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Y lle­ga nues­tra inelu­di­ble cita lúdi­­co-fes­­ti­­va por exce­len­cia, como siem­pre de la mano de la mejor guía de nues­tro cap i casal, para el buen delei­te del alma y del cuer­po. Las fallas, topi­ca­zos fue­ra, son una explo­sión de dis­fru­te, tra­ba­jo, orgu­llo y fies­ta. Un terre­mo­to para los cin­co sen­ti­dos y las mil y una noches. Como todo lo que hace­mos los valen­cia­nos: barro­co, derro­cha­dor, des­bor­dan­te, efí­me­ro, gran­di­lo­cuen­te, inigua­la­ble. Somos un pue­blo de récord, por nues­tra idio­sin­cra­sia com­ple­ja, por nues­tra con­flic­ti­va per­so­na­li­dad, por nues­tra iden­ti­dad dis­cu­ti­da, por nues­tro exa­cer­ban­te indi­vi­dua­lis­mo, por nues­tra para­noia vital. Y por eso tene­mos unas fies­tas de récord: en dine­ro gas­ta­do, en cele­bra­cio­nes rea­li­za­das, en hono­res reli­gio­sos, en orgías paga­nas, en arte en la calle, en indu­men­ta­ria excel­sa, en ban­que­tes comu­ni­ta­rios, en estruen­do­sa pól­vo­ra, en fue­go puri­fi­ca­dor, en músi­ca arro­lla­do­ra. Somos lo más y lo sabe­mos.

Por tan­to, alza­mos el leiv-motiv de osten­tar el títu­lo de la más ale­gre y loca city dón­de las haya, lle­gan­do al súm­mum si nos enro­la­mos en su fes­ta gran, en la sema­na falle­ra. Y si otras veces hemos opta­do por reco­men­dar­les trans­gre­sión aca­dé­mi­ca o fol­klo­ris­mo patrio –ambas opcio­nes bien pare­ci­das y consideradas‑, esta edi­ción opta­mos por plan­tear­les la autén­ti­ca qui­n­­ta-ese­n­­cia de la fies­ta. Apún­te­se a la falla de su barrio y atré­va­se a dis­fru­tar. Doc­to­res tie­ne el turis­mo capi­ta­lino para indi­car­les dón­de tomar­se esos bun­yols de cara­bas­sa de impre­sión, que cho­co­la­te­ría es la más apta para repar­tir paten­tes de cor­so de valen­cia­ni­dad, o qué ver­be­na o gari­tos noc­tám­bu­los y sin ley son los más acti­vos a cier­tas horas ya matu­ti­nas. Como tam­bién hay sufi­cien­te falle­­ri­s­­mo-mayor en nues­tras calles dón­de les reco­men­da­rán cual es el mejor pun­to para ver l’O­fre­na de Flors a la Mare de Déu, dón­de tomar­se el ape­ri­ti­vo más cool des­pués de una bue­na mas­cle­tà bien rega­da de pol­vo y pól­vo­ra, o qué Casal ha de fre­cuen­tar para ver y dejar­se ver bien vis­to, Loma­nas a ban­da…
 El que fir­ma estas líneas les acon­se­ja un pun­to de vis­ta dife­ren­te, rebel­de den­tro del orden esta­ble­ci­do, como es uno. Sin salir­se de la cham­pions lea­gue de nues­tra fies­ta, adén­tren­se en los equi­pos, a prio­ri, más humil­des, más sen­ci­llos, más silen­cio­sos. Los más cur­ti­dos, los más autén­ti­cos, los ver­da­de­ros gigan­tes, que des­de el esfuer­zo y el sacri­fi­cio de sus comi­sio­nes plan­tan año tras año gran­des monu­men­tos, aun­que para los mio­pes pasen des­aper­ci­bi­dos. Bus­quen en el Turis­ta Falle­ro la Falla Mal­va­rro­sa y déjen­se lle­var por su ale­gría. Y como somos del Ensan­che, ese barrio del que­rer y no poder, pues que mejor que admi­rar el resur­gir del fénix de la Falla Piza­rro, la más joven, cor­te­sa­na, ani­mo­sa y audaz comi­sión del cen­tro de nues­tra Valen­cia. Y si se atre­ven, pues ya me con­ta­rán. Turis­ta, via­je­ro, visi­tan­te, vecino, abo­ri­gen… Lán­ce­se a esta hogue­ra de vani­da­des e intere­ses crea­dos que a día de hoy con­for­ma nues­tra fies­ta más uni­ver­sal. Hága­se falle­ro, no se arre­pen­ti­rá. Y repe­ti­rá, como todo lo bueno.
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Y lle­ga nues­tra inelu­di­ble cita lúdi­­co-fes­­ti­­va por exce­len­cia, como siem­pre de la mano de la mejor guía de nues­tro cap i casal, para el buen delei­te del alma y del cuer­po. Las fallas, topi­ca­zos fue­ra, son una explo­sión de dis­fru­te, tra­ba­jo, orgu­llo y fies­ta. Un terre­mo­to para los cin­co sen­ti­dos y las mil y una noches. Como todo lo que hace­mos los valen­cia­nos: barro­co, derro­cha­dor, des­bor­dan­te, efí­me­ro, gran­di­lo­cuen­te, inigua­la­ble. Somos un pue­blo de récord, por nues­tra idio­sin­cra­sia com­ple­ja, por nues­tra con­flic­ti­va per­so­na­li­dad, por nues­tra iden­ti­dad dis­cu­ti­da, por nues­tro exa­cer­ban­te indi­vi­dua­lis­mo, por nues­tra para­noia vital. Y por eso tene­mos unas fies­tas de récord: en dine­ro gas­ta­do, en cele­bra­cio­nes rea­li­za­das, en hono­res reli­gio­sos, en orgías paga­nas, en arte en la calle, en indu­men­ta­ria excel­sa, en ban­que­tes comu­ni­ta­rios, en estruen­do­sa pól­vo­ra, en fue­go puri­fi­ca­dor, en músi­ca arro­lla­do­ra. Somos lo más y lo sabe­mos.

Por tan­to, alza­mos el leiv-motiv de osten­tar el títu­lo de la más ale­gre y loca city dón­de las haya, lle­gan­do al súm­mum si nos enro­la­mos en su fes­ta gran, en la sema­na falle­ra. Y si otras veces hemos opta­do por reco­men­dar­les trans­gre­sión aca­dé­mi­ca o fol­klo­ris­mo patrio –ambas opcio­nes bien pare­ci­das y consideradas‑, esta edi­ción opta­mos por plan­tear­les la autén­ti­ca qui­n­­ta-ese­n­­cia de la fies­ta. Apún­te­se a la falla de su barrio y atré­va­se a dis­fru­tar. Doc­to­res tie­ne el turis­mo capi­ta­lino para indi­car­les dón­de tomar­se esos bun­yols de cara­bas­sa de impre­sión, que cho­co­la­te­ría es la más apta para repar­tir paten­tes de cor­so de valen­cia­ni­dad, o qué ver­be­na o gari­tos noc­tám­bu­los y sin ley son los más acti­vos a cier­tas horas ya matu­ti­nas. Como tam­bién hay sufi­cien­te falle­­ri­s­­mo-mayor en nues­tras calles dón­de les reco­men­da­rán cual es el mejor pun­to para ver l’O­fre­na de Flors a la Mare de Déu, dón­de tomar­se el ape­ri­ti­vo más cool des­pués de una bue­na mas­cle­tà bien rega­da de pol­vo y pól­vo­ra, o qué Casal ha de fre­cuen­tar para ver y dejar­se ver bien vis­to, Loma­nas a ban­da…
 El que fir­ma estas líneas les acon­se­ja un pun­to de vis­ta dife­ren­te, rebel­de den­tro del orden esta­ble­ci­do, como es uno. Sin salir­se de la cham­pions lea­gue de nues­tra fies­ta, adén­tren­se en los equi­pos, a prio­ri, más humil­des, más sen­ci­llos, más silen­cio­sos. Los más cur­ti­dos, los más autén­ti­cos, los ver­da­de­ros gigan­tes, que des­de el esfuer­zo y el sacri­fi­cio de sus comi­sio­nes plan­tan año tras año gran­des monu­men­tos, aun­que para los mio­pes pasen des­aper­ci­bi­dos. Bus­quen en el Turis­ta Falle­ro la Falla Mal­va­rro­sa y déjen­se lle­var por su ale­gría. Y como somos del Ensan­che, ese barrio del que­rer y no poder, pues que mejor que admi­rar el resur­gir del fénix de la Falla Piza­rro, la más joven, cor­te­sa­na, ani­mo­sa y audaz comi­sión del cen­tro de nues­tra Valen­cia. Y si se atre­ven, pues ya me con­ta­rán. Turis­ta, via­je­ro, visi­tan­te, vecino, abo­ri­gen… Lán­ce­se a esta hogue­ra de vani­da­des e intere­ses crea­dos que a día de hoy con­for­ma nues­tra fies­ta más uni­ver­sal. Hága­se falle­ro, no se arre­pen­ti­rá. Y repe­ti­rá, como todo lo bueno.
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