Hemos vivido tan intensamente estos últimos años que, a veces, hemos perdido la perspectiva para valorar lo que ya teníamos, los avances y logros que se han hecho cotidianos. Tanta operística internacional y no hemos reparado, por ejemplo, en que el Palau de la Música bajo la batuta de Mayrén Beneyto y Ramón Almazán se mantiene temporada a temporada ofreciendo un altísimo nivel en su programación. Esta primavera cumplirá 25 años, ahí es nada, habiéndose convertido en un instrumento de normalidad cultural para la ciudad. Tan es así que este enero, para empezar un año que se presume tan crítico, el Palau presenta diversos conciertos de muchísima calidad como los de Diana Damrau con Xavier de Maistre, o el de Ainhoa Arteta, para culminar con la siempre estimulante London Symphony Orchestra, la mejor agrupación británica, con sede en el centro Barbican, y capaz de cualquier atrevimiento musical con incursiones en el mundo del cine y del pop. La LSO, de la que han sido directores titulares gigantes como Previn, Abbado o Colin Davis, confirma ese deleite cotidiano que nos produce el Palau de la Música.
Aguas arriba, en la otra orilla, ocurre lo mismo con el IVAM (cumplirá 23 años este febrero) de Consuelo Ciscar, blanco de iras seudoperformativas a las que ella contesta con más y más trabajo mientras mengua el presupuesto cultural de la Generalitat a una velocidad preocupante. El IVAM mantiene a salvo su programación, busca nuevos territorios para ganarse la participación de los más jóvenes con actividades diversas y cataloga su impresionante fondo. Arranca el año con exposiciones muy interesantes como las del arte indígena contemporáneo de Australia o la fotografía cubana (atención a Alberto Korda), estando prevista para febrero la espectacular muestra sobre arquitectura y diseño interior del equipo A-cero, formado por Rafael Llamazares y Joaquín Torres, quienes han dotado de una calidad y monumentalidad desconocidas en nuestros país a las viviendas aisladas, hasta el punto de que dado el altísimo nivel y popularidad de muchos de sus clientes han conseguido una proyección mediática nunca vista en la arquitectura española de vanguardia.
Bueno será, ya digo, valorar nuestro paisaje cultural normalizado. Atisbar que más allá de los fastos pasados y los estragos de la crisis, Valencia es una ciudad cuya cartelera diaria sigue reconfortándonos como ciudadanos contemporáneos. A ello contribuyen los grandes centros públicos, pero también la vitalista programación de nuestras universidades –tanto la UPV como la Nau–, e incluso resistentes de la iniciativa privada como el Olympia de los hermanos Fayos o el Circuit de Teatre que gestiona María Minaya.
Hemos vivido tan intensamente estos últimos años que, a veces, hemos perdido la perspectiva para valorar lo que ya teníamos, los avances y logros que se han hecho cotidianos. Tanta operística internacional y no hemos reparado, por ejemplo, en que el Palau de la Música bajo la batuta de Mayrén Beneyto y Ramón Almazán se mantiene temporada a temporada ofreciendo un altísimo nivel en su programación. Esta primavera cumplirá 25 años, ahí es nada, habiéndose convertido en un instrumento de normalidad cultural para la ciudad. Tan es así que este enero, para empezar un año que se presume tan crítico, el Palau presenta diversos conciertos de muchísima calidad como los de Diana Damrau con Xavier de Maistre, o el de Ainhoa Arteta, para culminar con la siempre estimulante London Symphony Orchestra, la mejor agrupación británica, con sede en el centro Barbican, y capaz de cualquier atrevimiento musical con incursiones en el mundo del cine y del pop. La LSO, de la que han sido directores titulares gigantes como Previn, Abbado o Colin Davis, confirma ese deleite cotidiano que nos produce el Palau de la Música.
Aguas arriba, en la otra orilla, ocurre lo mismo con el IVAM (cumplirá 23 años este febrero) de Consuelo Ciscar, blanco de iras seudoperformativas a las que ella contesta con más y más trabajo mientras mengua el presupuesto cultural de la Generalitat a una velocidad preocupante. El IVAM mantiene a salvo su programación, busca nuevos territorios para ganarse la participación de los más jóvenes con actividades diversas y cataloga su impresionante fondo. Arranca el año con exposiciones muy interesantes como las del arte indígena contemporáneo de Australia o la fotografía cubana (atención a Alberto Korda), estando prevista para febrero la espectacular muestra sobre arquitectura y diseño interior del equipo A-cero, formado por Rafael Llamazares y Joaquín Torres, quienes han dotado de una calidad y monumentalidad desconocidas en nuestros país a las viviendas aisladas, hasta el punto de que dado el altísimo nivel y popularidad de muchos de sus clientes han conseguido una proyección mediática nunca vista en la arquitectura española de vanguardia.
Bueno será, ya digo, valorar nuestro paisaje cultural normalizado. Atisbar que más allá de los fastos pasados y los estragos de la crisis, Valencia es una ciudad cuya cartelera diaria sigue reconfortándonos como ciudadanos contemporáneos. A ello contribuyen los grandes centros públicos, pero también la vitalista programación de nuestras universidades –tanto la UPV como la Nau–, e incluso resistentes de la iniciativa privada como el Olympia de los hermanos Fayos o el Circuit de Teatre que gestiona María Minaya.