Bares chinos

Como dipsómano confeso y consumidor habitual de todo tipo de bebidas alcohólicas populares (desde el tercio del almuerzo y la botella de tinto de mesa para comer hasta el gin tonic de media tard y el carajillo o el herbero matinal), soy cliente fijo de numerosos bares de barrio, tabernas y cafeterías climatizadas. Desde hace ya unos años, todos estos establecimientos cuentan con camareros procedentes de todo el mundo. Puedo recordar que he pedido más de una caña a camareros colombianos, argentinos, ecuatorianos, peruanos, marroquíes, rumanos, rusos, ucranianos e incluso chechenos. Jamás he tenido el más mínimo problema y siempre me han atendido muy bien. En todo caso, el problema los he tenido yo, a la hora de pedir con voz balbuceante y entrecortada el tercer gin tonic de la tarde o la quinta caña del aperitivo. Aún así, me han entendido.

De todos los colectivos inmigrantes que trabajan en la hostelería, la comunidad china sería la que en principio tendría más dificultades para entender nuestras raciales costumbres tabernarias por las barreras culturales e idiomáticas que deben superar los chinos al instalarse en nuestro país. Pese a sus problemas con el español o el valenciano y a sus muy distintas tradiciones culinarias, los chinos no sólo son capaces de cocinar y servir sin ningún problema sepia a la plancha, calamares a la romana y pinchos de tortillas, sino que en los últimos años han empezado a regentar cafeterías y bares tradicionales en muchos barrios populares de Valencia. Porque a diferencia de otros inmigrantes de otras nacionalidades que encuentran trabajo como cocineros o camareros, los chinos siempre quieren ser propietarios de su propio negocio. Cuando encuentran un modesto bar de barrio que se traspasa, se mantienen fieles al estilo muy español del establecimiento, no le cambian el nombre y conservan el mobiliario original, el menú del día, la máquina tragaperras, el reloj de pared con el escudo del Valencia C.F., el manoseado ejemplar de Marca y las moscas que revolotean sobre los platos de tortilla y las anchoas en aceite en el mostrador de cristal d la barra. El Bar España, El Molino, Tu Cocina, La Taona, Vera Park o El Flamingo son algunos de los ciento veinte bares de tapas regentados por chinos que hay actualmente en la ciudad de Valencia. De todos ellos, el bar Sobrecases, en la calle Conchita Piquer del barrio de Campanar, es el que mejor conozco, pues en su terraza me he bebido miles de tercios de San Miguel como desayuno, aperitivo, happy hour after work,aunque estas dos últimas expresiones anglosajonas no casen muy bien con la decoración y el ambiente popular del local y el perfil de su variopinta clientela, conformada por personal sanitario residual de la antigua y desmantelada Fe, funcionarios amortizables de los organismos autonómicos cercanos, la entrañable gente del barrio y un selecto club de bebedores ociosos que pasan los lunes al sol y el resto de la semana también. Los propietarios del bar Sobrecases son Lin y Achín (la ortografía es mía), una siempre sonriente y alegre pareja originaria de la provincia sureña y costera de Fujian, que hace seis años alquiló el local al jubilarse su antiguo dueño. Cuando no estoy bebiendo un tercio con mis amigos, Lin y Achin se sientan conmigo a fumar como murciélagos en la terraza de su bar y me cuentan cosas que no consigo entender muy bien, pese a sus esfuerzos por recurrir a la mímica extrema o a una variante enfática del idioma sioux del cine de Hollywood (“mí tlabajal mutcho, mutcho, amico.”). Con ese lenguaje tan simple son capaces de explicarte cuestiones tan complejas como la estimación por módulos de la declaración de la renta y de que no haya nunca ningún malentendido con la cuenta: “Tles telcios son cuatlo eulos ochenta. Mutchas glacias, amico. Bon dia”. Con el tiempo han llegado a ser mis amigos, por eso me molestan las burlas crueles y los brotes de racismo contra la dinámica y emprendedora comunidad china, que se manifiestan a través de algunos blogs xenófobos y de ciertas campañas en las redes sociales. Creo que su tenacidad empresarial y su dedicación al trabajo se merecen un poco más de respeto. Desd que trabajo en el centro de la ciudad y me veo obligado a frecuentar bares y cafeterías despersonalizadas que pertenecen a alguna franquicia, ya no veo tanto a mis amigos Lin y Achín y siento nostalgia de todos esos bares de barriadas regentados por chinos pero con un menú muy español.

Como dipsómano confeso y consumidor habitual de todo tipo de bebidas alcohólicas populares (desde el tercio del almuerzo y la botella de tinto de mesa para comer hasta el gin tonic de media tard y el carajillo o el herbero matinal), soy cliente fijo de numerosos bares de barrio, tabernas y cafeterías climatizadas. Desde hace ya unos años, todos estos establecimientos cuentan con camareros procedentes de todo el mundo. Puedo recordar que he pedido más de una caña a camareros colombianos, argentinos, ecuatorianos, peruanos, marroquíes, rumanos, rusos, ucranianos e incluso chechenos. Jamás he tenido el más mínimo problema y siempre me han atendido muy bien. En todo caso, el problema los he tenido yo, a la hora de pedir con voz balbuceante y entrecortada el tercer gin tonic de la tarde o la quinta caña del aperitivo. Aún así, me han entendido.

De todos los colectivos inmigrantes que trabajan en la hostelería, la comunidad china sería la que en principio tendría más dificultades para entender nuestras raciales costumbres tabernarias por las barreras culturales e idiomáticas que deben superar los chinos al instalarse en nuestro país. Pese a sus problemas con el español o el valenciano y a sus muy distintas tradiciones culinarias, los chinos no sólo son capaces de cocinar y servir sin ningún problema sepia a la plancha, calamares a la romana y pinchos de tortillas, sino que en los últimos años han empezado a regentar cafeterías y bares tradicionales en muchos barrios populares de Valencia. Porque a diferencia de otros inmigrantes de otras nacionalidades que encuentran trabajo como cocineros o camareros, los chinos siempre quieren ser propietarios de su propio negocio. Cuando encuentran un modesto bar de barrio que se traspasa, se mantienen fieles al estilo muy español del establecimiento, no le cambian el nombre y conservan el mobiliario original, el menú del día, la máquina tragaperras, el reloj de pared con el escudo del Valencia C.F., el manoseado ejemplar de Marca y las moscas que revolotean sobre los platos de tortilla y las anchoas en aceite en el mostrador de cristal d la barra. El Bar España, El Molino, Tu Cocina, La Taona, Vera Park o El Flamingo son algunos de los ciento veinte bares de tapas regentados por chinos que hay actualmente en la ciudad de Valencia. De todos ellos, el bar Sobrecases, en la calle Conchita Piquer del barrio de Campanar, es el que mejor conozco, pues en su terraza me he bebido miles de tercios de San Miguel como desayuno, aperitivo, happy hour after work,aunque estas dos últimas expresiones anglosajonas no casen muy bien con la decoración y el ambiente popular del local y el perfil de su variopinta clientela, conformada por personal sanitario residual de la antigua y desmantelada Fe, funcionarios amortizables de los organismos autonómicos cercanos, la entrañable gente del barrio y un selecto club de bebedores ociosos que pasan los lunes al sol y el resto de la semana también. Los propietarios del bar Sobrecases son Lin y Achín (la ortografía es mía), una siempre sonriente y alegre pareja originaria de la provincia sureña y costera de Fujian, que hace seis años alquiló el local al jubilarse su antiguo dueño. Cuando no estoy bebiendo un tercio con mis amigos, Lin y Achin se sientan conmigo a fumar como murciélagos en la terraza de su bar y me cuentan cosas que no consigo entender muy bien, pese a sus esfuerzos por recurrir a la mímica extrema o a una variante enfática del idioma sioux del cine de Hollywood (“mí tlabajal mutcho, mutcho, amico.”). Con ese lenguaje tan simple son capaces de explicarte cuestiones tan complejas como la estimación por módulos de la declaración de la renta y de que no haya nunca ningún malentendido con la cuenta: “Tles telcios son cuatlo eulos ochenta. Mutchas glacias, amico. Bon dia”. Con el tiempo han llegado a ser mis amigos, por eso me molestan las burlas crueles y los brotes de racismo contra la dinámica y emprendedora comunidad china, que se manifiestan a través de algunos blogs xenófobos y de ciertas campañas en las redes sociales. Creo que su tenacidad empresarial y su dedicación al trabajo se merecen un poco más de respeto. Desd que trabajo en el centro de la ciudad y me veo obligado a frecuentar bares y cafeterías despersonalizadas que pertenecen a alguna franquicia, ya no veo tanto a mis amigos Lin y Achín y siento nostalgia de todos esos bares de barriadas regentados por chinos pero con un menú muy español.

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