Se pongan como se pongan las autoridades monetarias, los agoreros de la economía y los pusilánimes de la intervención, aquí y ahora llega la Navidad y nadie nos la va a fastidiar. Y si no, para Nochebuena ya tenemos enlatada por Antena 3 un nuevo pase de la obra maestra de Frank Capra, It’s a Wonderful Life (1946), que por más que la vea cada año siempre me da la llorera y cada vez me gusta más.Capra, el cineasta de la democracia radical –Juan Nadie, el congresista Smith…–, denostado por la izquierda ortodoxa, ya nos contó hace más de media centuria los problemas éticos de las sociedades modernas, pero su fórmula para superarlos siempre se basó en la creencia en los valores del individuo, de la superación y el afecto.
Y nada más entrañable –llámenme cursi si quieren–, que la Navidad, cuando para combatir el inhospito frío del solsticio nos reunimos en familia, situamos a los niños en primer plano y nos reconfortamos con las creencias religiosas, con tradiciones bien bonitas como las del Belén con sus Reyes Magos –¡qué gran idea de Cajamurcia, rescatar el de nuestra Catedral!–, y con ese ánimo moral que supone desear la paz y la fraternidad entre las personas de este mundo, como preconizó la figura de Jesús, cuyo nacimiento, en suma, venimos a recordar.Pero así como otros años se ha venido a criticar los excesos consumistas de la Navidad, la sobrecarga de materialidad o los abusos vinculados a la gula, ahora resulta que no, que si no gastamos esto no funciona, que si no crecemos y avanzamos se bloquea la economía. El consumo privado, pues, siempre que se ejerza con cabeza –controlen el crédito, por favor–, es un bien que es necesario estimular para poder tirar del carro. Casi el 60% de nuestro carro-pib es consumo interno, así que ya ven si la cosa es importante y necesaria.
Hay que estirarse un poco, hasta donde se pueda, acudiendo a los restaurantes, comprando en nuestras tiendas… y ello sin perder de vista el espíritu de la Natividad, que ya está aquí, que ya vuelve, con su lotería y su freixenet –y los cavas valencianos de aquí: Gandía, Dominio de la Vega, Hispanosuizas, Tharsys… Y vuelve Expojove, y el Mesías handeliano al Palau de Mayrén Beneyto –¡pero qué señora, Dios mío!–, y los circos, y los talleres didácticos para los peques en el Muvim, y el cine de animación para ellos también en la Parpalló, y Cacsa… hasta vuelve el Tirant del caballero Martorell en versión Mira y, por supuesto, de nuevo está aquí El Corte Inglés, que si no inventó la Navidad la llevó a lo más sublime. Así que allí volveremos, a la enseña verde de la tienda de las tiendas, allí y a los nuevos centros comerciales donde como en MN4 o Aqua se combinan compras, ocio y festividades, o a la Galería Jorge Juan y el Mercado de Campanar.
Se pongan como se pongan las autoridades monetarias, los agoreros de la economía y los pusilánimes de la intervención, aquí y ahora llega la Navidad y nadie nos la va a fastidiar. Y si no, para Nochebuena ya tenemos enlatada por Antena 3 un nuevo pase de la obra maestra de Frank Capra, It’s a Wonderful Life (1946), que por más que la vea cada año siempre me da la llorera y cada vez me gusta más.Capra, el cineasta de la democracia radical –Juan Nadie, el congresista Smith…–, denostado por la izquierda ortodoxa, ya nos contó hace más de media centuria los problemas éticos de las sociedades modernas, pero su fórmula para superarlos siempre se basó en la creencia en los valores del individuo, de la superación y el afecto.
Y nada más entrañable –llámenme cursi si quieren–, que la Navidad, cuando para combatir el inhospito frío del solsticio nos reunimos en familia, situamos a los niños en primer plano y nos reconfortamos con las creencias religiosas, con tradiciones bien bonitas como las del Belén con sus Reyes Magos –¡qué gran idea de Cajamurcia, rescatar el de nuestra Catedral!–, y con ese ánimo moral que supone desear la paz y la fraternidad entre las personas de este mundo, como preconizó la figura de Jesús, cuyo nacimiento, en suma, venimos a recordar.Pero así como otros años se ha venido a criticar los excesos consumistas de la Navidad, la sobrecarga de materialidad o los abusos vinculados a la gula, ahora resulta que no, que si no gastamos esto no funciona, que si no crecemos y avanzamos se bloquea la economía. El consumo privado, pues, siempre que se ejerza con cabeza –controlen el crédito, por favor–, es un bien que es necesario estimular para poder tirar del carro. Casi el 60% de nuestro carro-pib es consumo interno, así que ya ven si la cosa es importante y necesaria.
Hay que estirarse un poco, hasta donde se pueda, acudiendo a los restaurantes, comprando en nuestras tiendas… y ello sin perder de vista el espíritu de la Natividad, que ya está aquí, que ya vuelve, con su lotería y su freixenet –y los cavas valencianos de aquí: Gandía, Dominio de la Vega, Hispanosuizas, Tharsys… Y vuelve Expojove, y el Mesías handeliano al Palau de Mayrén Beneyto –¡pero qué señora, Dios mío!–, y los circos, y los talleres didácticos para los peques en el Muvim, y el cine de animación para ellos también en la Parpalló, y Cacsa… hasta vuelve el Tirant del caballero Martorell en versión Mira y, por supuesto, de nuevo está aquí El Corte Inglés, que si no inventó la Navidad la llevó a lo más sublime. Así que allí volveremos, a la enseña verde de la tienda de las tiendas, allí y a los nuevos centros comerciales donde como en MN4 o Aqua se combinan compras, ocio y festividades, o a la Galería Jorge Juan y el Mercado de Campanar.
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