos cosas, en par­te por­que la úni­ca for­ma de sobre­vi­vir era a cos­ta de los demás: «aquí tie­ne que sal­var­se la que pue­da como pue­da» lle­ga a decir Ilse, pero no todos fue­ron igua­les. Algu­nos de los ayu­dan­tes de Paul, como el doc­tor Höff, fue­ron víc­ti­mas en sus orí­ge­nes, y lue­go se con­vir­tie­ron en ver­du­gos, pero una cosa no qui­ta la otra; se bene­fi­ció de ser un ver­du­go y él, que había estu­dia­do fue­ra, en EEUU, sabía que no era nor­mal lo que ahí ocu­rría. Ade­más, sigue vivo en Ale­ma­nia, hacien­do vida nor­mal y nun­ca se le ha moles­ta­do. Esto con­tras­ta, por ejem­plo, con Wolf­gang Müller, que con­si­guió huir en 1966, no le cre­ye­ron, y enci­ma la jus­ti­cia chi­le­na le con­de­nó robar el caba­llo que había uti­li­za­do en su fuga, y que había devuel­to. Otro caso es el de Ange­li­ka, la úni­ca ami­ga de Ilse. A ella le tra­ta bien jugán­do­se los pri­vi­le­gios que obte­nía sien­do muy cruel con el res­to para inten­tar sobre­vi­vir. Lue­go, cuan­do con­si­gue esca­par, aca­ba vol­vien­do a la Colo­nia por volun­tad pro­pia. Su caso es más com­pli­ca­do de juz­gar. En algu­nos casos, la dife­ren­cia entre unos y otros pue­de ser una línea gris, pero en otros, en los cabe­ci­llas, está cla­ro que fue­ron ver­du­gos, que lo dis­fru­ta­ron, y que pudien­do hacer otra cosa no lo hicie­ron: opta­ron por hacer el mal deli­be­ra­da­men­te.

— ¿Como enca­ja­ría enton­ces el caso de Tía Wal­traud?

— Tía Wal­traud era la madre de Ilse, pero como allí des­apa­re­cían los lazos fami­lia­res, se con­vir­tió en su tía. Es ver­dad que casos como el suyo son com­ple­jos. Renun­ció a sus sie­te hijos, siguien­do las ideas de su mari­do y de Paul. En cier­ta oca­sión no solo le da una pali­za casi mor­tal a su hija, sino que renie­ga de ella en públi­co. Años más tar­de, cuan­do ambas están fue­ra y se reen­cuen­tran, sigue sin asu­mir sus actos. Como su mari­do, «se esca­pó de Colo­nia Dig­ni­dad, pero Colo­nia Dig­ni­dad no salió nun­ca de ella».

El fun­da­dor de Colo­nia Dig­ni­dad Paul Schä­fer, rodea­do de niños.

Si no fue­ra tan trá­gi­co, hay situa­cio­nes que serían cómi­cas. Me refie­ro al ase­si­na­to de Papa Nöel.

— Hay varias ver­sio­nes sobre ese inci­den­te, pero las dife­ren­cias entre ellas son de matiz, el hecho es real. Duran­te años, Paul y sus lugar­te­nien­tes se ves­tían de Papa Noël para repar­tir rega­los a los niños. Pero en unas navi­da­des, orga­ni­zó un via­je para que los niños de coro pudie­ran ver lle­gar en bar­ca y reci­bir­le; recor­de­mos que el hemis­fe­rio sur Navi­dad es en verano y las cos­tum­bre allí son un poco dis­tin­tas. Así, cuan­do apa­re­ce la bar­ca, Paul saca la pis­to­la y empie­za a dis­pa­rar delan­te de los niños que habían ido a can­tar­le villan­ci­cos. La ver­dad es que como metá­fo­ra de lo que era Colo­nia Dig­ni­dad no tie­ne pre­cio y es que Colo­nia Dig­ni­dad era casi una metá­fo­ra del infierno.

— Tam­bién fue un cen­tro de tor­tu­ra de disi­den­tes polí­ti­cos en tiem­pos de Pino­chet. Hay un dato que cuen­tas sobre las tor­tu­ras que reci­bían com­pa­ra­das con las de los colo­nos que es esca­lo­frian­tes. Otra metá­fo­ra del horror que allí se vivía.

— Pino­chet visi­tó la Colo­nia, se entre­vis­tó con Schä­fer, y con­sin­tió todo lo que pasa­ba allí. Ade­más, acor­dó enviar a los pre­sos polí­ti­cos a que los tor­tu­ra­ran y mata­ran en Colo­nia Dig­ni­dad. De hecho, está lleno de tum­bas sin mar­car ¡Has­ta ente­rra­ban los coches! Ilse cuen­ta que cuan­do esta­ban ence­rra­das en los sóta­nos don­de se le some­tía duran­te sema­nas a tor­tu­ras terri­bles escu­cha­ban gri­tos, y sabía que no eran de otros colo­nos sino de los pri­sio­ne­ros polí­ti­cos. Y lo sabía por­que ellos tenían prohi­bi­do gri­tar y esta­ban tan acos­tum­bra­dos a los malos tra­tos que no se que­ja­ban en voz alta. Es un dato esca­lo­frian­te, algo que nin­gún escri­tor podría inven­tar­se.

— Otra metá­fo­ra es que, cuan­do les obli­gan a plan­tar pas­to sobre las tum­bas de los ase­si­na­dos por el régi­men de Pino­chet, Ilse mez­cla­ba semi­llas de flo­res para mar­car los ente­rra­mien­tos y que no se les olvi­da­ra. Es casi el úni­co signo de huma­ni­dad en todo el libro.

— Sí [se ríe], pero no es cier­to. Lo sien­to. Es una licen­cia que me he per­mi­ti­do en el libro. Que­ría ren­dir­les home­na­je, me nie­go a olvi­dar­les.

—Otro dato sor­pren­den­te es que Colo­nia Dig­ni­dad se fun­dó en 1961, pero no es una his­to­ria de hace 60 años.

— Es cier­to. Para empe­zar, prác­ti­ca­men­te nin­guno de los cul­pa­bles ha teni­do que ren­dir cuen­tas; el úni­co el tío Paul, que murió en 2010 tras ser con­de­na­do a 20 años de cár­cel, pero que había logra­do esqui­var a las jus­ti­cia ¡has­ta 2005!. Como la mayo­ría de sus ayu­dan­tes, el doc­tor Höff —cuyo ver­da­de­ro nom­bre es Hart­mut Hopp—, sigue en liber­tad: en 2019 fue absuel­to por fal­ta de prue­bas Y esto ha sido así por­que nin­guno de los ocho gobier­nos que se han suce­di­do en el poder de Chi­le ni, lo que es peor, los de Ale­ma­nia, han hecho nada. Las pri­me­ras noti­cias sobre lo que ocu­rre en Colo­nia Dig­ni­dad son de media­dos de los 60. Se empie­za a hablar de los abu­sos, de las tor­tu­ras… Esas noti­cias lle­gan a Ale­ma­nia, cuyos emba­ja­do­res en Chi­le cola­bo­ra­ron siem­pre con el tío Paul y Colo­nia Dig­ni­dad, y cuyos gobier­nos nun­ca han hecho prác­ti­ca­men­te nada por per­se­guir crí­me­nes que unos ale­ma­nes come­tie­ron con­tra otros ale­ma­nes. Ni siquie­ra ha inves­ti­ga­do que pasó con las pen­sio­nes, que se seguían ingre­san­do cuan­do los titu­la­res esta­ban muer­tos. Es cier­to que en 2017 el Bun­des­tag indem­ni­zó a las víc­ti­mas, pero eso no cie­rra el caso. Aho­ra Colo­nia Dig­ni­dad se lla­ma Villa Bavie­ra, y sus pro­duc­tos pue­den com­prar­se en los super­mer­ca­dos chi­le­nos. Colo­nia Dig­ni­dad es una his­to­ria de impu­ni­dad.

— ¿Han cam­bia­do las cosas tras la muer­te de Paul?

— Sí, aun­que es difí­cil saber cuán­to. En mi últi­ma visi­ta, pre­gun­té a una de las muje­res y me digo que el tío Paul era más duro, pero que con él vivían mejor. No creo que se come­tan las atro­ci­da­des de antes, pero nadie sabe real­men­te lo que ocu­rre.

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