Everlida Ferriols se estrena como novelista con «No estoy acostumbrada a la esperanza»

La filó­so­fa y escri­to­ra Ever­li­da Ferriols.

Eve­ril­da Ferriols nació en Valen­cia. Licen­cia­da en Filo­so­fía pura y  pres­ti­gio­sa biblio­te­ca­ria. Ha publi­ca­do nume­ro­sas artícu­los rela­cio­na­dos con su pro­fe­sión.  Aca­ba de publi­car su pri­mer libro rela­tos bajo la advo­ca­ción de un ver­so de la poe­ti­sa nor­te­ame­ri­ca­na Emily Dic­kin­son, «I am no used to hope»,  cuya posi­ble tra­duc­ción al cas­te­llano da títu­lo al volu­men.

El rela­to La lite­ra­tu­ra into­xi­ca, inclui­do en No estoy acos­tum­bra­da a la espe­ran­za (Shan­gri­la), ope­ra como una suer­te de  doc­tri­nal o arte poé­ti­ca de los tex­tos de Ferriols: «La lite­ra­tu­ra into­xi­ca, Cer­van­tes lo sabía y, gra­cias a él, el mun­do ente­ro; yo debe­ría haber­lo sabi­do, pero me temo que des­de niña he esta­do into­xi­ca­da y, por tan­to, inca­paz de reco­no­cer el peli­gro que entra­ña creer lo que dicen los poe­tas». Un tóxi­co adic­ti­vo.

La cita de Dic­kin­son no pare­ce ocio­sa. Los tex­tos  de Ferriols anto­jan, a menu­do,  escue­tas glo­sas  de la atmós­fe­ra  hui­di­za, la des­con­cer­tan­te luci­dez y exqui­si­ta iro­nía de  esa auto­ra.

La loca­li­za­ción de diver­sas narra­cio­nes en espa­cios urba­nos de la ciu­dad de Valen­cia  —San Miguel de los Reyes, el puer­to, el cen­tro his­tó­ri­co, el Ivam, Mer­ca­do de Abas­tos, calle del  Botá­ni­co…— son  ali­cien­tes subro­ga­dos para el lec­tor resi­den­te  o cono­ce­dor  de nues­tra ciu­dad.

Entre otros rela­tos hay  peque­ñas pie­zas maes­tras, como  Ave­ni­da —invo­lun­ta­rias ense­ñan­zas del quie­tis­mo lum­pen—, o Lla­ma —acer­ca de esa natu­ra­le­za extra­via­da de la lite­ra­tu­ra—, Pla­za —deli­cio­so tono sobre la vida veci­nal, con un cier­to aire che­jo­viano—, La nie­bla  bri­lla —his­to­ria fas­ci­nan­te y mal­va­da de una biblio­te­ca­ria con par­ca vida social y amo­ro­sa—, Cere­zas —pie­za  real­men­te con­ci­sa y magis­tral—…

Jun­to a éstos cabe seña­lar estos otros:

No estoy acos­tum­bra­da a la espe­ran­za: tono deso­la­dor de per­so­na que ha sido aban­do­na­do por su aman­te.

Bai­le de debu­tan­tes: taci­tur­na des­crip­ción de tor­pes cor­te­jos ama­to­rios.

Al caer la tar­de:o cómo ejer­ci­tar­se en las soli­ci­tu­des  cal­mo­sas de una mece­do­ra, como ensa­yo de la veci­na vejez.

L.J.Silver (home­na­je a Ste­ven­son): Situa­ción equí­vo­ca que con­clu­ye con  ama­ble mor­da­ci­dad: «segu­ra­men­te absor­to en la per­se­cu­ción de un mejor botín».

Pared: don­de encon­tra­mos pasa­jes cómo éste: «había deci­di­do ocul­tar­se de todos los que había cono­ci­do y casi olvi­da­do (…) No tenía espe­jos por­que no que­ría ver­se obli­ga­da a lle­var una cuen­ta de los des­per­fec­tos». Con­clu­ye sugi­rien­do un pro­ba­ble sui­ci­dio.

Ento­mó­lo­go: don­de vuel­ve a alu­dir a su con­cep­ción de las bellas letras: «des­po­ja­dos de lite­ra­tu­ra somos una espe­cie muy tris­te».

Fe: Deli­cio­sa e impe­ca­ble iro­nía acer­ca de las creen­cias.

Cafe­te­ra: exqui­si­ta volup­tuo­si­dad, ero­tis­mo obli­cuo.

Ara­ña: vida coti­dia­na como tela de ara­ña; resul­ta casi inevi­ta­ble la evo­ca­ción kaf­kia­na.

Favo­ri­ta: reapa­re­ce su con­cep­ción sobre la  natu­ra­le­za insa­na de los tex­tos líri­cos:  “el amor me pare­cía una inven­ción lite­ra­ria mal dige­ri­da”, así como la cró­ni­ca de un edi­po de manual, en ver­sión feme­ni­na.

Agos­to: obser­va­cio­nes de humor melan­có­li­co acer­ca de unos cama­re­ros: «son tan  gua­pos y jóve­nes que ni siquie­ra pare­cen can­sa­dos».

Prin­ce­sa: la irri­ta­ción de una aris­to­crá­ti­ca clo­char­de que tie­ne su resi­den­cia en un caje­ro auto­má­ti­co.

Los rela­tos Hotel y Des­va­ne­cer­se com­par­ten cier­ta filia­ción cor­ta­za­ria­na.

Ciu­dad: pos­tu­la esta ase­ve­ra­ción: «la línea que sepa­ra  la cor­du­ra del extra­vío es extre­ma­da­men­te del­ga­da».

Museo del pra­do: que vale la pena leer aun­que sea por tro­pe­zar con esta sabia obser­va­ción: «cegue­ra pro­tec­to­ra de la juven­tud».

En fin, Gatos, diver­ti­da para­noia  acer­ca de estas cria­tu­ras, qui­zá con  algún iró­ni­co com­po­nen­te auto­bio­grá­fi­co.

La mayo­ría de la his­to­ria están rela­ta­das en pri­me­ra per­so­na y el tono gene­ral no des­di­ce el títu­lo del volu­men: No estoy acos­tum­bra­da a la espe­ranza. De todos modos, hay varios tex­tos don­de sobre­vie­ne una sere­ni­dad y un bien­es­tar excep­cio­nal, rela­cio­na­do con la con­tem­pla­ción de una pla­ya u otros luga­res fue­ra de la ciu­dad, como los tex­tos Medio­día, Oli­va, sep­tiem­bre o Pla­ya de los muer­tos -des­crip­ción de un momen­tá­neo paraí­so, de bea­ti­tud ensi­mis­ma­da

La por­ta­da  de este volu­men repro­du­ce un cua­dro de Wilhelm Ham­mershoi, pin­tor dilec­to del  Carl Theo­dor Dre­yer, cineas­ta que guar­da algu­na afi­ni­dad elec­ti­va con Emily Dic­kin­son;  tam­bién qui­zá con nues­tra auto­ra.

Título: No estoy acostumbrada a la esperanza
Autor: Everilda Ferriols 
Editorial: Shangrila (2023)
Páginas: 169
Precio: 18 €

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