No sé ustedes, pero cuando llega el verano de verdad solo veo que mar. Me pasaría todo julio en la playa, de chiringuito en chiringuito, la cerveza fría y el tapeo preparadito. No me apetece otra cosa. Así que toda la revista nos hemos mudado a los poblados marítimos de esta ciudad.
Dice el tópico que Valencia vive de espaldas al mar, pero aquí lo que se ve durante la canícula es una ciudadanía volcada entre las Arenas, el Cabanyal y la Malvarrosa. Y así ha sido, al menos desde los tiempos de Manuel Vicent como estudiante.
Por las noches es otra cosa. Las noches de julio son de tradición musical y festiva. Hay para contar mil y una historias sobre la Feria de Julio –Carles Gámez ya ha publicado alguna–. Hace años que ya no hay paradores, pero Viveros mantiene una buena programación de conciertos. Música que se expande por toda la costa valenciana, señal inequívoca de la llegada del verano que trae festivales a Sagunt, Torrent o Elche… Este año hay una programación de lujo aquí y allá en torno al jazz, con el Palau de la Música trayendo a grandes genios como Marsalis o Chick Corea, mientras Al Di Meola, Jarreau o Michel Camilo tocarán en Alicante y Chucho Valdés en Peñíscola. Un frenesí para los aficionados. Y si no, los cinéfilos tienen la Filmoteca d’Estiu o les Nits de Cinema a la Nau, con ciclos dedicados al cómic y al mudo.
Pero para frenesí las fiestas Fun and Music que organizan los ferries de Baleària con destino a las islas. Llega el verano y me pongo a mirar el horizonte hacia poniente para reafirmarme que allí, justo enfrente, tenemos las Pitiusas, como si fueran nuestras, para disfrutarlas. Formentera, el último paraíso perdido del Mediterráneo. Ibiza, la única colonia fenicia que no destruyeron los romanos porque la utilizaron como balneario para retiro de sus generales.
No sé ustedes, pero cuando llega el verano de verdad solo veo que mar. Me pasaría todo julio en la playa, de chiringuito en chiringuito, la cerveza fría y el tapeo preparadito. No me apetece otra cosa. Así que toda la revista nos hemos mudado a los poblados marítimos de esta ciudad.
Dice el tópico que Valencia vive de espaldas al mar, pero aquí lo que se ve durante la canícula es una ciudadanía volcada entre las Arenas, el Cabanyal y la Malvarrosa. Y así ha sido, al menos desde los tiempos de Manuel Vicent como estudiante.
Por las noches es otra cosa. Las noches de julio son de tradición musical y festiva. Hay para contar mil y una historias sobre la Feria de Julio –Carles Gámez ya ha publicado alguna–. Hace años que ya no hay paradores, pero Viveros mantiene una buena programación de conciertos. Música que se expande por toda la costa valenciana, señal inequívoca de la llegada del verano que trae festivales a Sagunt, Torrent o Elche… Este año hay una programación de lujo aquí y allá en torno al jazz, con el Palau de la Música trayendo a grandes genios como Marsalis o Chick Corea, mientras Al Di Meola, Jarreau o Michel Camilo tocarán en Alicante y Chucho Valdés en Peñíscola. Un frenesí para los aficionados. Y si no, los cinéfilos tienen la Filmoteca d’Estiu o les Nits de Cinema a la Nau, con ciclos dedicados al cómic y al mudo.
Pero para frenesí las fiestas Fun and Music que organizan los ferries de Baleària con destino a las islas. Llega el verano y me pongo a mirar el horizonte hacia poniente para reafirmarme que allí, justo enfrente, tenemos las Pitiusas, como si fueran nuestras, para disfrutarlas. Formentera, el último paraíso perdido del Mediterráneo. Ibiza, la única colonia fenicia que no destruyeron los romanos porque la utilizaron como balneario para retiro de sus generales.
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