El joven rockero de 78 años celebra el cuarenta aniversario de uno de los discos más importantes de la música en España

Ocurrió el 5 y 6 de marzo de 1982 en el Pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid y se convirtió en una noche mágica para la historia de la música española. Un roquero nacido en Granada en 1944, que de joven creía que Elvis era Dios y él aspiraba a ser su profeta, protagonizó un doble concierto titulado Rock & Ríos que se convirtió en un mítico LP en directo, el disco que durante años fue el más vendido jamás en este país.
Ahora, más de 40 años después, con la misma fuerza de siempre y, probablemente más sabio que nunca, Miguel Ríos ha querido celebrar la efeméride con un gira que le ha llevado por todo el país y cuyas paradas se cuentan por sold outs. El próximo 9 de septiembre, tras pasar por Alicante el 25 de agosto, el espectáculo se trasladará a la Plaza de Toros de Valencia (21:30 h.). El precio de la entrada oscila entre los 38 y los 60 euros.
Para las nuevas generaciones es difícil entender lo que supuso la grabación de ese disco, el décimo en la carrera de un joven que se había dado a conocer como Mike Ríos y al que la prensa había coronado como el Rey del Twist. Según rezaba la publicidad del evento, el público iba a encontrar, a cambio de 600 pesetas que costaba la entrada: «Un espectáculo de la era del vídeo. La magia del rayo láser. Pantallas gigantes. 200.000 Wats. de luz, 15.000 Wats. de sonido… ¡Participa en la grabación de este concierto!». Para darse cuenta de lo que supuso a nivel cultural, basta decir que el día 7 se emitió en diferido en RTVE y llegó a millones de espectadores.
Miguel Ríos llevaba años encarnando la modernidad y los deseos de cambio en este país. Mientras la canción protesta —la que se enfrentaba más directamente al régimen— estaba en manos (y voces) de los cansautores, el de Granada encarnaba de otra manera las ansias de cambio. El cantante, tras unos primeros años dedicados a la música ligera, fichó en 1968 con Hispavox y, con su primer sencillo, revoluciona su carrera gracias a Vuelvo a Granada y El río. Luego llegarían temas como Contra el cristal, El cartel, Mira hacia ti…
Pero su gran momento llegó, sin duda, en 1969 con su versión rockera del Himno a la alegría, una adaptación del último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven, bajo la batuta del músico y productor argentino Waldo de los Ríos. Con ella fue número 1 en EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido y un gran éxito en Japón, Suecia, Austria, Holanda y Canadá.
El concierto, desde un punto de vista sociológico, llegó en un momento único. La Democracia ya había llegado, pero una UCD en descomposición se quedaba corta para las ganas de cambio de los jóvenes de la época. En el horizonte estaba la victoria del PSOE, que llegaría en octubre, pero las ganas de algo nuevo flotaban en el ambiente. Miguel Ríos, que tenía en su currículum contestatario un mes en Carabanchel por haberse fumado un porro, representaba como nadie esa juventud que quería cambio.
De milagro
El nombre del disco nació por casualidad. El año anterior, durante la gira Extraños en el escaparate, alguien del público gritó «no diga rock and roll, diga rock and Ríos» y « Miguel, que tiene la oreja puesta y que además tenía siempre muy buen olfato para los eslóganes, decide que ese va a ser el título de su nuevo álbum», según explicó el periodista Josemi Valle.
Producido por el propio Miguel junto a sus amigos Carlos Narea y Tato Gómez, llama la atención que un disco tan rotundo y arriesgado tuvo un gira previa para rodarlo —esta tuvo lugar a final de año—, y que muchos de los músicos se juntaron para la ocasión. Y, aunque no fue fácil coordinar a una banda con dos teclados, un bajo, dos baterías y cuatro guitarras. Además se grabó en dos días y se mezcló en cuatro, algo absolutamente inaudito.
La apuesta fue tan arriesgada que, de hecho, estuvo a punto de fracasar. Para la ocasión hizo falta traer de Inglaterra un estudio móvil que, al llegar a la frontera de Irún, la policía no dejó entrar en España a falta de un documento. Hizo falta que un miembro del equipo, en una carrera contrarreloj, se desplazara hasta allí para traerlo.
Al final, fueron dos noches para el recuerdo. Las veladas empezaron con el mítico Bienvenidos, una declaración de intenciones capaz de hacer bailar a un muerto. Luego llegarían otras como Año 2000, Un caballo llamado muerte, Buscando la luz, el Himno de la Alegría, alguna versión (Mis amigos donde están, de Los Topos, o Maneras de Vivir, de Rosendo; Rock & Roll en la Plaza del pueblo, de Tequila) y, para termina, Lúa, Lúa, Lúa con todo el auditorio cantando a capella.
Otro dato curioso es que algunos de los temas eran nuevos, y nunca los habían cantado antes en directo. Es el caso de Bienvenidos, Reina de la noche, Generación límite y El blues del autobús. De este, dos días antes, solo existía la música y la letra y fue Víctor Manuel —al que Ríos pidió ayuda— el que la escribió de una sentada.
Eso retrasó la instalación hasta tal punto que la primera jornada no pudo grabarse entera. Pese a todo, al final todo salió tan bien que solo hizo falta regrabar los coros. Sí, no es de extrañar que cuando en 2015 se puso a la venta un grabación remasterizada, el periodista Josemi Valle tituló Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible el libro que lo acompañaba.

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