El lenguaje popular enmascara y suaviza ciertas realidades terribles con curiosos eufemismos que, en ocasiones, pueden llevar a embarazosos equívocos. Recuerdo que hace treinta años mi anciana tía Sagrario (Dios la tenga en su Glorieta), que vivía en un pequeño pueblo de las denominadas Comarcas Centrales, me escribió una carta en un rudimentario y telegráfico castellano en la que se interesaba por mis estudios universitarios y en la que concluía diciéndome: “El tío Gervasio faltó hace unos días.”
En un principio, no entendí muy bien lo que me quería decir. ¿A dónde faltó el tío Gervasio? ¿A su partida diaria de cartas en el Círculo Recreativo? ¿A la misa dominical? Finalmente, deduje que el pobre hermano de la tía Sagrario había estirado la pata o había colgado los tenis, como suelen decir en ciertos países latinoamericanos. Resulta extraño que nunca hubiese oído esa acepción del verbo faltar para referirse a la muerte, tal vez porque en aquel entonces estaba menos familiarizado que ahora con “la mudanza al otro barrio”. En seguida, mi mente ociosa empezó a jugar con esa sinonimia recién descubierta entre faltar y morir, pues “cometer una falta” se convertía en “matar a alguien” y una popular canción de la época de MiguelBosé podía traducirse como Faltar de amor.
Ahora me falto de la risa al recordarlo y las mismas ocurrencias ociosas me vuelven a la cabeza cuando escucho a los políticos ciertos eufemismos que encubren trágicas realidades sociales. Si la famosa “desaceleración del crecimiento económico” en la que se agazapaba Zapatero era simplemente el inicio de la peor crisis económica, también podría decirse que un matrimonio que está continuamente tirándose de los pelos y matándose a sartenazos está en pleno “proceso de desaceleración del crecimiento conyugal” y lo que necesita es “un cese temporal de la convivencia”, como el que anunciaron la infanta Elenay Marichalar y ya parece permanente.
Los asesores de imagen y palabras del actual Gobierno del PP también han sido ingeniosos a la hora de buscar expresiones bonitas para esconder hechos feos. Me parece muy elegante y cosmopolita hablar de “movilidad exterior” para referirse a los miles de jóvenes que emigran a Alemania como AlfredoLanda en los 70 para buscar trabajo. También me parece mucho menos dramática la expresión “procedimiento de ejecución hipotecaria” que el terrible y dickensiano “desahucio” con desdentados abuelos
en batín como protagonistas. El humillante “rescate bancario” resulta más digno para el orgullo patrio si hablamos de “préstamo en condiciones muy favorables”, “apoyo financiero” o “línea de crédito”. Los recortes son, sin duda, menos dolorosos, cuando nos referimos a “reformas estructurales necesarias”, y abaratar y facilitar el despido no suena tan mezquino cuando se habla de “flexibilizar el mercado laboral” o “redimensionar las plantillas”.
Menos brillantes y más confusos me parecen por su retorcido tecnicismo las expresiones “crecimiento económico negativo” para referirse a la recesión; el “recargo temporal de la solidaridad” para ocultar una subida de impuestos; “la devaluación competitiva de los salarios” para anunciar una bajada de los sueldos y la célebre “indemnización en diferido” para no reconocer los pagos que se estaban haciendo a Bárcenas cuando se suponía que ya no trabajaba para el PP. Ninguno de todos estos eufemismos tecnocráticos tiene la transparencia poética y el sabor macrobiótico de los famosos “brotes verdes” de Elena Salgado, aunque en realidad la expresión no sea suya ni novedosa, pues es una traducción de la expresión greenshoots utilizada por el ministro británico de Hacienda, Norman Lamont, para hablar de los primeros síntomas del fin de la recesión que vivía el Reino Unido en 1990. Co el tiempo se ha demostrado que los brotes verdes de la ministra no eran ni de soja ni de revitalizant ginseng, sino tal vez de esa hierba que algunos defienden por sus propiedades terapéuticas para no insistir tanto en su carácter psicotrópico y disculpar su consumo. Ya saben a qué hierbajo me refiero.
El lenguaje popular enmascara y suaviza ciertas realidades terribles con curiosos eufemismos que, en ocasiones, pueden llevar a embarazosos equívocos. Recuerdo que hace treinta años mi anciana tía Sagrario (Dios la tenga en su Glorieta), que vivía en un pequeño pueblo de las denominadas Comarcas Centrales, me escribió una carta en un rudimentario y telegráfico castellano en la que se interesaba por mis estudios universitarios y en la que concluía diciéndome: “El tío Gervasio faltó hace unos días.”
En un principio, no entendí muy bien lo que me quería decir. ¿A dónde faltó el tío Gervasio? ¿A su partida diaria de cartas en el Círculo Recreativo? ¿A la misa dominical? Finalmente, deduje que el pobre hermano de la tía Sagrario había estirado la pata o había colgado los tenis, como suelen decir en ciertos países latinoamericanos. Resulta extraño que nunca hubiese oído esa acepción del verbo faltar para referirse a la muerte, tal vez porque en aquel entonces estaba menos familiarizado que ahora con “la mudanza al otro barrio”. En seguida, mi mente ociosa empezó a jugar con esa sinonimia recién descubierta entre faltar y morir, pues “cometer una falta” se convertía en “matar a alguien” y una popular canción de la época de MiguelBosé podía traducirse como Faltar de amor.
Ahora me falto de la risa al recordarlo y las mismas ocurrencias ociosas me vuelven a la cabeza cuando escucho a los políticos ciertos eufemismos que encubren trágicas realidades sociales. Si la famosa “desaceleración del crecimiento económico” en la que se agazapaba Zapatero era simplemente el inicio de la peor crisis económica, también podría decirse que un matrimonio que está continuamente tirándose de los pelos y matándose a sartenazos está en pleno “proceso de desaceleración del crecimiento conyugal” y lo que necesita es “un cese temporal de la convivencia”, como el que anunciaron la infanta Elenay Marichalar y ya parece permanente.
Los asesores de imagen y palabras del actual Gobierno del PP también han sido ingeniosos a la hora de buscar expresiones bonitas para esconder hechos feos. Me parece muy elegante y cosmopolita hablar de “movilidad exterior” para referirse a los miles de jóvenes que emigran a Alemania como AlfredoLanda en los 70 para buscar trabajo. También me parece mucho menos dramática la expresión “procedimiento de ejecución hipotecaria” que el terrible y dickensiano “desahucio” con desdentados abuelos
en batín como protagonistas. El humillante “rescate bancario” resulta más digno para el orgullo patrio si hablamos de “préstamo en condiciones muy favorables”, “apoyo financiero” o “línea de crédito”. Los recortes son, sin duda, menos dolorosos, cuando nos referimos a “reformas estructurales necesarias”, y abaratar y facilitar el despido no suena tan mezquino cuando se habla de “flexibilizar el mercado laboral” o “redimensionar las plantillas”.
Menos brillantes y más confusos me parecen por su retorcido tecnicismo las expresiones “crecimiento económico negativo” para referirse a la recesión; el “recargo temporal de la solidaridad” para ocultar una subida de impuestos; “la devaluación competitiva de los salarios” para anunciar una bajada de los sueldos y la célebre “indemnización en diferido” para no reconocer los pagos que se estaban haciendo a Bárcenas cuando se suponía que ya no trabajaba para el PP. Ninguno de todos estos eufemismos tecnocráticos tiene la transparencia poética y el sabor macrobiótico de los famosos “brotes verdes” de Elena Salgado, aunque en realidad la expresión no sea suya ni novedosa, pues es una traducción de la expresión greenshoots utilizada por el ministro británico de Hacienda, Norman Lamont, para hablar de los primeros síntomas del fin de la recesión que vivía el Reino Unido en 1990. Co el tiempo se ha demostrado que los brotes verdes de la ministra no eran ni de soja ni de revitalizant ginseng, sino tal vez de esa hierba que algunos defienden por sus propiedades terapéuticas para no insistir tanto en su carácter psicotrópico y disculpar su consumo. Ya saben a qué hierbajo me refiero.