Del «tubo óptico» de Galileo al Saturno V: así llegamos a la Luna
La exposición «Apolo 11. La llegada del hombre a la Luna» podrá verse en Caixa Forum hasta principios de junio
La historia de la llegada del hombre a la Luna, el 20 de julio de 1969, es también la de sus anécdotas. La del primer telescopio de Galileo (un «tubo óptico» hecho a mano) que permitió verla de cerca por primera vez; la de Buzz Aldrin removiendo cielo y tierra en la Nasa para que le dejaran ser el primero en pisar el satélite; la de Neil Armstrong equivocándose al bajar del Eagle y pronunciar mal una frase que había ensayado mil veces; la de Nixon intentando borrar todo rastro de Kennedy en el proyecto; la del traje ideado por el español Emilio Herrera en 1935 sirvió de modelo para el que usaron los astronautas; la del sextante que se utilizó durante el alunizaje, y la del carrete que los rusos recuperaron de los globos espías de los americanos y que les permitió fotografiar, por primera vez, su cara oculta.
De todo esto, y mucho más, se habla en la exposición Apolo 11. La llegada del hombre a la Luna, que podrá visitarse en Caixa Forum hasta el próximo 11 de junio. La muestra, divida en cinco módulos, comienza en la antigüedad, cuando el satélite era poco más que una fuente de inspiración para los poetas, hasta que la tripulación del Apolo XI regresó a la tierra. El asesor científico de la exposición, Rafael Clemente, ha volcado todo su conocimiento y pasión en esta propuesta «pensada para los que no vivieron aquel momento, y para los que lo vivieron pero ya no se acuerdan».
Oficialmente, la carrera espacial empezó el 4 de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética lanzó el Sputnik 1, el primer satélite que orbitó alrededor de la Tierra. Curiosamente, el presidente Nikita Jrushchov no apreció la importancia del acontecimiento hasta ver el efecto que había causado en Occidente. Fue entonces cuando decidió dar luz verde al ingeniero Serguéi Koroliov para llevar a cabo un programa espacial.
«La URSS no solo fue la primera en lanzar un satélite, sino en poner un ser vivo en órbita (la perrita Laika), en mandar un hombre y una mujer al espacio, en organizar una caminata espacial, en impactar una sonda en la Luna… pero carecía de la visión de los americanos», explica Clemente. «No tenían un enfoque global, era como si cada paso fuera independiente, y, cosas de la burocracia, llegaron a tener tres programas espaciales en paralelo, con la desorganización y el consumo de recursos que eso implicaba».
En Apolo 11. La llegada del hombre a la Luna se entiende claramente cómo se impuso el enfoque de EEUU, resumido en la frase de John F. Kennedy en la Universidad de Universidad Rice (Texas) en 1962: «Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil». Como apunta el asesor científico de la muestra, a diferencia del plan soviético «el proyecto Apolo se construyó sobre otros anteriores como el Mercury y el Gemini, fue su culminación. Cada paso que daban preparaba el posterior».
Un esfuerzo al que no fue ajeno el talento del ingeniero alemán y exmiembro de las SS Wernher von Braun, que había diseñado las V2 que asolaron Londres durante la Guerra Mundial y que llegó a EEUU gracias al proyecto secreto Paperclip. Aunque se le atribuye —a él, y a su corte de cerca de 70 científicos nazis que le acompañaban— el mérito del programa espacial americano —suyo es el diseño del Apolo que llevó a Armstrong y Aldrin a la Luna y el que inspiró a Hergé el cohete con el que Tintín alunizó en 1953—, lo cierto es que los hechos merecen un matiz.
«El proyecto de von Braun», apunta Clemente, «era irrealizable porque, entre otras cosas, implicaba construir una estación espacial intermedia y que el módulo de mando y el lunar fueran el mismo. El que insistió desde el principio que era más fácil y más barato, el que dio con la solución que hasta el alemán reconoció como las idónea fue uno de sus ayudantes, John C. Houbolt».
El futuro de los astronautas
En Ciencia o vudú, el catedrático de Física y asesor del Senado de EEUU Robert L. Park aseguraba que en 1969 los astronautas eran el futuro, pero que desde diciembre de 1972, con el proyecto Apolo 17, se convirtieron en pasado. Su libro apareció en 2001 y, de momento, el tiempo le ha dado la razón. Clemente matiza esa opinión.
«El tiempo de la exploración espacial, que tenía la épica de las hazañas de Amundsen y Scott ha pasado a la Historia. De hecho, el proyecto Apolo 17 pasó casi desapercibido. Cuando yo empecé a dedicarme a esto no existía ni una foto de la Luna, ahora tenemos imágenes de todos los planetas del sistema solar, y ya no nos queda ninguno por explorar. El futuro vendrá por otro lado, si volvemos a la Luna o a Marte será con algún propósito específico, puede ser extraer minerales o por el turismo espacial, pero irá de la mano del sector privado», explica este ingeniero industrial autor de libros de referencia como Un pequeño paso por (un) hombre o Los otros vuelos a la Luna. ¿Le preocupa? «Un poco, sí», reconoce.
La exposición
El plato fuerte de la exposición reside en la cantidad de elementos interactivos y multimedia con los que cuenta, y que ayudan a entender mejor las dimensiones de los viajes espaciales. Por un lado, una gran mesa táctil permitirá recorrer toda la superficie lunar y descubrir todos los lugares de aterrizaje de las diferentes misiones que ha habido a lo largo de la historia.
Asimismo, se pueden ver vídeos que muestran cómo es la vida en el espacio, desde cómo dormían los astronautas hasta cómo se lavaban los dientes o el pelo. También se podrá conocer mejor a los astronautas que protagonizaron la misión Apollo 11 o los experimentos que se llevaron a cabo en el transcurso de su hazaña.
Entre las piezas que pueden verse destacadas destacan la reproducción de la sección de mandos del módulo lunar a tamaño real —tan pequeña que Armstrong tuvo que dormir sobre el motor y Aldrin, en el suelo— y del claustrofóbico centro de mandos (que Collins no abandonó en ningún momento durante los casi seis días que duró el viaje); una réplica del ordenador de a bordo, el AGC (Apollo Guidance Computer), que hizo posible la proeza pese a tener menos capacidad de procesamiento que un viejo Nokia; los alimentos utilizados en viajes espaciales, así como diferentes objetos reales y productos de higiene y de primera necesidad.
Además de Rafael Clemente, participaron en la presentación de la exposición Álvaro Borrás, director de CaixaForum València, y Javier Hidalgo, jefe de Exposiciones de de Ciencia de la Fundación La Caixa.
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