Anto­nio Cabre­ra en una foto de archi­vo.

Dentro de la encomiable tarea que realiza la colección Veintiúnversos, dirigida por Víctor Segrelles y Juan Pablo Zapater, se ha publicado El silencio y el canto de Antonio Cabrera.

Anto­nio Cabre­ra en una foto de archi­vo.

De entra­da, admi­ra­mos la exqui­si­ta dis­cre­ción en la nume­ra­ción de pági­nas. Una nota intro­duc­to­ria infor­ma de que esta pla­quet­te la com­po­nen “ver­sos y afo­ris­mos encon­tra­dos en las libre­tas manus­cri­tas, don­de (el poe­ta) los ano­ta­ba, jun­to a los dos últi­mos y emo­cio­nan­tes poe­mas que com­pu­so y dic­tó duran­te su con­va­le­cen­cia”.

Anto­nio Cabre­ra (Medi­­na-Sido­­nia, Cádiz, 1958-Vale­n­­cia, 2019) fue poe­ta, crí­ti­co, ensa­yis­ta. Tra­du­jo a algu­nos poe­tas ver­nácu­los y un tra­ta­do de Gian­ni Vat­ti­mo sobre Onto­lo­gía y Poe­sia. Ejer­ció como pro­fe­sor de filo­so­fía en un ins­ti­tu­to.

Publi­có libros de poe­mas (En la esta­ción per­pe­tua, Con el aire, Ante el invierno…), tex­tos en pro­sa (El minu­to y el año), afo­ris­mos ( Gra­cias, dis­tan­cia), entre otras publi­ca­cio­nes.

La obra de Cabre­ra aúna pure­za líri­ca y rigor refle­xi­vo; con­jun­ción infre­cuen­te en la pro­duc­ción líri­ca his­pa­na.

Pie­zas como Figu­ra aso­ma­da al bal­cón con­clu­ye con estos ver­sos: “Apa­ci­ble­men­te aña­do un ciga­rri­llo al mundo/mientras advier­to que su úni­ca grandeza/está en su repe­ti­ción”. O “La sies­ta de A. duran­te una tor­men­ta”, que enca­be­za una cita de Mallar­mé, es una com­po­si­ción de un deli­ca­do ero­tis­mo para­mís­ti­co.

Este últi­mo tema reapa­re­ce bajo otras moda­li­da­des: el poe­ma Deseo, como eró­ti­ca del pos­tra­do; Hotel inglés, ero­tis­mo retros­pec­ti­vo; Con pala­bras ele­men­ta­les, un con­mo­ve­dor poe­ma amo­ro­so.

Tam­bién hay pie­zas como Noche de julio (invo­ca­ción), con cier­to aire César Simón y remi­nis­cen­cias evan­gé­li­cas.

O la magia de los dos últi­mos ver­sos de Ano­ta­ción al ama­ne­cer: “que el corazón/ no des­ci­fra, guar­da”.

Finas refle­xio­nes sobre la natu­ra­le­za de la belle­za en el esplén­di­do poe­ma El vigi­lan­te del museo: “Vivir la vida sin belle­za, pese a estar fren­te a ella./Ninguno ima­gi­na que aca­so sea éste/un modo más sabio de sobrevivirla/porque exclu­ye el enig­ma y la cre­du­li­dad.”

En la sec­ción “Un mun­do inmó­vil” (2017–2018) dos poe­mas alu­den a la gra­ve lesión que el poe­ta pade­ció en los últi­mos años.

En cuan­to a Ban­da­da (2008–2010), se tra­ta de un con­jun­to de encan­ta­do­res afo­ris­mos de tema orni­to­ló­gi­co y aire chi­nes­co. Con­sig­ne­mos algu­nos. “El rui­se­ñor vue­la cons­tan­te­men­te del arbus­to al poe­ma y del poe­ma al arbus­to”.

O este otro de reso­nan­cias  hei­deg­ge­ria­nas: “No hay pája­ro den­tro de la cabe­za. Pája­ros son mun­do”. O la irre­pro­cha­ble taxo­no­mía: “El mir­lo es tópi­co. El rui­se­ñor es arque­tí­pi­co”.

Uno de estos apo­teg­mas lo enca­be­za una afir­ma­ción de Jean Coc­teau: “El rui­se­ñor can­ta mal”; nues­tro poe­ta lo con­tra­di­ce del modo siguien­te: “En la natu­ra­le­za no hay van­guar­dias. El rui­se­ñor can­ta bien”.

El modo de adver­tir que esta­mos ante un exce­len­te poe­ma es que su lec­tu­ra le acom­pa­ña una leve pun­za­da de la boca del estó­ma­go. Fide­digno sen­sor de su cali­dad y hon­du­ra; y esto al mar­gen de pos­te­rio­res con­si­de­ra­cio­nes téc­ni­cas, retó­ri­cas o métri­cas.

En no pocas com­po­si­cio­nes de Anto­nio Cabre­ra esa pun­za­da se pro­du­ce.


Títu­lo: El silen­cio y el can­to

Autor: Anto­nio Cabre­ra

Edi­to­rial: Ban­da legen­da­ria

Pági­nas: 41

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