Por un “new deal” campestre para el país

Pue­blo ale­mán en Bavie­ra del sur.

Des­de hace ya cua­tro o cin­co años, todas las tar­des de sába­do y domin­go el pri­mer canal de TVE emi­te tele­fil­mes ale­ma­nes. Son deli­cio­sos para echar la sies­ta y aun­que pue­dan pare­cer cur­sis por­que sus tra­mas no encie­rran con­duc­tas mafio­sas ni vio­len­cias indis­cri­mi­na­das, resul­tan muy huma­nos y mucho más efi­cien­tes des­de la pers­pec­ti­va de la ejem­pla­ri­dad social. 

Me pare­ce un gran acier­to de la tele­vi­sión públi­ca espa­ño­la la com­pra de estas pro­duc­cio­nes ale­ma­nas –de la ZDF– que desa­rro­llan his­to­rias cer­ca­nas sobre con­flic­tos entre padres e hijos, divor­cios, jubi­la­cio­nes y muchos otros que tie­nen que ver con per­so­na­jes reales de nues­tra coti­dia­nei­dad más cer­ca­na. En gene­ral, todos los pro­ble­mas de rela­cio­nes que se plan­tean ter­mi­nan más o menos bien pero no de un modo idí­li­co, sino fun­cio­nal y peda­gó­gi­co. 

La homo­se­xua­li­dad, las sepa­ra­cio­nes matri­mo­nia­les, la inte­gra­ción de los emi­gran­tes, las adic­cio­nes juve­ni­les, has­ta la gen­tri­fi­ca­ción… con­cu­rren en estas pelí­cu­las tele­vi­si­vas que, ade­más, siem­pre se desa­rro­llan en espa­cios natu­ra­les mara­vi­llo­sos y duran­te las mejo­res épo­cas del año: pri­ma­ve­ra y verano. Gra­cias a la ZDF cono­ce­mos pue­blos y luga­res para­di­sia­cos en los fior­dos norue­gos, en los puer­tos pes­que­ros de Nue­va Ingla­te­rra, en Cor­nua­lles, la cos­tie­ra amal­fi­ta­na o la Sel­va Negra… 

 

Los esce­na­rios que más me lla­man la aten­ción son, sin embar­go, las peque­ñas loca­li­da­des de Bavie­ra, extra­rra­dios de Munich a una media hora de la gran ciu­dad. Allí viven jóve­nes cria­do­res de gana­do vacuno que fabri­can que­sos de leche cru­da, una jovial far­ma­céu­ti­ca jun­to a un gua­po médi­co preo­cu­pa­do por las visi­tas de los más ancia­nos, un fisio­te­ra­peu­ta ama­ble y una asis­ten­te social com­pren­si­va. Hay pana­de­ría arte­sa­na, ven­ta de ver­du­ras eco­ló­gi­cas, ciclis­tas, agen­cia inmo­bi­lia­ria y una míni­ma ofi­ci­na ban­ca­ria. En resu­men, hay de todo, viven apa­ci­ble­men­te en medio de una natu­ra­le­za armo­nio­sa y a dos pasos de la capi­tal. Y la inmen­sa mayo­ría dis­po­ne de orde­na­dor, móvil y rápi­do acce­so a inter­net…

No sé si será o no ver­dad, si exis­te ese mun­do báva­ro en la conur­ba­ción muni­que­sa, pero sea tan­gi­ble o una reali­dad inven­ta­da por la tele­vi­sión, repre­sen­ta un ideal ape­te­ci­ble, un mun­do de regre­so a lo cam­pes­tre pero en don­de lo rural ya no pre­sen­ta enor­mes des­ven­ta­jas y renun­cias fren­te a la con­cen­tra­ción urba­na, sino todo lo con­tra­rio. La tec­no­lo­gía y las nue­vas comu­ni­ca­cio­nes harían posi­ble, pre­ci­sa­men­te, el fenó­meno inver­so: el cam­po asu­me todas las vir­tu­des de la moder­ni­dad que antes solo poseían las ciu­da­des, pero aho­ra sin las ser­vi­dum­bres de estas. Bavie­ra es el más rural y tra­di­cio­na­lis­ta de los esta­dos ger­ma­nos y, al mis­mo tiem­po, el más avan­za­do tec­no­ló­gi­ca­men­te.

Hace unos días, en este mis­mo perió­di­co, el arqui­tec­to Miguel del Rey habla­ba de los pro­ble­mas de degra­da­ción del pai­sa­je que ha pro­vo­ca­do en nues­tro país el desa­rro­llo del turis­mo. Pro­po­nía apro­ve­char la cri­sis sani­ta­ria y eco­nó­mi­ca actual para repen­sar los mode­los eco­nó­mi­cos que nos han traí­do has­ta aquí y poner en valor el patri­mo­nio his­tó­ri­co y natu­ral, para lo cual, ade­más, habla­ba de crear una cul­tu­ra de la ima­gen –del cine y otras narra­cio­nes– que sir­vie­ra para edu­car al ciu­da­dano en una nue­va sos­te­ni­bi­li­dad. Pen­sé de inme­dia­to en los tele­fil­mes ale­ma­nes, hijos de la cul­tu­ra polí­ti­ca y eco­ló­gi­ca que Ale­ma­nia posee.

No pue­do estar más de acuer­do con del Rey, como lo estoy con el geó­gra­fo Joan Rome­ro cuan­do pide un plan urgen­te de vivien­das para jóve­nes… Aun­que no creo que solo con tele­films vaya­mos a lograr la recon­quis­ta de la Espa­ña rural como tam­po­co veo fac­ti­ble poner­se a desa­rro­llar nue­vos pla­nes de urba­ni­za­ción para crear vivien­das públi­cas sal­vo que nos dedi­que­mos a demo­ler barrios degra­da­dos y sus­ti­tuir­los por inmue­bles bio­cli­má­ti­cos en una apa­ra­to­sa ope­ra­ción de refor­ma de nues­tras ciu­da­des.

Tam­po­co pare­ce sen­sa­to espe­rar a un nue­vo mode­lo eco­nó­mi­co que nadie sabe dón­de esta­rá, o a una nue­va nor­ma­li­dad para que el turis­mo vuel­va a ser lo que era, indus­tria en favor de la cual hemos sacri­fi­ca­do el medio ambien­te, las pla­yas y los mon­tes, ade­más de inver­tir en las infra­es­truc­tu­ras que nece­si­ta­ba. Tar­da­re­mos años en recu­pe­rar los millo­nes de turis­tas a los que espe­rá­ba­mos cada verano, y va a ser difí­cil sos­te­ner, por mucho dine­ro euro­peo que nos pres­ten, de dos a tres millo­nes de para­dos sin cua­li­fi­car pro­ce­den­tes del sec­tor ser­vi­cios.

Pero si con­ju­ga­mos todas esas nece­si­da­des como país –absor­ber para­dos, recu­pe­rar el cam­po y valo­ri­zar el pai­sa­je–, crean­do un nue­vo pro­gra­ma polí­ti­co y eco­nó­mi­co, un new deal que sepa, ade­más, atraer inver­sio­nes pri­va­das y sedu­cir a los pres­ta­mis­tas de Bru­se­las, tal vez poda­mos salir del ato­lla­de­ro en el que nos ha deja­do el virus al que nadie espe­ra­ba. En cual­quier caso, es tiem­po de reco­men­dar­les una bue­na sies­ta de fin de sema­na vien­do dis­cu­rrir la vida domés­ti­ca entre los pra­dos de la vie­ja Euro­pa. 

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