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Estereotipos

Leo que un matri­mo­nio de Cam­brid­ge aca­ba de reve­lar a sus alle­ga­dos y a toda la comu­ni­dad el sexo de su hijo a los cin­co años de haber sido padres. Duran­te todo este tiem­po, le han edu­ca­do en la igno­ran­cia de saber si era un niño o una niña con la idea de que al cre­cer, la cria­tu­ra deci­die­se lo que que­ría ser de mayor. Y no me refie­ro a médi­co, perio­dis­ta, fut­bo­lis­ta o con­cur­san­te de Gran Her­mano. Los padres le han dado una edu­ca­ción neu­tral y sólo le han com­pra­do jugue­tes uni­sex por­que que­rían evi­tar los este­reo­ti­po, así que, por ejem­plo, dicen, han per­mi­ti­do que se vis­tie­ra como qui­sie­ra, ya fue­ra como una bai­la­ri­na con tutú o con un dis­fraz de Spi­der­man. La madre dice que nin­gu­na otra mamá ha que­ri­do ir a su casa a tomar el té. Y toda­vía se pre­gun­ta­rá por qué. Y miren que si hay alguien a favor de la igual­dad y en con­tra de este­reo­ti­par a la gen­te, o de dis­cri­mi­nar a nadie por su con­di­ción sexual, es la que sus­cri­be. Pero tam­bién me encon­tra­rán fren­te a los padres que no tie­nen nin­gún sen­ti­do común y que hacen pagar esa caren­cia a sus hijos, ya sea ali­men­tán­do­les úni­ca­men­te con leche mater­na y ori­na (tam­bién lo he leí­do, no me lo estoy inven­tan­do) o fin­gien­do ante ellos que el sexo es algo que se pue­de ele­gir. Qui­zá este tipo de padres no estén dema­sia­do lejos de los que creen que la homo­se­xua­li­dad se cura con pas­ti­llas, con tera­pia o enco­men­dán­do­se a Dios. Y cuan­do pien­so que para adop­tar un bebé inves­ti­gan has­ta a la pri­ma segun­da de la cuña­da de la por­te­ra de tu edi­fi­cio, la san­gre me hier­ve has­ta alcan­zar el pun­to de ebu­lli­ción. Por­que cual­quier des­ce­re­bra­do pue­de tener sus pro­pios hijos sin que nadie les cues­tio­ne ese dere­cho. Aun­que se lle­ven por delan­te a los más ino­cen­tes.

Leo que un matri­mo­nio de Cam­brid­ge aca­ba de reve­lar a sus alle­ga­dos y a toda la comu­ni­dad el sexo de su hijo a los cin­co años de haber sido padres. Duran­te todo este tiem­po, le han edu­ca­do en la igno­ran­cia de saber si era un niño o una niña con la idea de que al cre­cer, la cria­tu­ra deci­die­se lo que que­ría ser de mayor. Y no me refie­ro a médi­co, perio­dis­ta, fut­bo­lis­ta o con­cur­san­te de Gran Her­mano. Los padres le han dado una edu­ca­ción neu­tral y sólo le han com­pra­do jugue­tes uni­sex por­que que­rían evi­tar los este­reo­ti­po, así que, por ejem­plo, dicen, han per­mi­ti­do que se vis­tie­ra como qui­sie­ra, ya fue­ra como una bai­la­ri­na con tutú o con un dis­fraz de Spi­der­man. La madre dice que nin­gu­na otra mamá ha que­ri­do ir a su casa a tomar el té. Y toda­vía se pre­gun­ta­rá por qué. Y miren que si hay alguien a favor de la igual­dad y en con­tra de este­reo­ti­par a la gen­te, o de dis­cri­mi­nar a nadie por su con­di­ción sexual, es la que sus­cri­be. Pero tam­bién me encon­tra­rán fren­te a los padres que no tie­nen nin­gún sen­ti­do común y que hacen pagar esa caren­cia a sus hijos, ya sea ali­men­tán­do­les úni­ca­men­te con leche mater­na y ori­na (tam­bién lo he leí­do, no me lo estoy inven­tan­do) o fin­gien­do ante ellos que el sexo es algo que se pue­de ele­gir. Qui­zá este tipo de padres no estén dema­sia­do lejos de los que creen que la homo­se­xua­li­dad se cura con pas­ti­llas, con tera­pia o enco­men­dán­do­se a Dios. Y cuan­do pien­so que para adop­tar un bebé inves­ti­gan has­ta a la pri­ma segun­da de la cuña­da de la por­te­ra de tu edi­fi­cio, la san­gre me hier­ve has­ta alcan­zar el pun­to de ebu­lli­ción. Por­que cual­quier des­ce­re­bra­do pue­de tener sus pro­pios hijos sin que nadie les cues­tio­ne ese dere­cho. Aun­que se lle­ven por delan­te a los más ino­cen­tes.

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