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La pri­me­ra vez que fui al res­tau­ran­te Sagar­di en la calle San Vicen­te de Valen­cia prác­ti­ca­men­te me lle­va­ron a ras­tras. “Comer bien en una fran­qui­cia es impo­si­ble”, le decía al ami­go que me empu­jó. Una vez allí encon­tré a un médi­co tam­bién ami­go: “Aquí se come la mejor car­ne de la ciu­dad”, me dijo. Comí muy bien, la ver­dad, un poqui­to ele­va­do de pre­cio pero es lo que tie­ne comer buen géne­ro. Y Sagar­di cui­da eso.

Olví­den­se de los pin­chos de la par­te baja. Suban arri­ba, a un espec­ta­cu­lar come­dor que da fren­te a la igle­sia de San Mar­tín, don­de han ins­ta­la­do un poten­te asa­dor de car­bón de enci­na. Chis­to­rra de Orio, bien fri­ti­ta y sabro­sa; tor­ti­lla de baca­lao, ensa­la­da ver­de con cebo­lla y un ali­ño sabro­sí­si­mo, cro­que­tas…, y el chu­le­tón de vaca vie­ja, con más de diez años míni­mo.

Vol­ví más veces, entre otras a comer las alu­bias de Tolo­sa con sus sacra­men­tos. Extra­or­di­na­rias cuan­do son las de la nue­va tem­po­ra­da. La mor­ci­lla que acom­pa­ña, tam­bién de Orio, es rica, pero no tan­to como la de Bea­saín, de pue­rro.

Me habla­ron enton­ces de su car­ne de buey, ese mito de los car­ní­vo­ros irre­den­tos, que todos los años, des­de hace ya diez, cons­ti­tu­yen la base de las jor­na­das gas­tro­nó­mi­cas que orga­ni­za Sagar­di, el res­tau­ran­te de la olla con raí­ces tal como se dibu­ja en su logo­ti­po: coci­ne­ros vas­cos. De toda la vida.

Nos lla­ma­ron para inau­gu­rar esas jor­na­das. Y valió la pena. Vaya que si lo valió. El buey estu­vo de muer­te, y pre­ce­di­do de chis­to­rras y alu­bias (exce­si­vo para noso­tros, medi­te­rrá­neos), y cul­mi­na­do por una serie de que­sos arte­sa­nos vas­cos (idia­za­bal, azul y gaz­ta). En el camino, una joya: pimien­tos del piqui­llo, asa­dos y pela­di­tos, con su rabi­to bien tie­so para dejar cla­ro que no pro­ce­dían de una lata. Nun­ca antes había comi­do seme­jan­tes pimien­tos.

Pero valió la pena por cono­cer de cer­ca a la gen­te de Sagar­di. A su car­ni­ce­ro mayor, todo un per­so­na­je, Ima­nol Jaca, y a su gran patrón, Iña­ki Lz. de Viñas­pre, que como un ser­vi­dor tra­zó su bio­gra­fía edu­ca­ti­va en la Bar­ce­lo­na de los 80, don­de inclu­so tra­ba­jó en el míti­co Agut d’Avinyó de Ramon Cabau. Él tam­bién se pasea­ba por el Ama­lur, y un ser­vi­dor comía chi­pi­ro­nes en el Ama­ya.

Iña­ki, vito­riano, pare­ce un can­tan­te de country-rock, afa­ble, cam­pes­tre, pero con una idea fir­me en la cabe­za: expan­dir su nego­cio por el mun­do pero con­tro­lan­do el buen hacer en sus res­tau­ran­tes y man­te­nien­do el sumi­nis­tro de una mate­ria pri­ma excep­cio­nal. En par­te lo ha con­se­gui­do con Sagar­di (el gru­po tam­bién ges­tio­na los res­tau­ran­tes de la mar­ca Orio), repli­can­do asa­do­res vas­cos por doquier.

El otro per­so­na­je de Sagar­di es su car­ni­ce­ro, Ima­nol Jaca, donos­tia­rra, gana­dor de nume­ro­sos pre­mios gas­tro­nó­mi­cos por su exclu­si­va tien­da gour­met Don Sera­pio, pero su fuer­te es la empre­sa Txo­gitxu, con la que se dedi­ca, lite­ral­men­te, “a afi­nar car­nes”. Jaca des­mon­ta mitos, como el de los chu­le­to­nes infil­tra­dos de gra­sa, en espe­cial los afa­ma­dos y carí­si­mos pro­ce­den­tes de Kobe. Él com­pra car­ne por toda Euro­pa y la lle­va a sus fri­go­rí­fi­cos, don­de las madu­ra a su gus­to, las pal­pa y las redis­tri­bu­ye según su cali­dad a los mejo­res res­tau­ran­tes.

Ima­nol trans­mi­te su calor a las car­nes, y de ese con­tras­te, de ese sobe­teo, extrae con­clu­sio­nes. Para él no hay color, la car­ne de vaca vie­ja, que pas­te libre por el mon­te, una car­ne roja, roja, con gra­sa natu­ral, es la mejor, y a ello se empe­ña, dis­tri­bu­yén­do­la por los mejo­res luga­res y dan­do char­las en las capi­ta­les euro­peas. Venía de una demos­tra­ción en las gale­rías Lafa­yet­te en París. Si al apre­tar las car­nes, la gra­sa se va fun­dien­do, esa es una bue­na car­ne según las manos de Jaca. Lue­go está el asa­do, que es el 50% de la cali­dad de una bue­na comi­da: no hay que que­mar la car­ne para que otros sabo­res malin­ter­pre­ten el gus­to.

Chu­le­to­nes de casi dos kilos nos die­ron la bien­ve­ni­da. Esta­rán en Sagar­di, al alcan­ce del públi­co, has­ta el pró­xi­mo 4 de diciem­bre.

 

SAGARDI > SAN VICENTE MÁRTIR, 6 > TEL 963 910 668 > WWW.SAGARDI.COM

 

La pri­me­ra vez que fui al res­tau­ran­te Sagar­di en la calle San Vicen­te de Valen­cia prác­ti­ca­men­te me lle­va­ron a ras­tras. “Comer bien en una fran­qui­cia es impo­si­ble”, le decía al ami­go que me empu­jó. Una vez allí encon­tré a un médi­co tam­bién ami­go: “Aquí se come la mejor car­ne de la ciu­dad”, me dijo. Comí muy bien, la ver­dad, un poqui­to ele­va­do de pre­cio pero es lo que tie­ne comer buen géne­ro. Y Sagar­di cui­da eso.

Olví­den­se de los pin­chos de la par­te baja. Suban arri­ba, a un espec­ta­cu­lar come­dor que da fren­te a la igle­sia de San Mar­tín, don­de han ins­ta­la­do un poten­te asa­dor de car­bón de enci­na. Chis­to­rra de Orio, bien fri­ti­ta y sabro­sa; tor­ti­lla de baca­lao, ensa­la­da ver­de con cebo­lla y un ali­ño sabro­sí­si­mo, cro­que­tas…, y el chu­le­tón de vaca vie­ja, con más de diez años míni­mo.

Vol­ví más veces, entre otras a comer las alu­bias de Tolo­sa con sus sacra­men­tos. Extra­or­di­na­rias cuan­do son las de la nue­va tem­po­ra­da. La mor­ci­lla que acom­pa­ña, tam­bién de Orio, es rica, pero no tan­to como la de Bea­saín, de pue­rro.

Me habla­ron enton­ces de su car­ne de buey, ese mito de los car­ní­vo­ros irre­den­tos, que todos los años, des­de hace ya diez, cons­ti­tu­yen la base de las jor­na­das gas­tro­nó­mi­cas que orga­ni­za Sagar­di, el res­tau­ran­te de la olla con raí­ces tal como se dibu­ja en su logo­ti­po: coci­ne­ros vas­cos. De toda la vida.

Nos lla­ma­ron para inau­gu­rar esas jor­na­das. Y valió la pena. Vaya que si lo valió. El buey estu­vo de muer­te, y pre­ce­di­do de chis­to­rras y alu­bias (exce­si­vo para noso­tros, medi­te­rrá­neos), y cul­mi­na­do por una serie de que­sos arte­sa­nos vas­cos (idia­za­bal, azul y gaz­ta). En el camino, una joya: pimien­tos del piqui­llo, asa­dos y pela­di­tos, con su rabi­to bien tie­so para dejar cla­ro que no pro­ce­dían de una lata. Nun­ca antes había comi­do seme­jan­tes pimien­tos.

Pero valió la pena por cono­cer de cer­ca a la gen­te de Sagar­di. A su car­ni­ce­ro mayor, todo un per­so­na­je, Ima­nol Jaca, y a su gran patrón, Iña­ki Lz. de Viñas­pre, que como un ser­vi­dor tra­zó su bio­gra­fía edu­ca­ti­va en la Bar­ce­lo­na de los 80, don­de inclu­so tra­ba­jó en el míti­co Agut d’Avinyó de Ramon Cabau. Él tam­bién se pasea­ba por el Ama­lur, y un ser­vi­dor comía chi­pi­ro­nes en el Ama­ya.

Iña­ki, vito­riano, pare­ce un can­tan­te de country-rock, afa­ble, cam­pes­tre, pero con una idea fir­me en la cabe­za: expan­dir su nego­cio por el mun­do pero con­tro­lan­do el buen hacer en sus res­tau­ran­tes y man­te­nien­do el sumi­nis­tro de una mate­ria pri­ma excep­cio­nal. En par­te lo ha con­se­gui­do con Sagar­di (el gru­po tam­bién ges­tio­na los res­tau­ran­tes de la mar­ca Orio), repli­can­do asa­do­res vas­cos por doquier.

El otro per­so­na­je de Sagar­di es su car­ni­ce­ro, Ima­nol Jaca, donos­tia­rra, gana­dor de nume­ro­sos pre­mios gas­tro­nó­mi­cos por su exclu­si­va tien­da gour­met Don Sera­pio, pero su fuer­te es la empre­sa Txo­gitxu, con la que se dedi­ca, lite­ral­men­te, “a afi­nar car­nes”. Jaca des­mon­ta mitos, como el de los chu­le­to­nes infil­tra­dos de gra­sa, en espe­cial los afa­ma­dos y carí­si­mos pro­ce­den­tes de Kobe. Él com­pra car­ne por toda Euro­pa y la lle­va a sus fri­go­rí­fi­cos, don­de las madu­ra a su gus­to, las pal­pa y las redis­tri­bu­ye según su cali­dad a los mejo­res res­tau­ran­tes.

Ima­nol trans­mi­te su calor a las car­nes, y de ese con­tras­te, de ese sobe­teo, extrae con­clu­sio­nes. Para él no hay color, la car­ne de vaca vie­ja, que pas­te libre por el mon­te, una car­ne roja, roja, con gra­sa natu­ral, es la mejor, y a ello se empe­ña, dis­tri­bu­yén­do­la por los mejo­res luga­res y dan­do char­las en las capi­ta­les euro­peas. Venía de una demos­tra­ción en las gale­rías Lafa­yet­te en París. Si al apre­tar las car­nes, la gra­sa se va fun­dien­do, esa es una bue­na car­ne según las manos de Jaca. Lue­go está el asa­do, que es el 50% de la cali­dad de una bue­na comi­da: no hay que que­mar la car­ne para que otros sabo­res malin­ter­pre­ten el gus­to.

Chu­le­to­nes de casi dos kilos nos die­ron la bien­ve­ni­da. Esta­rán en Sagar­di, al alcan­ce del públi­co, has­ta el pró­xi­mo 4 de diciem­bre.

 

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