El valenciano Nadar recrea en Fatty, el primer rey de Hollywood el descenso a los infiernos del intérprete que inauguró la lista de actores del millón de dólares

Se permitió abandonar a Mack Sennet para fundar su propia productora, le prestó sus primeros pantalones a Charlie Chaplin para crear a Charlot, fue el descubridor de Buster Keaton y Bob Hope, y se convirtió en el primer actor en firmar un contrato de un millón de dólares al año. Roscoe ‘Fatty’ Arbuckle (1887–1933) fue una de las grandes estrellas de la edad de oro de Hollywood y el protagonista de uno de los mayores escándalos de la historia del cine silente. El castellonense Nadar (Pep Domingo) y el guionista francés Julien Frey repasan su triste historia en Fatty, el primer rey de Hollywood (Astiberri).
La de Arbuckle es de esas biografías bigger than life que tanto gustan al público americano. Su primer papel lo consiguió por casualidad. Cuando simultaneaba su trabajo de fontanero con el de actor, recibió un encargo para acudir a casa de Mack Sennet. El exitoso director y productor quedó asombrado por la agilidad de ese tipo tan simpático que pesaba casi ciento cincuenta kilos y le ofreció un papel de Keystone Cop. En poco tiempo pasó de cobrar 3 dólares por cinta a 500 a la semana y ver su nombre bien grande en los carteles de las películas.
Las cosas le iban tan bien que pronto dejó a Sennet y fundó su propia productora, desde donde lanzó a desconocidos como Buster Keaton o Charlie Chaplin. Pero su gran momento llegó en 1920, cuando firmó para la Paramount. Después de darle calabazas en varias ocasiones al tan mítico como poderoso Adolf Zukor (y compartir con él más de una fiesta llena de mujeres de vida licenciosa) acabó por aceptar la oferta de su vida: un millón de dólares al año y control total sobre sus películas.

Pero cuando llegas a lo más alto, más dura es la caída. Y así fue. Amante de la jarana, decidió celebrar el contrato alquilando unas habitaciones en el hotel Saint Francis de San Francisco y prepararse para una fiesta de tres días… que acabaría en tragedia. Fue el 5 de septiembre de 1921. Virginia Rappe, una actriz de 22 años que empezaba a despuntar (acababa de rodar con la Fox Twilight Baby), y de la que el actor se había encaprichado, murió en la cama de una las habitaciones, entre gritos de dolor y rodeada de borrachos y mujeres semidesnudas.
La primera reacción de su estudio fue intentar tapar el caso. Zukor trató de sobornar al fiscal del caso, Matt Brady, lo que empeoró las cosas. La solución: dejar a Fatty a su suerte. Pero lo peor no era la acción de la Justicia, sino los tabloides y la campaña contra él que lanzó el gran mogul William Randolph Hearst, la voz de la moral en Estados Unidos —a través de su cadena de periódicos sensacionalistas— que, mientras daba lecciones de decoro, no tenían reparo en pasearse por el mundo de la mano de su amante Marion Davis (es el personaje que inspiró el Ciudadano Kane de Orson Welles).
Pese a que se convirtió en la bestia negra de las mentes bienpensantes de la época, Arbuckle fue juzgado tres veces y las tres fue declarado inocente. En la última, como refleja el cómic, el jurado incluso reclamó que se le pidiera perdón por el daño sufrido. No era para menos; la prensa le había acusado de haber violado a la actriz con una botella y/o de haberla reventado al lanzarse sobre ella para violarle. Nada de eso era cierto.

Hay un amigo en ti
La de Fatty fue, sin duda, una caída a los infiernos que le condenó al alcoholismo —que se sumó a su afición a la morfina—, la causa de su muerte en junio de 1933, cuando estaba a punto de recuperar su vida. Y, en todo ese proceso, olvidado y repudiado por todos, contó siempre con el apoyo de su fiel amigo Buster Keaton.
“Keaton —explica Nadar— juega en cierto modo el papel del lector, que asiste como espectador al auge y caída de Fatty. Es el único valedor que le queda y se convierte en el representante de la decencia. La idea de darle tanto protagonismo y de no centrarnos solo en el juicio es que queríamos que, en el fondo, el cómic tratara sobre la amistad”.
Uno de los aciertos de esta novela gráfica es haber recurrido al color, un terreno que el combo de creadores no había explorado en sus dos colaboraciones anteriores. “Los años 20 fueron una época muy luminosa, colorida, estrafalaria y de mucha bonanza y recurrir al blanco y negro o al sepia, como si se tratase de una película de la época, era un poco cliché y se perdía el tono que queríamos darle a la historia”, añade el dibujante. El uso del color, además, permite prescindir de los marcos de las viñetas “y nos abrió un mundo de posibilidades. El cine de Fatty y de Keaton se basa en el slaspstick, tiene mucho ritmo, y el color ha sido una herramienta muy útil para intentar llevar ese tipo de humor a la historia”, apunta Nadar.

Víctima del mercado y de la hipocresía
El de Fatty fue solo uno de los escándalos de la época protagonizados por actores hoy olvidados como Olive Thomas, William Reid, Barbara La Marr o Jeanne Eagels. Al rey de la comedia no le condenó la justicia sino la hipocresía disfrazada de moral de los grandes estudios y un modelo de negocio que cambiaba a pasos agigantados. A principios de los años 20 el cine ya no era una atracción de feria que se proyectaba en tiendas de lona, sino un negocio millonario que llenaba salas con capacidad de hasta 6.000 espectadores y que competían con los teatros en lujo y grandiosidad. Lo que menos necesitaba el sector era una campaña nacional de la Liga de la Decencia y demás organizaciones ultraconservadoras.
En realidad, el problema venía de lejos, de una fecha tan temprana como 1907, cuando Chicago se convirtió en la primera ciudad en la que, presionado por las fuerzas vivas, el ayuntamiento aprobó una ley que obligaba a los exhibidores a mostrar sus películas a la policía para que autorizaran su proyección. Desde entonces, la iniciativa se había expandido por el país como una mancha de aceite.
Cuando estalló el caso Arbuckle, Nueva York estaba pensando en sacar adelante su propia norma, lo que hubiera sido un mazazo para la industria: las películas se rodaban en Hollywood, pero los grandes estrenos y la promoción nacía en Broadway.
Los escándalos como el de Fatty fueron aprovechados por los partidarios de la moral y las buenas costumbres para lanzarse al cuello de la industria, y esta optó por autoimponerse un código de conducta para convertir el cine en un entretenimiento más familiar y contrarrestar la fama de nueva Babilonia que se había granjeado (a pulso, todo hay que decirlo).
Así nació la Motion Pictures Producers & Distributors of America (MPPDA), cuya primera medida fue captar a golpe de talonario a un expolítico tan corrupto como buen relaciones públicas, William Hays, al que convirtieron en guardián de la decencia. Su primera medida fue introducir una cláusula de moralidad en los contratos de todos los actores.
La decisión fue un fracaso. Años más tarde, en 1930, se creó el llamado Código Hays que vigilaría muy de cerca el contenido de las películas para hacer desaparecer de la pantalla temas como el adulterio, la homosexualidad, el tráfico de drogas o la corrupción institucional. Eso sí que fue un éxito, pero al precio de infantilizar las producciones de Hollywood desde que entró en vigor en 1934 hasta finales de los 60, cuando se sustituyó por un sistema de calificación por edades.
De Castellón al mercado francés
Nadar se dio a conocer con Papel estrujado (Astiberri, 2013), con el que logró un año después el premio del público a mejor obra en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona. Luego llegaría El mundo a tus pies (Astiberri, 2015), que le valió el premio ‘Entender el presente’ en el Splash Sagunt.
Con ¡Salud! (Astiberri, 2018) da el salto al mercado francés, donde comenzó una prolífica colaboración con Julien Frey, con quien ha publicado El cineasta (Astiberri, 2020) y Justin (Astiberri, 2021. En estos momentos trabaja en una nueva colaboración con el galo (probablemente la última) y está a punto de lanzar en solitario Transitorios, que agrupa cuatro relatos cortos. “Tengo otro proyecto con otro guionista, pero creo que mi futuro pasa por trabajar solo”, concluye.

Comparte esta publicación
Suscríbete a nuestro boletín
Recibe toda la actualidad en cultura y ocio, de la ciudad de Valencia