Djukic: una vida de película
La vida de Miroslav Djukic parecía de lo más anodina hasta que el destino le deparó un protagonismo al que no parecía llamado. En 1991, una inesperada carambola llevó al Deportivo de La Coruña a fijarse en él, un jugador que, por entonces, militaba en un club de segunda fila en la liga yugoslava. Ese año, el Estrella Roja se había llevado la Champions contra pronóstico, faltaba muy poco para el estallido del conflicto bélico en los Balcanes y el equipo de La Coruña regresaba a Primera división después de casi veinte temporadas de ausencia. Con esas coordenadas, aterrizó Djukic en España. La liga 91–92 arrancó con un Valencia Deportivo en Mestalla, resuelto a favor de los locales por la mínima y con una angustiosa remontada. Djukic debutó aquella noche en Valencia sin sospechar que esa ciudad iba a ser su hogar algún tiempo después y ese rival se iba a cruzar en su trayectoria en momentos cruciales para, finalmente, acabar defendiendo sus colores.
No tardó demasiado en llamar la atención de la crítica por su elegancia y criterio en el manejo del balón. Los coruñeses aguantaron con apuros en su primer ejercicio entre los mejores y se salvaron del descenso en la promoción. A partir de ahí, cambia el guión y se fragua la época dorada de un club modesto que pasó a ser conocido como el Súper Depor. Djukic era uno de sus puntales. Aquel equipo empezó a escribir gestas y hasta desafió el dominio incontestable del Barça de Cruyff. Corría la campaña 93–94 y en Riazor se jugaba el último partido. Si ganaban los locales, se consumaba la proeza: el Deportivo estaba a un paso de proclamarse campeón. El Valencia les aguó la fiesta con un empate sin goles que resultó fatal para los gallegos. Para que el desenlace adquiriera mayor dramatismo, en el último minuto Djukic afrontó el reto de tirar un penalti que nadie se atrevió a ejecutar. Aquel fallo le permitió entrar en la historia como protagonista del final más trágico de un campeonato.
Lejos de hundirse, Djukic siguió creciendo. Su equipo se vengó un año después cuando logró el primer título de su historia: la Copa del Rey, por supuesto, ante el Valencia. Dos años después de aquella accidentada final pasada por agua y resuelta en dos entregas, Djukic protagonizó un sorprendente cambio de trinchera y recaló en Mestalla. Sin traumas ni afrentas por episodios anteriores. Nueva etapa. Con Valdano en el banquillo al principio, luego con Ranieri. El Valencia rampante de final de siglo, la sensación de la Champions, el contragolpe mortal de Mendieta y Piojo… un equipo inolvidable. La final de Sevilla marcó el arranque de aquellas noches de vino y rosas. Y allí estaba Djukic, con la cabeza levantada, oteando el horizonte con aires de mariscal.
Su vida transcurría con placidez en un chalet ubicado en Montesol, su primera residencia valenciana; después se traslado a Montealegre, dos lugares próximos a L’Eliana. Acostumbrados al clima brumoso de Galicia, la luminosidad mediterránea les había enamorado. Sin embargo, acabó por trasladar su residencia a la ciudad, muy cerca de Viveros. Hombre familiar, padre de dos hijos, Djukic siempre ha tenido clara su escala de valores, ha sabido distinguir lo esencial de lo accesorio. Muy unido a su mujer y sin mayores pretensiones que disfrutar del momento con los suyos, amante del tenis y del esquí, con una enorme capacidad de adaptación, profesional íntegro, exigente consigo mismo, coherente con su ejemplo de superación a la hora de encarar cualquier situación.
Djukic tiene las ideas claras, no se refugia en pretextos, sabe lo que quiere y no transige cuando algo no le convence. No admite intromisiones de ningún género y esa demostración de personalidad le creó algunos problemas cuando estuvo al frente de la selección sub 21 de Serbia, hasta el punto de abandonar el cargo por las presiones recibidas. Convencido de sus posibilidades y fiel a sus principios, aguardó que le llegara la oportunidad para demostrar sus cualidades en los banquillos. Valladolid le ha servido de rampa de lanzamiento. Un par de campañas les han catapultado hasta Valencia. Su gran oportunidad. Djukic la afronta consciente de la responsabilidad adquirida, sin temor al fracaso, sabedor de donde se mete y de lo que se juega. Una camada de gente joven puede crecer con su magisterio, los más veteranos van a estar dirigidos por un técnico de indiscutible capacidad. En su ideario futbolístico prima la ambición y la máxima intensidad.
A Djukic le gusta sentirse protagonista del espectáculo con argumentos sólidos, habla muy claro y huye de posturas forzadas; no renuncia a nada porque cree en el poder de la voluntad y en la fuerza del trabajo. Curtido en labores tan duras como la del manejo de una excavadora en su juventud, se considera un privilegiado y se siente en deuda por la fortuna de haberse dedicado al fútbol y de haber vivido experiencias maravillosas. Por sus manos pasa el futuro del Valencia en un momento clave en la existencia de la entidad de Mestalla. Un reto apasionante. La experiencia aconseja evitar pronunciamientos arriesgados, pero hay indicios sobrados para pensar que Djukic llega al lugar oportuno en el momento adecuado.
En el ideario futbolístico del entrenador serbio del VCF “prima la ambición y la máxima intensidad”.
“Curtido en labores tan duras como la del manejo de una excavadora en su juventud, se considera un privilegiado y se siente en deuda por la fortuna de haberse dedicado al fútbol.”
Descárgate el dossier de Miroslav Djukic — Valencia C. F. en PDF (1.56 MB)
La vida de Miroslav Djukic parecía de lo más anodina hasta que el destino le deparó un protagonismo al que no parecía llamado. En 1991, una inesperada carambola llevó al Deportivo de La Coruña a fijarse en él, un jugador que, por entonces, militaba en un club de segunda fila en la liga yugoslava. Ese año, el Estrella Roja se había llevado la Champions contra pronóstico, faltaba muy poco para el estallido del conflicto bélico en los Balcanes y el equipo de La Coruña regresaba a Primera división después de casi veinte temporadas de ausencia. Con esas coordenadas, aterrizó Djukic en España. La liga 91–92 arrancó con un Valencia Deportivo en Mestalla, resuelto a favor de los locales por la mínima y con una angustiosa remontada. Djukic debutó aquella noche en Valencia sin sospechar que esa ciudad iba a ser su hogar algún tiempo después y ese rival se iba a cruzar en su trayectoria en momentos cruciales para, finalmente, acabar defendiendo sus colores.
No tardó demasiado en llamar la atención de la crítica por su elegancia y criterio en el manejo del balón. Los coruñeses aguantaron con apuros en su primer ejercicio entre los mejores y se salvaron del descenso en la promoción. A partir de ahí, cambia el guión y se fragua la época dorada de un club modesto que pasó a ser conocido como el Súper Depor. Djukic era uno de sus puntales. Aquel equipo empezó a escribir gestas y hasta desafió el dominio incontestable del Barça de Cruyff. Corría la campaña 93–94 y en Riazor se jugaba el último partido. Si ganaban los locales, se consumaba la proeza: el Deportivo estaba a un paso de proclamarse campeón. El Valencia les aguó la fiesta con un empate sin goles que resultó fatal para los gallegos. Para que el desenlace adquiriera mayor dramatismo, en el último minuto Djukic afrontó el reto de tirar un penalti que nadie se atrevió a ejecutar. Aquel fallo le permitió entrar en la historia como protagonista del final más trágico de un campeonato.
Lejos de hundirse, Djukic siguió creciendo. Su equipo se vengó un año después cuando logró el primer título de su historia: la Copa del Rey, por supuesto, ante el Valencia. Dos años después de aquella accidentada final pasada por agua y resuelta en dos entregas, Djukic protagonizó un sorprendente cambio de trinchera y recaló en Mestalla. Sin traumas ni afrentas por episodios anteriores. Nueva etapa. Con Valdano en el banquillo al principio, luego con Ranieri. El Valencia rampante de final de siglo, la sensación de la Champions, el contragolpe mortal de Mendieta y Piojo… un equipo inolvidable. La final de Sevilla marcó el arranque de aquellas noches de vino y rosas. Y allí estaba Djukic, con la cabeza levantada, oteando el horizonte con aires de mariscal.
Su vida transcurría con placidez en un chalet ubicado en Montesol, su primera residencia valenciana; después se traslado a Montealegre, dos lugares próximos a L’Eliana. Acostumbrados al clima brumoso de Galicia, la luminosidad mediterránea les había enamorado. Sin embargo, acabó por trasladar su residencia a la ciudad, muy cerca de Viveros. Hombre familiar, padre de dos hijos, Djukic siempre ha tenido clara su escala de valores, ha sabido distinguir lo esencial de lo accesorio. Muy unido a su mujer y sin mayores pretensiones que disfrutar del momento con los suyos, amante del tenis y del esquí, con una enorme capacidad de adaptación, profesional íntegro, exigente consigo mismo, coherente con su ejemplo de superación a la hora de encarar cualquier situación.
Djukic tiene las ideas claras, no se refugia en pretextos, sabe lo que quiere y no transige cuando algo no le convence. No admite intromisiones de ningún género y esa demostración de personalidad le creó algunos problemas cuando estuvo al frente de la selección sub 21 de Serbia, hasta el punto de abandonar el cargo por las presiones recibidas. Convencido de sus posibilidades y fiel a sus principios, aguardó que le llegara la oportunidad para demostrar sus cualidades en los banquillos. Valladolid le ha servido de rampa de lanzamiento. Un par de campañas les han catapultado hasta Valencia. Su gran oportunidad. Djukic la afronta consciente de la responsabilidad adquirida, sin temor al fracaso, sabedor de donde se mete y de lo que se juega. Una camada de gente joven puede crecer con su magisterio, los más veteranos van a estar dirigidos por un técnico de indiscutible capacidad. En su ideario futbolístico prima la ambición y la máxima intensidad.
A Djukic le gusta sentirse protagonista del espectáculo con argumentos sólidos, habla muy claro y huye de posturas forzadas; no renuncia a nada porque cree en el poder de la voluntad y en la fuerza del trabajo. Curtido en labores tan duras como la del manejo de una excavadora en su juventud, se considera un privilegiado y se siente en deuda por la fortuna de haberse dedicado al fútbol y de haber vivido experiencias maravillosas. Por sus manos pasa el futuro del Valencia en un momento clave en la existencia de la entidad de Mestalla. Un reto apasionante. La experiencia aconseja evitar pronunciamientos arriesgados, pero hay indicios sobrados para pensar que Djukic llega al lugar oportuno en el momento adecuado.
En el ideario futbolístico del entrenador serbio del VCF “prima la ambición y la máxima intensidad”.
“Curtido en labores tan duras como la del manejo de una excavadora en su juventud, se considera un privilegiado y se siente en deuda por la fortuna de haberse dedicado al fútbol.”
Descárgate el dossier de Miroslav Djukic — Valencia C. F. en PDF (1.56 MB)
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