Un fantasma pálido recorre el mundo: la cocaína. La consumen influencers, contertulios de la tele, artistas, yonquis sin techo…, y su circulación es tan habitual en los saraos como el tinto de verano. Los ladrillos de kilo procedente de América podrían construir edificios enteros. La policía decomisa toneladas de cocaína a diario. Al mismo ritmo que miles de narices la esnifan.
La desagradable paradoja de nuestro tiempo es que cuanto más se persigue la cocaína más se produce, difunde y consume por el orbe occidental. Todo el mundo sabe que la famosa guerra contra las drogas que se decretó en México provocó un apocalipsis mortífero y fue una guerra perdida. Una política equivocada que se sigue aplicando con la fe del carbonero. La tozudez de los Estados. La ceguera de los Gobiernos.
Las fuerzas del orden no dejan de publicar en la red imágenes y noticias de decomisos colosales de esta droga que fue sintetizada como alcaloide por el químico Albert Niemann en 1859 y vendida en farmacias hasta principios del siglo XX. En 1914, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley Harrison que prohibió para siempre la cocaína.
Es ocioso constatar que la violencia criminal que se extiende por las Américas y los problemas que tiene la UE con las narcomafias aumentan cada día gracias a los beneficios fabulosos que produce su tráfico. A los complicados entramados financieros y criminales que involucran a matones, policías y políticos en el mismo juego. El cine nos lo muestra de las mas diversas formas, desde Traffic hasta las pelis de Scorsese o Tarantino.
En España el problema es peor. Es el país de su puerta de entrada en Europa. Junto a Hamburgo, el puerto de Valencia está considerado como el primero en entrada de la droga en Europa, en contenedores que descansan inocentes en el muelle de Levante. Ni que decir tiene que eso hace que ya, desde hace décadas, los Poblados Marítimos, sean semilleros de traficantes al por menor. Las familias marginales se dedican sin descanso a la venta diaria del producto. No hay fiesta en la que de una forma u otra no aparezca el famoso polvo blanco. El consumo recreativo de la cocaína se convierte en un problema de salud pública y mental pues enloquece a los consumidores, no tanto por la sustancia en sí sino porque su textura permite la adulteración con gran facilidad. Paranoias, trifulcas, agresiones, robos… todo por una droga muy fácil de adulterar con productos dañinos como cafeína, anfetamina, anestésicos…
Hace poco se detuvo a unos traficantes en una provincia española que promocionaban su producto con el siguiente cartel: “Se vende cocaína: cruda y en base”. La base es el famoso crack, más letal que el polvo en crudo. El crack es la droga concentrada en una roca que se fuma. Se fabrica con amoniaco o bicarbonato en un proceso de reducción química. La mayoría de yonquis actuales lo consumen. La historia universal de la infamia cuenta que lo inventó la CIA para financiar a la Contra que luchaba contra los sandinistas a finales de los 1970. No es un cuento de espías, está documentado; y llenó los barrios pobres y negros de Estados Unidos de miseria y locura.
Sigmund Freud escribió un tratado completo titulado Uber coca (Sobre la coca). La utilizó él mismo y la recomendó a algunos pacientes como remedio contra la depresión, sin embargo, pronto dio marcha atrás al darse cuenta de los problemas mentales que acarreaba su consumo. También el gran escritor Arthur Conan Doyle fue un gran aficionado a la farlopa. En su famosa novela El signo de los cuatro, hay una conversación entre Holmes y Watson reveladora del papel que le otorgaba Doyle a la droga. Entra en escena Watson al salón de su amigo y lo ve pinchándose en la vena, y dice:
—¿Qué ha sido hoy: morfina o cocaína?
—Cocaína, en disolución al siete por ciento.
—¡Reflexione usted! ‑le dije con viveza-. ¡Calcule el coste que resulta!
Holmes, contesta:
—Mi cerebro se rebela contra el estancamiento. Proporcióneme problemas, trabajo, déme el más abstruso de los criptogramas, o el más intrincado de los análisis, y entonces me encontraré en mi atmósfera propia. Podré prescindir de los estimulantes artificiales. Pero aborrezco la monótona rutina de la vida. Siento hambre de exaltación mental.
El historiador valenciano Juan Carlos Usó, nuestro mayor experto en drogas en la actualidad, ofrece información histórica impagable sobre el uso de la cocaína en nuestro país. En su libro imprescindible Drogas y cultura de masas, España 1855–1995 (Taurus, 1996), relata las andanzas de Santiago Rusiñol, de quien Josep Pla tiene una famosa biografía.
Noctámbulo empedernido, el gran pintor modernista Santiago Rusiñol descubrió en París los placeres de las drogas y allí “tomó contacto con el ajenjo, la morfina y, seguramente, opio y cocaína. A su regreso en 1894 inauguró en Sitges su famosa cada museo Cau Ferrat, donde organizaría una serie de veladas modernistas en las que no faltarían las drogas. En 1897 se convirtió en el impulsor de la taberna Els Quatre Gats, templo del modernismo en Barcelona que aún hoy se puede visitar”.
“Alli concurrían toda suerte de artistas, escritores e intelectuales, bohemios, y se consumía abiertamente láudano, morfina y cocaína. La fiesta acabó cuando en 1912 España firmó el Convenio Internacional de La Haya sobre restricción en el empleo y trafico de opio, morfina, cocaína y otras sales”.
Usó también cuenta en su libro como en la primavera de 1919, “un fiel observador de la vida catalana, Josep Pla, podía constatar cómo se ofrecía cocaína en casi todos los locales públicos de las Ramblas”. Y Valencia no fue una excepción.
“La zona de drogas en Valencia discurría por el barrio chino y los alrededores, en pleno corazón de la ciudad entró desde la zona comprendida entre el Ayuntamiento, la Lonja, las Torres de Quart y Guillem de Castro y Játiva. El menudeo y consumo de drogas se concentraba en los tres únicos cabarets o music halls que existían en la capital del Turia: El Edén Concert, el Bataclán y el Madrid Concert (…). La mercancía que manejaban procedía de desviaciones en los suministros legales de droguerías y farmacias”.
La historia se repite. En los años 90 del siglo XX, esa misma zona del barrio chino, calle Viana y alrededores, siguió siendo el principal centro de menudeo de drogas duras, como cocaína y heroína, manejado sobre todo por inmigrantes subsaharianos. En la actualidad y con la remodelación del barrio, la delincuencia y prostitución han descendido pero aún siguen perviviendo núcleos de venta en Velluters. La cocaína y el crack son venenos de consumo obligado para las prostitutas, trabajadoras del sexo que la necesitan para poder aguantar tanta miseria y explotación como sufren a diario. Cualquier prostíbulo o club de carretera, auténtica mazmorra para miles de mujeres, ofrece la droga como complemento al cliente. Los tratantes de personas son también narcos. Una tragedia cotidiana oculta por la hipocresía social dominante.
Como concluye el legendario Antonio Escohotado en su prólogo al libro de Usó, “La estafa prohibicionista –cuyos intereses coinciden tan puntualmente con los del traficante ilegal– no ha logrado que estos productos dejen de interesar a la población, y mucho menos a los sectores más jóvenes. Tan solo ha conseguido que bastantes asimilen los clichés propagandísticos y recurran a ellos para hacerse con una coartada social y psicológica, que cunda una histeria de masas fomentando la desinformación”. Rotundamente profético el desaparecido sociólogo.
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