Fernando Molina es un chef excelente, sobre su talento para la pastelería a base de oficio e intuición

La coci­na de «La cui­na de Fer­nan­do».

Un buen coci­ne­ro no tie­ne por qué ser un buen pas­te­le­ro. Lo de la intui­ción en pas­te­le­ría es har­to com­pli­ca­do, y la pas­te­le­ría es un arte casi alquí­mi­co que poco deja a la intui­ción. De hecho, muchos son los y las gran­des chefs que, por tiem­po, gus­to o mie­do, dele­gan esta par­ti­da en manos exper­tas y for­ma­das para rema­tar sus menús con pos­tres y petit fous a nivel. Sin embar­go, un pas­te­le­ro o pas­te­le­ra sue­le ser un buen chef. Tal vez por tener inte­rio­ri­za­da la téc­ni­ca, la orto­do­xia, el cálcu­lo, el equi­li­brio y la esté­ti­ca como for­ma de crear. Al menos así es mi apre­cia­ción, pues son ya unos cuan­tos talen­tos emer­gen­tes que arran­ca­ron en el mun­do de la pas­te­le­ría y se inquie­ta­ron por la coci­na par­tien­do de esa base sobra­da­men­te pre­pa­ra­da, lo cual se nota en cada pro­pues­ta.

Pues éste es el caso de Fer­nan­do Moli­na, chef y pro­pie­ta­rio de La cui­na de Fer­nan­do, un espa­cio encan­ta­dor en pleno Cas­te­llón en el que ade­más de un ambien­te don­de no fal­tan mate­ria­les nobles, cor­ti­na­jes, mobi­lia­rio, man­te­le­rías, mena­je y cris­ta­le­ría muy cui­da­dos, se deja ver algu­na obra del luga­re­ño Ripo­llés, quien tam­bién es clien­te de esta casa. Nada es casual.

Fer­nan­do arran­có su anda­du­ra como pas­te­le­ro empren­dien­do con 18 años en una pas­te­le­ría fami­liar sin dejar de for­mar­se en gran­des escue­las de pas­te­le­ría nacio­na­les e inter­na­cio­na­les, como L’Ecole du Gran Cho­co­lat o Deko­ra, entre otras. Su inquie­tud le hizo aden­trar­se en el mun­do de la coci­na, apli­can­do sus cono­ci­mien­tos y téc­ni­cas pas­te­le­ras de for­ma intui­ti­va. Tan­to es así, que en 2003 deci­de mon­tar un salón jun­to al obra­dor de pas­te­le­ría fami­liar y pro­bar suer­te como coci­ne­ro.

Tras cin­co años de prue­­ba-error y un sta­ge en el res­tau­ran­te Hoff­man de Bar­ce­lo­na, Fer­nan­do se sien­te segu­ro de dar el sal­to al su pro­pio pro­yec­to, res­tau­ran­do una casa cen­te­na­ria en la calle Sanahu­ja de Cas­te­llón. Com­pa­gi­na la acti­vi­dad de su cui­na con ase­so­ra­mien­tos, ges­tión exter­na de pro­yec­tos gas­tro­nó­mi­cos (como Tee Res­tau­rant o la Tas­ca Desoca, entre otros)  y repre­sen­ta­ción de mar­cas, así como cola­bo­ra­cio­nes en for­ma­ción; nada raro tenien­do en cuen­ta los alti­ba­jos del sec­tor y la nece­si­dad de diver­si­fi­car.

(Lea el artícu­lo com­ple­to en Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co)

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