La economía valenciana no es diferente a las del resto del país, y me atrevo a decir que a la española en su conjunto y tampoco difiere mucho de las del resto de los países que componen la economía del Euro.
Los males esenciales que nos acucian son comunes y endémicos. Me explico. Una abultada deuda pública y privada, mayor de la que se reconoce. Unas cuentas públicas que se cuadran con hipotéticos ingresos futuros y esconden gastos pretéritos. Unas entidades financieras que no prestan porque no les fían, y no les fían porque niegan sus debilidades. Unos presupuestos que no dan para tanto como se promete, y unos contribuyentes que no controlan a sus políticos.
Con todo ello, nuestra economía, la de las pequeñas y medianas empresas, que son las que generan o destruyen la mayor parte del empleo y riqueza, malvive desde hace casi cuatro años. No está siendo de gran ayuda la ingente deuda de las administraciones con sus proveedores, a los que detrae el crédito de por sí escaso, pues la banca ya no se atreve, ni puede con el papel autonómico ni con el municipal.
Es urgente poner orden en las cuentas públicas y liberar pagos atrasados a los proveedores, pues el solo efecto de este movimiento permitiría a los empresarios dedicar los recursos liberados a nuevos o distintos proyectos rentables y adaptados a la nueva situación.
El emprendedor valenciano basa el éxito de sus empresas en su talento, esfuerzo y capacidad de riesgo, pero para ello debe dejar de preocuparse de cuestiones que ahogan su iniciativa, como la gestión de cobro de las administraciones o las reclamaciones de las entidades de crédito para que cancele una póliza o aumente sus garantías por las ya concedidas.
En menos de un siglo, hemos pasado de vivir del campo a vivir de la industria y los servicios. A finales del siglo pasado vivíamos de la industria, la construcción, los servicios y un poco del campo. En la actualidad prácticamente vivimos de los servicios y algo de la industria. Esta rápida transformación implica que haya perdedores y ganadores, y es importante detectarlos. A los primeros, para adaptarlos al nuevo escenario, y a los segundos para que lideren el cambio y proyecten el futuro.
Si nuestra economía depende sobre todo de los servicios, es fundamental orientar todos los esfuerzos a potenciar aquellos que son de mayor valor añadido, en detrimento de los genéricos y poco cualificados. Por tanto, hay que incidir en los que potencian aspectos financieros (¡gran ocasión perdida recientemente con nuestras cajas de ahorros!), comerciales, de marketing, de diseño, de innovación tecnológica, de logística, etc.
En especial, hay que hacer un gran esfuerzo desde la administración para impulsar aquellos productos o empresas que lideran proyectos con visión global. Es muy importante apoyar proyectos que atraigan talento y sean capaces de retenerlo, haciendo hincapié en nuestras fortalezas como territorio: nuestra forma de vida, clima, cultura, tolerancia y adaptabilidad. Esta es nuestra inversión fundamental.
Además de llenar nuestras playas con visitantes esporádicos y veraneantes migratorios, nuestro reto consiste en ser capaces de llenar nuestras aulas de investigación y nuestras pequeñas empresas de las mentes más despiertas y emprendedoras de toda Europa para liderar el proceso de cambio a la tan cacareada “sociedad del conocimiento”, pues solo ésta es capaz de generar trabajo abundante y de calidad para las generaciones más jóvenes.
La economía valenciana no es diferente a las del resto del país, y me atrevo a decir que a la española en su conjunto y tampoco difiere mucho de las del resto de los países que componen la economía del Euro.
Los males esenciales que nos acucian son comunes y endémicos. Me explico. Una abultada deuda pública y privada, mayor de la que se reconoce. Unas cuentas públicas que se cuadran con hipotéticos ingresos futuros y esconden gastos pretéritos. Unas entidades financieras que no prestan porque no les fían, y no les fían porque niegan sus debilidades. Unos presupuestos que no dan para tanto como se promete, y unos contribuyentes que no controlan a sus políticos.
Con todo ello, nuestra economía, la de las pequeñas y medianas empresas, que son las que generan o destruyen la mayor parte del empleo y riqueza, malvive desde hace casi cuatro años. No está siendo de gran ayuda la ingente deuda de las administraciones con sus proveedores, a los que detrae el crédito de por sí escaso, pues la banca ya no se atreve, ni puede con el papel autonómico ni con el municipal.
Es urgente poner orden en las cuentas públicas y liberar pagos atrasados a los proveedores, pues el solo efecto de este movimiento permitiría a los empresarios dedicar los recursos liberados a nuevos o distintos proyectos rentables y adaptados a la nueva situación.
El emprendedor valenciano basa el éxito de sus empresas en su talento, esfuerzo y capacidad de riesgo, pero para ello debe dejar de preocuparse de cuestiones que ahogan su iniciativa, como la gestión de cobro de las administraciones o las reclamaciones de las entidades de crédito para que cancele una póliza o aumente sus garantías por las ya concedidas.
En menos de un siglo, hemos pasado de vivir del campo a vivir de la industria y los servicios. A finales del siglo pasado vivíamos de la industria, la construcción, los servicios y un poco del campo. En la actualidad prácticamente vivimos de los servicios y algo de la industria. Esta rápida transformación implica que haya perdedores y ganadores, y es importante detectarlos. A los primeros, para adaptarlos al nuevo escenario, y a los segundos para que lideren el cambio y proyecten el futuro.
Si nuestra economía depende sobre todo de los servicios, es fundamental orientar todos los esfuerzos a potenciar aquellos que son de mayor valor añadido, en detrimento de los genéricos y poco cualificados. Por tanto, hay que incidir en los que potencian aspectos financieros (¡gran ocasión perdida recientemente con nuestras cajas de ahorros!), comerciales, de marketing, de diseño, de innovación tecnológica, de logística, etc.
En especial, hay que hacer un gran esfuerzo desde la administración para impulsar aquellos productos o empresas que lideran proyectos con visión global. Es muy importante apoyar proyectos que atraigan talento y sean capaces de retenerlo, haciendo hincapié en nuestras fortalezas como territorio: nuestra forma de vida, clima, cultura, tolerancia y adaptabilidad. Esta es nuestra inversión fundamental.
Además de llenar nuestras playas con visitantes esporádicos y veraneantes migratorios, nuestro reto consiste en ser capaces de llenar nuestras aulas de investigación y nuestras pequeñas empresas de las mentes más despiertas y emprendedoras de toda Europa para liderar el proceso de cambio a la tan cacareada “sociedad del conocimiento”, pues solo ésta es capaz de generar trabajo abundante y de calidad para las generaciones más jóvenes.
Comparte esta publicación
Suscríbete a nuestro boletín
Recibe toda la actualidad en cultura y ocio, de la ciudad de Valencia