Las expectativas, desarrolladas a lo largo de millones de años de evolución, guían (y pueden utilizarse para engañar) incluso a los paladares más refinados. Aunque, científicamente hablando, no se puede complacer a todo el mundo.

Char­les Spen­ce (izquier­da), rea­li­zan­do una inves­ti­ga­ción gas­tro­fí­si­ca (Kit­chen Theory).

 ADOLFO PLASENCIA @adolfoplasencia

9 de mar­zo, 2023

La gas­tro­fí­si­ca es un espa­cio híbri­do de expe­ri­men­ta­ción sur­gi­do des­de el nue­vo ámbi­to de la psi­co­lo­gía apli­ca­da a la culi­na­ria, en el que se com­bi­nan aspec­tos cien­tí­fi­cos rela­cio­na­do con los ali­men­tos, de la coci­na y la expe­ri­men­ta­ción sen­so­rial que mues­tran que, el coci­nar, pue­de ser solo una par­te de la expe­rien­cia gas­tro­nó­mi­ca pero se pue­de exten­der mucho más allá, de for­mas muy sor­pren­den­tes e inusi­ta­das.

Por ejem­plo, desa­rro­llan­do una espe­cie de alqui­mia de las sen­sa­cio­nes median­te una com­bi­na­to­ria sen­so­rial que entre­la­za sines­té­si­ca­men­te las per­cep­cio­nes de los dife­ren­tes sen­ti­dos huma­nos, sugi­rien­do for­mas ines­pe­ra­das y nue­vas de sor­pren­der­los. Por supues­to, tie­ne como con­di­ción que la per­so­na esté abier­ta a las nue­vas y más com­ple­jas for­mas de per­cep­ción sen­so­rial.

Uno de los pro­fe­sio­na­les crea­ti­vos que está explo­ran­do inten­sa­men­te la van­guar­dia de las expe­rien­cias gas­tro­nó­mi­cas es el psi­có­lo­go expe­ri­men­tal y pro­fe­sor Char­les Spen­ce, de la Uni­ver­si­dad de Oxford, don­de diri­ge el gru­po Cross­mo­dal Research, espe­cia­li­za­do en la inves­ti­ga­ción sobre cómo com­bi­nar la infor­ma­ción a tra­vés de dis­tin­tas moda­li­da­des sen­so­ria­les. Lide­ra la lla­ma­da inte­gra­ción sen­so­rial inter­mo­dal y, sobre todo, la per­cep­ción mul­ti­sen­so­rial de los ali­men­tos.

Esta nue­va for­ma de plan­tear las expe­rien­cias gas­tro­nó­mi­cas, amplian­do los aspec­tos sen­so­ria­les y sus efec­tos, la lle­va expe­ri­men­tan­do des­de hace casi trein­ta años el labo­ra­to­rio que lide­ra Spen­ce en Oxford. Duran­te ese tiem­po, sus miem­bros han estu­dia­do en pro­fun­di­dad cómo se inter­re­la­cio­nan e inter­ac­túan entre sí nues­tros sen­ti­dos; la siner­gia entre la vis­ta y el oído; cómo se per­ci­ben las tex­tu­ras en las papi­las gus­ta­ti­vas; la rela­ción uní­vo­ca entre gus­to y tac­to; o cómo se inter­re­la­cio­nan o influ­yen todas estas per­cep­cio­nes entre sí.

Res­tau­ran­te envuel­to en un mar de luz y soni­do como en los expe­ri­men­tos de Char­les Spen­ce.

Estas for­mas de expe­ri­men­ta­ción están rela­cio­na­das, obvia­men­te, con la gas­tro­no­mía, una dis­ci­pli­na muy de moda en todo el mun­do, que ha hecho de algu­nos pro­fe­sio­na­les figu­ras muy popu­la­res y, a otros, los ha ele­va­do a la cate­go­ría de ver­da­de­ros crea­do­res artís­ti­cos de gran pres­ti­gio. Los segun­dos, no son siem­pre los más cono­ci­dos por el públi­co, pero gozan de gran pre­di­ca­men­to entre los mejo­res coci­ne­ros del mun­do.

La popu­la­ri­dad de los pri­me­ros ha trans­for­ma­do las coci­nas de sus res­tau­ran­tes en luga­res de pere­gri­na­ción y estan­cia tem­po­ral para jóve­nes que quie­ren per­fec­cio­nar su téc­ni­ca gas­tro­nó­mi­ca, o qui­zá con­se­guir, apo­yán­do­se en lo apren­di­do allí, gene­rar un len­gua­je gas­tro­nó­mi­co pro­pio reco­no­ci­ble y, con suer­te, alcan­zar pre­cia­dos reco­no­ci­mien­tos por par­te de las prin­ci­pa­les guías gas­tro­nó­mi­ca del mun­do.

Las rela­cio­nes entre las mejo­res coci­nas del nego­cio gas­tro­nó­mi­co y las con­ce­bi­das como un lugar de expe­ri­men­ta­ción, no han sido fáci­les. Gene­ral­men­te las pri­me­ras las han teni­do con los ámbi­tos de inves­ti­ga­ción cian­tí­fi­ca a tra­vés de algu­nas cola­bo­ra­cio­nes que no han sido dura­de­ras en casi nin­gún caso. El coci­ne­ro espa­ñol más revo­lu­cio­na­rio que ha sido, sin duda, Ferran Adrià, trans­for­mó el mun­do de la gas­tro­no­mía y lo intro­du­jo en una nue­va era.

La revis­ta nor­te­ame­ri­ca­na Time inclu­yó a Ferran Adrià en la lis­ta de los 100 per­so­na­jes más inno­va­do­res del mun­do de 2004. Adrià ha sido chef y copro­pie­ta­rio has­ta 2011 del des­apa­re­ci­do res­tau­ran­te espa­ñol El Bulli (Cala Mont­joi, Giro­na) que reci­bió a lo lar­go de su perio­do abier­to al públi­co las máxi­mas dis­tin­cio­nes gas­tro­nó­mi­cas como, por ejem­plo, la de Mejor Res­tau­ran­te del Mun­do en el ran­king The Worl­d’s 50 Best Res­tau­rants ela­bo­ra­do por la revis­ta bri­tá­ni­ca Res­tau­rant, o el pre­mio San Pelle­grino duran­te cua­tro años con­se­cu­ti­vos, algo que nin­gún otro esta­ble­ci­mien­to ha logra­do has­ta aho­ra.

En oto­ño de 2010, Adrià y José Andrés impar­tie­ron el cur­so de físi­ca culi­na­ria, Cien­cia y coci­na, en la Uni­ver­si­dad de Har­vard. Sin embar­go, la rela­ción de la expe­ri­men­ta­ción cien­tí­fi­ca de una uni­ver­si­dad tan pres­ti­gio­sa con este enor­me­men­te céle­bre coci­ne­ro no ha teni­do con­ti­nui­dad. Y pare­ce muy com­pli­ca­do que vuel­va a ocu­rrir.

Cena con Ambien­te envol­ven­te cam­bian­te y mul­ti­se­no­so­rial (Kit­chen The­roy).

Fuera de los focos y del show gastronómico

Por eso, la extra­or­di­na­ria­men­te lar­ga y calla­da expe­ri­men­ta­ción fue­ra de los focos del labo­ra­to­rio de Spen­ce es sor­pren­den­te. Tam­bién es inusi­ta­da su visión sines­té­si­ca con la que abor­da este labo­ra­to­rio sus expe­ri­men­tos culi­na­rios y sobre las per­cep­cio­nes rela­cio­na­das.

Su plan­tea­mien­to es el de que hay mucho que apren­der sobre cómo dos, o más sen­ti­dos, pue­den ampli­fi­car­se mutua­men­te en el con­tex­to del comer, hacien­do que un pla­to ele­ve los nive­les de per­cep­ción, o que un comen­sal sien­ta inten­si­fi­ca­das pode­ro­sa­men­te sus emo­cio­nes, de una for­ma inclu­so con­tra­in­tui­ti­va. Spen­ce he esta­do más intere­sa­do en vol­car sus hallaz­gos en varios libros que en apli­car­los en la expe­rien­cia de un res­tau­ran­te pro­pio o ajeno.

Por ello, el pres­ti­gio de Spen­ce se ha arti­cu­la­do, sobre todo, a par­tir de lo que ha escri­to y publi­ca­do. Muchos de sus gran­des hallaz­gos apa­re­cen en su libro Gas­trophy­sics: The New Scien­ce of Eating (Gas­tro­fí­si­ca: la nue­va cien­cia del comer), entre otros muchos que ha publi­ca­do.

En este libro se des­cri­ben los resul­ta­dos de más de dos déca­das de expe­ri­men­tos, que mues­tran, por ejem­plo, cómo una sutil ban­da sono­ra de fon­do pue­de trans­for­mar radi­cal­men­te la per­cep­ción de una comi­da. O cosas aún más sor­pren­den­tes sobre como la rela­ción de la per­cep­ción visual, por ejem­plo, de la for­ma de un ape­ri­ti­vo aca­ba deter­mi­nan­do nues­tra ínti­ma per­cep­ción de su sabor. O tam­bién como la dis­po­si­ción esté­ti­ca de los ingre­dien­tes pue­de hacer, sor­pren­den­te­men­te, que parez­can más o menos fres­cos.

A pesar de que pare­ce que Spen­ce dis­fru­ta de la expe­ri­men­ta­ción por sí mis­ma den­tro del cam­po cien­tí­fi­co al que per­te­ne­ce, que es la psi­co­lo­gía expe­ri­men­tal apli­ca­da,  según sus pro­pias pala­bras de que «lo que más intere­sa es cómo per­ci­be la gen­te el mun­do que les rodea», los resul­ta­dos de su labo­ra­to­rio Cross­mo­dal Research en Oxford, con los años, fue obte­nien­do cada vez más aten­ción de empre­sas y, cla­ro está, de pres­ti­gio­sos coci­ne­ros con los que en algún caso rea­li­za­ron cola­bo­ra­cio­nes sor­pren­den­tes.

Por ejem­plo, con el famo­so chef Char­les Michel que visi­tó su labo­ra­to­rio en 2013 cuan­do crea­ron la Ensa­la­da Kan­dinsky, inge­nio­sa­men­te pre­pa­ra­da con ade­re­zos ins­pi­ra­dos en la obra del pin­tor expre­sio­nis­ta abs­trac­to. La hipó­te­sis sub­je­ti­va pre­via de Spen­ce era sen­ci­lla. Los ojos tam­bien ali­men­tan la boca. Tras varios rigu­ro­sos expe­ri­men­tos Spen­ce y Michel demos­tra­ron que los comen­sa­les con­si­de­ra­ban que esta «ensa­la­da artís­ti­ca» era un 21% más sabro­sa que su homó­lo­ga con una dis­po­si­ción geo­mé­tri­ca­men­te más orde­na­da, pero que con­ta­ba exac­ta­men­te con los mis­mos ingre­dien­tes.

Pla­to del chef Jozef Yous­sef que apli­ca las pro­pues­tas de Spen­ce.

La forma dicta el sabor. Y también el sonido sincrónico

Y ha hecho más hallaz­gos ines­pe­ra­dos. Por ejem­plo, la cons­ta­ta­ción de que las expec­ta­ti­vas ante una comi­da depen­den en gran medi­da del color. Esta visión cua­si sines­té­si­ca pue­de ser extra­or­di­na­ria­men­te cohe­ren­te, como demos­tró en 2015 una cena expe­ri­men­tal del chef Jozef Yous­sef, cola­bo­ra­dor habi­tual de Spen­ce.

Basán­do­se en las inves­ti­ga­cio­nes de Spen­ce, que seña­lan que cier­tos sabo­res están aso­cia­dos a los dis­tin­tos colo­res por per­so­nas de todo el mun­do, Yous­sef sir­vió a sus invi­ta­dos una serie de ape­ri­ti­vos: cua­tro cucha­ras dis­pues­tas al azar cuyo con­te­ni­do espu­mo­so eran rojo, blan­co, ver­de y marrón oscu­ro. Sin iden­ti­fi­car­las, sugi­rió que empe­za­ran por la sala­da y lue­go siguie­ran con la amar­ga, la áci­da y la dul­ce.

Alre­de­dor del 75% de los comen­sa­les comen­za­ron con la cucha­ra azul; lue­go, pasa­ron a la ver­de, la ama­ri­lla y la roja. Tal y como pre­di­je­ron estos chefs, la mayo­ría de comen­sa­les ten­dían a equi­pa­rar lo azul con lo sala­do, lo ver­de con lo amar­go, lo ama­ri­llo con lo áci­do y lo rojo con lo dul­ce.

Uno de los más nota­bles expe­ri­men­tos de Spen­ce en el cam­po de la inves­ti­ga­ción ali­men­ta­ria inter­mo­dal se lla­mó The Role of Audi­tory Cues in Modu­la­ting the Per­cei­ved Cris­pness and Sta­le­ness of Pota­to Chips (El papel de las seña­les audi­ti­vas en la per­cep­ción de lo cru­jien­te y ran­cio de las pata­tas fri­tas). Fue publi­ca­do en el Jour­nal of Sen­sory Stu­dies en 2004.

Este expe­ri­men­to fue el pri­me­ro en demos­trar con éxi­to que los ali­men­tos podían tener un sabor dife­ren­te en fun­ción de los cam­bios de soni­do. En el expe­ri­men­to, Spen­ce demos­tró que el tono y el volu­men del rui­do que se hacía al mor­der las pata­tas Prin­gles afec­ta­ba a la per­cep­ción de la gen­te sobre su fres­cu­ra. Los con­su­mi­do­res con­si­de­ra­ban que los cru­ji­dos más fuer­tes y agu­dos eran un 15% más fres­cos que los más sua­ves y gra­ves.

El poder de las expectativas

Las expec­ta­ti­vas que tene­mos sobre una sen­sa­ción que espe­ra­mos tener deter­mi­nan muchas veces como asu­mi­mos una expe­rien­cia rea­li­za­da. Todo resul­ta muy sub­je­ti­vo, pero no siem­pre como espe­rá­ba­mos. Por ejem­plo, sobre la sen­sa­ción de dul­ce, en un artícu­lo recien­te, Spen­ce expli­ca que un dul­zor visual o sines­té­si­co (sin­cró­ni­co con otras per­cep­cio­nes) pue­de ser inclu­so más poten­te que el dul­ce de la saca­ro­sa natu­ral.

Lo demos­tró un estu­dio suyo en el que quie­nes pro­ba­ban una bebi­da roja (o, como él dice, «del color apro­pia­do») la encon­tra­ban más dul­ce que una bebi­da ver­de «del color inapro­pia­do», inclu­so cuan­do esta últi­ma con­te­nía has­ta un 11% más de azú­car aña­di­do. Y seña­la: «En otras pala­bras, la mejo­ra del sabor indu­ci­da psi­co­ló­gi­ca­men­te es indis­tin­gui­ble de la real, al menos en algu­nos casos, como el cita­do».

Otra sor­pre­sa. Spen­ce indi­ca que no son solo los colo­res los que ten­de­mos a per­ci­bir como dul­ces o amar­gos; tam­bién aso­cia­mos for­mas espe­cí­fi­cas con sus sabo­res y tex­tu­ras corres­pon­dien­tes. Un cla­ro ejem­plo de este fenó­meno suce­dió en 2013, cuan­do la cono­ci­da empre­sa de con­fi­te­ría Cad­bury reci­bió un alu­vión de car­tas que­ján­do­se del exce­so de dul­zor y cre­mo­si­dad de su barra de cho­co­la­te Dairy Milk, recien­te­men­te refor­mu­la­da. La empre­sa con­tes­tó a las car­tas expli­can­do que la fór­mu­la de su cho­co­la­te no había cam­bia­do; y que lo úni­co que habían hecho era sua­vi­zar las esqui­nas angu­lo­sas de sus table­tas de cho­co­la­te.

Pla­to de Jozef Yous­sef que apli­ca las teo­rías sobre color y geo­me­tría de Spen­ce.

Color y geometría pueden modular el sabor

La influen­cia de la for­ma de un ali­men­to para inten­si­fi­car (si es con­gruen­te) o ate­nuar (si es incon­gruen­te) su sabor, no solo tie­ne que ver con su mate­ria sino su per­cep­ción esta rela­cio­na­da con el con­tex­to, por ejem­plo, con la vaji­lla en la que se sir­ve. Spen­ce cita un estu­dio según el cual una gela­ti­na de remo­la­cha, ser­vi­da en un pla­to redon­do, sabía mucho más dul­ce que ser­vi­da en un pla­to angu­lar. Y el mis­mo color del pla­to tam­bién pue­de modu­lar el sabor de su con­te­ni­do. Spen­ce, seña­la que la mis­ma mous­se de fre­sa resul­ta­ba un 10% más dul­ce y un 15% más sabro­sa cuan­do se ser­vía en un pla­to blan­co en lugar de negro.

En otros estu­dios, su labo­ra­to­rio ha obser­va­do que el mis­mo efec­to se apli­ca a las bebi­das: el cho­co­la­te calien­te tie­ne un sabor más inten­so y agra­da­ble a cacao cuan­do se sir­ve en una taza naran­ja, en com­pa­ra­ción con una taza blan­ca (que pare­ce acen­tuar el amar­gor per­ci­bi­do).

En cam­bio, un café con leche sabe más amar­go cuan­do se sir­ve en un vaso trans­pa­ren­te que en una taza blan­ca. Cuan­to más se tie­ne en cuen­ta la sutil psi­co­lo­gía de estas dis­po­si­cio­nes, más intui­ti­vas resul­tan, lo que aña­de otra capa secre­ta al enfo­que per­so­nal de la pre­sen­ta­ción de las comi­das.

El peso visual y el tacto también cuentan

Algu­nas de las inves­ti­ga­cio­nes más sor­pren­den­tes de Spen­ce se cen­tran en la cali­dad tác­til de la expe­rien­cia culi­na­ria. En varios estu­dios se ha des­cu­bier­to que el uso de cubier­tos o pla­tos más pesa­dos aumen­ta el dis­fru­te de la comi­da y la dis­po­si­ción a pagar más por ella, ya sea un vaso de yogur o un pla­to prin­ci­pal en un res­tau­ran­te de lujo. La tex­tu­ra de nues­tros pla­tos y cubier­tos se refle­ja en lo que come­mos de varias mane­ras.

Un estu­dio con pretzels recom­pues­tos con dos mita­des de dife­ren­te tex­tu­ra —una empa­pa­da y la otra fres­ca— des­cu­brió que la sen­sa­ción tác­til de la mitad empa­pa­da ate­nua­ba el cru­ji­do de la mitad per­fec­ta­men­te cru­jien­te que el suje­to mor­día. Spen­ce deno­mi­na a este tipo de trans­fe­ren­cia de sen­sa­cio­nes «ven­tri­lo­quia afec­ti­va», cuan­do una tex­tu­ra sus­ci­ta fácil­men­te un inten­so sen­ti­mien­to espe­cí­fi­co.

La comi­da de pue­de aumen­tar con un con­di­men­to sono­ro.

El condimento sonoro

El pro­vo­ca­ti­vo expe­ri­men­to cita­do de las pata­tas fri­tas aca­bó lla­man­do la aten­ción de Spen­ce sobre el chef Hes­ton Blu­menthal, una de las figu­ras más des­ta­ca­das del movi­mien­to culi­na­rio enton­ces popu­lar­men­te cono­ci­do (aho­ra de for­ma bas­tan­te polé­mi­ca), como «gas­tro­no­mía mole­cu­lar».

En el pró­lo­go del libro de Spen­ce, The Per­fect Meal: The Mul­ti­sen­sory Scien­ce of Food and Dining (La comi­da per­fec­ta: La cien­cia mul­ti­sen­so­rial de la comi­da y la cena), Blu­menthal recuer­da cómo el prin­ci­pal hallaz­go del expe­ri­men­to hizo que su «men­te se ace­le­ra­ra, como un niño en una tien­da de golo­si­nas». Se lan­zó a una serie de expe­ri­men­tos para ver cómo el «con­di­men­to sono­ro» podía ampli­fi­car dis­tin­tos pla­tos.

Uno de ellos dio como resul­ta­do el icó­ni­co pla­to de maris­co del pres­ti­gio­so res­tau­ran­te Fat Duck, «El soni­do del mar»: sashi­mi dis­pues­to sobre un lecho de are­na (com­pues­to de tapio­ca), ser­vi­do a los clien­tes jun­to a un iPod que repro­du­ce soni­dos envol­ven­tes del pai­sa­je marino. Las inves­ti­ga­cio­nes de Spen­ce han demos­tra­do que el acom­pa­ña­mien­to sono­ro hace que los comen­sa­les par­ti­ci­pan­tes con­si­de­ren el pla­to «más fres­co» y «con más sabor de pes­ca­do». En algu­nos casos —aña­de Blu­menthal—, la expe­rien­cia resul­ta tan con­mo­ve­do­ra que los comen­sa­les se emo­cio­nan has­ta las lágri­mas. Los dos han segui­do cola­bo­ran­do duran­te mucho tiem­po.

No pon­gas rui­dos de gran­ja mien­tras sir­ves maris­co (Kit­chen Theory).

Correspondencias sinestésicas potenciadoras del sabor

La inves­ti­ga­ción de Spen­ce ha pro­fun­di­za­do cada vez más en las cua­li­da­des inten­si­fi­ca­do­ras de la sen­sa­ción del sabor con soni­do, que él evan­ge­li­za como el «sen­ti­do del sabor olvi­da­do». Sus inves­ti­ga­cio­nes han demos­tra­do que la modu­la­ción del soni­do gene­ra­do por los ali­men­tos pue­de alte­rar drás­ti­ca­men­te nues­tra per­cep­ción y dis­fru­te de su sabor. La músi­ca de fon­do tam­bién pue­de ser un poten­te poten­cia­dor del sabor, la tex­tu­ra y la sen­sa­ción en boca, pero sólo si, siguien­do la lógi­ca de la con­gruen­cia, nos gus­ta la músi­ca.

Las corres­pon­den­cias sines­té­si­cas mol­dean subli­mi­nal­men­te nues­tro com­por­ta­mien­to. Este cono­ci­mien­to ha sido explo­ta­do con pro­ve­cho por mino­ris­tas y res­tau­ran­tes, que rocían el aire con aro­mas de café y galle­tas, y tocan el tipo de rit­mos que nos man­tie­nen com­pran­do de modo cons­tan­te.

La músi­ca pue­de inclu­so influir en nues­tra toma de deci­sio­nes. Spen­ce cita un estu­dio (publi­ca­do en Natu­re), según el cual los com­pra­do­res cam­bia­ban su elec­ción de vino en fun­ción de la músi­ca de fon­do que escu­cha­ban, com­pran­do vino fran­cés al son del acor­deón fran­cés y vino ale­mán al son de la músi­ca este­reo­ti­pa­da típi­ca de las cer­ve­ce­rías alpi­nas.

Jun­tos, Spen­ce y Blu­menthal, demos­tra­ron el poder per­sua­si­vo de la atmós­fe­ra alre­de­dor de la mesa, cuan­do hicie­ron que los suje­tos comie­ran ostras acom­pa­ña­das por soni­dos del mar o de un gra­ne­ro. Otros comie­ron hela­do de bei­con y hue­vo con una ban­da sono­ra de galli­nas cacarean­do o el chis­po­rro­teo de la gra­sa del bei­con en una sar­tén. Los comen­sa­les valo­ra­ron más las ostras cuan­do la comi­da iba acom­pa­ña­da de un pai­sa­je marino que cuan­do escu­cha­ban soni­dos de la gran­ja.

Por su par­te, los que comie­ron el hela­do de bei­con y hue­vo lo encon­tra­ron más evo­ca­dor del soni­do que habían oído; más a hue­vo cuan­do iba acom­pa­ña­do del cacareo de las galli­nas, y más a bei­con cuan­do oían el chis­po­rro­teo.

Tener todo esto en cuen­ta pue­de influir en la lis­ta de repro­duc­ción musi­cal para el fon­do de tu cena. Eso sí, ase­gú­ra­te de no poner rui­dos de gran­ja mien­tras sir­ves maris­co. Esto tam­bién recon­for­ta bas­tan­te: cien­tí­fi­ca­men­te hablan­do, no se pue­de com­pla­cer a todo el mun­do.

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