intro-alex_0.jpg

No hay mayor tra­ge­dia que sobre­vi­vir a un hijo. Eso es algo que todos sabe­mos y de lo que pocos habla­mos. Yo, en par­ti­cu­lar, no men­ciono el tema nun­ca. Ni lo pien­so. Si algu­na vez la idea se me cru­za, aun­que sea de sos­la­yo, me deja un mal cuer­po que me dura días ente­ros. Pero no pude evi­tar pen­sar­lo mien­tras escu­cha­ba a Toñi San­tia­go rela­tar cómo murió su hija Sil­via, de seis años, en un aten­ta­do de ETA en San­ta Pola, en 2002. La madre, sin poder aguan­tar el llan­to, con­tó cómo se dio cuen­ta de que su peque­ña moría con­for­me la res­ca­ta­ba de los cas­co­tes de la casa des­tro­za­da, y cómo se acer­có a su oído para can­tar­le una can­ción, mien­tras tal des­gra­cia ocu­rría. Y lue­go, expli­có que, con jun­to al cuer­po de la niña, dijo algo en refe­ren­cia a los terro­ris­tas, y mien­tras lo decía, en la sala don­de se cele­bra­ba el jui­cio, se giró hacia los eta­rras, les miró fija­men­te, sin mie­do, y les dijo: ase­si­nos, cobar­des, hijos de puta. A con­ti­nua­ción rela­tó que a ella no le habían ampu­tado una pier­na, sino el alma. Al oír­la yo me puse a llo­rar, y mi hija, que esta­ba con­mi­go, me pre­gun­tó qué me pasa­ba. Le con­tes­té con un abra­zo. Si te pasa algo, me mue­ro. Qué me va a pasar. Y cómo te vas a morir, si no te has mori­do nun­ca. La niña se rió, con esa risa infan­til y con­fia­da de los niños que aún no saben que el mun­do pue­de ser un lugar tan hos­til a pesar de todos nues­tros esfuer­zos.
 

No hay mayor tra­ge­dia que sobre­vi­vir a un hijo. Eso es algo que todos sabe­mos y de lo que pocos habla­mos. Yo, en par­ti­cu­lar, no men­ciono el tema nun­ca. Ni lo pien­so. Si algu­na vez la idea se me cru­za, aun­que sea de sos­la­yo, me deja un mal cuer­po que me dura días ente­ros. Pero no pude evi­tar pen­sar­lo mien­tras escu­cha­ba a Toñi San­tia­go rela­tar cómo murió su hija Sil­via, de seis años, en un aten­ta­do de ETA en San­ta Pola, en 2002. La madre, sin poder aguan­tar el llan­to, con­tó cómo se dio cuen­ta de que su peque­ña moría con­for­me la res­ca­ta­ba de los cas­co­tes de la casa des­tro­za­da, y cómo se acer­có a su oído para can­tar­le una can­ción, mien­tras tal des­gra­cia ocu­rría. Y lue­go, expli­có que, con jun­to al cuer­po de la niña, dijo algo en refe­ren­cia a los terro­ris­tas, y mien­tras lo decía, en la sala don­de se cele­bra­ba el jui­cio, se giró hacia los eta­rras, les miró fija­men­te, sin mie­do, y les dijo: ase­si­nos, cobar­des, hijos de puta. A con­ti­nua­ción rela­tó que a ella no le habían ampu­tado una pier­na, sino el alma. Al oír­la yo me puse a llo­rar, y mi hija, que esta­ba con­mi­go, me pre­gun­tó qué me pasa­ba. Le con­tes­té con un abra­zo. Si te pasa algo, me mue­ro. Qué me va a pasar. Y cómo te vas a morir, si no te has mori­do nun­ca. La niña se rió, con esa risa infan­til y con­fia­da de los niños que aún no saben que el mun­do pue­de ser un lugar tan hos­til a pesar de todos nues­tros esfuer­zos.
 

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia