Este breve tratado, que nos ha llegado inconcluso, no ha perdido ni su actualidad ni su vigor

«Amor sacro y amor pro­fano» («Venus y la don­ce­lla»), de Tiziano.

Del autor de este bre­ve tra­ta­do sobre lo subli­me, se des­co­no­ce su nom­bre com­ple­to, su fecha y lugar de naci­mien­to. Ade­más, es una obra que nos ha lle­ga­do incom­ple­ta, aun­que los aspec­tos más rele­van­tes per­ma­ne­cen.

De lo subli­me tie­ne el for­ma­to de una car­ta diri­gi­da a su ami­go Postumio Teren­ciano. Le recuer­da a éste que estu­dia­ron jun­tos un bre­ve tex­to sobre lo subli­me que escri­bió un cono­ci­do suyo, pero no lo encon­tra­ron a la altu­ra de lo que la mate­ria exi­gía. Para repa­rar las defi­cien­cias de aquel opúscu­lo, se pro­po­ne Lon­gino com­po­ner su tra­ta­do, que se con­for­ma como una serie de pro­ce­di­mien­tos téc­­ni­­co-retó­­ri­­cos para ela­bo­rar lo subli­me.

¿Qué entien­de Lon­gino por subli­me?: «Una ele­va­ción y cul­men del len­gua­je, y que los poe­tas y los gran­des auto­res no se valie­ron de otro modo para alcan­zar su pre­emi­nen­cia y renom­bre inmor­ta­les”.

Dis­tin­gue entre lo mara­vi­llo­so y sobre­co­ge­dor siem­pre ven­ce a lo que apun­ta a un mero per­sua­dir y com­pla­cer retó­ri­cos.

Se pre­gun­ta si real­men­te exis­te un arte de lo subli­me. Algu­nos creen que la gran­de­za es inna­ta, no se apren­de, y no exis­te otro medio de acce­der a ella que haber naci­do con ese extra­ño pri­vi­le­gio.

Obser­va­do des­de otro pun­to de vis­ta, ase­gu­ra que solo es real­men­te gran­de y subli­me “aque­llo que oca­sio­na una refle­xión pro­fun­da y hace difí­cil, cuan­do no impo­si­ble, toda répli­ca, mien­tras que su recuer­do es con­sis­ten­te y dura­de­ro”.

Emplea tam­bién un cri­te­rio de con­sen­so cuan­ti­ta­ti­vo:

«En gene­ral, con­si­de­ra­mos her­mo­so y subli­me de ver­dad lo que agra­da siem­pre a todos. Cuan­do gen­te de dife­ren­tes cos­tum­bres, modos de vida, intere­ses, eda­des y len­gua­jes pien­san igual sobre el mis­mo asun­to».

Enu­me­ra cua­les son los cin­co com­po­nen­tes esen­cia­les de la subli­mi­dad:

«La pri­me­ra y más impor­tan­te es la con­cep­ción ele­va­da de pen­sa­mien­tos. La segun­da es una pasión vehe­men­te e ins­pi­ra­da. Estas dos expre­sio­nes de lo subli­me sue­len ser inna­tas, mien­tras que las que vie­ne a con­ti­nua­ción son, ade­más, pro­duc­to del arte, a saber: la for­ma­ción de figu­ras según sean del pen­sa­mien­to y de la expre­sión; la dic­ción noble, que com­pren­de la elec­ción de pala­bras; y por fin, la quin­ta cau­sa, la dig­ni­dad y ele­va­ción de esti­lo en la com­po­si­ción».

Un acce­so for­ma­ti­vo a lo subli­me es la imi­ta­ción y emu­la­ción de los gran­des escri­to­res y poe­tas que nos pre­ce­den. por­que algu­nos «que­dan poseí­dos por un dios median­te un háli­to exte­rior».

Den­tro de este apren­di­za­je, resul­ta pro­ve­cho­so pre­gun­tar­se «¿cómo le sona­ría esto a Home­ro o a Demós­te­nes, y cómo reac­cio­na­rían si estu­vie­ran pre­sen­tes? Es, en efec­to, una exi­gen­cia extre­ma­da ima­gi­nar­se ese tri­bu­nal y audien­cia para nues­tras expre­sio­nes pro­pias y supo­ner a tan gran­des héroes como jue­ces y tes­ti­gos de nues­tros tex­tos». (Dicho sea entre parén­te­sis:  el cineas­ta Billy Wil­der debió leer este tra­ta­do de Lon­gino:  cuan­do escri­bía una esce­na o roda­ba una secuen­cia se pre­gun­ta­ba siem­pre: ¿cómo lo haría Lubitsch?)

Sugie­re un uso con­fi­den­cial de los tro­pos: la mejor figu­ra es aque­lla que pasa inad­ver­ti­da como tal figu­ra.

En este orden de cosas, acon­se­ja que inclu­so “en el arre­ba­to báqui­co hay que ser sobrio”.

Enco­mia el uso del hipér­ba­ton, es decir, la alte­ra­ción del orden habi­tual de las pala­bras, por­que es «la más autén­ti­ca expre­sión de la pasión arre­ba­ta­da. Así como los autén­ti­ca­men­te afec­ta­dos por la ira o el mie­do, o por los celos u otra cosa, a cada paso se des­vían de su pro­pó­si­to y, ape­nas toma­do un tema, sal­tan a otro, lle­va­dos por algu­na irre­le­van­cia ines­pe­ra­da y vuel­ven a empe­zar arras­tra­dos por su vehe­men­cia como por un vien­to tor­na­di­zo», (…) del mis­mo modo el arte es per­fec­to cuan­do pare­ce ser natu­ral, y la natu­ra­le­za triun­fa cuan­do entra­ña un arte per­fec­to”

Con­si­de­ra que los genios real­men­te gran­des están lejos de ser puros. La pul­cri­tud en todo corre el ries­go de la poque­dad; y en lo subli­me siem­pre hay algo que debe ser pasa­do por alto. Qui­zá es natu­ral que las natu­ra­le­zas nor­ma­les estén libres de gran­des fallos y caí­das, por­que nun­ca corren ries­gos ni aspi­ran a lo más excel­so, mien­tras que los gran­des crea­do­res tro­pie­zan a cau­sa con su pro­pia gran­de­za. Pue­de que haya algu­na estu­pi­dez en Home­ro y cier­tas tor­pe­zas métri­cas en Dan­te Alighie­ri, pero qué impor­tan fren­te a las gigan­tes­cas rique­zas que hacen aflo­rar sus res­pec­ti­vas musas extrac­ti­vas.

Lon­gino plan­tea una cues­tión de extra­ña actua­li­dad: «¿cómo es que habien­do en nues­tro tiem­po tan­tos hom­bres pro­vis­tos del don de la per­sua­sión y posee­do­res en alto gra­do de los encan­tos del len­gua­je, no sur­gen des­de hace tiem­po, sal­vo algu­nas raras excep­cio­nes, natu­ra­le­zas autén­ti­ca­men­te ele­va­das y tras­cen­den­tes, tal es la penu­ria que rei­na en el mun­do lite­ra­rio? (…) ¿Es que hemos de acep­tar la expli­ca­ción de que la ver­da­de­ra demo­cra­cia es nodri­za del genio y que la exce­len­cia lite­ra­ria com­par­te su ascen­so y caí­da?

La idea euro­pea de lo subli­me la esta­ble­ció la lite­ra­tu­ra román­ti­ca, que en cier­to la com­pen­dia el cono­ci­do cua­dro de Gas­par Frie­drich: un pai­sa­je impo­nen­te, abru­ma­dor, pero del que esta­mos a sal­vo.

La moda­li­dad con­tem­po­rá­nea de lo subli­me es el apo­ca­lip­sis nuclear, que pre­sen­ta un incon­ve­nien­te: su dis­fru­te esté­ti­co inclu­ye la extin­ción de quien con­tem­pla.

 

Título: De lo sublime
Autor: Longino
Traductor: Eduardo Gil Bera
Editorial: Acantilado
Páginas: 94

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia