A todos nos gusta viajar, todos somos locales y turistas a un tiempo. Pero reconocer sus aspectos negativos no implica olvidar los malos. Pero las nuevas tecnologías, y también la Inteligencia Artificial, están influyendo tanto en nuestros hábitos que cabe preguntarse si el modelo al que vamos abocados es sostenible.
@adolfoplasencia, 29 agosto 2023.- Hay una frase que Einstein pronunció en 1917, totalmente vigente: «La inteligencia tiene sus límites, la estupidez, no». Si pensamos en ello en relación al turismo, es probable que pronto podamos decir con razón que viajar ya no va a ser lo que era y, a continuación, explicaré por qué lo digo.
No pretendo ser apocalíptico, distópico, o catastrofista. Ni, desde luego, ludita —en contra de la tecnología que, sabemos que es maravillosa en sus buenos usos—, sino que quiero señalar, precisamente, ciertos malos y/o nefastos usos masivos de ella que están siendo inducidos con éxito en millones de usuarios por ciertas big tech y plataformas globales, sin que les afecte ninguna responsabilidad legal por los daños que provocan en las vidas y las mentes de las personas, o en el medio ambiente.
Intentaré hacer, con mucha modestia, una cierta pedagogía y contar la realidad porque creo que no debemos mirar para otro lado con lo que ocurre. Datos y hechos comprobados demuestran que no estamos mejorando la naturaleza de nuestro planeta con ciertas conductas masivas —en las que influye decisivamente el factor tecnológico—, sino más bien al contrario.
Podría describir otras pero hoy me centraré en algunas que, precisamente no se suelen mencionar aquí porque no es políticamente correcto hablar sin trabas de ello en un país como el nuestro. Hablo de ciertos tipos de turismo y ciertas formas de viajar, tanto locales como globales, que se están practicando a nivel mundial como una nueva religión planetaria contagiada que tiene en sus mecanismos y prácticas un substrato tecnológico evidente.
Estas formas de viajar son una práctica social de riesgo, por más que millones de ‘turistas/usuarios’ que la llevan a cabo, no sean conscientes de ello. Práctica social de riesgo para sí mismos porque su tiempo, atención y conducta online son modelados y monetizados por las plataformas globales para las que, con la conexión ubicua, la movilidad es un pretexto más, pero también problemáticas para quienes sufren a estas multitudes en constante movimiento por las ciudades y lugares más conocidos en el internet social, no importa lo lejanos que sean.
Para la conexión no hay distancia mientras haya cobertura. También, por su masificación depredadora, son prácticas de riesgo para el planeta y sus ecosistemas, cosa que afecta no solo a sus practicantes, sino a todos quienes compartimos esta esfera azul, que viaja alrededor del sol, sus naturalezas, lugares y su clima, que están deteriorándose crecientemente.
Viajes inducidos por el capturar selfies, etc.
Casi todo el mundo al que preguntas si le gusta viajar, te dice que prefiere mucho más ser viajero que turista. Pero, como en tantas cosas actualmente, con la interacción masiva mediada por las redes sociales globales —cuyo propósito es crear adicción digital y convertirla en dinero y en su propio beneficio económico—, en realidad, una buena mayoría de esos supuestos viajeros se comportan como turistas compulsivos al llegan a cualquier lugar famoso en la red, buscando obsesivamente la ‘experiencia’ del selfie y sus variantes, en lugar de disfrutar sosegadamente de la estancia, la belleza y el arte del lugar al que han llegado.
Casi siempre, aquellas conductas inducidas por la nueva tecnología podrían parecer que son algo nuevo. No hay tal novedad —salvo en sus usos tecnológicos—, porque sus actitudes y conducta, finalmente, son repeticiones de viejas costumbres propias de la condición humana. Lo muestra bien aquella antigua sentencia de Plinio el Joven, escritor romano del siglo I, que dice así: «Siempre estamos dispuestos a emprender un largo viaje a través de los mares con el fin de ver cosas a las que, cuando las tenemos ante nuestros ojos, no prestamos atención». Esta frase tiene 2000 años.
Como ejemplo actual de ese pensamiento solo hay que mirar la imagen de arriba, –una variante entre mil–, de una escena típica en Internet —eso sí es novedad—, y que te encuentras hoy cualquier día, al llegar ante la imponente Torre inclinada de Pisa, en Italia, uno de los hitos de la arquitectura del Renacimiento.
Los turistas de la imagen (estos no son viajeros), están más pendientes de cómo saldrán sus selfies en sus burbujas personales de Instagram, Facebook, Twitter, Tiktok, BeChat, etc., que del milagro arquitectónico que tienen delante y su historia, cuya presencia abandonaran de inmediato una vez haya hecho la foto o el vídeo con el móvil y la hayan subido a internet.
El efecto no solo es digital y virtual sino físico. La masificación alrededor del monumento es de tal dimensión que las autoridades han cerrado el acceso a la torre, que resistió más de un terremoto pero que no resistiría el acceso de los millones de turistas compulsivos que llegan al lugar cada año.
Igual que en Pisa, hay turistas pertrechados con móvil capaces de hacer tres o cuatro horas de cola, por ejemplo, en la puerta de la Galería de los Uffici en Florencia, para luego entrar y llegar a toda velocidad ante el Nacimiento de Venus obra de Sandro Botticelli y hacerse el selfie correspondiente —sin respeto alguno a quienes detrás intentan en reposo admirar y disfrutar la pintura—, y un minuto después, salir de inmediato del edificio sin prestar atención a la inmensa cantidad de sublimes obras de arte que acoge la citada Galería.
Incluso esos selfies se han convertido en moda y objeto comercial o cultural. Si esta conducta fuera de alguien en particular, quizá no importaría. El problema es que lo hacen al tiempo millones, en múltiples lugares cada día, tantos más cuanto más famoso sea el lugar.
Tras hacerse el selfie salen corriendo porque no disponen de más tiempo, ni atención cada día, porque les han sido ‘robados’, como dice Johann Hari, mediante sus smarthpones y la algorítmica que ha invadido a los viajes, con sus App, a las que regalan además, inocentemente, los datos y metadatos de su conducta online, gracias a los cuales les podrán bombardear con información basura y spam 24/7.
Phototurorial ha calculado que, en 2023, en conjunto, en el mundo los usuarios están tomando —y publicando—, con sus móviles 143.000 millones de fotos al mes; 32.900 millones cada semana; 4.700 millones de fotos al día. Es decir, 196 millones de fotos por hora, a razón de 54.000 fotos cada segundo. El uso de TikTok la App de redes sociales más de moda es la que tiene la mayor huella de carbono; más del doble que Instagram y cuatro veces más que X (antes Twitter). Cualquier usuario podría, si está interesado, conocer la huella de carbono diaria de su uso de redes sociales con el Social Carbon Footprint Calculator disponible online, pero no sé si querrán saberla. Lo dudo mucho.
La inmensa cantidad de este tipo de viajes, luego publicados y difundidos en redes, se hacen de principio a fin, con un smartphone en la mano o el bolsillo. Hay una razón para que esto sea masivo; la telefonía móvil es la primera tecnología de la historia con más de un 100% de penetración en las sociedades. Hay más líneas de telefonía móvil en uso que habitantes, en la mayoría de países del mundo. Y como en el ejemplo de la foto de arriba, su masiva publicación en redes sociales tiene un efecto multiplicador sobre el mundo físico.
No todos los casos serán del tipo de viajes citados, pero sí una gran cantidad, ya que se está generalizando la saturación masiva de visitantes en los lugares célebres —tanto más cuanto más popular sea el lugar en las redes sociales—. Este turismo masivo se ha convertido —aunque esto no es políticamente correcto decirlo en España—, por sus emisiones y su masificación, en uno de los sectores más depredadores del medio ambiente mundial.
Muchas de las ciudades más famosas del mundo están empezando morir de éxito por su fama, lo que les está llevando a proteger sus sitios más conocidos en el mundo de las insufribles multitudes que saturan, teléfono en mano, los espacios del entorno a los sitios más famosos que siempre están a rebosar. Los movimientos ciudadanos en contra estas formas de turismo global en las ciudades crecen cada vez más.
‘Overturism’ marítimo
El paradigma del turismo masivo es cuantitativo-económico, y no cualitativo —solo se cuentan los millones de turistas, o de viajeros—, sin la menor distinción, salvo las estadísticas de la media del gasto por turista. La industria turística, da por bueno este paradigma cuantitativo-económico y, en sus mensajes, no hace distinción ni diferencia entre los turistas compulsivos en busca del selfie, el micro-video tipo TikTok y el meme, y los viajeros respetuosos con el lugar y los habitantes autóctonos del sitio que visitan.
Pregunten a los barceloneses que viven cerca de la Sagrada Familia u otros edificios de Gaudí. Quizá sea tarde para promover un turismo guiado por cultura y sentido común, y hacer en él lo que tenga sentido y dejar de hacer no lo que no lo tenga. Pero eso requiere reflexión, algo para lo que nadie tiene tiempo.
Hay otro aspecto disfuncional de esta saturación de base tecnológica, que ha puesto en guardia a las autoridades municipales de una serie de ciudades que ya prohíben entrar en sus puertos a los gigantescos navíos de los cruceros. Ciudades como Venecia, o Ámsterdam, que han prohibido los cruceros para combatir la contaminación y ‘Overturism’. Y lo mismo han hecho ya Santorini y Dubrovnik, superadas por el turismo masivo —en gran parte inducido por las redes sociales—.
En el caso de Venecia, los daños causados a la laguna llevaron a la UNESCO a amenazar a la ciudad con incluirla en su lista de ciudades monumentales en peligro si no se prohibía permanentemente el atraque de estos monstruosos barcos a los que finalmente ya niegan la entrada. Mallorca los ha limitado a tres diarios, tal era la demanda.
El cambio climático está a punto de cambiar el turismo aéreo
Gracias a los vuelos baratos en 2019, sólo en Europa, se desplazaron 1.500 millones de viajeros en vuelos internacionales, y se registraron, además, 585 millones de llegadas de turistas internacionales. Eso da idea del crecimiento exponencial de este tipo de turismo en Europa, al que el Greek City Times también llama ‘Overturism’, y Euronews llama ‘turismo excesivo’. En Europa, el transporte representa el 28,5% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de la UE.
Aunque aviación y transporte marítimo representan solo el 4%, que en porcentaje puede parecer pequeño, en realidad la cantidad neta es una magnitud enorme, pero han sido esta parte de emisiones que contribuyen al cambio climático las que más rápido han crecido. Aparte de que, en dichas cifras, no se habla de los residuos generados por los viajes masivos cuya magnitud es gigantesca, y que deberán ser reciclados in situ.
Según un informe de la prestigiosa consultora global McKinsey, tras sobrevivir a la pandemia del virus Covid-19, el sector de la aviación (eso incluye los viajes turísticos en avión), está a punto de plantearse cargar a sus pasajeros la factura multimillonaria de su próxima amenaza existencial: la descarbonización. ‘Limpiar’ los vuelos de esas emisiones con la tecnología actual, es una misión muy improbable de conseguir.
Neutralizar las emisiones de carbono de los 25.000 aviones en movimiento de la flota comercial mundial, que transportan a unos 4.000 millones de personas al año y queman cerca de 380.000 millones de litros de queroseno para reactores, anualmente, es tarea casi imposible si no se cambia el sistema de arriba abajo.
El planeta y su medio ambiente no van a resistir mucho tiempo este funcionamiento. Hay un acelerado notable de los cambios en el clima. Y negarlo o ignorarlo no es solución. Por eso ya se están estudiando planes en el sector de la aviación mundial para repercutir el coste de la descarbonización en los pasajeros, lo cual podrían añadir cientos de dólares o euros al precio de la mayoría de vuelos.
Bloomberg informa, en relación al informe, que McKinsey ha calculado que, para cumplir el objetivo de la aviación de alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, –como se exige a otras industrias y sectores–, podrían necesitarse unos 5.000 millones de euros, algo más en dólares, en inversiones de capital, casi todos destinados a producción de combustibles limpios y generación de energía renovable. Es una cantidad de dinero tan grande que podría acabar con los ingresos mundiales de las aerolíneas durante casí una década.
Con el imperativo reloj en marcha, los líderes del sector empiezan, por fin, a expresar su propia ‘verdad incómoda’. Dicen ahora que está claro para ellos que el coste de su ‘descarbonización’ (abandonar los combustibles fósiles), finalmente, recaerá sobre los pasajeros. Así que los vuelos baratos turísticos que hemos conocido también pueden tener ante sí su propio peligro existencial. Veremos qué pasa con la maquinaria mundial de las empresas de redes sociales que actúa de inductora de millones de muchos de ellos y que, a su vez, ella también, produce enormes emisiones. Por cierto, ¿cómo será la descarbonización de las plataformas de redes sociales cuya informática es manifiestamente insostenibleen relación al cambio climático?
Flight-shaming: Vergüenza de volar
Durante siete décadas de expansión casi ilimitada, el sector de la aviación mundial no tuvo que prestar mucha atención a las emisiones, o miró a otro lado. Los pavorosos incendios en Canadá, en Europa y por todo el Mediterráneo; hace poco en Tenerife, y recientemente en Hawaii _que el New York Times ha calificado ya de algo ‘inevitable’—; y ahora también en Grecia, hacen cada vez más difícil ese mirar a otro lado. Según Euronews, los 1.100 incendios estivales (cifra calculada por SIGEA), el 2023 en Europa ya han sido arrasadas zonas boscosas capaces de absorber 2,3 millones de toneladas de dióxido de carbono al año.
Pero los pasajeros aéreos acostumbrados a una conectividad cada vez mayor, una competencia creciente y a billetes baratos, actúan como si nada de esto no ocurriera. Tenemos un ejemplo de ahora mismo. Al poco de arrasar el fuego la capital de Hawaii al pasado 8 de agosto, hubo turistas que extendieron enseguida sus hamacas en la misma playa junto a la ciudad quemada.
En el incendio de Hawaii que redujo a cenizas la mayor parte de Lahaina, la capital de la isla mayor, emergió ese tipo de turista del que hablamos, que no sienten respeto por lo que les rodea. Las autoridades instaron a los extranjeros a abandonar la isla. Pero hubo turistas que hicieron caso omiso y, al lado mismo de un dantesco escenario de la ciudad recién destruida por el fuego, continuaron con sus excursiones en lancha con selfies incluidos, dos días después de la catástrofe del incendio, como si nada ocurriese.
«Todo son mariposas y arco iris cuando se trata de la industria del turismo —dijo a la BBC un nativo de Maui de 21 años empleado de un hotel que pidió mantener su anonimato—, pero lo que hay realmente debajo da un poco de miedo». Esto lo posibilitan esas formas de turismo global que mencionaba antes.
Pero el cambio es inexorable. De repente, las empresas de transporte aéreo se están viendo en apuros medioambientales, con los gobiernos, incluido el europeo, fijando plazos y los activistas pegándose a las pistas para llamar la atención sobre el calentamiento global. Si bien Greta Thunberg introdujo el flight-shaming (vergüenza de volar) en la opinión pública antes de la pandemia, las temperaturas récord del anterior y este verano en medio mundo no han hecho sino reforzar el argumento de los defensores del clima.
La costosa transición de la aviación hacia combustibles limpios o menos contaminantes, puede dar al traste con la llamada ‘democratización’ (eufemismo interesado de masificación) del transporte aéreo y provocar un aumento general de tarifas y una probable reducción de rutas de las compañías aéreas. Francia ya ha prohibido en mayo los vuelos internos cortos para combatir el cambio climático.
Podré ahora otro ejemplo en relación a la tecnología y a esta cultura esquizofrénica de los viajes porque siguen sumándose nuevos invitados tecnológicos oportunistas al pastel del dinero mundial del turismo, en su faceta ‘estúpida’. Ahora le llega el hype de la Inteligencia Artificial Generativa.
La IA, nueva frontera para los estafadores de viajes
Hace ya tiempo, conversé largamente sobre nuevas economías con el gran John Perry Barlow, uno de los padres fundadores del comercio electrónico, autor de la Declaración de Independencia del Ciberespacio. En una parte del diálogo, intentábamos reflexionar sobre si internet y sus tecnologías subyacentes eran una esperanza para el mundo en general y para África en particular.
Le pregunté sobre ello y su respuesta fue sorprendente. John me contestó: «Paso mucho tiempo en África. Es raro encontrar un lugar en África donde no haya un cibercafé. Y los lentos principios para el desarrollo de una nueva economía ya están teniendo lugar muy rápido, en África. Comenzando por la criminalidad, ¡que es la forma más frecuente en que las nuevas economías –basadas en tecnología–, comienzan habitualmente!».
A pesar de que la conversación es de hace tiempo se puede aplicar hoy perfectamente, con uno de los temas de moda: la Inteligencia Artificial Generativa, con las que en este momento están surgiendo nuevas economías delictivas, tal como lo vislumbró el visionario Barlow. Veamos un ejemplo contundente…
A principios de este mismo mes el diario The New York Times, publicó un informe fruto de su investigación periodística sobre la extraña proliferación de guías turísticas de viajes de infame calidad y con reseñas engañosas, que mucha gente compra, sin mirar demasiado, ni comparar, en Amazon.
Según el informe, sus autores dicen ser reputados escritores de viajes. Pero, ¿existen? ¿O son invenciones de la inteligencia artificial?, se pregunta el diario neoyorkino. Y cuando uno lee en detalle la información, literalmente, no sale de su asombro. Dice el Times: «esta guías con forma de libros son resultado de una mezcla de herramientas modernas: aplicaciones de inteligencia artificial que pueden generar texto y retratos falsos; …sitios web con una gama aparentemente interminable de fotos y gráficos de archivo; plataformas de auto-publicación, como Kindle Direct Publishing de Amazon, con pocas barreras contra el uso y abuso de la inteligencia artificial; y la capacidad de solicitar, comprar y publicar reseñas falsas online que, supuestamente, van contra las políticas de Amazon, que pronto podría enfrentarse a más dura regulación por la Comisión Federal de Comercio de EE.UU».
El numeroso uso de estas herramientas ha hecho que estos libros copen los primeros puestos de los resultados de búsqueda en Amazon y, en ocasiones, obtengan avales de Amazon como el de la Guía de viajes nº 1 sobre Alaska. Una búsqueda reciente en Amazon de: Guía de viajes de París 2023, por ejemplo, arrojaba docenas de guías con ese mismo título.
En una, su autor, que figura como un tal Stuart Hartley, presume, sin mucha gramática, de ofrecer «Todo lo que necesitas saber antes de planear un viaje a París». Dicho libro-guía –asegura Times– «no contiene más información sobre autor o editor. Tampoco contiene fotografías ni mapas. En los últimos meses han aparecido en Amazon más de diez guías atribuidas a un tal Stuart Hartley con el mismo diseño y un lenguaje promocional similar». Un timo, seguro.
El New York Times que acostumbra a hacer investigaciones periodísticas serias, profundizó en este nuevo negocio de Amazon —y no sabemos de quién más—, y también encontró libros similares sobre un gran abanico de temas, incluyendo de cocina, programación, jardinería, negocios, artesanía, medicina, religión y matemáticas, así como libros de autoayuda y novelas, entre muchas otras categorías. Como es preceptivo en el buen periodismo, sus reporteros preguntaron sobre ello a Amazon, pero el gigante de las ventas por internet declinó responder.
Parece increíble que la gente compre masivamente estas guías de viaje basura, pero el diario se interesó precisamente en ellas por su éxito de ventas y porque hay mucho fraude emergente en los nuevos tipos de negocio que tienen como base los modelos lingüísticos tipo Chat-GPT y similares. Usando la terminología de Barlow, esta es una nueva forma de criminalidad basada en la Inteligencia Artificial Generativa tipo Chat GPT. El New York Times deja a un lado los eufemismos y llama a quienes venden estos productos, resultantes de ciertos usos de la IA generativa, los nuevos ‘estafadores de viajes’.
La conclusión breve es que la industria y el sector turístico han de cambiar drásticamente sus prácticas. De arriba abajo. Tal como vamos no debe seguir con tanta irracionalidad y tanto sin sentido. El planeta ya no lo resiste. Así que la cultura sobre el turismo y los viajes no solo ha de cambiar en relación a tener en cuenta los efectos del cambio climático, sino también teniendo en consideración productos y servicios fraudulentos como los de los nuevos ‘estafadores de viajes’, realizados mediante ‘loros estocásticos’ de la Inteligencia Artificial Generativa tipo Chat GPT.
Volviendo a mi frase del principio del artículo. Reitero que lo probable es que antes que tarde, pronto estaremos diciendo con mucha razón que viajar ya no es lo que era. Los viajes y el turismo muy probablemente van a cambiar radicalmente en relación a cómo los hemos conocido por el agravamiento del cambio climático. Pero el negocio del turismo mueve tanto dinero a nivel mundial que, mientras tanto, oportunistas, timadores y desalmados ya están aprovechando sus nuevas oportunidades para el delito, en su mayor parte de base tecnológica. Del negocio opaco con el comercio de los datos y metadatos de las muchedumbres de viajeros compulsivos, hablaremos otro día. Hoy lo dejo aquí.
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