Ahora puedo presumir de no haber sido nunca maoísta. ¿Una ridícula satisfacción? No tan ridícula. Vengarse en gran estilo, sin violencias, es muy agradable.

Las Cien Flo­res de Mao. Archi­vo.

Recuer­do de una for­ma cre­cien­te­men­te borro­sa las peri­pe­cias polí­ti­cas que viví hace medio siglo (año arri­ba o aba­jo) cuan­do yo era un mucha­cho influen­cia­ble y lleno de soli­da­ri­dad e igno­ran­cia. Con bas­tan­tes difi­cul­ta­des de memo­ria, recons­tru­yo aho­ra algu­nas de mis ideas de aque­lla épo­ca. Sabía lo que detes­ta­ba –el franquismo‑, pero de ahí no pasa­ba mi for­ma­ción polí­ti­ca. Mili­té en el PCE y aplau­dí a San­tia­go Carri­llo cuan­do dio un mitin en la Pla­za de Toros de Valen­cia. Inclu­so me ponía de pie para acla­mar­le.

Tenía yo enton­ces un ami­go, al que lla­ma­re­mos Faus­tino en este rela­to, que había ingre­sa­do recien­te­men­te en las filas de Ban­de­ra Roja, orga­ni­za­ción polí­ti­ca comu­nis­ta espa­ño­la de ten­den­cia maoís­ta, fun­da­da en Bar­ce­lo­na en 1968. Inten­ta­ba con­ven­cer­me Faus­tino de las bon­da­des de Ban­de­ra Roja y, sobre todo, de Mao Tse-Tung (1893–1976), que des­de sus orí­ge­nes como joven cam­pe­sino de la pobre pro­vin­cia de Hunan se con­vir­tió en el máxi­mo líder polí­ti­co de Chi­na. Faus­tino era des­pre­cia­ti­vo con el PCE, al que lla­ma­ba ‘par­ti­do ven­di­do al capi­ta­lis­mo’. Yo no le hacía caso. Sus sofla­mas no me impre­sio­na­ban.

Pero un día Faus­tino me reci­tó, con pala­bras volun­ta­rio­sa­men­te apren­di­das de memo­ria, un obje­ti­vo polí­ti­co pro­nun­cia­do por Mao el 2 de mayo de 1956 en la Con­fe­ren­cia Supre­ma del Esta­do: “Tene­mos que per­mi­tir que Cien Flo­res flo­rez­can para lograr que tam­bién flo­rez­can cien escue­las de las artes y las cien­cias”. La ima­gen de las cien flo­res me fas­ci­nó. Cuan­do yo me resis­tía al pro­se­li­tis­mo de Faus­tino, él, cono­ce­dor de mis pun­tos débi­les, me decía: “Recuer­da lo de las Cien Flo­res”. Yo duda­ba.

Estu­ve a pun­to de ceder al influ­jo de la Cam­pa­ña de las Cien Flo­res. No lo hice y tuve mala con­cien­cia duran­te mucho tiem­po. Faus­tino, al ver que fra­ca­sa­ba en sus inten­tos, optó final­men­te por enfriar nues­tra amis­tad. Su dis­­cu­r­­so-bala­n­­ce me hizo daño: “Eres un reac­cio­na­rio peque­­ño-bur­­gués. Vamos a dejar de ver­nos”. Pen­sé: “Faus­tino tie­ne razón en lo de las cien flo­res, pero no me atre­vo a dar el paso”.

“Me gus­ta­ría ver­me de nue­vo con él, pero la cosa está difí­cil. Le con­ta­ría que estoy leyen­do Escri­to­res y artis­tas bajo el comu­nis­mo (Arza­la Edi­cio­nes, 2023), un toma­zo de 910 pági­nas de gran for­ma­to”

Han pasa­do muchos años, como decía. Faus­tino sigue vivien­do en la Ave­ni­da del Rei­no de Valen­cia, aho­ra apar­ta­do de toda acti­vi­dad polí­ti­ca y cul­tu­ral. Creo que se ha escon­di­do, polí­ti­ca­men­te hablan­do. Me gus­ta­ría ver­me de nue­vo con él, pero la cosa está difí­cil. Le con­ta­ría que estoy leyen­do Escri­to­res y artis­tas bajo el comu­nis­mo (Arza­la Edi­cio­nes, 2023), un toma­zo de 910 pági­nas de gran for­ma­to, con sol­ven­tes infor­ma­cio­nes reco­pi­la­das por el perio­dis­ta y edi­tor Manuel Flo­ren­tín (El País, La Van­guar­dia, Dia­rio 16, Alian­za Edi­to­rial…), con un exten­so pró­lo­go del his­to­ria­dor Anto­nio Elor­za.

De reen­con­trar­me con Faus­tino, le lee­ría párra­fos del capí­tu­lo dedi­ca­do a ‘La Revo­lu­ción Cul­tu­ral de Mao’, en el que se narra la cen­su­ra, repre­sión, humi­lla­ción, apa­lea­mien­to o fusi­la­mien­to de millo­nes (sí, he dicho bien: millo­nes) de inte­lec­tua­les, artis­tas, perio­dis­tas y maes­tros, acu­sa­dos en la Chi­na Revo­lu­cio­na­ria de peque­ños bur­gue­ses, fal­so patrio­tis­mo, anti-esta­­li­­ni­s­­mo (he vuel­to a decir bien: con­de­na­dos a muer­te por anti-esta­­li­­ni­s­­tas) y fal­ta de espí­ri­tu de cla­se, ade­más de no ser fie­les a las exi­gen­cias del rea­lis­mo socia­lis­ta. Del arte con­tem­po­rá­neo, la inde­pen­den­cia judi­cial, la homo­se­xua­li­dad y los dere­chos de la mujer, ni te digo.

“Faus­tino, haga­mos balan­ce de aque­lla épo­ca, por favor”, le diría si por una de esas recu­pe­ra­se el con­tac­to con mi anti­guo inter­lo­cu­tor. “La dicho­sa Cam­pa­ña maoís­ta de las Cien Flo­res te nubló el jui­cio mucho más a ti que a mí. En este asun­to tuve suer­te. He come­ti­do nume­ro­sos erro­res polí­ti­cos, he teni­do espe­jis­mos y cegue­ras de todo tipo. A menu­do he sido idio­ta, inge­nuo o estú­pi­do. En algu­na oca­sión, las tres cosas a la vez. Pero hace cin­cuen­ta años acer­té con mi resis­ten­cia. Menos mal que enfrias­te nues­tra amis­tad. Gra­cias, muchas gra­cias”

Aho­ra pue­do pre­su­mir de no haber sido nun­ca maoís­ta. ¿Una ridí­cu­la satis­fac­ción? No tan ridí­cu­la. Ven­gar­se en gran esti­lo, sin vio­len­cias, es muy agra­da­ble.

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