No hay mayor tragedia que sobrevivir a un hijo. Eso es algo que todos sabemos y de lo que pocos hablamos. Yo, en particular, no menciono el tema nunca. Ni lo pienso. Si alguna vez la idea se me cruza, aunque sea de soslayo, me deja un mal cuerpo que me dura días enteros. Pero no pude evitar pensarlo mientras escuchaba a Toñi Santiago relatar cómo murió su hija Silvia, de seis años, en un atentado de ETA en Santa Pola, en 2002. La madre, sin poder aguantar el llanto, contó cómo se dio cuenta de que su pequeña moría conforme la rescataba de los cascotes de la casa destrozada, y cómo se acercó a su oído para cantarle una canción, mientras tal desgracia ocurría. Y luego, explicó que, con junto al cuerpo de la niña, dijo algo en referencia a los terroristas, y mientras lo decía, en la sala donde se celebraba el juicio, se giró hacia los etarras, les miró fijamente, sin miedo, y les dijo: asesinos, cobardes, hijos de puta. A continuación relató que a ella no le habían amputado una pierna, sino el alma. Al oírla yo me puse a llorar, y mi hija, que estaba conmigo, me preguntó qué me pasaba. Le contesté con un abrazo. Si te pasa algo, me muero. Qué me va a pasar. Y cómo te vas a morir, si no te has morido nunca. La niña se rió, con esa risa infantil y confiada de los niños que aún no saben que el mundo puede ser un lugar tan hostil a pesar de todos nuestros esfuerzos.
No hay mayor tragedia que sobrevivir a un hijo. Eso es algo que todos sabemos y de lo que pocos hablamos. Yo, en particular, no menciono el tema nunca. Ni lo pienso. Si alguna vez la idea se me cruza, aunque sea de soslayo, me deja un mal cuerpo que me dura días enteros. Pero no pude evitar pensarlo mientras escuchaba a Toñi Santiago relatar cómo murió su hija Silvia, de seis años, en un atentado de ETA en Santa Pola, en 2002. La madre, sin poder aguantar el llanto, contó cómo se dio cuenta de que su pequeña moría conforme la rescataba de los cascotes de la casa destrozada, y cómo se acercó a su oído para cantarle una canción, mientras tal desgracia ocurría. Y luego, explicó que, con junto al cuerpo de la niña, dijo algo en referencia a los terroristas, y mientras lo decía, en la sala donde se celebraba el juicio, se giró hacia los etarras, les miró fijamente, sin miedo, y les dijo: asesinos, cobardes, hijos de puta. A continuación relató que a ella no le habían amputado una pierna, sino el alma. Al oírla yo me puse a llorar, y mi hija, que estaba conmigo, me preguntó qué me pasaba. Le contesté con un abrazo. Si te pasa algo, me muero. Qué me va a pasar. Y cómo te vas a morir, si no te has morido nunca. La niña se rió, con esa risa infantil y confiada de los niños que aún no saben que el mundo puede ser un lugar tan hostil a pesar de todos nuestros esfuerzos.
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