La mues­tra repa­sa, a tra­vés de más de 70 obras, la bio­gra­fía per­so­nal y artís­ti­ca del pin­tor valen­ciano Juan Geno­vés

Una espec­ta­do­ra, fren­te la obra inaca­ba­da que Geno­vés pin­ta­ba antes de morir.

Más de 70 obras con­for­man Joan Geno­vés, una de las retros­pec­ti­vas más com­ple­tas jamás dedi­ca­das al pin­tor valen­ciano Juan Geno­vés (Valen­cia 1930 – Madrid 2020) y que repa­sa todas sus eta­pas artís­ti­cas, des­de los años 60 has­ta su muer­te. La expo­si­ción inclu­ye no solo su míti­co El abra­zo (1976), un cua­dro que se ha con­ver­ti­do inex­pli­ca­ble­men­te en el sím­bo­lo de la recon­ci­lia­ción de las dos Espa­ñas tras la muer­te de Fran­co, sino que lo sitúa en su con­tex­to y le da un sen­ti­do total­men­te nue­vo. La expo­si­ción podrá visi­tar­se has­ta el pró­xi­mo mes de abril en la sede de la Fun­da­ción Ban­ca­ja.

Otro de los pla­tos fuer­tes de la expo­si­ción es la obra —sin títu­lo— que dibu­ja­ba el día que fue ingre­sa­do en el hos­pi­tal don­de mori­ría una sema­na más tar­de. La pie­za, inaca­ba­da, es un tes­ti­mo­nio que per­mi­te des­cu­brir el pro­ce­so crea­ti­vo del gana­dor de la Meda­lla de Oro al Méri­to en las Bellas Artes en 2005. El autor solo pudo con­cluir la par­te más baja del lien­zo, así que, por com­pa­ra­ción, el res­to cons­ti­tu­ye un raro tes­ti­mo­nio de su pro­ce­so crea­ti­vo.

La expo­si­ción es, sobre todo, un repa­so a todos los Geno­vés que exis­tie­ron a lo lar­go de su vida per­so­nal y artís­ti­ca. El títu­lo de Joan Geno­vés, como expli­có la comi­sa­ria de la mues­tra María Toral, cum­ple con uno de los deseos del autor y que le trans­mi­tió en una con­ver­sa­ción pri­va­da. «Joan» es el nom­bre con el que el pin­tor cre­ció y el que usa­ba con su fami­lia, y «Juan», el que empie­za a emplear cuan­do deja el cap i casal y su fir­ma ini­cia el camino para con­ver­tir­se en un refe­ren­te de las artes plás­ti­cas espa­ño­las.

A tra­vés de las dis­tin­tas salas que con­for­man la mues­tra, y que siguen una evo­lu­ción tem­po­ral, apa­re­cen todos los Juan (o «Joan») Geno­vés que hicie­ron de este valen­ciano uno de los artis­tas más inter­na­cio­na­les de su tiem­po. Está el mili­tan­te y el que se ale­ja de Valen­cia para que sus obras se inde­pen­di­cen de él, el fut­bo­le­ro, el artis­ta con­sa­gra­do que vuel­ve a ser niño, el escri­tor, el autor coti­za­do que aho­rra la pin­tu­ra y, sobre todo, el que mue­re con un pin­cel en la mano.

Todos ellos son el mis­mo. Como expli­có su hijo Pablo Geno­vés duran­te la pre­sen­ta­ción de la expo­si­ción el pasa­do jue­ves 1 de diciem­bre, «fue opti­mis­ta, extro­ver­ti­do, diná­mi­co, siem­pre trans­mi­tien­do, pero con un dolor muy pro­fun­do en su yo pri­va­do».

Ese dolor nace en un momen­to muy con­cre­to, con seis años, cuan­do es tes­ti­go de un fusi­la­mien­to de varias per­so­nas en los muros de Mes­ta­lla, par­te del cual se veía des­de la ven­ta­na de su casa, y en el que su padre le incul­có su amor al fút­bol.

Ahí, suma­do al trau­ma de la Gue­rra Civil, es de don­de nace­rá su com­pro­mi­so vital. Un com­pro­mi­so no exen­to de rea­lis­mo, como expli­có María Toral. «El no creía que el arte podía trans­for­mar la reali­dad, pero sí que podía dar una visión direc­ta de su tiem­po», apun­tó la comi­sa­ria de la expo­si­ción.

Marial Toral (comi­sa­ria), Rafael Alcón (pre­si­den­te de la Fun­da­ción Ban­ca­ja) y Pablo Geno­vés (hijo del pin­tor), ante «El abra­zo».

El verdadero «Abrazo»

Como no podía ser de otro modo, su icó­ni­co El abra­zo es el cen­tro de la expo­si­ción, y solo por su ubi­ca­ción en la sala. Este acrí­li­co sobre lien­zo de 151 x 200, pro­pie­dad del Cen­tro Nacio­nal de Arte Museo Rei­na Sofía, se ha con­ver­ti­do en un sím­bo­lo de la recon­ci­lia­ción entre las dos Espa­ña. La reali­dad —y la exposición—dicen otra cosa.

El cua­dro es un encar­go que reci­be de la Jun­ta Demo­crá­ti­ca, una amal­ga­ma de par­ti­dos polí­ti­cos y sin­di­ca­tos que se unie­ron para pedir la excar­ce­la­ción de los pre­sos polí­ti­cos en 1974, cuan­do la dic­ta­du­ra seguía matan­do a los opo­si­to­res (los últi­mos, en 1975) y con el telón de fon­do del lla­ma­do Pro­ce­so 1001 a la Coor­di­na­do­ra Nacio­nal de Comi­sio­nes Obre­ras. La Tran­si­ción no había comen­za­do así que El abra­zo no pudo ser con­ce­bi­da para sim­bo­li­zar­la, aun­que lue­go se le die­ra esa con­no­ta­ción.

Por su obra, Geno­vés pasó ocho días ais­la­do en una cel­da de la Direc­ción Gene­ral de Segu­ri­dad, mien­tras a dos de sus cola­bo­ra­do­res se les tor­tu­ra­ba. El abra­zo, se cono­ció en Espa­ña por las repro­duc­cio­nes que hizo la Jun­ta Demo­crá­ti­ca, pero el cua­dro solo pudo ver­se en Sue­cia y, más tar­de, en EEUU, don­de fue adqui­ri­do por un colec­cio­nis­ta par­ti­cu­lar. Años más tar­de, en 1980, el Rei­na Sofía se lo com­pró, pero jamás se ha moles­ta­do en revi­sar la obra del artis­ta.

Pablo Geno­vés reco­no­ció haber echa­do en fal­ta una retros­pec­ti­va dedi­ca­da a su padre en la ins­ti­tu­ción. Que no se haya hecho, dijo, «es injus­to, no para él, que ya no está, sino para todos los espa­ño­les». Rafael Alcón, pre­si­den­te de la Fun­da­ción Ban­ca­ja, apro­ve­chó para aña­dir, no sin razón, que esta enti­dad «no es el Rei­na Sofía», pero «ha hecho en Valen­cia lo que Juan que­ría».

Des­en­tra­ñar esa obra emble­má­ti­ca exi­ge, ade­más, repa­sar la obra de Geno­vés des­de fina­les de los 60, con cua­dros ins­pi­ra­dos en el pop art, pero con gran car­ga crí­ti­ca. Es impo­si­ble con­tem­plar Las víc­ti­mas (1969), por ejem­plo, y no pen­sar en la gue­rra de Viet­nam.

Pos­te­rior­men­te, el autor vol­vió su mira­da hacia Espa­ña y crea pie­zas de una gran dure­za, como La som­bra (1971), Man­chas de san­gre (1972), o la serie de 1973 que inclu­ye Pre­sos polí­ti­cos, El sos­pe­cho­so o Los que gol­pean, y en la que se apre­cia el Geno­vés más oscu­ro. Es el preám­bu­lo de El abra­zo.

A con­ti­nua­ción, con fon­do blan­co como gran pro­ta­go­nis­ta, lle­gan en 1975 Gen­te Corrien­do o La ven­ta­na. No es fácil con­tem­plar esta últi­ma sin pen­sar en Enri­que Ruano, el estu­dian­te anti­fran­quis­ta que murió en 1969 al ser arro­ja­do des­de un sép­ti­mo piso mien­tras per­ma­ne­cía dete­ni­do por la Bri­ga­da Polí­­ti­­co-Social. Pos­te­rior­men­te, en 1976, lle­ga­rían Silla vacía, Tri­bu­nal de Orden Públi­co o Agre­sión. Jun­tar todas estas obras —algo que nun­ca se había hecho en Espa­ña— per­mi­te cues­tio­nar la inter­pre­ta­ción de El abra­zo, pues se lee mucho mejor como el reen­cuen­tro entre unos dete­ni­dos o pre­sos polí­ti­cos y sus seres que­ri­dos.

Pare­ce que el pin­tor, en su obra más famo­sa, se cen­tró solo en unos espa­ño­les, los que lucha­ban con­tra el Régi­men y por la liber­tad. El fin del fran­quis­mo y la Tran­si­ción que ins­pi­ra a Geno­vés no fue la ver­sión edul­co­ra­da de Vic­to­ria Pre­go sino la que des­cri­bió el perio­dis­ta Gre­go­rio Morán.

Sala dedi­ca­da a las obras de la déca­da de los 60.

Reconciliares con la infancia

La mues­tra, sal­pi­men­ta­da con frag­men­tos escri­tos por el autor y poco o nada cono­ci­dos, es un repa­so a la obra de Geno­vés des­de el momen­to en el que deja atrás su per­te­nen­cia a dis­tin­tos colec­ti­vos (Los sie­te, Par­pa­lló, Hon­do, El Paso…) y así cie­rra una eta­pa que había comen­za­do en la Escue­la de Bellas Artes de San Car­los. Es enton­ces cuan­do deci­de tran­si­tar solo den­tro de la «nue­va figu­ra­ción», cuyo refe­ren­te es la reali­dad social.

Así, has­ta los 80, su obra se carac­te­ri­za por su denun­cia —a veces recu­rrien­do al color, otras veces pres­cin­dien­do de él—. La puer­ta, Rup­tu­ra o Tiem­po de vivir, tiem­po de morir, de 1965, nacen el mis­mo año que su expo­si­ción en la Direc­ción Gene­ral de Bellas Artes le cues­ta el car­go al comi­sa­rio de la mis­ma, el cate­drá­ti­co José Rome­ro Escas­si, y a él se le cie­rran las puer­tas de las salas públi­cas has­ta 1983.

Pero la expo­si­ción tam­bién per­mi­te encon­trar­se con el Juan Geno­vés que quie­re que le vuel­van a lla­mar Joan como cuan­do era niño, y que deja en cua­dros como Sedi­men­tos (2010), Dis­gre­ga­ción (2012), o Splash (2013) una recon­ci­lia­ción sim­bó­li­ca con su infan­cia.

«Mi padre, inclu­so cuan­do era un pin­tor coti­za­do», expli­có su hijo en la pre­sen­ta­ción, «sigue guar­dan­do en un bote­ci­to la poca pin­tu­ra que le que­da tras aca­bar un cua­dro para no tirar­la. Y yo le decía que no había nece­si­dad, que tenía toda la que que­ría». Así como un niño —o un Jason Pollock— Geno­vés lan­za la pin­tu­ra sobre algu­nas de sus obras, a modo de una peque­ña rebel­día con­tra sus años de pri­va­ción.

Una visi­tan­te ante «Lími­tes con­tí­nuos» (2005), que per­te­ne­ce a la eta­pa más lumi­no­sa y abs­trac­ta del autor.

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