Esther Lopez

Esther Lopez

La exdiputada de EUPV se estrena como novelista con «Cuando ya no quede nadie»

La nove­lis­ta Esther López, duran­te su par­ti­ci­pa­ción en el pro­gra­ma “Pági­na 2» (RTVE).

Exdipu­tada en Les Corts, pro­fe­so­ra de His­to­ria y aho­ra, escri­to­ra. Esther López se estre­na en la narra­ti­va con Cuan­do ya no que­de nadie (Gri­jal­bo), una nove­la pro­ta­go­ni­za­da por tres muje­res de dis­tin­tas gene­ra­cio­nes que habla sobre iden­ti­dad y memo­ria.

– ¿Es Cuan­do ya no que­de nadie otra nove­la sobre la Gue­rra Civil?

— No, para nada. La Gue­rra Civil ocu­pa solo dos capí­tu­los de la nove­la, cuan­do hablo de la infan­cia de Pilar, la pro­ta­go­nis­ta. Pero la tra­ma gira sobre los pri­me­ros años de la dic­ta­du­ra, una épo­ca oscu­ra y vio­len­ta. En reali­dad, es una nove­la sobre sus pro­ta­go­nis­tas, como Pilar, una mujer que tra­ba­ja de por­te­ra y que se ve obli­ga­da por las cir­cuns­tan­cias a tomar una serie de deci­sio­nes. Ella no tie­ne mili­tan­cia polí­ti­ca y es una mujer humil­de, pero que se enfren­ta a lo que le ha depa­ra­do la vida con un gran ins­tin­to de cla­se. Lue­go está Ofe­lia, hija de la ante­rior, cuyo terri­to­rio es el pre­sen­te y que, cuan­do su padre mue­re por una enfer­me­dad que afec­ta a su memo­ria, aca­ba dán­do­se cuen­ta de que sin memo­ria no somos nada.

— Se pue­de decir que ese es el motor de la nove­la, la bús­que­da de quién fue ese padre del que se sepa­ró hace años.

— Sí, en un momen­to de vida ella deci­de rom­per con su fami­lia y dis­tan­ciar­se, pero esa muer­te le obli­ga a vol­ver a enfren­tar­se con su pasa­do, aun­que al prin­ci­pio solo sea para asis­tir al entie­rro de alguien con quien ha per­di­do todos sus lazos. Así des­cu­bre que quien ha cui­da­do a su padre esos años es una ami­ga de su madre, Pilar, quien en cier­to modo le ha sus­ti­tui­do.

— Enton­ces se pro­du­ce es click que lo cam­bia todo.

— Sí, duran­te el entie­rro una per­so­na que no cono­ce se le acer­ca y le cuen­ta algo sobre su padre que no sabía, enton­ces se da cuen­ta de que más allá del dis­tan­cia­mien­to, había una par­te de él que no cono­cía, que ni siquie­ra su padre fue quien ella creía que era.

—Y todo ocu­rre en Ali­can­te, una ciu­dad que no se nom­bra.

— El esce­na­rio de la nove­la es una ciu­dad fácil­men­te reco­no­ci­ble para cual­quie­ra que sepa un poco de his­to­ria y conoz­ca cómo aca­bó la Gue­rra Civil. Ali­can­te está, pero no he que­ri­do nom­brar­la por­que el sufri­mien­to de la ciu­dad —sobre todo, duran­te el bom­bar­deo del mer­ca­do, que dejó cien­tos de víc­ti­mas en mayo de 1938— es el de muchas otras ciu­da­des por todo el mun­do y en muchas gue­rras, en las que la pobla­ción civil se con­vier­te en obje­ti­vo mili­tar. Al no nom­brar­la, se con­vier­te en algo más que una refe­ren­cia geo­grá­fi­ca.

— Pero para Ofe­lia sí es un lugar geo­grá­fi­co.

— Pero por­que es don­de ha naci­do, de don­de se ha ido, y don­de ha teni­do que regre­sar, pero tam­bién la iden­ti­fi­ca como un lugar que se le ha vuel­to ajeno y con el que ha teni­do que rom­per para poder ini­ciar una nue­va vida en otro lugar. Des­de un pun­to de vis­ta lite­ra­rio, no nom­brar la ciu­dad me per­mi­te gene­rar esa pati­na de enig­ma, dar­le más tras­cen­den­cia lite­ra­ria, más valor como sím­bo­lo.

—Supon­go que todos los perio­dis­tas te esta­mos pre­gun­tan­do qué hay de fic­ción y de reali­dad en la nove­la, qué hay de tuyo y de ajeno. 

—Hay de todo, pero que sea una fic­ción no sig­ni­fi­ca que no sea ver­dad. Un libro que me ha ins­pi­ra­do mucho es La memo­ria del frío, de Miguel Mar­tí­nez del Arco, que nove­la hechos reales, aun­que mi libro es dis­tin­to. ¿Qué par­te hay de mí? Mucha, cla­ro. Soy Antro­pó­lo­ga Foren­se y he par­ti­ci­pa­do acti­va­men­te en las exca­va­cio­nes de fosas comu­nes de la Gue­rra Civil, así que en el libro está mi com­pro­mi­so polí­ti­co, y tam­bién todas las his­to­rias que escu­ché duran­te mi tra­ba­jo, que no son mías pero son tes­ti­mo­nios que se han incrus­ta­do en mi bio­gra­fía. Todo eso me ha ser­vi­do mucho para con­tar la bús­que­da de Ofe­lia, que empie­za en 2007, cuan­do las aso­cia­cio­nes de memo­ria his­tó­ri­ca esta­ban nacien­do sin nin­gún apo­yo. Lo que a ella le pasa en ese via­je, ocu­rrió.

— Aun­que es dis­tin­ta, en la últi­ma nove­la de José Anto­nio Pon­se­ti, La Caja Azul (Suma, 2022), las muje­res de su fami­lia tam­bién fue­ron las pro­ta­go­nis­tas de la bús­que­da para encon­trar qué pasó con su abue­lo. ¿Por qué las muje­res? Él decía que los hom­bres vol­vie­ron derro­ta­dos del fren­te, y no fue solo una derro­ta mili­tar sino per­so­nal, que les caló tan hon­do que qui­sie­ron olvi­dar.

— Es la con­se­cuen­cia de una cul­tu­ra patriar­cal. Para las muje­res de aque­lla épo­ca el deber de los cui­da­dos no era algo opcio­nal. Esa ‘con­de­na al cui­da­do’ es lo que hace que no se cues­tio­ne que tie­nen que seguir bus­can­do. Hablan­do con la foto­pe­rio­dis­ta valen­cia­na Eva Máñez de su libro Pater­na, la memo­ria del horror, ella con­ta­ba lo mis­mo, que fue­ron las muje­res las que man­tu­vie­ron el recuer­do de sus seres que­ri­dos. Y eso se extien­de tam­bién a los ritua­les fune­ra­rios, que yo los he vivi­do. Yo iba con mi madre a lim­piar las lápi­das de la fami­lia, a visi­tar­las, a hablar con los difun­tos…

— Sue­na a rea­lis­mo mági­co.

— Sí, y de hecho hay un poco de eso en la nove­la. En Lucía está esa reli­gio­si­dad paga­na, la creen­cia en las curan­de­ras, en las pre­mo­ni­cio­nes… y Ofe­lia cree que ha here­da­do par­te de ese don.

Ali­can­te, tras los bom­bar­deos de mayo de 1938 (WINIFRED BATE).

— A ti siem­pre te ha gus­ta­do escri­bir, pero Cuan­do ya no que­de nadie es una nove­la que tenías den­tro y tenías que sacar o tie­nes más pro­yec­tos.

—Escri­bir es mi for­ma de ser, me subli­ma, es la for­ma mejor que ten­go de con­tri­buir en algo. Sien­to que me vacío y, con esta nove­la, sien­to que he ter­mi­na­do algo. Pero aho­ra estoy un poco con­fun­di­da, en un pro­ce­so de ner­vios, y soy inca­paz de leer o escri­bir… estoy en una espe­cie de nube por todo lo que está pasan­do. Solo quie­ro que pase pron­to [Se ríe]. Pero sí he empe­za­do algo que podría ser mi segun­da nove­la.

— ¿No es un poco lamen­ta­ble que lle­ve­mos más años de demo­cra­cia de lo que duró el fran­quis­mo, y el tema de la bús­que­da de los seres que­ri­dos siga sien­do obje­to de nove­las? Dicen que abrir tum­bas es abrir heri­das, pero ¿no será que es la úni­ca for­ma de cerrar­las?

— Es un dato que dice mucho de noso­tros como socie­dad: es una ano­ma­lía. Pero quie­ro ser opti­mis­ta, esta­mos mucho mejor de lo que está­ba­mos en 2007. Las exhu­ma­cio­nes son una reali­dad coti­dia­na y es un avan­ce, se hace ade­más con mucho rigor, con infor­mes de peri­tos… Es un pro­ce­so en el que creo que no hay mar­cha atrás, y que las heri­das se van cerran­do poco a poco, cada vez que una fami­lia recu­pe­ra los res­tos de un fami­liar y los pue­de ente­rrar con dig­ni­dad y, sobre todo, en un lugar al que pue­den ir.

— Pero ¿has­ta dón­de pode­mos mirar hacia atrás? ¿Tie­ne sen­ti­do poner­se a bus­car aho­ra quién dio la orden de dis­pa­rar al pelo­tón de fusi­la­mien­to hace casi 90 años y que lle­va muer­to des­de ni se sabe?

— No se tra­ta de bus­car eso. Ade­más, como dices, la mayo­ría están muer­tos. Eso no es lo que hay que des­en­te­rrar. Lo que tene­mos que bus­car son los res­pon­sa­bles de los saqueos, del expo­lio… que siguen impu­nes y cuyas for­tu­nas han pasa­do de gene­ra­ción en gene­ra­ción. Hay crí­me­nes, como los de los bebés roba­dos, que aún está vigen­tes, y sus auto­res pro­ba­ble­men­te toda­vía vivan. Lo que en Espa­ña no hemos teni­do, y sí tie­nen Argen­ti­na o Chi­le que son casos simi­la­res, es un rela­to ofi­cial de lo que pasó. No hemos teni­do un fis­cal, como Julio Stras­se­ra en Argen­ti­na, que sen­tó en el ban­qui­llo a los res­pon­sa­bles de la dic­ta­du­ra, y dejó un rela­to negro sobre blan­co de lo que ocu­rrió. Recu­pe­rar la memo­ria his­tó­ri­ca no es para mirar hacia atrás sino para avan­zar.

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