Esta excelente antología recoge textos que van desde el poeta Asclepíades (siglo III a.C.) hasta Leoncio Escolástico (siglo VI d.C.); es decir, la historia del epigrama clásico.
Ilustración de portada.
Epigrama es “composición poética breve en que, por precisión y agudeza, se expresa un motivo por lo común festivo o satírico”. Como se verá no siempre es así.
En numerosos tratados se insiste en la necesidad de un final brillante que cierre el texto; aunque la mayoría de epigramas anteriores a Marcial no buscan la agudeza en el remate.
Otra característica es su concurrencia a la tradición. Todo cabal epigramista hace alusiones más o menos obvias a sus antecesores, a menudo mediante variaciones sobre un tema, separadas a veces por varios siglos.
El origen del epigrama literario hay que buscarlo en las inscripciones en monumentos de carácter votivo (ofrenda a los dioses) y funerario (epitafios para tumbas).
La escritura en Grecia se inicia en el siglo VIII a.C. La literatura anterior es oral. Con Homero se produce el trasvase de lo oral a lo escrito.
El primero autor de epigramas literarios es Filitas de Cos, fundador de la poesía helénica. Fue el primer bibliotecario de Alejandría. Funda una nueva forma de escribir poemas, liberada de las obligaciones informativas y sociales. Es el maestro de los dos grandes nombres que consolidan el epigrama literario: Asclepíades y Calímaco.
Los epigramas no llevan título: para identificarlos se utiliza el comienzo, es decir, las primeras tres o cuatro palabras.
En la antigüedad tardía (siglos II y IV d.C.) surgen autores de primordial relevancia: Estratón –que cultiva el epigrama de escenografías homosexuales–, Rufino –un eminente poeta erótico–, Gregorio Nacianzo –que fija el modelo del epigrama cristiano– y Páladas –que se ocupa de asuntos heterogéneos: la filosofía neoplatónica, las hibridaciones de los perales, modos de obtener buen vino endulzado–.
Consignemos algunos ejemplos de epigramas:
De inscripción funeraria:
“¿Por qué os quedáis ahí parados y no me dejáis descansar / preguntando quién soy, de qué familia o de qué país? / pasad de largo ante mi tumba: soy Menecio, hijo de Filarco / cretense, de pocas palabra, como quien está en tierra extranjera.”
De asunto amatorio:
“Cuerda en tus besos y fuego en tus ojos tienes, / Timarión: si miras, quemas; si tocas, atas”.
Un precursor del amour fou:
“Desear a la que tiene una bella figura / es simplemente confiar en los ojos, que no fallan / Pero el que ve a una no agraciada y lo arrebata el aguijón y la adora con la cordura perdida / eso es amor, es fuego…”
Una petición piadosa:
“Dios de fuego, si no prendes en los dos la misma llama / apágala en el que se quema o llévatela a otra parte.”
Un postulado misógino y sus benéficos efectos literarios:
“Homero pintó a todo mujer como un mal peligroso / una ruina por igual la decente y la puta / pues de la adúltera Helena vino una matanza de hombres / y hubo muertos por la decencia de Penélope / la Ilíada es obra causada por una sola mujer/mientras Penélope es la causa de la Odisea”.
Acerca de la riqueza:
“Oro, padre de los aduladores, hijo de la preocupación / y el dolor: tenerte da miedo y no tenerte da dolor.”
El encantador tono malicioso:
“Juré mil veces no escribir más epigramas / pues me había granjeado el odio de muchos tontos / Pero cuando veo el rostro del paflagonio / Pantágato no puedo controlar el vicio”.
Acerca de la poderosa Afrodita:
“Deja en paz, Eros, mi corazón y mi hígado: si quieres / disparar, apunta a otra parte de mi cuerpo”
“Hay que huir de Eros. Vano esfuerzo: no podré / escapar a pie de quien me persigue sin pausa volando”.
O enigmáticas paradojas:
“Doy a luz a mi madre y ella me da luz a mi / a veces soy más grande / y a veces más pequeño que ella”.
¿Qué vinculación tienen estos remotos textos con el presente? El microrrelato, la economía verbal de tuit, las inscripciones líricas o vandálicas en edificios insignes o siniestros… provienen de algún modo de esta venerable tradición.
Portada de los Quinientos epigramas griegos.
Título: Quinientos epigramas griegos
Traductor: Luis Arturo Guichard
Editorial: Cátedra
Páginas: 406
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