Lucas Soler
Pese a arder eternamente en la hoguera de la crítica cinematográfica más respingada, siempre he sentido una especial querencia por las disparatadas comedias del prolífico Mariano Ozores y de otros artesanos del cine patrio (Ignacio Iquino, Vicente Escrivá, Coll Espona, Pedro Lazaga), que dirigieron películas de escaso valor artístico, pero ricas en erotismo graso y en humor condimentado, bajo la despectiva denominación de españoladas.
Desde finales de la década de los 50 hasta su retirada forzosa a mediados de los 90, Mariano Ozores fue uno de los directores españoles que más se interesó por retratar la evolución política y social de nuestro país, pero siempre desde una perspectiva paródica, desenfadada y esperpéntica.
Su visión ideológica no encajaba dentro de los cánones clásicos de la derecha española heredera del franquismo, es decir, rancia, católica y tradicionalista, sino más bien era un explosivo y afrodisíaco cóctel de populismo reaccionario y liberalismo anarquizante con unas amargas gotas de nihilismo.
El bueno de Mariano Ozores tenía escasa fe en sus propios compatriotas y en su forma de actuar y comportarse tanto en un despacho oficial o un estrado parlamentario, como en la barra de un bar de alterne o la cama redonda de un hotel de carretera, ya que los protagonistas de sus películas tan interesados estaban en meter la mano en una caja de caudales como en el escote de una señora estupenda.
Veinte años después de su jubilación, algunos de los títulos de las películas de Ozores vuelven a cobrar sentido y plena actualidad en un país azotado por la corrupción y el descrédito absolutode la política.
Porque el desolador panorama político español puede definirse perfectamente por títulos suyos como Pelotazo nacional(1993), Disparate nacional (1991), Hacienda somos casi todos (1988), Ya no va más (1988), ¡Estos es un atraco! (1987) o ¡Todos al suelo! (1982).
Con la epidemia de políticos imputados e infectados por el virus de la corrupción, es imposible dejar de recordar películas como Veredicto implacable (1988), Rueda de sospechosos (1964), El recomendado (1986), Los presuntos (1986), Los chulos (1981), Los liantes (1981) o Los cararudos (1983), aunque está última fue dirigida por su hermano Antonio Ozores. Hace más treinta años, cuando UCD se desmoronaba en un clima de convulsión política tras el fallido golpe del 23‑F, Ozores dirigió la apocalíptica ¡Que vienen los socialistas! (1982), aunque luego con el acomodaticio y acomodado Felipe González no fue para tanto.
Ahora no tengo muy claro qué película rodaría ante la amenaza que supone Podemos para la casta castiza e ignoro qué actor con coleta postiza podría interpretar al hipnótico Pablo Iglesias, puesto que todos los galanes de la generación de Ozores ya están jubilados o descansan en la paz del sepulcro.
Para quienes se regodean en el catastrofismo, nuestrofuturo político inmediato ya no está en manos de Unos granujas decentes (1980) de Ozores sino en las garras peludas de Los otros (2001), ese clásico de terror de Alejandro Amenábar, aunque yo prefiero pensar en el tono de comedia disparatada de la serie La que se avecina mientras reivindico la actualidad de Todos a la cárcel (1993) de mi adorado Berlanga.
Lucas Soler
Pese a arder eternamente en la hoguera de la crítica cinematográfica más respingada, siempre he sentido una especial querencia por las disparatadas comedias del prolífico Mariano Ozores y de otros artesanos del cine patrio (Ignacio Iquino, Vicente Escrivá, Coll Espona, Pedro Lazaga), que dirigieron películas de escaso valor artístico, pero ricas en erotismo graso y en humor condimentado, bajo la despectiva denominación de españoladas.
Desde finales de la década de los 50 hasta su retirada forzosa a mediados de los 90, Mariano Ozores fue uno de los directores españoles que más se interesó por retratar la evolución política y social de nuestro país, pero siempre desde una perspectiva paródica, desenfadada y esperpéntica.
Su visión ideológica no encajaba dentro de los cánones clásicos de la derecha española heredera del franquismo, es decir, rancia, católica y tradicionalista, sino más bien era un explosivo y afrodisíaco cóctel de populismo reaccionario y liberalismo anarquizante con unas amargas gotas de nihilismo.
El bueno de Mariano Ozores tenía escasa fe en sus propios compatriotas y en su forma de actuar y comportarse tanto en un despacho oficial o un estrado parlamentario, como en la barra de un bar de alterne o la cama redonda de un hotel de carretera, ya que los protagonistas de sus películas tan interesados estaban en meter la mano en una caja de caudales como en el escote de una señora estupenda.
Veinte años después de su jubilación, algunos de los títulos de las películas de Ozores vuelven a cobrar sentido y plena actualidad en un país azotado por la corrupción y el descrédito absolutode la política.
Porque el desolador panorama político español puede definirse perfectamente por títulos suyos como Pelotazo nacional(1993), Disparate nacional (1991), Hacienda somos casi todos (1988), Ya no va más (1988), ¡Estos es un atraco! (1987) o ¡Todos al suelo! (1982).
Con la epidemia de políticos imputados e infectados por el virus de la corrupción, es imposible dejar de recordar películas como Veredicto implacable (1988), Rueda de sospechosos (1964), El recomendado (1986), Los presuntos (1986), Los chulos (1981), Los liantes (1981) o Los cararudos (1983), aunque está última fue dirigida por su hermano Antonio Ozores. Hace más treinta años, cuando UCD se desmoronaba en un clima de convulsión política tras el fallido golpe del 23‑F, Ozores dirigió la apocalíptica ¡Que vienen los socialistas! (1982), aunque luego con el acomodaticio y acomodado Felipe González no fue para tanto.
Ahora no tengo muy claro qué película rodaría ante la amenaza que supone Podemos para la casta castiza e ignoro qué actor con coleta postiza podría interpretar al hipnótico Pablo Iglesias, puesto que todos los galanes de la generación de Ozores ya están jubilados o descansan en la paz del sepulcro.
Para quienes se regodean en el catastrofismo, nuestrofuturo político inmediato ya no está en manos de Unos granujas decentes (1980) de Ozores sino en las garras peludas de Los otros (2001), ese clásico de terror de Alejandro Amenábar, aunque yo prefiero pensar en el tono de comedia disparatada de la serie La que se avecina mientras reivindico la actualidad de Todos a la cárcel (1993) de mi adorado Berlanga.
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