giacomo leopardi

gia­co­mo leo­par­di

Giacomo Leopardi contó en «Recuerdos del primer amor» su pasión por una prima de su madre

Gia­co­mo Leo­par­di, óleo sobre tela de A. Ferraz­zi (1820).

En diciem­bre de 1817, Gia­co­mo Leo­par­di (Reca­na­ti 1798 — Nápoles1837), el poe­ta y pen­sa­dor más rele­van­te del siglo XIX ita­liano, cono­ció a Gel­tru­de Laz­za­ri, una pri­ma de su padre; de inme­dia­to se ena­mo­ró. Ese mis­mo día comen­zó a redac­tar de los dos tex­tos que com­po­nen­te el volu­men que hoy comen­ta­mos: Recuer­dos del pri­mer amor, publi­ca­do en 1906, y Pri­mer amor, un poe­ma con­for­ma­do por ter­ce­tos y que fue inclui­do pos­te­rior­men­te en su céle­bre Can­tos.

Leo­par­di, uno de los gran­des poe­tas euro­peos, fue una cabe­za emi­nen­te para la refle­xión y la líri­ca. El res­to de su cuer­po siem­pre frá­gil y enfer­mi­zo y de aspec­to poco agra­cia­do.

Recuer­dos del pri­mer amor es un bre­ve die­ta­rio que abar­ca des­de el 14 al 23 de diciem­bre de 1817, de un joven de 19 años que expe­ri­men­ta su pri­me­ra pasión amo­ro­sa.

Esta es la des­crip­ción de su pri­mer encuen­tro con la dama, que ten­drá para él un efec­to tan tur­ba­dor:

«…en la tar­de del jue­ves pasa­do lle­gó a nues­tra casa una seño­ra de Pésa­ro, espe­ra­da con gus­to por mí, des­co­no­ci­da por supues­to (…): era parien­te nues­tra más bien leja­na, tenía vein­ti­séis años y la acom­pa­ña­ba su mari­do, un hom­bre de más de cin­cuen­ta años, pací­fi­co y rolli­zo. Ella era alta, robus­ta, como nin­gu­na otra mujer que yo hubie­ra vis­to en toda mi vida, pero de ros­tro en abso­lu­to tos­co, ras­gos a la vez duros y deli­ca­dos, her­mo­sa tez, ojos negrí­si­mos, cabe­llo cas­ta­ño, mane­ras dul­ces y, en mi opi­nión, ele­gan­tes, lejos de toda afec­ta­ción…».

Duran­te la vela­da noc­tur­na sus her­ma­nos jue­gan a las car­tas con ella. Su timi­dez y apo­ca­mien­to bus­ca una sali­da airo­sa jugan­do al aje­drez pero la dama igno­ra sus bri­llan­tes tác­ti­cas.

Pero el joven Leo­par­di está eufó­ri­co por­que la dama «me había tra­ta­do ama­ble­men­te y yo, por pri­me­ra vez, había hecho reír con mis bro­mas a una bella dama, le había habla­do y había obte­ni­do de ella muchas pala­bras y un mon­tón de son­ri­sas».

Esa noche per­ma­ne­ce des­pier­to has­ta muy tar­de recrean­do el recuer­do viví­si­mo de la ante­rior vela­da. Ase­gu­ra que una vez dor­mi­do sue­ña febril­men­te sobre jue­gos de nai­pes, movi­mien­tos de aje­drez y el ros­tro a la dama.

La visi­ta de esos fami­lia­res es bre­ve pero el efec­to sobre el joven poe­ta per­du­ra­rá. En oca­sio­nes con efec­tos peno­sos: «Oír hablar de esa mujer me lace­ra y ator­men­ta como si alguien pal­pa­ra una par­te dolo­ri­da de mi cuer­po».

Tam­bién suce­de que aho­ra des­pre­cia muchas cosas que antes valo­ra­ba: «el estu­dio ya no me atrae y es inca­paz de col­mar el vacío de mi espí­ri­tu, por­que el pro­pó­si­to de ese esfuer­zo, que no es otro que la glo­ria, ya no me pare­ce tan impor­tan­te como en otros momen­tos (…) la glo­ria es una ben­di­ción secun­da­ria y no me pare­ce lo sufi­cien­te­men­te impor­tan­te para dedi­car­le toda una jor­na­da, pues me impi­de pen­sar en esa otra ben­di­ción».

El joven con­fi­gu­ra un canon per­so­nal de mujer, ins­pi­ra­do en su dama: «en pri­mer lugar, los ras­gos fuer­tes (siem­pre que posean una gra­cia y deli­ca­de­za no viri­les), ojos y cabe­llos negros, ros­tro vivo y cier­ta altu­ra (…). En segun­do lugar, las mane­ras ele­gan­tes y ama­bles pero en abso­lu­to afec­ta­das, y sobre todo nin­gún ama­ne­ra­mien­to, nin­gu­na pala­bra melin­dro­sa, nin­gu­na mue­ca; como ya apun­té las mane­ra de Pésa­ro tie­nen, por lo que a la gra­cia, viva­ci­dad y modes­tia se refie­re, un no sé qué difí­cil de expre­sar».

A su vez pos­tu­la su canon nega­ti­vo, que revo­ca, por cier­to, la usual ico­no­gra­fía román­ti­ca: «por con­tra(…) los ros­tros lán­gui­dos, vir­gi­na­les y com­ple­ta­men­te deli­ca­dos, los cabe­llos rubios o cla­ros, la baja esta­tu­ra, el carác­ter apo­ca­do y otras carac­te­rís­ti­cas por el esti­lo me impre­sio­na­ban poco, a pesar de que en otros ejer­cían una inmen­sa atrac­ción».

Bus­ca con­for­ta­ción en cier­tas ideas: «me ima­gino que tal vez lle­gue a ser alguien gran­de en el mun­do de las letras de modo que cuan­do me pre­sen­te ante ella me aco­ja cari­ño­sa y com­pla­ci­da». O tam­bién: «si algún día ten­go oca­sión de visi­tar a esta dama y más aún si es ella quien me brin­da la oca­sión de ver­la, no dudo de que corre­ré en bus­ca del temi­do pla­cer».

El can­dor de un ena­mo­ra­mien­to pri­me­ri­zo se mues­tra con esta decla­ra­ción: “si ha habi­do en el mun­do un sen­ti­mien­to inma­cu­la­do, pla­tó­ni­co, com­ple­ta e insó­li­ta­men­te ale­ja­do de la menor som­bra de impu­re­za, sin duda ha sido y sigue sien­do el mío».

Como cau­te­la fren­te al posi­ble lec­tor rece­lo­so de que sus emo­cio­nes estén sobre­ac­tua­das, el joven Leo­par­di ase­gu­ra que siem­pre ha deplo­ra­do «el menor atis­bo de nove­le­ría,  no creo haber sen­ti­do nin­gún afec­to ni nin­gún impul­so que no fue­ra espon­tá­neo: todo lo que he escri­to en estas pági­nas lo he sen­ti­do real y espon­tá­nea­men­te».

El volu­men con­clu­ye con el cita­do poe­ma El pri­mer amor, que a su vez con­clu­ye con los siguien­tes ver­sos: «sigue ardien­do la lla­ma, vive el afecto/vive en mi men­te aque­lla imagen/puesto que otro pla­cer, no sien­do los del cielo/jamás tuve y sólo con ella me sacia­ba».

Título: Recuerdos del primer amor
Autor: Giacomo Leopardi 
Traductor: Juan Antonio Méndez
Editorial: Acantilado (2018)
Páginas: 51
Precio: 10 €

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