¡Bienvenido seas 2014!
Para todos aquellos que hemos dedicado nuestros mejores años profesionales a trabajar en ámbitos relacionados con la construcción y/o la promoción inmobiliaria, la actual crisis supone un antes y un después en todos los sentidos.
Tras un década casi prodigiosa del sector en los años 60 y principios de los 70, vino la inevitable corrección del mercado, con la espoleta del precio del petróleo y sus derivadas de inflación, paro, devaluación de la peseta, etc. Recuerdo a mediado de los años 70 del siglo pasado, ser un curioso adolescente que seguía a la mínima oportunidad a mi padre en las visitas de obras, y quedarme perplejo en Benidorm ante un skyline de grúas-torre. Recuerdo a su socio, fundador de una saga exitosa de promotores comentarle: “José María, es que nos hemos pasado construyendo”.
La frase se me quedó grabada porque evidenciaba un estado de ánimo que rondaba entre el arrepentimiento, el sentimiento de culpa y la lamentación por no haber sido capaces de preverlo. El espacio urbano había crecido a lo alto y a lo ancho, y de repente, el dulce sueño dio paso a la peor de las pesadillas. Seguro que esta sensación la ha experimentado mucha de la gente que lea estas líneas. Pasaron los 70 y, de lleno en los 80 se estabilizó la economía con los llamados “pactos de la Moncloa”, y las sucesivas devaluaciones, ajustes del sector industrial nacional –público y privado–, y volvió a equilibrarse el mercado residencial, absorbiendo las existencias que la crisis anterior había acumulado. Hubo una reestructuración financiera de cajas y bancos, especialmente dura en el 84 y 85, que disminuyó a la mitad el sistema. De nuevo “… nos habíamos pasado construyendo”.
Volvió el tigre a cabalgar y finalizando los 80 y entrando en los 90, de nuevo se desbocó el felino, azuzado por ministros que jaleaban aquello de “España es el país en el que alguien podía hacerse millonario más fácilmente” (Solchaga dixit). Eran los tiempos de los “súper pelotazos” como el de la Plaza de Castilla en Madrid, a cambio de la mitad del Banco Central, de Javier de la Rosa y Kio, los Albertos, Mario Conde y Abelló, etc. Hasta que terminaron los Juegos Olímpicos en Barcelona y la Expo de Sevilla y el V Centenario (política de grandes eventos que ahora critican quienes las promovieron entonces), no volvimos a caernos del guindo sobre el exceso cometido.
En cada una de estas épocas se reprodujeron una serie de pautas de las que no nos hemos separado en la actual fase de corrección, ni en el previo desajuste: todo empieza con una acumulación real de ahorro que se canaliza hacia productos financieros cada vez de mayor riesgo, y en especial hacia el crédito hipotecario por su capacidad multiplicadora del negocio bancario, se expande de manera extraordinaria la capacidad productiva e industrial del sector de la construcción y obra pública, con la enorme creación de empleo directo e indirecto que ello supone, lo cual da lugar a unas recaudaciones fiscales también cuantiosas que mejoran las cuentas públicas, con lo que se forma un círculo virtuoso cuasi perfecto.
Todo se viene abajo cuando la percepción real o ficticia de la existencia de un riesgo superior al previsto por el sistema (el que evalúan las tasadoras y agencias de calificación) desata una oleada de ventas que paraliza el mercado, se vuelve ilíquido, se destruye tejido productivo, aumenta el paro, se dispara la mora, los bancos acuden al auxilio de su salvador “Papá Estado” que somos todos, etc.
Los más perjudicados, las familias y particulares que pierden patrimonio, empleo, ingresos profesionales…, y los directivos y socios de las empresas que con tanta ilusión se han ido creando, a veces a lo largo de generaciones. A todos los que están en situaciones complicadas, una sola palabra, “resiliencia”, definido por la RAE así; “1. f. Psicol. Capacidad humanade asumir con flexibilidad situacioneslímite y sobreponerse a ellas.”
Por cierto, cada vez que recuerdo haber visto derrumbarse el sector inmobiliario, he visto también que, al cabo de cierto tiempo, las grúas volvían a girar y los edificios se terminaban, las casas se vendían y ocupaban, la gente volvía a tener trabajo, y las deudas se renegociaban y se diluían.
Para todos aquellos que hemos dedicado nuestros mejores años profesionales a trabajar en ámbitos relacionados con la construcción y/o la promoción inmobiliaria, la actual crisis supone un antes y un después en todos los sentidos.
Tras un década casi prodigiosa del sector en los años 60 y principios de los 70, vino la inevitable corrección del mercado, con la espoleta del precio del petróleo y sus derivadas de inflación, paro, devaluación de la peseta, etc. Recuerdo a mediado de los años 70 del siglo pasado, ser un curioso adolescente que seguía a la mínima oportunidad a mi padre en las visitas de obras, y quedarme perplejo en Benidorm ante un skyline de grúas-torre. Recuerdo a su socio, fundador de una saga exitosa de promotores comentarle: “José María, es que nos hemos pasado construyendo”.
La frase se me quedó grabada porque evidenciaba un estado de ánimo que rondaba entre el arrepentimiento, el sentimiento de culpa y la lamentación por no haber sido capaces de preverlo. El espacio urbano había crecido a lo alto y a lo ancho, y de repente, el dulce sueño dio paso a la peor de las pesadillas. Seguro que esta sensación la ha experimentado mucha de la gente que lea estas líneas. Pasaron los 70 y, de lleno en los 80 se estabilizó la economía con los llamados “pactos de la Moncloa”, y las sucesivas devaluaciones, ajustes del sector industrial nacional –público y privado–, y volvió a equilibrarse el mercado residencial, absorbiendo las existencias que la crisis anterior había acumulado. Hubo una reestructuración financiera de cajas y bancos, especialmente dura en el 84 y 85, que disminuyó a la mitad el sistema. De nuevo “… nos habíamos pasado construyendo”.
Volvió el tigre a cabalgar y finalizando los 80 y entrando en los 90, de nuevo se desbocó el felino, azuzado por ministros que jaleaban aquello de “España es el país en el que alguien podía hacerse millonario más fácilmente” (Solchaga dixit). Eran los tiempos de los “súper pelotazos” como el de la Plaza de Castilla en Madrid, a cambio de la mitad del Banco Central, de Javier de la Rosa y Kio, los Albertos, Mario Conde y Abelló, etc. Hasta que terminaron los Juegos Olímpicos en Barcelona y la Expo de Sevilla y el V Centenario (política de grandes eventos que ahora critican quienes las promovieron entonces), no volvimos a caernos del guindo sobre el exceso cometido.
En cada una de estas épocas se reprodujeron una serie de pautas de las que no nos hemos separado en la actual fase de corrección, ni en el previo desajuste: todo empieza con una acumulación real de ahorro que se canaliza hacia productos financieros cada vez de mayor riesgo, y en especial hacia el crédito hipotecario por su capacidad multiplicadora del negocio bancario, se expande de manera extraordinaria la capacidad productiva e industrial del sector de la construcción y obra pública, con la enorme creación de empleo directo e indirecto que ello supone, lo cual da lugar a unas recaudaciones fiscales también cuantiosas que mejoran las cuentas públicas, con lo que se forma un círculo virtuoso cuasi perfecto.
Todo se viene abajo cuando la percepción real o ficticia de la existencia de un riesgo superior al previsto por el sistema (el que evalúan las tasadoras y agencias de calificación) desata una oleada de ventas que paraliza el mercado, se vuelve ilíquido, se destruye tejido productivo, aumenta el paro, se dispara la mora, los bancos acuden al auxilio de su salvador “Papá Estado” que somos todos, etc.
Los más perjudicados, las familias y particulares que pierden patrimonio, empleo, ingresos profesionales…, y los directivos y socios de las empresas que con tanta ilusión se han ido creando, a veces a lo largo de generaciones. A todos los que están en situaciones complicadas, una sola palabra, “resiliencia”, definido por la RAE así; “1. f. Psicol. Capacidad humanade asumir con flexibilidad situacioneslímite y sobreponerse a ellas.”
Por cierto, cada vez que recuerdo haber visto derrumbarse el sector inmobiliario, he visto también que, al cabo de cierto tiempo, las grúas volvían a girar y los edificios se terminaban, las casas se vendían y ocupaban, la gente volvía a tener trabajo, y las deudas se renegociaban y se diluían.
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