Si son ciertos los rumores que rodean a la mítica película, en los próximos días aparecerá la única copia que queda del Santo Grial del cine mudo

No es una exageración decir que London after midnight (en España Londres después de medianoche o La noche del horror) es el santo grial del cine mudo. No hay ninguna película de la era de las películas silentes más buscada ni más citada. Solo la versión de diez horas de Avaricia (Erich Von Stroheim, 1925) podría hacerle sombra. Considerada una de las obras maestras del genio Tod Browning (Freaks, Drácula, Garras humanas…), la cinta protagoniza por Lon Chaney en 1927 forma parte, desde el 1 de enero, del dominio público en EEUU. En España habrá que esperar hasta 2042.
En todo caso, da igual 2023 que 2042: no existe ninguna copia. Se supone que la única existente se perdió en un incendio en 1965 en los estudios de la MGM que se llevó por delante aproximadamente el 70% de sus fondos (junto a otras como Divine Woman (Victor Sjöström, 1927) protagonizada por Greta Garbo. Pero si apareciera una… y de la versión sonorizada —si es verdad que existió— ni hablamos.
La fecha no tendría más importancia si no fuera que la leyenda que rodea a la cinta —una de tantas— decía, a modo de profecía, que un coleccionista guarda celosamente la última copia, y que no vería la luz hasta que cayera en el dominio público. Entonces se ha haría rico alquilándola a Filmotecas, Festivales… y sin pagar un dólar de derechos de autor. Ese día ha llegado, solo falta que la película aparezca.
En realidad si existiera una copia, Londres después de medianoche ni siquiera estaría entre las más destacadas del tándem Browning y Chaney —un dúo que funcionaba muy bien en taquilla— ‚que trabajaron juntos en muchas ocasiones (Garras humanas, Los pantanos de Zanzíbar, La sangre manda, Fuera de la ley…) y siempre con éxito de público y crítica.
Económicamente Londres después de medianoche fue un éxito que recaudó un millón de dólares de la época y costó algo más de 151.000, pero la crítica se dividió ante esta historia en la que un inspector de Scotland Yard que se disfraza de vampiro (el segundo de la historia del cine, tras Nosferatu) para resolver un asesinato. La idea original, sin embargo, era adaptar Drácula, con Chaney como vampiro, pero los herederos de Bram Stoker se negaron y hubo que cambiar el proyecto. Al final el director se salió con la suya, y en 1931 consiguió hacer realidad el proyecto, un papel que inmortalizó a Bela Lugosi.
The New York Times la consideró el guion un «sinsentido», Variety fue un poco más generosa mientras Photoplay y Motion Picture Magazine sí hicieron reseñas más positivas. En todo caso, mucho más reconocimiento tuvo el remake de 1935 titulado La marca del vampiro, con Lugosi y Lionell Barrymore como protagonistas, y dirigida también por Browning.

El origen del mito
La leyenda negra de la película nació tras su estreno en Londres en 1928. Un hombre asesinó a su novia cortándole el cuello en pleno Hyde Park alegando que le había engañado con otro —lo que entonces se llamaba «crimen pasional» pero no era más que un asesinato machista— y alegó que actuó turbado por el efecto que la interpretación de Chaney le había causado. No coló y acabó en la cárcel. La serie británica Whitechapel (2009–2013) utilizó este argumento en dos de sus capítulos y volvió a poner de moda el caso.
A partir de ahí se extendió el rumor de que la película estaba maldita y que los cines en los que se estrenaba acababan pasto de misteriosos incendios. Todo mentira, pero cuando ardieron los archivos de la MGM la mentira cobró visos de realidad.
Aun así, el título hubiera pasado a la historia si no llega a ser por el mítico Forrest J. Arkeman, el Papa Oso del frikismo. Nacido en 1916 en Los Ángeles, con 10 años cayó en sus manos un ejemplar de Amazing Stories (editada por el no menos mítico Ray Palmer) y cuatro años más tarde fundó el Boys’ Scientifiction Club: fue el comienzo de una vida dedica a la ci-fi y el cine de serie B que incluye, entre otros hitos, haber inventado el cosplay (entonces conocido como futuristicostume) al aparecer vestido de militar extraterrestre en la primera World Science Fiction Convention celebrada en Nueva York en 1939.
Fue Ackerman, en su faceta de editor y principal colaborador de la revisa Famous Monsters of Filmland, el que se encargó de elevar la película a los altares dedicándose varios artículos empleando las fotos que todavía circulaban. Nació entonces la leyenda de que algún coleccionista (¿William K. Everson? ¿Raymond Rohauer?) atesoraba la última copia en algún lugar recóndito de su archivo.

La leyenda continúa
A partir de entonces, la existencia de la copia única de la película se convirtió en una especie de broma entre los aficionados al cine fantástico. En 1973 Blackhawk Films, la referencia en cine silente, incluyó en su catálogo una copia en Super 8 por la ridícula cifra de 41 dólares en la misma página que El jorobado de París de 1923 (que fue en su día la película más taquillera de la Universal) o El fantasma de la ópera (1925). Cecil Miller, otra firma especializada en cine mudo, hizo un anuncio parecido poco después.
También se hizo frecuente, en vísperas de Halloween, ver anuncios en fanzines y publicaciones underground americanas y británicas anunciando proyecciones de la película en un lugar secreto, cuya ubicación solo se desvelaba previa invitación. Con la llegada de internet, la broma se trasladó a las páginas especializas en cine donde los aficionados publicaban sus reseñas y explicaban en qué misteriosas condiciones habían conseguido verla. La mayoría de estas críticas han desaparecido y, por ejemplo, imdb solo admite las que se refieren a las versiones restauradas (hay dos hechas a partir de las cerca de 200 fotos que han sobrevivido).

Pero si hay una leyenda urbana sobre la película realmente divertida (y que algunos han dado por cierta) es la de Clyde McGuffin, un presunto exarchivista de la MGM que vivía retirado en su granja de gallinas de California. Según contaba, al ver el poco cuidado con el que el estudio guardaba sus viejas películas decidió llevarse algunas a casa. Las tenía casi olvidadas hasta que su gallina favorita, Henrietta, encontró una de las latas en el granero casi sepultada por las deposiciones de ellas y sus compañeras de corral. Para su sorpresa, era una copia de Londres después de medianoche. McGuffin decidió devolver la copia a sus propietarios… y nunca más supo de ella.
Ahora que la película está en el dominio público, comienza la cuenta atrás para ver si aparece algún misterioso coleccionista que la haya guardado hasta la fecha, pero todo apunta a que no. ¿Puede haber otra copia en otro lugar? ¿Forma parte de ese entre 75 y 90% de películas mudas desaparecidas irremediablemente?
Es poco probable que aparezca alguna copia, pero todo es posible. Obras maestras como la versión coloreada a mano de Viaje a la Luna (Georges Méliès, 1902), Metropolis (Fritz Lang, 1927), La pasión de Juana de Arco (Carl Theodor Dreyer, 1928), El cameraman (Buster Keaton y Edward Sedgwick), Alas (William A. Wellman, 1927), la primera película en ganar un Oscar y que también entra, estuvieron desaparecidas durante décadas hasta que se descubrió una copia. Por cierto, Metropolis y Wings también están en el dominio úblico desde el día 1 de enero.
Mientras tanto, el que pueda que consiga un cartel original: solo queda uno y es el más caro de la historia. Su propietario es el guitarrista de Metallica Kirk Hammett y pagó por él casi medio millón de dólares en 2014. A los que no le lleguen los posibles, se podrán contentar leyendo Londres después de medianoche (Seix Barral, 2014), del mexicano Agusto Cruz, sobre la búsqueda de esa copia perdida y que es un auténtica maravilla.
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