En algunos confines escuchar el nombre de Bustamante no retrotrae a la era de show y triunfo, a la promoción catódica, sino a un cowboy de nuestras llanuras al que artísticamente rebautizaron como Julio, Julio Bustamante (aunque en el DNI no es ni Julio ni es Bustamante).
Su rostro un espejo de derrotas, lidias, caídas y resurgimientos. La resurrección eterna. Él estaba primero. Es uno de los nuestros, un cantante sin lentejuelas. Sus manos repletas de las marcas de una carrera. El caminante adusto al que hemos redescubierto a base de canciones bordeando el himno.
Pertenece a una generación de señores discretos cuyo oficio no contempla los impactos, solo se trata de hacerlo bien. Camuflaje natural, porque Julio Bustamante, dicen quienes deben decirlo, es uno de los grandes, la épica sosegada de un pop atiborrado de Mediterráneo y soledades. En 2003, tras
la irrupción del ‘Busta’ de Operación Triunfo, tuvo que añadir su nombre a su apellido. Se llamará Julio Bustamante y será descubierto años después como
maestro para toda una cohorte de cantantes valencianos que ven en él una luz que prende.
A Bustamente le grabaron con las manos en la masa, entre cuerdas, en el documental Bustamante Perkins, ganador del premio del Público en el festival
In-Edit de Barcelona. Véanlo. “Una especie de Searching for Sugar Man a la valenciana», escribía el periodista Rodrigo Terrasa. Fue la celebración de un hallazgo, el de un caballero resistente, tal que si estuviera labrando campos amanecer tras amanecer, que prendió la mecha en los ochenta valencianos
junto a Remigi Palmero y Pep Laguarda, y al que ahora volvíamos a encontrar, guitarra en mano. Un hombre de Marxalenes poniéndole banda sonora a Valencia.
Conviene escuchar a Bustamente porque es una caja de resonancia de lo que somos. Porque tomar conciencia de los talentos que nos rodean, por mucho que practiquen la condición de outsider, es reconocernos mejor, saber más de nosotros mismos. Como se decían los directores de aquel documental en el alumbramiento de todo, “tienes que conocerlo, tienes que conocerlo”. Hay que conocerlo. Curiosamente los primeros homenajes a este don criado en la Plaza del Ayuntamiento, a la vera de la extinta Cafetería Balanzá, se celebraron en Barcelona y en Madrid. Después, Valencia. La propuesta es escucharle
atentamente, dejarse guiar por sus indicaciones, dejarse perder por sus letras, dejar que nos conduzca por las concavidades de la ciutat y de nuestra conciencia. Julio Bustamente, un hombre tranquilo y eterno.
En algunos confines escuchar el nombre de Bustamante no retrotrae a la era de show y triunfo, a la promoción catódica, sino a un cowboy de nuestras llanuras al que artísticamente rebautizaron como Julio, Julio Bustamante (aunque en el DNI no es ni Julio ni es Bustamante).
Su rostro un espejo de derrotas, lidias, caídas y resurgimientos. La resurrección eterna. Él estaba primero. Es uno de los nuestros, un cantante sin lentejuelas. Sus manos repletas de las marcas de una carrera. El caminante adusto al que hemos redescubierto a base de canciones bordeando el himno.
Pertenece a una generación de señores discretos cuyo oficio no contempla los impactos, solo se trata de hacerlo bien. Camuflaje natural, porque Julio Bustamante, dicen quienes deben decirlo, es uno de los grandes, la épica sosegada de un pop atiborrado de Mediterráneo y soledades. En 2003, tras
la irrupción del ‘Busta’ de Operación Triunfo, tuvo que añadir su nombre a su apellido. Se llamará Julio Bustamante y será descubierto años después como
maestro para toda una cohorte de cantantes valencianos que ven en él una luz que prende.
A Bustamente le grabaron con las manos en la masa, entre cuerdas, en el documental Bustamante Perkins, ganador del premio del Público en el festival
In-Edit de Barcelona. Véanlo. “Una especie de Searching for Sugar Man a la valenciana», escribía el periodista Rodrigo Terrasa. Fue la celebración de un hallazgo, el de un caballero resistente, tal que si estuviera labrando campos amanecer tras amanecer, que prendió la mecha en los ochenta valencianos
junto a Remigi Palmero y Pep Laguarda, y al que ahora volvíamos a encontrar, guitarra en mano. Un hombre de Marxalenes poniéndole banda sonora a Valencia.
Conviene escuchar a Bustamente porque es una caja de resonancia de lo que somos. Porque tomar conciencia de los talentos que nos rodean, por mucho que practiquen la condición de outsider, es reconocernos mejor, saber más de nosotros mismos. Como se decían los directores de aquel documental en el alumbramiento de todo, “tienes que conocerlo, tienes que conocerlo”. Hay que conocerlo. Curiosamente los primeros homenajes a este don criado en la Plaza del Ayuntamiento, a la vera de la extinta Cafetería Balanzá, se celebraron en Barcelona y en Madrid. Después, Valencia. La propuesta es escucharle
atentamente, dejarse guiar por sus indicaciones, dejarse perder por sus letras, dejar que nos conduzca por las concavidades de la ciutat y de nuestra conciencia. Julio Bustamente, un hombre tranquilo y eterno.
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