El valen­ciano Nadar recrea en Fatty, el pri­mer rey de Holly­wood el des­cen­so a los infier­nos del intér­pre­te que inau­gu­ró la lis­ta de acto­res del millón de dóla­res

Bus­ter Kea­ton y Fatty Arbuc­kle, en una esce­na de El gara­je (1919).

Se per­mi­tió aban­do­nar a Mack Sen­net para fun­dar su pro­pia pro­duc­to­ra, le pres­tó sus pri­me­ros pan­ta­lo­nes a Char­lie Cha­plin para crear a Char­lot, fue el des­cu­bri­dor de Bus­ter Kea­ton y Bob Hope, y se con­vir­tió en el pri­mer actor en fir­mar un con­tra­to de un millón de dóla­res al año. Ros­coe ‘Fatty’ Arbuc­kle (1887–1933) fue una de las gran­des estre­llas de la edad de oro de Holly­wood y el pro­ta­go­nis­ta de uno de los mayo­res escán­da­los de la his­to­ria del cine silen­te. El cas­te­llo­nen­se Nadar (Pep Domin­go) y el guio­nis­ta fran­cés Julien Frey repa­san su tris­te his­to­ria en Fatty, el pri­mer rey de Holly­wood (Asti­be­rri).

La de Arbuc­kle es de esas bio­gra­fías big­ger than life que tan­to gus­tan al públi­co ame­ri­cano. Su pri­mer papel lo con­si­guió por casua­li­dad. Cuan­do simul­ta­nea­ba su tra­ba­jo de fon­ta­ne­ro con el de actor, reci­bió un encar­go para acu­dir a casa de Mack Sen­net. El exi­to­so direc­tor y pro­duc­tor que­dó asom­bra­do por la agi­li­dad de ese tipo tan sim­pá­ti­co que pesa­ba casi cien­to cin­cuen­ta kilos y le ofre­ció un papel de Keys­to­ne Cop. En poco tiem­po pasó de cobrar 3 dóla­res por cin­ta a 500 a la sema­na y ver su nom­bre bien gran­de en los car­te­les de las pelí­cu­las.

Las cosas le iban tan bien que pron­to dejó a Sen­net y fun­dó su pro­pia pro­duc­to­ra, des­de don­de lan­zó a des­co­no­ci­dos como Bus­ter Kea­ton o Char­lie Cha­plin. Pero su gran momen­to lle­gó en 1920, cuan­do fir­mó para la Para­mount. Des­pués de dar­le cala­ba­zas en varias oca­sio­nes al tan míti­co como pode­ro­so Adolf Zukor (y com­par­tir con él más de una fies­ta lle­na de muje­res de vida licen­cio­sa) aca­bó por acep­tar la ofer­ta de su vida: un millón de dóla­res al año y con­trol total sobre sus pelí­cu­las.

Por­ta­da del cómic.

Pero cuan­do lle­gas a lo más alto, más dura es la caí­da. Y así fue. Aman­te de la jara­na, deci­dió cele­brar el con­tra­to alqui­lan­do unas habi­ta­cio­nes en el hotel Saint Fran­cis de San Fran­cis­co y pre­pa­rar­se para una fies­ta de tres días… que aca­ba­ría en tra­ge­dia. Fue el 5 de sep­tiem­bre de 1921. Vir­gi­nia Rap­pe, una actriz de 22 años que empe­za­ba a des­pun­tar (aca­ba­ba de rodar con la Fox Twi­light Baby), y de la que el actor se había enca­pri­cha­do, murió en la cama de una las habi­ta­cio­nes, entre gri­tos de dolor y rodea­da de borra­chos y muje­res semi­des­nu­das.

La pri­me­ra reac­ción de su estu­dio fue inten­tar tapar el caso. Zukor tra­tó de sobor­nar al fis­cal del caso, Matt Brady, lo que empeo­ró las cosas. La solu­ción: dejar a Fatty a su suer­te. Pero lo peor no era la acción de la Jus­ti­cia, sino los tabloi­des y la cam­pa­ña con­tra él que lan­zó el gran mogul William Ran­dolph Hearst, la voz de la moral en Esta­dos Uni­dos —a tra­vés de su cade­na de perió­di­cos sen­sa­cio­na­lis­tas— que, mien­tras daba lec­cio­nes de deco­ro, no tenían repa­ro en pasear­se por el mun­do de la mano de su aman­te Marion Davis (es el per­so­na­je que ins­pi­ró el Ciu­dadano Kane de Orson Welles).

Pese a que se con­vir­tió en la bes­tia negra de las men­tes bien­pen­san­tes de la épo­ca, Arbuc­kle fue juz­ga­do tres veces y las tres fue decla­ra­do ino­cen­te. En la últi­ma, como refle­ja el cómic, el jura­do inclu­so recla­mó que se le pidie­ra per­dón por el daño sufri­do. No era para menos; la pren­sa le había acu­sa­do de haber vio­la­do a la actriz con una bote­lla y/o de haber­la reven­ta­do al lan­zar­se sobre ella para vio­lar­le. Nada de eso era cier­to.

Una de las pági­nas de Fatty cuya com­po­si­ción rin­de cul­to al slaps­tick.

Hay un amigo en ti

La de Fatty fue, sin duda, una caí­da a los infier­nos que le con­de­nó al alcoho­lis­mo —que se sumó a su afi­ción a la mor­fi­na—, la cau­sa de su muer­te en junio de 1933, cuan­do esta­ba a pun­to de recu­pe­rar su vida. Y, en todo ese pro­ce­so, olvi­da­do y repu­dia­do por todos, con­tó siem­pre con el apo­yo de su fiel ami­go Bus­ter Kea­ton.

“Kea­ton —expli­ca Nadar— jue­ga en cier­to modo el papel del lec­tor, que asis­te como espec­ta­dor al auge y caí­da de Fatty. Es el úni­co vale­dor que le que­da y se con­vier­te en el repre­sen­tan­te de la decen­cia. La idea de dar­le tan­to pro­ta­go­nis­mo y de no cen­trar­nos solo en el jui­cio es que que­ría­mos que, en el fon­do, el cómic tra­ta­ra sobre la amis­tad”.

Uno de los acier­tos de esta nove­la grá­fi­ca es haber recu­rri­do al color, un terreno que el com­bo de crea­do­res no había explo­ra­do en sus dos cola­bo­ra­cio­nes ante­rio­res. “Los años 20 fue­ron una épo­ca muy lumi­no­sa, colo­ri­da, estra­fa­la­ria y de mucha bonan­za y recu­rrir al blan­co y negro o al sepia, como si se tra­ta­se de una pelí­cu­la de la épo­ca, era un poco cli­ché y se per­día el tono que que­ría­mos dar­le a la his­to­ria”, aña­de el dibu­jan­te. El uso del color, ade­más, per­mi­te pres­cin­dir de los mar­cos de las viñe­tas “y nos abrió un mun­do de posi­bi­li­da­des. El cine de Fatty y de Kea­ton se basa en el slas­ps­tick, tie­ne mucho rit­mo, y el color ha sido una herra­mien­ta muy útil para inten­tar lle­var ese tipo de humor a la his­to­ria”, apun­ta Nadar.

La habi­ta­ción en la que murió Vir­gi­na Rap­pe, tras la fies­ta, y su foto (arri­ba).

Víctima del mercado y de la hipocresía

El de Fatty fue solo uno de los escán­da­los de la épo­ca pro­ta­go­ni­za­dos por acto­res hoy olvi­da­dos como Oli­ve Tho­mas, William Reid, Bar­ba­ra La Marr o Jean­ne Eagels. Al rey de la come­dia no le con­de­nó la jus­ti­cia sino la hipo­cre­sía dis­fra­za­da de moral de los gran­des estu­dios y un mode­lo de nego­cio que cam­bia­ba a pasos agi­gan­ta­dos. A prin­ci­pios de los años 20 el cine ya no era una atrac­ción de feria que se pro­yec­ta­ba en tien­das de lona, sino un nego­cio millo­na­rio que lle­na­ba salas con capa­ci­dad de has­ta 6.000 espec­ta­do­res y que com­pe­tían con los tea­tros en lujo y gran­dio­si­dad. Lo que menos nece­si­ta­ba el sec­tor era una cam­pa­ña nacio­nal de la Liga de la Decen­cia y demás orga­ni­za­cio­nes ultra­con­ser­va­do­ras.

En reali­dad, el pro­ble­ma venía de lejos, de una fecha tan tem­pra­na como 1907, cuan­do Chica­go se con­vir­tió en la pri­me­ra ciu­dad en la que, pre­sio­na­do por las fuer­zas vivas, el ayun­ta­mien­to apro­bó una ley que obli­ga­ba a los exhi­bi­do­res a mos­trar sus pelí­cu­las a la poli­cía para que auto­ri­za­ran su pro­yec­ción. Des­de enton­ces, la ini­cia­ti­va se había expan­di­do por el país como una man­cha de acei­te.

Cuan­do esta­lló el caso Arbuc­kle, Nue­va York esta­ba pen­san­do en sacar ade­lan­te su pro­pia nor­ma, lo que hubie­ra sido un maza­zo para la indus­tria: las pelí­cu­las se roda­ban en Holly­wood, pero los gran­des estre­nos y la pro­mo­ción nacía en Broad­way.

Los escán­da­los como el de Fatty fue­ron apro­ve­cha­dos por los par­ti­da­rios de la moral y las bue­nas cos­tum­bres para lan­zar­se al cue­llo de la indus­tria, y esta optó por auto­im­po­ner­se un códi­go de con­duc­ta para con­ver­tir el cine en un entre­te­ni­mien­to más fami­liar y con­tra­rres­tar la fama de nue­va Babi­lo­nia que se había gran­jea­do (a pul­so, todo hay que decir­lo).

Así nació la Motion Pic­tu­res Pro­du­cers & Dis­tri­bu­tors of Ame­ri­ca (MPPDA), cuya pri­me­ra medi­da fue cap­tar a gol­pe de talo­na­rio a un expo­lí­ti­co tan corrup­to como buen rela­cio­nes públi­cas, William Hays, al que con­vir­tie­ron en guar­dián de la decen­cia. Su pri­me­ra medi­da fue intro­du­cir una cláu­su­la de mora­li­dad en los con­tra­tos de todos los acto­res.

La deci­sión fue un fra­ca­so. Años más tar­de, en 1930, se creó el lla­ma­do Códi­go Hays que vigi­la­ría muy de cer­ca el con­te­ni­do de las pelí­cu­las para hacer des­apa­re­cer de la pan­ta­lla temas como el adul­te­rio, la homo­se­xua­li­dad, el trá­fi­co de dro­gas o la corrup­ción ins­ti­tu­cio­nal. Eso sí que fue un éxi­to, pero al pre­cio de infan­ti­li­zar las pro­duc­cio­nes de Holly­wood des­de que entró en vigor en 1934 has­ta fina­les de los 60, cuan­do se sus­ti­tu­yó por un sis­te­ma de cali­fi­ca­ción por eda­des.

De Castellón al mercado francés

Nadar se dio a cono­cer con Papel estru­ja­do (Asti­be­rri, 2013), con el que logró un año des­pués el pre­mio del públi­co a mejor obra en el Salón Inter­na­cio­nal del Cómic de Bar­ce­lo­na. Lue­go lle­ga­ría El mun­do a tus pies (Asti­be­rri, 2015), que le valió el pre­mio ‘Enten­der el pre­sen­te’ en el Splash Sagunt.

Con ¡Salud! (Asti­be­rri, 2018) da el sal­to al mer­ca­do fran­cés, don­de comen­zó una pro­lí­fi­ca cola­bo­ra­ción con Julien Frey, con quien ha publi­ca­do El cineas­ta (Asti­be­rri, 2020) y Jus­tin (Asti­be­rri, 2021. En estos momen­tos tra­ba­ja en una nue­va cola­bo­ra­ción con el galo (pro­ba­ble­men­te la últi­ma) y está a pun­to de lan­zar en soli­ta­rio Tran­si­to­rios, que agru­pa cua­tro rela­tos cor­tos. “Ten­go otro pro­yec­to con otro guio­nis­ta, pero creo que mi futu­ro pasa por tra­ba­jar solo”, con­clu­ye.

El dibu­jan­te cas­te­llo­nen­se Nadar.

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