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Ten­go un buen pro­pó­si­to para el año nue­vo, mater­nal­men­te hablan­do: no voy a vol­ver a decir a nadie esa fra­se tan mani­da de “tú no lo entien­des por­que no tie­nes hijos”, como si el hecho de no haber engen­dra­do o ges­ta­do a un niño les hicie­ra insen­si­bles a los sen­ti­mien­tos. Entono el mea cul­pa. Lo he dicho (“tú no lo entien­des…”) tan­tas veces que me aver­güen­za recor­dar­lo. Es cier­to que la mater­ni­dad y la pater­ni­dad te dan una nue­va mane­ra de estar en el mun­do, pero tam­bién es ver­dad que hay per­so­nas que no nece­si­tan parir para que esta for­ma de vivir, empá­ti­ca y gene­ro­sa, ya for­ma­se par­te de ellos. Me lo dijo el otro día en una rue­da de pren­sa una perio­dis­ta, que se acer­có para agra­de­cer­me que hubie­ra dicho en voz alta que la mater­ni­dad está sobre­va­lo­ra­da en detri­men­to no sólo de la pater­ni­dad –que tam­bién–, sino tam­bién res­pec­to a quie­nes no quie­ren o no pue­den tener hijos. Ser padres no nos con­vier­te en bue­nas per­so­nas como si al cor­tar el cor­dón umbi­li­cal el gine­có­lo­go nos con­ce­die­se toda la bon­dad del mun­do. Oja­lá. Así que, lo dicho: voy a dejar de creer que soy más bue­na por­que ya he pari­do. 

Ten­go un buen pro­pó­si­to para el año nue­vo, mater­nal­men­te hablan­do: no voy a vol­ver a decir a nadie esa fra­se tan mani­da de “tú no lo entien­des por­que no tie­nes hijos”, como si el hecho de no haber engen­dra­do o ges­ta­do a un niño les hicie­ra insen­si­bles a los sen­ti­mien­tos. Entono el mea cul­pa. Lo he dicho (“tú no lo entien­des…”) tan­tas veces que me aver­güen­za recor­dar­lo. Es cier­to que la mater­ni­dad y la pater­ni­dad te dan una nue­va mane­ra de estar en el mun­do, pero tam­bién es ver­dad que hay per­so­nas que no nece­si­tan parir para que esta for­ma de vivir, empá­ti­ca y gene­ro­sa, ya for­ma­se par­te de ellos. Me lo dijo el otro día en una rue­da de pren­sa una perio­dis­ta, que se acer­có para agra­de­cer­me que hubie­ra dicho en voz alta que la mater­ni­dad está sobre­va­lo­ra­da en detri­men­to no sólo de la pater­ni­dad –que tam­bién–, sino tam­bién res­pec­to a quie­nes no quie­ren o no pue­den tener hijos. Ser padres no nos con­vier­te en bue­nas per­so­nas como si al cor­tar el cor­dón umbi­li­cal el gine­có­lo­go nos con­ce­die­se toda la bon­dad del mun­do. Oja­lá. Así que, lo dicho: voy a dejar de creer que soy más bue­na por­que ya he pari­do. 

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