La Reseña
Influencer

El filólogo Petrarca practica un sistema eficiente para difundir su obra: aúna la imagen de poeta excelso e historiador laureado por el Capitolio, con de un paseante solitario por los silenciosos paisaje de Vaucluse. En cierto modo, cabe decir que es el primer influencer de la cultura europea.

Fran­ces­co Petrar­ca, huma­nis­ta y poe­ta autor del Can­cio­ne­ro.

Fran­ces­co Petrar­ca (1304–1374) es una de las cimas de la cul­tu­ra euro­pea. Su tarea inte­lec­tual fue ori­gen de lo que lla­ma­mos huma­nis­mo. Filó­lo­go y reco­pi­la­dor de tex­tos clá­si­cos, ejer­ció tam­bién como polí­ti­co y diplo­má­ti­co. Aspi­ra­ba a ser filó­so­fo cris­tiano que aúne Séne­ca con San Agus­tín. Y en fin, un excel­so poe­ta que ha teni­do una enor­me influen­cia en la líri­ca occi­den­tal.

Con su fami­lia exi­lia­da de Flo­ren­cia, vivió en diver­sas ciu­da­des y final­men­te se ins­ta­la­ron en Avi­ñón, sede papal. Estu­dió Leyes y a la vez que reu­nió y estu­dió impor­tan­tes manus­cri­tos de Vir­gi­lio, San Agus­tin, San Isi­do­ro…

El día de Vier­nes San­to de 1327, en la igle­sia de San­ta Cla­ra de Avi­ñón, vio por pri­me­ra vez a Lau­ra, a la que está des­ti­na­do su Can­cio­ne­ro. Por esta épo­ca, res­tau­ra y comen­ta Ab urbe con­di­ta (Des­de la fun­da­ción de la Ciu­dad ) de Tito Livio, tex­to canó­ni­co de la his­to­ria de Roma.

Lau­­ra-e-Petra­r­­ca. Minia­tu­ra del can­cio­ne­ro.

Se vio nece­si­ta­do de dedi­car­se a la pro­fe­sión cle­ri­cal. Nun­ca reci­bió orde­nes mayo­res. En 1333, reco­rre diver­sas ciu­da­des euro­peas; en Lie­ja des­cu­bre obras de Cice­rón. 

Va reu­nien­do una  impor­tan­te biblio­te­ca. Se cons­tru­ye la ima­gen de inte­lec­tual que gus­ta de la extre­ma sole­dad para una dedi­ca­ción exclu­si­va al estu­dio y la crea­ción líri­ca. Su Coro­na­ción como poe­ta en 1341, legi­ti­ma su papel entre sus pro­tec­to­res y el papa­do.

En 1336, rea­li­za el ascen­so a Mon­te Ven­to­ux, en la Pro­ven­za, en com­pa­ñía de su her­mano Ghe­rar­do; cons­ti­tu­ye una prác­ti­ca nada fre­cuen­te en esa épo­ca y con­si­de­ra­do tex­to fun­da­men­ta­dor de lo que hoy cono­ce­mos como alpi­nis­mo, sur­gió por deseo imi­tar la ascen­sión de Fili­po V de Mace­do­nia al mon­te Hemo de Tesa­lia, una ascen­sión narra­da por Tito Livio, con la excu­sa de con­tem­plar los mares Adriá­ti­co y Euxino. Petrar­ca da cuen­ta, en una céle­bre car­ta, de las emo­cio­nes que le sus­ci­ta la aven­tu­ra. Lle­va con­si­go las Con­fe­sio­nes de san Agus­tín. Aúna la metá­fo­ra de ele­va­ción espi­ri­tual con la per­cep­ción esté­­ti­­co-con­­te­m­­pla­­ti­­va de la natu­ra­le­za.

Se con­vier­te en escri­tor de máxi­mo pres­ti­gio, ase­gu­ra que le mue­ve un legí­ti­mo “ape­ti­to de glo­ria” (appe­ti­tus glo­riae).

Coper­ti­na.

La admi­ra­ción que quie­re sus­ci­tar no obe­de­ce a la vani­dad (aun­que la tie­ne en gra­do sumo), sino a una nece­si­dad supe­rior. Pien­sa que las bue­nas letras deben ser la base de todos los sabe­res huma­nos y que, con­tra las ideas esco­lás­ti­cas vigen­tes, cons­ti­tu­yen un exce­len­te camino hacia la ver­da­de­ra pie­dad cris­tia­na.

Cree que una ense­ñan­za no se trans­mi­te sólo como pura doc­tri­na, sino por la seduc­ción que ejer­ce la for­ma de vida de quien la pro­po­ne. Por eso sus tex­tos rezu­man sub­je­ti­vi­dad y car­ga auto­bio­grá­fi­ca; en ellos se pro­du­ce un trán­si­to de la filo­lo­gía a la filo­so­fía, don­de el suges­ti­vo retra­to de un indi­vi­duo es a la vez una pro­po­si­ción éti­ca.

Se sien­te como un actor en medio del esce­na­rio; las acti­tu­des que cree­mos exqui­si­ta­men­te espon­tá­neas, de hecho refle­jan su per­pe­tua sen­sa­ción de estar sien­do obser­va­do por espec­ta­do­res sus­pi­ca­ces.

La preo­cu­pa­ción por su ima­gen públi­ca le lle­va a un pun­ti­llo­so regis­tro de sus peca­dos  con un tipo de nomen­cla­tu­ra y sis­te­ma de ano­ta­ción críp­ti­cos. En este tipo de prác­ti­cas incu­rri­rá siglos des­pués Stendhal en sus dia­rios.

En 1337 com­pra una casa en Vau­clu­se, a ori­llas del rio. Pero no siem­pre es un lugar soli­ta­rio, le encan­ta com­par­tir con los ami­gos y uti­li­zar­la para sus rela­cio­nes públi­cas

Prac­ti­ca un sis­te­ma efi­cien­te para difun­dir su obra: aúna la ima­gen de poe­ta excel­so e his­to­ria­dor lau­rea­do por el Capi­to­lio, con de un pasean­te soli­ta­rio por los silen­cio­sos pai­sa­je de Vau­clu­se. En cier­to modo, cabe decir que es el pri­mer influen­cer de la cul­tu­ra euro­pea.

Intro­du­ce en su corres­pon­den­cia un uso tur­ba­dor: Emplea el ( de los anti­guos) en lugar de vos (medie­val). Se diri­ge así al Papa y al Empe­ra­dor y así quie­re que se diri­jan a él.

Entien­de la lec­tu­ra de los clá­si­cos como una con­ver­sa­ción con vie­jos ami­gos, que cru­za  las fron­te­ras del tiem­po y a quie­nes se habla con gus­to ‑con más gus­to que con quie­nes los vivos…

En algu­na oca­sión afir­ma que se entre­ga sobre todo a estu­diar la Anti­güe­dad; siem­pre le ha des­agra­da­do el tiem­po que le tocó vivir.

Para Petrar­ca los anti­guos han dicho cuan­to se ponía decir y del mejor modo; al huma­nis­ta le corres­pon­día poner­lo al ser­vi­cio de sus con­tem­po­rá­neos. Siglos mas tar­de un emi­nen­te músi­co refor­mu­ló esa idea: Tor­na­te all´ anti­cho e sarà un pro­gres­so

El autor de este volu­men, Fran­cis­co Rico (1942–2024) falle­ció recien­te­men­te; fue un pres­ti­gio­so filó­lo­go, exper­to en la obra de Petrar­ca y en la de Cer­van­tes, en otros.


Por­ta­da de Petrar­ca.

Títu­lo: Petrar­ca

Autor: Fran­cis­co Rico

Edi­to­rial: Arpa

Pági­nas: 184

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