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Las nue­vas obras de Seven Moods nacen evi­den­te­men­te de varios ele­men­tos recu­rren­tes que, al entre­la­zar­se entre sí, dan ori­gen a una serie de obras de arte que cuen­tan un secre­to, una his­to­ria mis­te­rio­sa y alta­men­te suge­ren­te que se ocu­pa de la repre­sen­ta­ción de las muje­res y de sus alter egos. El ele­men­to prin­ci­pal de cada com­po­si­ción es de hecho la figu­ra feme­ni­na: las muje­res están en el cen­tro de cada pie­za, ocu­pan­do casi toda la con­fi­gu­ra­ción. Estas pare­cen aca­ba­das de ate­rri­zar del futu­ro, o des­de el espa­cio exte­rior.
La geo­me­tría está siem­pre pre­sen­te en las crea­cio­nes de Seven Moods, pero espe­cial­men­te estas nue­vas obras repre­sen­tan una selec­ción de for­mas que le con­ce­de un cier­to carác­ter a los esce­na­rios.
 
Ruben­mi­chi: Sol Negro
 
Sol Negro es uno de los múl­ti­ples nom­bres que reci­be Saturno, dios de la cose­cha que repre­sen­ta los ciclos de la vida, pero tam­bién el paso impla­ca­ble del tiem­po y, por lo tan­to, la muer­te. Cono­cer­lo es inten­tar enten­der nues­tro sig­ni­fi­ca­do y nues­tro fin, y bus­car su influ­jo es abra­zar el cono­ci­mien­to, aun­que sea atra­ve­san­do la oscu­ri­dad. Exis­ten miles de sím­bo­los que nos indi­can el camino, tra­tan de dar­nos las res­pues­tas. Y aun­que no que­ra­mos ver­los, todos res­pon­den a un len­gua­je úni­co. Todo: lo refe­ren­te a lo bueno y a la luz, y lo que repre­sen­ta lo malo y la oscu­ri­dad. Sobre este plan­tea­mien­to Rube­ni­mi­chi con­si­guen acer­car­se a ese len­gua­je cós­mi­co, ras­trean­do los sím­bo­los, asu­mién­do­los como pro­pios y jugan­do con su mis­te­rio. Por­que si algo fas­ci­na a Michi, Rubén y Luis­jo, es lo ocul­to, lo secre­to, lo oscu­ro o lo mági­co, que mue­ve y domi­na una bue­na par­te de su tra­ba­jo. Y tam­bién todos sus ritos, apli­ca­dos inclu­so al pro­pio pro­ce­so crea­ti­vo. A nadie se le esca­pa. Algo hay de bru­jos en esta oscu­ra y, en apa­rien­cia, sim­pá­ti­ca tri­ni­dad.

En sus cua­dros, Rube­ni­mi­chi se dejan lle­var por una audaz intui­ción que par­te del asom­bro por cier­tas reali­da­des coti­dia­nas y que cul­mi­na en la asi­mi­la­ción de cual­quier fenó­meno que se pre­sen­te como indes­ci­fra­ble. Según sus plan­tea­mien­tos ahí es don­de está el poder, la ener­gía o la magia. Y es ahí don­de encuen­tran su espa­cio, uno en el que espe­cu­lar a tra­vés de la pin­tu­ra, bus­can­do las res­pues­tas, ofre­cien­do una docu­men­ta­ción exahus­ti­va de su fas­ci­na­ción. Hay que aña­dir aquí, aun­que sue­ne exce­si­vo, que su tra­ba­jo es un fiel refle­jo de sus dog­mas e idea­les.

Las nue­vas obras de Seven Moods nacen evi­den­te­men­te de varios ele­men­tos recu­rren­tes que, al entre­la­zar­se entre sí, dan ori­gen a una serie de obras de arte que cuen­tan un secre­to, una his­to­ria mis­te­rio­sa y alta­men­te suge­ren­te que se ocu­pa de la repre­sen­ta­ción de las muje­res y de sus alter egos. El ele­men­to prin­ci­pal de cada com­po­si­ción es de hecho la figu­ra feme­ni­na: las muje­res están en el cen­tro de cada pie­za, ocu­pan­do casi toda la con­fi­gu­ra­ción. Estas pare­cen aca­ba­das de ate­rri­zar del futu­ro, o des­de el espa­cio exte­rior.
La geo­me­tría está siem­pre pre­sen­te en las crea­cio­nes de Seven Moods, pero espe­cial­men­te estas nue­vas obras repre­sen­tan una selec­ción de for­mas que le con­ce­de un cier­to carác­ter a los esce­na­rios.
 
Ruben­mi­chi: Sol Negro
 
Sol Negro es uno de los múl­ti­ples nom­bres que reci­be Saturno, dios de la cose­cha que repre­sen­ta los ciclos de la vida, pero tam­bién el paso impla­ca­ble del tiem­po y, por lo tan­to, la muer­te. Cono­cer­lo es inten­tar enten­der nues­tro sig­ni­fi­ca­do y nues­tro fin, y bus­car su influ­jo es abra­zar el cono­ci­mien­to, aun­que sea atra­ve­san­do la oscu­ri­dad. Exis­ten miles de sím­bo­los que nos indi­can el camino, tra­tan de dar­nos las res­pues­tas. Y aun­que no que­ra­mos ver­los, todos res­pon­den a un len­gua­je úni­co. Todo: lo refe­ren­te a lo bueno y a la luz, y lo que repre­sen­ta lo malo y la oscu­ri­dad. Sobre este plan­tea­mien­to Rube­ni­mi­chi con­si­guen acer­car­se a ese len­gua­je cós­mi­co, ras­trean­do los sím­bo­los, asu­mién­do­los como pro­pios y jugan­do con su mis­te­rio. Por­que si algo fas­ci­na a Michi, Rubén y Luis­jo, es lo ocul­to, lo secre­to, lo oscu­ro o lo mági­co, que mue­ve y domi­na una bue­na par­te de su tra­ba­jo. Y tam­bién todos sus ritos, apli­ca­dos inclu­so al pro­pio pro­ce­so crea­ti­vo. A nadie se le esca­pa. Algo hay de bru­jos en esta oscu­ra y, en apa­rien­cia, sim­pá­ti­ca tri­ni­dad.

En sus cua­dros, Rube­ni­mi­chi se dejan lle­var por una audaz intui­ción que par­te del asom­bro por cier­tas reali­da­des coti­dia­nas y que cul­mi­na en la asi­mi­la­ción de cual­quier fenó­meno que se pre­sen­te como indes­ci­fra­ble. Según sus plan­tea­mien­tos ahí es don­de está el poder, la ener­gía o la magia. Y es ahí don­de encuen­tran su espa­cio, uno en el que espe­cu­lar a tra­vés de la pin­tu­ra, bus­can­do las res­pues­tas, ofre­cien­do una docu­men­ta­ción exahus­ti­va de su fas­ci­na­ción. Hay que aña­dir aquí, aun­que sue­ne exce­si­vo, que su tra­ba­jo es un fiel refle­jo de sus dog­mas e idea­les.

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