El Par­te­rre. Foto de archi­vo.

Hermoso jardín, el Parterre, que fue ocupado por los primeros hippies y progres de la ciudad en los primeros años 70 del siglo pasado. Ese jardín decimonónico con sus iconos, la estatua de Jaume I El Conquistador y el colosal magnolio fue llamado por todos El Parque. Los jóvenes valencianos lo convirtieron en un espacio de libertad y desmadre.

El Par­te­rre. Foto de archi­vo.

El pri­mer par­que de atrac­cio­nes gra­tui­to que ocu­pó la juven­tud rebel­de valen­cia­na de los años 1970 del pasa­do siglo fue El Par­te­rre. Mucho antes de que se inven­ta­ran los pubs y gari­tos y se pusie­ra de moda el barrio del Car­me para el rela­jo de artis­tas con­tra­cul­tu­ra­les, freaks y raros, los jar­di­nes cons­trui­dos en 1876 en la Pla­za Alfon­so el Mag­ná­ni­mo fue­ron la esta­ción de lle­ga­da de los pri­me­ros hip­pies, vaga­bun­dos del Dhar­ma, que visi­ta­ron la India y el Marra­kech Express de Crosby, Stills and Nash con un libro de Hes­se o Lon­don en la mochi­la.

Tra­je­ron nove­da­des de otros mun­dos, sobre todo de estam­pa­dos para las fal­das de las pri­me­ras femi­nis­tas, los per­fu­mes raros y sus­tan­cias para entrar en las puer­tas de la per­cep­ción de Aldous Hux­ley. Eran los tiem­pos del flo­wer power. Esa peña fue pio­ne­ra del rela­to actual sobre liber­tad de expre­sión, eco­lo­gis­mo y la igual­dad de sexos.

Aquí en el Par­te­rre, bajo la esplén­di­da esta­tua de Jau­me I El Con­quis­ta­dor, se for­jó gran par­te de la moder­ni­dad valen­cia­na que explo­sio­na­ría en los años 80 con la demo­cra­cia. Por su cer­ca­nía a la Uni­ver­si­dad de La Nau estos reco­le­tos par­te­rres que fue­ron ane­ga­dos por com­ple­to en la ria­da de 1957 y lue­go recons­trui­dos, se pobla­ron de vida social, para solaz de sus estu­dian­tes, bachi­lle­res y uni­ver­si­ta­rios, que pulu­la­ba por la zona y esta­ban ya har­tos de las tas­cas de cha­tos de vino bara­to y ración de all i oli.

Robert Frank.

A muchos de los que vivi­mos aque­llos ini­cios de la liber­tad de movi­mien­tos a prin­ci­pios de los 70 se nos par­tió el alma hace muy poco cuan­do el gran mag­no­lio de El Par­que se des­mo­chó por el des­pren­di­mien­to de una gran rama. Ese árbol toté­mi­co fue un icono esen­cial en la sen­si­bi­li­dad de aque­llos chi­cos y chi­cas de mele­nas y fal­das lar­gas, cin­tas en el pelo y olo­res de pachu­li orien­tal que pobla­ban al atar­de­cer, como pája­ros, los ban­cos de pie­dra del jar­dín afran­ce­sa­do. Muy cer­ca de allí, en la calle Ter­tu­lia, a espal­das del Patriar­ca y su cai­mán dise­ca­do pega­do en la pared, se abrie­ron los pri­me­ros bare­tos con sus juke box auto­má­ti­cos. Metías un duro y el robot te pin­cha­ba el sen­ci­llo de 45 revo­lu­cio­nes por minu­to que revo­lu­cio­na­ron el cas­po­so pano­ra­ma musi­cal de la épo­ca.

El soul de Ottis Reding, (Sit­tin on) The Dock of the Bay, ¡uff! Wil­son Pic­kett y James Brown, José Feli­ciano, Los Bra­vos, Los Peke­ni­kes, los Cre­den­ce Clear­wat­ter, los pri­mi­ti­vos Sto­nes, Papas and the Mamas, Dono­van, Beatles…, y los pri­me­ros aro­mas del kiff que traían los via­je­ros de Keta­ma, la míti­ca aldea del Riff, capi­tal mun­dial del hachís, for­man par­te de la his­to­ria secre­ta del Par­que. Las estre­chas y pin­to­res­cas calles que rodean el par­que se pobla­ron de un mun­do crea­ti­vo. En las buhar­di­llas de las vie­jas fin­cas comen­za­ron a tra­ba­jar lo que sería la van­guar­dia artís­ti­ca indí­ge­na. Un joven Miquel Nava­rro ini­cia­ba su anda­du­ra en una de ellas, y Hora­cio Sil­va y muchos otros crea­do­res plás­ti­cos die­ron color al barrio y mun­da­ni­dad y cul­tu­ra al barrio, sal­pi­ca­do con las vie­jas libre­rías de lan­ce que ya son his­to­ria.

Se inter­cam­bia­ban libros, se habla­ba de polí­ti­ca y arte y, por des­con­ta­do, se bebía alcohol de garra­fón a morro, com­pra­do en las bode­gas cer­ca­nas. El muy valen­ciano barre­jat, mez­cla de caza­lla y mis­te­la, se puso de moda, y los más lan­za­dos los mez­cla­ban con pas­ti­llas para adel­ga­zar que con­te­nían anfe­ta­mi­na adqui­ri­das sin rece­ta en far­ma­cias. Fue aquel un momen­to his­tó­ri­co que ini­ció el bote­llón; con­ver­ti­do hoy en iden­ti­dad lúdi­ca de la cha­va­le­ría ibé­ri­ca.

El Par­que vivió sus gran­des momen­tos. El joven cineas­ta under­ground Rafa Gas­sent reclu­tó entre los asi­duos a los acto­res y figu­ran­tes de su pelí­cu­la Salo­mé; los subía a un auto­bús y se los lle­va­ba al cas­ti­llo de Sagunt don­de roda­ba el péplum, cin­ta insig­nia del cine inde­pen­dien­te valen­ciano que se con­ser­va toda­vía y don­de se pue­de ver el espí­ri­tu aven­tu­re­ro y rompe­dor de aque­llos jóve­nes que desa­fia­ban al sis­te­ma; muchos de ellos están hoy en la polí­ti­ca, en el arte o des­apa­re­ci­dos en com­ba­te.

“Alre­de­dor de la movi­da del Par­que se ani­mó el cer­cano barrio de la Xerea, la jude­ría valen­cia­na, don­de toda­vía se con­ser­va en esa zona el bar Los Ges­tal­gui­nos, en la calle Poe­ta Liern, qui­zás el pri­mer pub de la ciu­dad”

Se vivía el últi­mo lus­tro de la dic­ta­du­ra. Pero los y las hip­pies de enton­ces tenían a su favor el hecho de que al régi­men le inte­re­sa­ra más per­se­guir la sub­ver­sión polí­ti­ca que a los paso­tas de la con­tra­cul­tu­ra calle­je­ra. Alre­de­dor de la movi­da del Par­que se ani­mó el cer­cano barrio de la Xerea, la jude­ría valen­cia­na, don­de toda­vía se con­ser­va en esa zona el bar Los Ges­tal­gui­nos, en la calle Poe­ta Liern, qui­zás el pri­mer pub de la ciu­dad, monu­men­to vivo a la per­ma­nen­cia. En un cha­flán, el des­apa­re­ci­do bar Glo­rie­ta fue duran­te mucho tiem­po el Café Gijón a la valen­cia­na de los lite­ra­tos y pin­to­res. La cre­ma dile­tan­te soña­ba con uto­pías.

Jóve­nes en los años 70.

La calle de la Paz era el Car­naby Street valen­ciano. Por ella se pasea­ban los moder­nos, imi­ta­do­res de las estre­llas del rock lon­di­nen­se, con sus mele­nas y ves­ti­dos a lo beatle. Músi­cos como los her­ma­nos Bel­da, Eduar­do Bort o los miem­bros de Cotó en Pel y La Masa; roque­ros, pin­to­res y artis­tas de todos los pela­jes con­vir­tie­ron aque­llos años el jar­dín del Par­que en un foco de luz en medio de los últi­mos ester­to­res de una socie­dad gris.

Los mucha­chos y mucha­chas del Par­que gana­ron la par­ti­da y es para­dó­ji­co recor­dar que un siglo antes, en los ran­cios años 20 del siglo pasa­do en el par­que cer­cano de La Glo­rie­ta tuvie­ran lugar las ker­me­ses más sona­das de la éli­te artís­ti­ca y polí­ti­ca valen­cia­na. Bajo esos otros mag­no­lios y fuen­tes se reu­nían, en tiem­pos de la Expo­si­ción Regio­nal Valen­cia­na de 1909, Joa­quín Soro­lla, Blas­co Ibá­ñez, Mariano Ben­lliu­re, mar­que­ses y duques en actos públi­cos, bai­les y ban­que­tes. Seño­res bar­bu­dos con som­bre­ro de copa y levi­ta jun­to, como clo­nes de Ver­di, y sufri­das damas encor­se­ta­das, de som­bre­ros, flo­ri­pon­dios como ensai­ma­das, tapa­das del gaz­na­te has­ta los tobi­llos por el satén de sus ves­ti­dos.

En los feli­ces e inge­nuos años 70 acu­dir al Par­que al atar­de­cer se con­vir­tió en un ritual para todo el que se sen­tía moderno y al loro. Bajo la seve­ra mira­da del Rey Jai­me se ges­tó la par­te más cool de una gene­ra­ción que iba a cam­biar el país.

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