A todos nos gusta viajar, todos somos locales y turistas a un tiempo. Pero reconocer sus aspectos negativos no implica olvidar los malos. Pero las nuevas tecnologías, y también la Inteligencia Artificial, están influyendo tanto en nuestros hábitos que cabe preguntarse si el modelo al que vamos abocados es sostenible.

San­tia­go de Com­pos­te­la, satu­ra­do por la pre­sen­cia de turis­tas vin­cu­la­dos al Camino.

@adolfoplasencia, 29 agos­to 2023.- Hay una fra­se que Eins­tein pro­nun­ció en 1917, total­men­te vigen­te: «La inte­li­gen­cia tie­ne sus lími­tes, la estu­pi­dez, no». Si pen­sa­mos en ello en rela­ción al turis­mo, es pro­ba­ble que pron­to poda­mos decir con razón que via­jar ya no va a ser lo que era y, a con­ti­nua­ción, expli­ca­ré por qué lo digo.

No pre­ten­do ser apo­ca­líp­ti­co, dis­tó­pi­co, o catas­tro­fis­ta. Ni, des­de lue­go, ludi­ta —en con­tra de la tec­no­lo­gía que, sabe­mos que es mara­vi­llo­sa en sus bue­nos usos—, sino que quie­ro seña­lar, pre­ci­sa­men­te, cier­tos malos y/o nefas­tos usos masi­vos de ella que están sien­do indu­ci­dos con éxi­to en millo­nes de usua­rios por cier­tas big tech y pla­ta­for­mas glo­ba­les, sin que les afec­te nin­gu­na res­pon­sa­bi­li­dad legal por los daños que pro­vo­can en las vidas y las men­tes de las per­so­nas, o en el medio ambien­te

Inten­ta­ré hacer, con mucha modes­tia, una cier­ta peda­go­gía y con­tar la reali­dad por­que creo que no debe­mos mirar para otro lado con lo que ocu­rre. Datos y hechos com­pro­ba­dos demues­tran que no esta­mos mejo­ran­do la natu­ra­le­za de nues­tro pla­ne­ta con cier­tas con­duc­tas masi­vas —en las que influ­ye deci­si­va­men­te el fac­tor tec­no­ló­gi­co—, sino más bien al con­tra­rio.

Podría des­cri­bir otras pero hoy me cen­tra­ré en algu­nas que, pre­ci­sa­men­te no se sue­len men­cio­nar aquí por­que no es polí­ti­ca­men­te correc­to hablar sin tra­bas de ello en un país como el nues­tro. Hablo de cier­tos tipos de turis­mo y cier­tas for­mas de via­jar, tan­to loca­les como glo­ba­les, que se están prac­ti­can­do a nivel mun­dial como una nue­va reli­gión pla­ne­ta­ria con­ta­gia­da que tie­ne en sus meca­nis­mos y prác­ti­cas un subs­tra­to tec­no­ló­gi­co evi­den­te. 

Estas for­mas de via­jar son una prác­ti­ca social de ries­go, por más que millo­nes de ‘turistas/usuarios’ que la lle­van a cabo, no sean cons­cien­tes de ello. Prác­ti­ca social de ries­go para sí mis­mos por­que su tiem­po, aten­ción y con­duc­ta onli­ne son mode­la­dos y mone­ti­za­dos por las pla­ta­for­mas glo­ba­les para las que, con la cone­xión ubi­cua, la movi­li­dad es un pre­tex­to máspero tam­bién pro­ble­má­ti­cas para quie­nes sufren a estas mul­ti­tu­des en cons­tan­te movi­mien­to por las ciu­da­des y luga­res más cono­ci­dos en el inter­net social, no impor­ta lo leja­nos que sean.

Para la cone­xión no hay dis­tan­cia mien­tras haya cober­tu­ra. Tam­bién, por su masi­fi­ca­ción depre­da­do­ra, son prác­ti­cas de ries­go para el pla­ne­ta y sus eco­sis­te­mas, cosa que afec­ta no solo a sus prac­ti­can­tes, sino a todos quie­nes com­par­ti­mos esta esfe­ra azul, que via­ja alre­de­dor del sol, sus natu­ra­le­zas, luga­res y su cli­ma, que están dete­rio­rán­do­se cre­cien­te­men­te.

Viajes inducidos por el capturar selfies, etc. 

Casi todo el mun­do al que pre­gun­tas si le gus­ta via­jar, te dice que pre­fie­re mucho más ser via­je­ro que turis­ta. Pero, como en tan­tas cosas actual­men­te, con la inter­ac­ción masi­va media­da por las redes socia­les glo­ba­les —cuyo pro­pó­si­to es crear adic­ción digi­tal y con­ver­tir­la en dine­ro y en su pro­pio bene­fi­cio eco­nó­mi­co—, en reali­dad, una bue­na mayo­ría de esos supues­tos via­je­ros se com­por­tan como turis­tas com­pul­si­vos al lle­gan a cual­quier lugar famo­so en la red, bus­can­do obse­si­va­men­te la ‘expe­rien­cia’ del sel­fie y sus varian­tes, en lugar de dis­fru­tar sose­ga­da­men­te de la estan­cia, la belle­za y el arte del lugar al que han lle­ga­do. 

Casi siem­pre, aque­llas con­duc­tas indu­ci­das por la nue­va tec­no­lo­gía podrían pare­cer que son algo nue­vo. No hay tal nove­dad —sal­vo en sus usos tec­no­ló­gi­cos—, por­que sus acti­tu­des y con­duc­ta, final­men­te, son repe­ti­cio­nes de vie­jas cos­tum­bres pro­pias de la con­di­ción huma­na. Lo mues­tra bien aque­lla anti­gua sen­ten­cia de Pli­nio el Joven, escri­tor romano del siglo I, que dice así: «Siem­pre esta­mos dis­pues­tos a empren­der un lar­go via­je a tra­vés de los mares con el fin de ver cosas a las que, cuan­do las tene­mos ante nues­tros ojos, no pres­ta­mos aten­ción». Esta fra­se tie­ne 2000 años.

Turis­tas idio­ti­za­dos toman­do fotos y sel­fies para sus redes socia­les ante la Torre de Pisa, en Ita­lia.

Como ejem­plo actual de ese pen­sa­mien­to solo hay que mirar la ima­gen de arri­ba, –una varian­te entre mil–, de una esce­na típi­ca en Inter­net —eso sí es nove­dad—, y que te encuen­tras hoy cual­quier día, al lle­gar ante la impo­nen­te Torre incli­na­da de Pisa, en Ita­lia, uno de los hitos de la arqui­tec­tu­ra del Rena­ci­mien­to.

Los turis­tas de la ima­gen (estos no son via­je­ros), están más pen­dien­tes de cómo sal­drán sus sel­fies en sus bur­bu­jas per­so­na­les de Ins­ta­gram, Face­book, Twit­ter, Tik­tok, BeChat, etc., que del mila­gro arqui­tec­tó­ni­co que tie­nen delan­te y su his­to­ria, cuya pre­sen­cia aban­do­na­ran de inme­dia­to una vez haya hecho la foto o el vídeo con el móvil y la hayan subi­do a inter­net.

El efec­to no solo es digi­tal y vir­tual sino físi­co. La masi­fi­ca­ción alre­de­dor del monu­men­to es de tal dimen­sión que las auto­ri­da­des han cerra­do el acce­so a la torre, que resis­tió más de un terre­mo­to pero que no resis­ti­ría el acce­so de los millo­nes de turis­tas com­pul­si­vos que lle­gan al lugar cada año.

Igual que en Pisa, hay turis­tas per­tre­cha­dos con móvil capa­ces de hacer tres o cua­tro horas de cola, por ejem­plo, en la puer­ta de la Gale­ría de los Uffi­ci en Flo­ren­cia, para lue­go entrar y lle­gar a toda velo­ci­dad ante el Naci­mien­to de Venus obra de San­dro Bot­ti­ce­lli hacer­se el sel­fie corres­pon­dien­te —sin res­pe­to alguno a quie­nes detrás inten­tan en repo­so admi­rar y dis­fru­tar la pin­tu­ra—, y un minu­to des­pués, salir de inme­dia­to del edi­fi­cio sin pres­tar aten­ción a la inmen­sa can­ti­dad de subli­mes obras de arte que aco­ge la cita­da Gale­ría.

Inclu­so esos sel­fies se han con­ver­ti­do en moda y obje­to comer­cial o cul­tu­ral. Si esta con­duc­ta fue­ra de alguien en par­ti­cu­lar, qui­zá no impor­ta­ría. El pro­ble­ma es que lo hacen al tiem­po millo­nes, en múl­ti­ples luga­res cada día, tan­tos más cuan­to más famo­so sea el lugar. 

Tras hacer­se el sel­fie salen corrien­do por­que no dis­po­nen de más tiem­po, ni aten­ción cada día, por­que les han sido ‘roba­dos’, como dice Johann Hari, median­te sus smarth­po­nes y la algo­rít­mi­ca que ha inva­di­do a los via­jes, con sus App, a las que rega­lan ade­más, ino­cen­te­men­te, los datos y meta­da­tos de su con­duc­ta onli­ne, gra­cias a los cua­les les podrán bom­bar­dear con infor­ma­ción basu­ra y spam 24/7. 

Pho­to­tu­ro­rial ha cal­cu­la­do que, en 2023, en con­jun­to, en el mun­do los usua­rios están toman­do —y publi­can­do—, con sus móvi­les 143.000 millo­nes de fotos al mes; 32.900 millo­nes cada sema­na; 4.700 millo­nes de fotos al día. Es decir, 196 millo­nes de fotos por hora, a razón de 54.000 fotos cada segun­do. El uso de Tik­Tok la App de redes socia­les más de moda es la que tie­ne la mayor hue­lla de car­bono; más del doble que Ins­ta­gram y cua­tro veces más que X (antes Twit­ter). Cual­quier usua­rio podría, si está intere­sa­do, cono­cer la hue­lla de car­bono dia­ria de su uso de redes socia­les con el Social Car­bon Foot­print Cal­cu­la­tor dis­po­ni­ble onli­ne, pero no sé si que­rrán saber­la. Lo dudo mucho.

La inmen­sa can­ti­dad de este tipo de via­jes, lue­go publi­ca­dos y difun­di­dos en redes, se hacen de prin­ci­pio a fin, con un smartpho­ne en la mano o el bol­si­llo. Hay una razón para que esto sea masi­vo; la tele­fo­nía móvil es la pri­me­ra tec­no­lo­gía de la his­to­ria con más de un 100% de pene­tra­ción en las socie­da­des. Hay más líneas de tele­fo­nía móvil en uso que habi­tan­tes, en la mayo­ría de paí­ses del mun­do. Y como en el ejem­plo de la foto de arri­ba, su masi­va publi­ca­ción en redes socia­les tie­ne un efec­to mul­ti­pli­ca­dor sobre el mun­do físi­co.   

No todos los casos serán del tipo de via­jes cita­dos, pero sí una gran can­ti­dad, ya que se está gene­ra­li­zan­do la satu­ra­ción masi­va de visi­tan­tes en los luga­res céle­bres —tan­to más cuan­to más popu­lar sea el lugar en las redes socia­les—. Este turis­mo masi­vo se ha con­ver­ti­do —aun­que esto no es polí­ti­ca­men­te correc­to decir­lo en Espa­ña—, por sus emi­sio­nes y su masi­fi­ca­ción, en uno de los sec­to­res más depre­da­do­res del medio ambien­te mun­dial.

Muchas de las ciu­da­des más famo­sas del mun­do están empe­zan­do morir de éxi­to por su fama, lo que les está lle­van­do a pro­te­ger sus sitios más cono­ci­dos en el mun­do de las insu­fri­bles mul­ti­tu­des que satu­ran, telé­fono en mano, los espa­cios del entorno a los sitios más famo­sos que siem­pre están a rebo­sar. Los movi­mien­tos ciu­da­da­nos en con­tra estas for­mas de turis­mo glo­bal en las ciu­da­des cre­cen cada vez más. 

Los mons­truo­sos y gigan­tes­cos navíos de cru­ce­ro ya no pue­den pene­trar en Vene­cia.

‘Overturism’ marítimo

El para­dig­ma del turis­mo masi­vo es cua­n­­ti­­ta­­ti­­vo-eco­­nó­­mi­­co, y no cua­li­ta­ti­vo —solo se cuen­tan los millo­nes de turis­tas, o de via­je­ros—, sin la menor dis­tin­ción, sal­vo las esta­dís­ti­cas de la media del gas­to por turis­ta. La indus­tria turís­ti­ca, da por bueno este para­dig­ma cua­n­­ti­­ta­­ti­­vo-eco­­nó­­mi­­co y, en sus men­sa­jes, no hace dis­tin­ción ni dife­ren­cia entre los turis­tas com­pul­si­vos en bus­ca del sel­fie, el micro-video tipo Tik­Tok y el meme, y los via­je­ros res­pe­tuo­sos con el lugar y los habi­tan­tes autóc­to­nos del sitio que visi­tan.

Pre­gun­ten a los bar­ce­lo­ne­ses que viven cer­ca de la Sagra­da Fami­lia u otros edi­fi­cios de Gau­dí. Qui­zá sea tar­de para pro­mo­ver un turis­mo guia­do por cul­tu­ra y sen­ti­do común, y hacer en él lo que ten­ga sen­ti­do y dejar de hacer no lo que no lo ten­ga. Pero eso requie­re refle­xión, algo para lo que nadie tie­ne tiem­po.

Hay otro aspec­to dis­fun­cio­nal de esta satu­ra­ción de base tec­no­ló­gi­ca, que ha pues­to en guar­dia a las auto­ri­da­des muni­ci­pa­les de una serie de ciu­da­des que ya prohí­ben entrar en sus puer­tos a los gigan­tes­cos navíos de los cru­ce­ros. Ciu­da­des como Vene­cia, o Áms­ter­dam, que han prohi­bi­do los cru­ce­ros para com­ba­tir la con­ta­mi­na­ción y ‘Over­tu­rism’. Y lo mis­mo han hecho ya San­to­ri­ni y Dubrov­nik, supe­ra­das por el turis­mo masi­vo —en gran par­te indu­ci­do por las redes socia­les—.

En el caso de Vene­cia, los daños cau­sa­dos a la lagu­na lle­va­ron a la UNESCO a ame­na­zar a la ciu­dad con incluir­la en su lis­ta de ciu­da­des monu­men­ta­les en peli­gro si no se prohi­bía per­ma­nen­te­men­te el atra­que de estos mons­truo­sos bar­cos a los que final­men­te ya nie­gan la entra­da. Mallor­ca los ha limi­ta­do a tres dia­rios, tal era la deman­da.

El cambio climático está a punto de cambiar el turismo aéreo

Gra­cias a los vue­los bara­tos en 2019, sólo en Euro­pa, se des­pla­za­ron 1.500 millo­nes de via­je­ros en vue­los inter­na­cio­na­les, y se regis­tra­ron, ade­más, 585 millo­nes de lle­ga­das de turis­tas inter­na­cio­na­les. Eso da idea del cre­ci­mien­to expo­nen­cial de este tipo de turis­mo en Euro­pa, al que el Greek City Times tam­bién lla­ma ‘Over­tu­rism’, y Euro­news lla­ma ‘turis­mo exce­si­vo’. En Euro­pa, el trans­por­te repre­sen­ta el 28,5% de las emi­sio­nes tota­les de gases de efec­to inver­na­de­ro de la UE.

Aun­que avia­ción y trans­por­te marí­ti­mo repre­sen­tan solo el 4%, que en por­cen­ta­je pue­de pare­cer peque­ño, en reali­dad la can­ti­dad neta es una mag­ni­tud enor­me, pero han sido esta par­te de emi­sio­nes que con­tri­bu­yen al cam­bio cli­má­ti­co las que más rápi­do han cre­ci­do. Apar­te de que, en dichas cifras, no se habla de los resi­duos gene­ra­dos por los via­jes masi­vos cuya mag­ni­tud es gigan­tes­ca, y que debe­rán ser reci­cla­dos in situ.

Según un infor­me de la pres­ti­gio­sa con­sul­to­ra glo­bal McKin­sey, tras sobre­vi­vir a la pan­de­mia del virus Covid-19, el sec­tor de la avia­ción (eso inclu­ye los via­jes turís­ti­cos en avión), está a pun­to de plan­tear­se car­gar a sus pasa­je­ros la fac­tu­ra mul­ti­mi­llo­na­ria de su pró­xi­ma ame­na­za exis­ten­cial: la des­car­bo­ni­za­ción. ‘Lim­piar’ los vue­los de esas emi­sio­nes con la tec­no­lo­gía actual, es una misión muy impro­ba­ble de con­se­guir.

Neu­tra­li­zar las emi­sio­nes de car­bono de los 25.000 avio­nes en movi­mien­to de la flo­ta comer­cial mun­dial, que trans­por­tan a unos 4.000 millo­nes de per­so­nas al año y que­man cer­ca de 380.000 millo­nes de litros de que­ro­seno para reac­to­res, anual­men­te, es tarea casi impo­si­ble si no se cam­bia el sis­te­ma de arri­ba aba­jo.

El pla­ne­ta y su medio ambien­te no van a resis­tir mucho tiem­po este fun­cio­na­mien­to. Hay un ace­le­ra­do nota­ble de los cam­bios en el cli­ma. Y negar­lo o igno­rar­lo no es solu­ción. Por eso ya se están estu­dian­do pla­nes en el sec­tor de la avia­ción mun­dial para reper­cu­tir el cos­te de la des­car­bo­ni­za­ción en los pasa­je­ros, lo cual podrían aña­dir cien­tos de dóla­res o euros al pre­cio de la mayo­ría de vue­los.

Bloom­berg infor­ma, en rela­ción al infor­me, que McKin­sey ha cal­cu­la­do que, para cum­plir el obje­ti­vo de la avia­ción de alcan­zar la neu­tra­li­dad de car­bono en 2050, –como se exi­ge a otras indus­trias y sec­to­res–, podrían nece­si­tar­se unos 5.000 millo­nes de euros, algo más en dóla­res, en inver­sio­nes de capi­tal, casi todos des­ti­na­dos a pro­duc­ción de com­bus­ti­bles lim­pios y gene­ra­ción de ener­gía reno­va­ble. Es una can­ti­dad de dine­ro tan gran­de que podría aca­bar con los ingre­sos mun­dia­les de las aero­lí­neas duran­te casí una déca­da. 

Con el impe­ra­ti­vo reloj en mar­cha, los líde­res del sec­tor empie­zan, por fin, a expre­sar su pro­pia ‘ver­dad incó­mo­da’. Dicen aho­ra que está cla­ro para ellos que el cos­te de su ‘des­car­bo­ni­za­ción’ (aban­do­nar los com­bus­ti­bles fósi­les), final­men­te, recae­rá sobre los pasa­je­ros. Así que los vue­los bara­tos turís­ti­cos que hemos cono­ci­do tam­bién pue­den tener ante sí su pro­pio peli­gro exis­ten­cial. Vere­mos qué pasa con la maqui­na­ria mun­dial de las empre­sas de redes socia­les que actúa de induc­to­ra de millo­nes de muchos de ellos y que, a su vez, ella tam­bién, pro­du­ce enor­mes emi­sio­nes. Por cier­to, ¿cómo será la des­car­bo­ni­za­ción de las pla­ta­for­mas de redes socia­les cuya infor­má­ti­ca es mani­fies­ta­men­te insos­te­ni­bleen rela­ción al cam­bio cli­má­ti­co?

La con­ta­mi­na­ción cli­má­ti­ca de los 25.000 avio­nes en vue­lo cada día ya no es sos­te­ni­ble (WIKIPEDIA COMMONS)

Flight-shaming: Vergüenza de volar

Duran­te sie­te déca­das de expan­sión casi ili­mi­ta­da, el sec­tor de la avia­ción mun­dial no tuvo que pres­tar mucha aten­ción a las emi­sio­nes, o miró a otro lado. Los pavo­ro­sos incen­dios en Cana­dá, en Euro­pa y por todo el Medi­te­rrá­neo; hace poco en Tene­ri­fe, y recien­te­men­te en Hawaii _que el New York Times ha cali­fi­ca­do ya de algo ‘inevi­ta­ble’—; y aho­ra tam­bién en Gre­cia, hacen cada vez más difí­cil ese mirar a otro lado. Según Euro­news,  los 1.100 incen­dios esti­va­les (cifra cal­cu­la­da por SIGEA), el 2023 en Euro­pa ya han sido arra­sa­das zonas bos­co­sas capa­ces de absor­ber 2,3 millo­nes de tone­la­das de dió­xi­do de car­bono al año.

Pero los pasa­je­ros aéreos acos­tum­bra­dos a una conec­ti­vi­dad cada vez mayor, una com­pe­ten­cia cre­cien­te y a bille­tes bara­tos, actúan como si nada de esto no ocu­rrie­ra. Tene­mos un ejem­plo de aho­ra mis­mo. Al poco de arra­sar el fue­go la capi­tal de Hawaii al pasa­do 8 de agos­to, hubo turis­tas que exten­die­ron ense­gui­da sus hama­cas en la mis­ma pla­ya jun­to a la ciu­dad que­ma­da.

En el incen­dio de Hawaii que redu­jo a ceni­zas la mayor par­te de Lahai­na, la capi­tal de la isla mayor, emer­gió ese tipo de turis­ta del que habla­mos, que no sien­ten res­pe­to por lo que les rodea. Las auto­ri­da­des ins­ta­ron a los extran­je­ros a aban­do­nar la isla. Pero hubo turis­tas que hicie­ron caso omi­so y, al lado mis­mo de un dan­tes­co esce­na­rio de la ciu­dad recién des­trui­da por el fue­go, con­ti­nua­ron con sus excur­sio­nes en lan­cha con sel­fies inclui­dos, dos días des­pués de la catás­tro­fe del incen­dio, como si nada ocu­rrie­se.

«Todo son mari­po­sas y arco iris cuan­do se tra­ta de la indus­tria del turis­mo —dijo a la BBC un nati­vo de Maui de 21 años emplea­do de un hotel que pidió man­te­ner su ano­ni­ma­to—, pero lo que hay real­men­te deba­jo da un poco de mie­do». Esto lo posi­bi­li­tan esas for­mas de turis­mo glo­bal que men­cio­na­ba antes.

Pero el cam­bio es inexo­ra­ble. De repen­te, las empre­sas de trans­por­te aéreo se están vien­do en apu­ros medioam­bien­ta­les, con los gobier­nos, inclui­do el euro­peo, fijan­do pla­zos y los acti­vis­tas pegán­do­se a las pis­tas para lla­mar la aten­ción sobre el calen­ta­mien­to glo­bal. Si bien Gre­ta Thun­berg intro­du­jo el flight-sha­­ming (ver­güen­za de volar) en la opi­nión públi­ca antes de la pan­de­mia, las tem­pe­ra­tu­ras récord del ante­rior y este verano en medio mun­do no han hecho sino refor­zar el argu­men­to de los defen­so­res del cli­ma.

La cos­to­sa tran­si­ción de la avia­ción hacia com­bus­ti­bles lim­pios o menos con­ta­mi­nan­tes, pue­de dar al tras­te con la lla­ma­da ‘demo­cra­ti­za­ción’ (eufe­mis­mo intere­sa­do de masi­fi­ca­ción) del trans­por­te aéreo y pro­vo­car un aumen­to gene­ral de tari­fas y una pro­ba­ble reduc­ción de rutas de las com­pa­ñías aéreas. Fran­cia ya ha prohi­bi­do en mayo los vue­los inter­nos cor­tos para com­ba­tir el cam­bio cli­má­ti­co. 

Podré aho­ra otro ejem­plo en rela­ción a la tec­no­lo­gía y a esta cul­tu­ra esqui­zo­fré­ni­ca de los via­jes por­que siguen sumán­do­se nue­vos invi­ta­dos tec­no­ló­gi­cos opor­tu­nis­tas al pas­tel del dine­ro mun­dial del turis­mo, en su face­ta ‘estú­pi­da’. Aho­ra le lle­ga el hype de la Inte­li­gen­cia Arti­fi­cial Gene­ra­ti­va.

La IA, nueva frontera para los estafadores de viajes

Hace ya tiem­po, con­ver­sé lar­ga­men­te sobre nue­vas eco­no­mías con el gran John Perry Bar­low, uno de los padres fun­da­do­res del comer­cio elec­tró­ni­co, autor de la Decla­ra­ción de Inde­pen­den­cia del Ciber­es­pa­cio. En una par­te del diá­lo­go, inten­tá­ba­mos refle­xio­nar sobre si inter­net y sus tec­no­lo­gías sub­ya­cen­tes eran una espe­ran­za para el mun­do en gene­ral y para Áfri­ca en par­ti­cu­lar.

Le pre­gun­té sobre ello y su res­pues­ta fue sor­pren­den­te. John me con­tes­tó: «Paso mucho tiem­po en Áfri­ca. Es raro encon­trar un lugar en Áfri­ca don­de no haya un ciber­ca­fé. Y los len­tos prin­ci­pios para el desa­rro­llo de una nue­va eco­no­mía ya están tenien­do lugar muy rápi­do, en Áfri­ca. Comen­zan­do por la cri­mi­na­li­dad, ¡que es la for­ma más fre­cuen­te en que las nue­vas eco­no­mías –basa­das en tec­no­lo­gía–, comien­zan habi­tual­men­te!».

A pesar de que la con­ver­sa­ción es de hace tiem­po se pue­de apli­car hoy per­fec­ta­men­te, con uno de los temas de moda: la Inte­li­gen­cia Arti­fi­cial Gene­ra­ti­va, con las que en este momen­to están sur­gien­do nue­vas eco­no­mías delic­ti­vas, tal como lo vis­lum­bró el visio­na­rio Bar­low. Vea­mos un ejem­plo con­tun­den­te…

Guías y auto­res fal­sos que son éxi­to de ven­tas en Ama­zon.

 

A prin­ci­pios de este mis­mo mes el dia­rio The New York Times, publi­có un infor­me fru­to de su inves­ti­ga­ción perio­dís­ti­ca sobre la extra­ña pro­li­fe­ra­ción de guías turís­ti­cas de via­jes de infa­me cali­dad y con rese­ñas enga­ño­sas, que mucha gen­te com­pra, sin mirar dema­sia­do, ni com­pa­rar, en Ama­zon. 

Según el infor­me, sus auto­res dicen ser repu­tados escri­to­res de via­jes. Pero, ¿exis­ten? ¿O son inven­cio­nes de la inte­li­gen­cia arti­fi­cial?, se pre­gun­ta el dia­rio neo­yor­kino. Y cuan­do uno lee en deta­lle la infor­ma­ción, lite­ral­men­te, no sale de su asom­bro. Dice el Times: «esta guías con for­ma de libros son resul­ta­do de una mez­cla de herra­mien­tas moder­nas: apli­ca­cio­nes de inte­li­gen­cia arti­fi­cial que pue­den gene­rar tex­to y retra­tos fal­sos…sitios web con una gama apa­ren­te­men­te inter­mi­na­ble de fotos y grá­fi­cos de archi­vo; pla­ta­for­mas de auto-publi­­ca­­ción, como Kind­le Direct Publishing de Ama­zon, con pocas barre­ras con­tra el uso y abu­so de la inte­li­gen­cia arti­fi­cial; y la capa­ci­dad de soli­ci­tar, com­prar y publi­car rese­ñas fal­sas onli­ne que, supues­ta­men­te, van con­tra las polí­ti­cas de Ama­zon, que pron­to podría enfren­tar­se a más dura regu­la­ción por la Comi­sión Fede­ral de Comer­cio de EE.UU».  

El nume­ro­so uso de estas herra­mien­tas ha hecho que estos libros copen los pri­me­ros pues­tos de los resul­ta­dos de bús­que­da en Ama­zon y, en oca­sio­nes, obten­gan ava­les de Ama­zon como el de la Guía de via­jes nº 1 sobre Alas­ka. Una bús­que­da recien­te en Ama­zon de: Guía de via­jes de París 2023, por ejem­plo, arro­ja­ba doce­nas de guías con ese mis­mo títu­lo.

En una, su autor, que figu­ra como un tal Stuart Hartley, pre­su­me, sin mucha gra­má­ti­ca, de ofre­cer «Todo lo que nece­si­tas saber antes de pla­near un via­je a París». Dicho libro-guía ­–ase­gu­ra Times– «no con­tie­ne más infor­ma­ción sobre autor o edi­tor. Tam­po­co con­tie­ne foto­gra­fías ni mapas. En los últi­mos meses han apa­re­ci­do en Ama­zon más de diez guías atri­bui­das a un tal Stuart Hartley con el mis­mo dise­ño y un len­gua­je pro­mo­cio­nal simi­lar». Un timo, segu­ro.

El New York Times que acos­tum­bra a hacer inves­ti­ga­cio­nes perio­dís­ti­cas serias, pro­fun­di­zó en este nue­vo nego­cio de Ama­zon —y no sabe­mos de quién más—, y tam­bién encon­tró libros simi­la­res sobre un gran aba­ni­co de temas, inclu­yen­do de coci­na, pro­gra­ma­ción, jar­di­ne­ría, nego­cios, arte­sa­nía, medi­ci­na, reli­gión y mate­má­ti­cas, así como libros de auto­ayu­da y nove­las, entre muchas otras cate­go­rías. Como es pre­cep­ti­vo en el buen perio­dis­mo, sus repor­te­ros pre­gun­ta­ron sobre ello a Ama­zon, pero el gigan­te de las ven­tas por inter­net decli­nó res­pon­der.

Pare­ce increí­ble que la gen­te com­pre masi­va­men­te estas guías de via­je basu­ra, pero el dia­rio se intere­só pre­ci­sa­men­te en ellas por su éxi­to de ven­tas y por­que hay mucho frau­de emer­gen­te en los nue­vos tipos de nego­cio que tie­nen como base los mode­los lin­güís­ti­cos tipo Chat-GPT y simi­la­res. Usan­do la ter­mi­no­lo­gía de Bar­low, esta es una nue­va for­ma de cri­mi­na­li­dad basa­da en la Inte­li­gen­cia Arti­fi­cial Gene­ra­ti­va tipo Chat GPT. El New York Times deja a un lado los eufe­mis­mos y lla­ma a quie­nes ven­den estos pro­duc­tos, resul­tan­tes de cier­tos usos de la IA gene­ra­ti­va, los nue­vos ‘esta­fa­do­res de via­jes’. 

La con­clu­sión bre­ve es que la indus­tria y el sec­tor turís­ti­co han de cam­biar drás­ti­ca­men­te sus prác­ti­cas. De arri­ba aba­jo. Tal como vamos no debe seguir con tan­ta irra­cio­na­li­dad y tan­to sin sen­ti­do. El pla­ne­ta ya no lo resis­te. Así que la cul­tu­ra sobre el turis­mo y los via­jes no solo ha de cam­biar en rela­ción a tener en cuen­ta los efec­tos del cam­bio cli­má­ti­co, sino tam­bién tenien­do en con­si­de­ra­ción pro­duc­tos y ser­vi­cios frau­du­len­tos como los de los nue­vos ‘esta­fa­do­res de via­jes’, rea­li­za­dos median­te ‘loros esto­cás­ti­cos’ de la Inte­li­gen­cia Arti­fi­cial Gene­ra­ti­va tipo Chat GPT.

Vol­vien­do a mi fra­se del prin­ci­pio del artícu­lo. Reite­ro que lo pro­ba­ble es que antes que tar­de, pron­to esta­re­mos dicien­do con mucha razón que via­jar ya no es lo que era. Los via­jes y el turis­mo muy pro­ba­ble­men­te van a cam­biar radi­cal­men­te en rela­ción a cómo los hemos cono­ci­do por el agra­va­mien­to del cam­bio cli­má­ti­co. Pero el nego­cio del turis­mo mue­ve tan­to dine­ro a nivel mun­dial que, mien­tras tan­to, opor­tu­nis­tas, tima­do­res y des­al­ma­dos ya están apro­ve­chan­do sus nue­vas opor­tu­ni­da­des para el deli­to, en su mayor par­te de base tec­no­ló­gi­ca. Del nego­cio opa­co con el comer­cio de los datos y meta­da­tos de las muche­dum­bres de via­je­ros com­pul­si­vos, habla­re­mos otro día. Hoy lo dejo aquí.

 

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