ADOLFO PLASENCIA @adolfoplasencia
6 de octubre, 2023.- La inmensa mayoría de nosotros usamos los teléfonos móviles inteligentes, o smartphones. Hacemos uso de ellos por intuición, o imitación, ya que nadie lee los manuales, tal de intuitivos han llegado a ser estos teléfonos y dispositivos con pantallas táctiles. En realidad, desconocemos casi completamente cómo funcionan la mayoría de los múltiples y poderosos dispositivos tecnológicos integrados en su interior que, en gran parte, no están para servir al usuario, sino orientados al beneficio de empresas, a las que se conecta constantemente el aparato sin nuestra intervención; y a las plataformas de servicios de software que tenemos instalados en nuestros teléfonos digitales. Por eso no tenemos ninguna posible sensación de peligro sobre su uso, que a la mayoría le parece placentero. Nos cruzamos por la calle constantemente a gente que camina sonriendo y mirando sin descanso la diminuta pantalla.
Fruto de nuestra radical ignorancia sobre cómo funcionan realmente estos dispositivos digitales —saber sobre lo digital no es estar al día de lo que dictan las modas—, y de nuestra nihilista comodidad, incumplimos dos principios generales que me enseñó el gran Richard Stallman, que se pueden resumir así «una máquina digital que tú has comprado, y por tanto es de tu propiedad, no debería hacer nada que tú no sepas que hace; y, tampoco, debería hacer nada que tú no quieras que haga». No se puede ser más claro.
Está fantástica tecnología móvil que nos mantiene conectados de forma constante con quien deseemos —ese es el lado maravilloso—, sin importar distancias, también tiene un lado tenebroso que tiene que ver con alteraciones de la salud mental como se está demostrando. Los padres y madres con hijos adolescentes lo saben muy bien. Las apps o aplicaciones móviles que hemos instalado (o nos han instalado sin consultarnos) en nuestras máquinas y teléfonos entrañan peligros sobre los que no tenemos alerta alguna. Casi sin darnos cuenta acabamos usándonos mucho más allá de nuestra voluntad. En realidad, nuestra voluntad en esto no cuenta apenas.
Desde la interfaz táctil hasta cualquier app instalada —siempre con un aspecto atractivo y enfocado a actividades lúdicas o emocionales—, están orientadas a activar nuestros circuitos de recompensa cerebrales, instantánea y constantemente. Y están impulsadas por una algorítmica predictiva orientada a ello, que se alimentan insaciablemente de los propios datos de nuestra constante actividad online, que gentilmente les regalamos renunciando por incomparecencia a nuestra privacidad.
Hay quienes nos avisan de ello, pero normalmente los ignoramos. Estos usos masivos y compulsivos se están revelando como fuente de nuevos problemas de salud mental y social en múltiples personas de todas las edades empezando por los usuarios adolescentes.
Por ello, diversos científicos de medicina están empezando a usar para sus investigaciones de salud mental las propias capacidades de los dispositivos para medir las alteraciones que produce en muchas personas su compulsivo, pero también para ayudarse de estas tecnologías tan sofisticadas para prevenir y paliar algunas enfermedades de salud mental en enfermos que sufren mucho con ellas. Voy a exponer algunos avances de investigadores de la salud en los que están usando las propias prestaciones en relación a los datos —algunas insospechadas para la mayoría—, de estas máquinas digitales que todo el mundo llevamos hoy consigo.
Confieso mi sorpresa sobre algunas capacidades de los teléfonos móviles generadas por múltiples micromáquinas que integran los teléfonos inteligentes actuales y sobre cómo pueden servir a la medicina en su lucha para paliar y combatir las enfermedades de la salud mental. Aunque no debemos olvidar que el uso de esas mismas máquinas y sus app también está enfocado en obtener pingües beneficios para algunas empresas globales, sin importarles que ese uso masivo también genere problemas de salud mental a muchas personas —han conseguido que haya leyes que les exonere de cualquier responsabilidad legal al respecto—.
Esquema con fines médicos, que relaciona nuestro estado mental y físico, y nuestro comportamiento que es registrado por múltiples sensores del teléfono móvil.
La explosión del fenotipado digital
Estamos en los albores de dos nuevas disciplinas nacidas en parte, a partir de las micromáquinas impulsadas por las fuerzas Casimir, que forman parte de los dispositivos digitales conectados, especialmente los teléfonos móviles inteligentes. Recientemente, los autores de un paper en Nature describían recientes técnicas basadas en el uso de los dispositivos móviles conectados en la investigación: «Captura de los ciclos de sueño-vigilia mediante interacciones cotidianas con la pantalla táctil de teléfonos inteligentes».
En su abstract los autores Jay N. Borguer, R. Huber y A. Ghosh, señalan que «para cuantificar el sueño capturamos de forma continúa a lo largo del tiempo los movimientos, mediante acelerómetros de muñeca estándar (actigrafía, en inglés actigraphy), y registramos la situación en el tiempo de los eventos cotidianos de interacción en la pantalla táctil (tappigrafía, tappigraphy). Usando estas métricas analizamos cómo los movimientos corporales brutos se solapan con el comportamiento digital cognitivo». Estos investigadores del sueño consiguen, gracias a los teléfonos móviles inteligentes, captar periodos de vigilia que, de otro modo, quedarían ocultos en las mediciones estándar sobre el sueño que se hacían hasta ahora.
El trabajo de A. Ghosh y otros autores forma parte de un campo relativamente nuevo, pero en rápido desarrollo, llamado fenotipado digital. Su objetivo es recopilar enormes cantidades de datos en bruto que pueden recogerse continuamente del uso cotidiano que la gente hace de los teléfonos inteligentes, los dispositivos portátiles y otros dispositivos digitales, y analizarlos mediante inteligencia artificial (IA) para inferir comportamientos relacionados con salud y enfermedad.
Arko Ghosh, que además de neurocientífico es emprendedor y cofundador de la empresa europea QuantActions, afirma que los «patrones de tappigrafía» —las series temporales de pulsaciones de los usuarios de dispositivos con pantallas táctiles—, pueden utilizarse con seguridad no sólo para deducir hábitos de sueño (pulsar a altas horas de la madrugada significa que no estás durmiendo), sino también el nivel de rendimiento mental (los pequeños intervalos en una serie de pulsaciones representan un indicador del tiempo de reacción), y sus trabajos lo corroboran.
Por aclararlo, ya que son conceptos de reciente formulación, se llama ‘actigrafía’ al capturar de forma continua las posiciones de los movimientos corporales en datos brutos recolectados desde los acelerómetros situados en smartphones, dispositivos de muñeca estándar (como el iWatch, y otros dispositivos con sensores biométricos usados frecuentemente al hacer deporte, por ejemplo) y dispositivos móviles.
A su vez, se llama ‘tappigrafía’ al registro, a lo largo del tiempo, de acciones físicas cotidianas y de secuencias de tecleado en las pantallas táctiles de los teléfonos móviles y otros dispositivos móviles conectados. Y, en consecuencia, se llaman «patrones de tappigrafía» a las series de tecleado e interacción sobre las pantallas táctiles de los smartphones.
Lo importante es que mediante ellas se pueden inferir los estados de ánimo y ansiedad o nerviosismo, o impaciencia; de reacción ante una interacción con otros, o por algo que aparece en la pantalla y provoca la reacción, es decir, por extensión, estados emocionales y de atención, y los relacionados con la salud mental.
En conclusión, el fenotipado digital ofrece la posibilidad de recopilar datos continuos sobre el comportamiento y las experiencias de una persona. Así que la velocidad y la precisión de estas tecnologías insertas en los dispositivos móviles de uso masivo nos llevaría a la idea de que nuestros móviles (o, mejor dicho, los recopiladores de estos datos biométricos mediante ellos), podrían saber, antes incluso que nosotros mismos, cuál es nuestro estado de ánimo, algo que se pueden inferir de los datos obtenidos.
Registro y recolección de datos móviles
Pero esto va mucho más allá de los aspectos médicos, ya que estas innovaciones desarrolladas por algunos investigadores de ciencias de la salud están generando una expectación inusitada. Ya que es obvio que, si esos datos se tratan con la tecnología de estadística predictiva, podría usarse para predecir y, en su caso, modificar, los comportamientos humanos a gran escala porque su uso es masivo. Ya no solo se trataría de predecir conductas individuales, sino también a escala social (algo típico de la estadística predictiva de la tecnología de machine learning). Obviamente, con ciertos usos no orientados a la salud, esto puede transformarse también una enorme fuente de poder, manipulación y beneficio económico,
Como afirma Brit Davidson, profesor de analítica en la Universidad de Bath (Reino Unido), Los flujos de datos (en realidad, biométricos) incluyen registros de actividad de los teléfonos inteligentes, mediciones de cualquiera de los sensores integrados en el teléfono (como GPS, acelerómetros, sensores de luz, etc.), así como contenidos generados por los usuarios, de los que se pueden extraer palabras o frases, y también pausas y establecer mediante machine learning o IA generativa, inferencias que se pueden usar para propósitos muy interesados.
«Sobre todo —puntualiza Davison—, yo lo veo como la clásica analítica de macrodatos… que está reutilizando los datos para motivos y objetivos distintos a aquellos por los que se recogieron”. No hay alarma alguna de la gente al respecto en cuanto al registro de nuestros datos biométricos ya que parece que lo consideramos inevitable. A este paso, la invasión de la privacidad de nuestra mente ya se ha vuelto algo determinista.
Las grandes tecnológicas ya le están viendo enormes posibilidades de beneficios económicos al fenotipado digital, en relación a la salud mental. Es una enorme paradoja que las prácticas de uso que inducen las big tech que están causando enormes problemas individuales y sociales de adicciones y salud mental, se conviertan ahora gracias a las tecnologías del fenotipado digital en la avanzadilla de un gran negocio global basado en el diagnóstico, tratamiento y prevención de los trastornos del estado de ánimo y la salud mental. Ya hay ejemplos de empresas que están yendo en la dirección de explotar este nuevo mercado con su insaciable ánimo de lucro sin medir las consecuencias negativas.
La salud mental, nuevo ámbito de negocio
Pongo ejemplos concretos: Mindstrong es una empresa basada en Silicon Valley, que ha recibido decenas de millones de financiación —incluida la de la empresa de capital riesgo de Jeff Bezos—, ya ofrece servicios de terapia y psiquiatría virtual. Afirma que utiliza una tecnología patentada para rastrear la forma en que los clientes tocan, teclean, se desplazan y hacen clic en sus teléfonos, de modo que sus médicos pueden ofrecer «una atención más personalizada».
Según Wall Street Journal, Apple está trabajando en funciones del iPhone para ayudar a diagnosticar la depresión y el deterioro cognitivo. Y, a su vez, Google ya esta desplegando proyectos relacionados con el tratamiento de la salud mental; pero, naturalmente estos datos biométricos son algo muy sensible y el antiguo gigante de las búsquedas ya tuvo problemas con ello.
Hace tres años, The Guardian tuvo acceso a documentos que incluían esquemas altamente confidenciales de su Proyecto Nightingale, que describen cuatro etapas o pilares de un proyecto secreto. El diario calculó entonces que se habrían transferido datos personales y de salud de más de 50 millones de pacientes en 21 estados a Google, y ya se habrán transferido unos 10 millones de archivos, sin avisar a pacientes, ni a los médicos.
Hasta los militares están interesados. Cogito, una empresa emergente con sede en Boston, con financiación de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (Darpa) está trabajando con una App llamada Cogito Companion para poder utilizarla con fines médicos en veteranos y personal militar, y actualmente se está probando clínicamente en 750 marineros que regresan de sus despliegues en el extranjero. (Cogito también ha introducido la tecnología en un producto de coaching de IA para ayudar al personal de los centros de atención telefónica a ser más empáticos, que vende comercialmente). La App instalada en el teléfono del participante, busca pasivamente signos de colapso en las interacciones sociales e indicios de que se están evitando actividades, examinando los cambios en los patrones de mensajes de texto, llamadas y datos de movilidad.
Skyler Place, director científico de comportamiento de Cogito, explica que esta App también busca señales de estado de ánimo depresivo analizando no solo lo que se dice, sino la forma en que los participantes hablan en breves diarios de voz que graban. Según Place, analiza unas 200 señales distintas de la voz, desde la energía a las pausas y la entonación. Y explica, que se envía una «puntuación de riesgo» global al médico de la persona para facilitar el diagnóstico y apoyo.
Nuevos problemas éticos y diagnósticos
Surgen dudas y nuevos tipos de problemas en relación a qué es un uso del fenotipado digital con propósitos de tipo médico —paliar problemas de enfermedades—, y cuáles usos tendrían propósitos enteramente comerciales y con objetivos estrictos de negocio, porque también existe la posibilidad de que el fenotipado digital perturbe o compita con los médicos y los profesionales de la salud.
Hay una tentación muy extendida ya de pensar en sustituir a los médicos por algoritmos. Leemos constantemente noticias en el sentido de que aplicaciones de machine learning y de IA generativa hacen definitivamente diagnósticos mejores incluso que profesionales de la medicina con larga experiencia. Hay en el fondo de muchas afirmaciones de este tipo —probablemente impulsadas interesadamente por los vendedores—, un intento de convencer a la opinión pública sin matices de que los algoritmos pueden ser, o son ya, más eficientes en los diagnósticos que humanos experimentados. Y esto sí es un nuevo problema que se une el de la algorítmica predictiva; ahora también existirá la posibilidad de que el fenotipado digital perturbe o compita en su función con los médicos.
Naturalmente, van a surgir preguntas de pura lógica: ¿Y si la evaluación de un algoritmo llegará —quizá, en parte, influenciada por noticias interesadas en favor de la algorítmica—, a ser considerada más objetiva por médicos o pacientes? ¿Qué ocurrirá cuando las recomendaciones diagnósticas de una herramienta algorítmica difieran frontalmente de las del médico?
No todo el mundo está a favor de lanzarse sin más en manos de estas nuevas técnicas con un afán sustitutorio. Lisa Cosgrove, profesora de psicología en la Universidad de Massachusetts, que estudia cuestiones de justicia social en psiquiatría, plantea una cuestión más profunda sobre estas tecnologías: «Al centrarse tanto en el individuo, la fenotipificación digital desvía la atención de lo que pueden ser las causas sociopolíticas previas de los problemas de salud mental, como pérdidas de empleo, desahucios, discriminación y otras».
Y añade Cosgrove: «No cabe duda de que hay lugar para la atención individual, pero el fenotipo digital no tiene en cuenta el contexto en el que las personas experimentan el sufrimiento emocional».
Mi opinión está alineada con la de esta profesora, pero mi razón es conceptual. Todos estos datos se extraen, gestionan y se aplicarán con algorítmicas estadísticas que son cuantitativas y no cualitativas. Así que cualquier factor cualitativo no va a ser considerado por este marco algorítmico porque no está en su auténtica naturaleza.
La salud mental tiene mucho de ‘cualidad’, así que gestionar estados de ánimo y salud mental, que son pura cualidad individualizada, no va a tener, estoy convencido, mucha eficacia. Cada persona es un mundo, es distinta, única y compleja, con sus propias circunstancias y forma de ser. Cada uno tiene su propia perspectiva. Cada persona percibe lo que le rodea de una manera distinta a cualquier otra.
Esto guarda, (salvadas las distancias), cierta relación con el principio de incertidumbre, enunciado por Werner Heisenberg. Y hay mucho de ello en la salud mental que cuando necesita una solución deberá ser cualitativa e individual. Dicho esto, no hay que dejar de reconocer la eficacia de la algorítmica de las plataformas de las redes sociales para cooptar la atención y generar adicciones sin sustancia. Pero no veo una solución tecnológica auténtica a los problemas de salud mental humana, que no sea cualitativa y persiga el bien común.
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