No resulta fácil para los empresarios de este país exponer sus ideas con franqueza dadas las herencias recibidas. Fiel a su legado falangista, el franquismo, sin ir más lejos, no fue nada proclive a la visión empresarial del mundo, y en eso terminó coincidiendo con la óptica sindicalista sobre la realidad económica en la que, poco menos, se criminalizaba al empresario como agente explotador.
A la izquierda obrerista, mamada en lecturas decimonónicas, cuando el hombre envilecía al hombre, le cuesta reconocer estos argumentos, y mucho menos que fue el Opus Dei y su moralidad en favor del esfuerzo y el trabajo de corte calvinista, el que transformó el país cuartelero de la posguerra en un escenario donde empezaron a emerger los emprendedores.Luego, es verdad, que no hemos tenido mucha fortuna con los liderazgos empresariales, salpicados de episodios como los de Ruiz Mateos –cuyo default se repite a modo del día de la marmota–, Mario Conde, los Albertos, Mariano Rubio y hasta el recientísimo de Díaz Ferrán. Así que, en efecto, no es fácil hablar como empresario en este país, donde el peso de la administración pública en la actividad económica llega a ser asfixiante, en el que se pide militancia activa para cualquier cosa, en donde el que se mueve no sale en la foto y no pilla un concurso o una adjudicación ni por casualidad.
No es fácil hablar en este país desde la independencia económica, y resultan sospechosas, incluso, las actitudes que algunos muestran en las cumbres que se concelebran en Moncloa o en cualesquiera otros lugares donde reside el poder político. Por eso, ahora, resuenan más tronantes que nunca las últimas palabras de Juan Roig, o las más recientes de Vicente Boluda como nuevo presidente de AVE, la asociación valenciana de empresarios que no depende de las subvenciones públicas para mantener palacetes y estructuras. Por no hablar de las memorias de Jiménez de Laiglesia y su cruzada contra las cámaras de comercio y sus onerosas actividades.Roig se sienta ya a la derecha de los dioses de la distribución, de El Corte Inglés y de Zara, y en algunos aspectos les supera. Pocos le interpretan como corresponde, cuando ha presentado unos números de ensueño haciendo de la necesidad, virtud. Sus negocios son un ejemplo de adaptabilidad a una demanda debilitada por la crisis. Como está ocurriendo en EEUU, Mercadona se posiciona barriendo precios, multiplicando la cantidad. Inditex está en la misma onda. Roig solicita para el país más competitividad, capacidad de sacrificio y esfuerzo en el trabajo.
Boluda, príncipe de los remolcadores marítimos, ha empezado su esperado mandato marcando claramente el terreno de juego. Ha dejado claro que la administración pública debe racionalizarse, y abaratarse. Y ha pedido flexibilidad en el mercado laboral, promover la productividad, liquidar el antiguo régimen de los convenios colectivos que parecen como fueros medievales, corsés para un mundo de alta competitividad.
Y así es. Ya no vivimos en un mundo de oligopolios, del que sí cabía defenderse con legislaciones laborales restrictivas para el empresariado. Ahora es justo al revés. Las empresas buscan desesperadamente mano de obra cualificada, buenos cuadros intermedios, directivos eficientes… No hay empresario que minusvalore de modo consciente el capital humano de su negocio. Todo lo contrario.
En buen momento, pues, llegan los voces de los empresarios que se sienten libres de ataduras. Como bien ha señalado Vicente Boluda con bastante más optimismo que Juan Roig, nos siguen quedando activos muy importantes para mantenernos en la liga de los grandes: el clima, el saber vivir, la creatividad.
Cambiemos de registro en consecuencia. Si los empresarios, al fin, se han constituido en uno de los grandes consejos del Estado mientras Mariano Rajoy, sabiamente, ha hecho ver la necesidad de contar también con la pymes, ya no es admisible escuchar a algún que otro negociante de los viejos tiempos afirmar que la crisis acabará cuando vuelva la actividad a la construcción. Ese sector, desde luego, se revitalizará, pero ya nunca podrá –ni deberá– alcanzar las cuotas locas del pib de hace unos años, ni generar plusvalías desorbitadas sin producir apenas valor añadido de nada.
La construcción ha de volver, sí, pero a estándares razonables, a través de empresarios profesionalizados, con gusto por su tarea, con sentido de la ciudad y del paisaje, con los márgenes adecuados. Llegará ese día, aunque todavía no anda a la vuelta de la esquina.
No resulta fácil para los empresarios de este país exponer sus ideas con franqueza dadas las herencias recibidas. Fiel a su legado falangista, el franquismo, sin ir más lejos, no fue nada proclive a la visión empresarial del mundo, y en eso terminó coincidiendo con la óptica sindicalista sobre la realidad económica en la que, poco menos, se criminalizaba al empresario como agente explotador.
A la izquierda obrerista, mamada en lecturas decimonónicas, cuando el hombre envilecía al hombre, le cuesta reconocer estos argumentos, y mucho menos que fue el Opus Dei y su moralidad en favor del esfuerzo y el trabajo de corte calvinista, el que transformó el país cuartelero de la posguerra en un escenario donde empezaron a emerger los emprendedores.Luego, es verdad, que no hemos tenido mucha fortuna con los liderazgos empresariales, salpicados de episodios como los de Ruiz Mateos –cuyo default se repite a modo del día de la marmota–, Mario Conde, los Albertos, Mariano Rubio y hasta el recientísimo de Díaz Ferrán. Así que, en efecto, no es fácil hablar como empresario en este país, donde el peso de la administración pública en la actividad económica llega a ser asfixiante, en el que se pide militancia activa para cualquier cosa, en donde el que se mueve no sale en la foto y no pilla un concurso o una adjudicación ni por casualidad.
No es fácil hablar en este país desde la independencia económica, y resultan sospechosas, incluso, las actitudes que algunos muestran en las cumbres que se concelebran en Moncloa o en cualesquiera otros lugares donde reside el poder político. Por eso, ahora, resuenan más tronantes que nunca las últimas palabras de Juan Roig, o las más recientes de Vicente Boluda como nuevo presidente de AVE, la asociación valenciana de empresarios que no depende de las subvenciones públicas para mantener palacetes y estructuras. Por no hablar de las memorias de Jiménez de Laiglesia y su cruzada contra las cámaras de comercio y sus onerosas actividades.Roig se sienta ya a la derecha de los dioses de la distribución, de El Corte Inglés y de Zara, y en algunos aspectos les supera. Pocos le interpretan como corresponde, cuando ha presentado unos números de ensueño haciendo de la necesidad, virtud. Sus negocios son un ejemplo de adaptabilidad a una demanda debilitada por la crisis. Como está ocurriendo en EEUU, Mercadona se posiciona barriendo precios, multiplicando la cantidad. Inditex está en la misma onda. Roig solicita para el país más competitividad, capacidad de sacrificio y esfuerzo en el trabajo.
Boluda, príncipe de los remolcadores marítimos, ha empezado su esperado mandato marcando claramente el terreno de juego. Ha dejado claro que la administración pública debe racionalizarse, y abaratarse. Y ha pedido flexibilidad en el mercado laboral, promover la productividad, liquidar el antiguo régimen de los convenios colectivos que parecen como fueros medievales, corsés para un mundo de alta competitividad.
Y así es. Ya no vivimos en un mundo de oligopolios, del que sí cabía defenderse con legislaciones laborales restrictivas para el empresariado. Ahora es justo al revés. Las empresas buscan desesperadamente mano de obra cualificada, buenos cuadros intermedios, directivos eficientes… No hay empresario que minusvalore de modo consciente el capital humano de su negocio. Todo lo contrario.
En buen momento, pues, llegan los voces de los empresarios que se sienten libres de ataduras. Como bien ha señalado Vicente Boluda con bastante más optimismo que Juan Roig, nos siguen quedando activos muy importantes para mantenernos en la liga de los grandes: el clima, el saber vivir, la creatividad.
Cambiemos de registro en consecuencia. Si los empresarios, al fin, se han constituido en uno de los grandes consejos del Estado mientras Mariano Rajoy, sabiamente, ha hecho ver la necesidad de contar también con la pymes, ya no es admisible escuchar a algún que otro negociante de los viejos tiempos afirmar que la crisis acabará cuando vuelva la actividad a la construcción. Ese sector, desde luego, se revitalizará, pero ya nunca podrá –ni deberá– alcanzar las cuotas locas del pib de hace unos años, ni generar plusvalías desorbitadas sin producir apenas valor añadido de nada.
La construcción ha de volver, sí, pero a estándares razonables, a través de empresarios profesionalizados, con gusto por su tarea, con sentido de la ciudad y del paisaje, con los márgenes adecuados. Llegará ese día, aunque todavía no anda a la vuelta de la esquina.
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