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No tar­da­re­mos mucho en ver por estos lares a la tro­pa hoo­li­gan del Madrid y del Barça para jugar una final de fút­bol. Y no ha mucho que hemos estre­na­do el AVE con la capi­tal del Rei­no, cuyo ince­san­te tra­que­teo y el mareo gene­ral que lle­va a la cafe­te­ría pare­ce ser debi­do a que toda­vía no se han asen­ta­do las vías, de tan nue­vas. Y tam­po­co hace nada que todos a una nos hemos pues­to a rei­vin­di­car el Corre­dor Medi­te­rrá­neo, rum­bo a Bar­na y de allí a Euro­pa, por el valle del Ródano, el más fér­til, des­de lue­go, que los cata­la­nes ya tie­nen ancho euro­peo has­ta su con­da­do.
Todo lo cual no hace sino reavi­var polé­mi­cas sobre la pro­xi­mi­dad de Valen­cia a un polo u otro –al madri­le­ño o al bar­ce­lo­nés–, deba­te que se tra­vis­te de empi­ris­mo basa­do en la topo­gra­fía o en la eco­no­mía ya en las monas de pas­cua o en el idio­ma, cuan­do en reali­dad casi todo el mun­do está pen­san­do en tér­mi­nos román­ti­cos que así son, y siem­pre lo han sido, las razo­nes sobre la iden­ti­dad y otros sen­ti­mien­tos en torno a nacio­nes y ban­de­ras, cami­se­tas de fút­bol inclui­das.
Eso pien­sa un ser­vi­dor, que como que­da cur­si y deci­mo­nó­ni­co barrun­tar en tér­mi­nos nacio­na­lis­tas, la mayo­ría se escu­da tras razo­nes mucho más mate­ria­lis­tas, en estos tiem­pos inclu­so finan­cie­ras y tecno-mer­­ca­n­­ti­­les para rei­vin­di­car la nación y su cane­sú.
Hace un tiem­po, aquel polé­mi­co libro que escri­bie­ron Eduard Mira y Damià Mollà, De impu­ra natio­ne, sos­te­nía la tesis de que Valen­cia debie­ra jugar un papel rotu­lar en Espa­ña, en bus­ca de su pro­pio inte­rés y osci­lan­do entre Bar­ce­lo­na y Madrid; aho­ra con­ti­go aho­ra sin ti.
Otras voces, por ejem­plo la del mate­má­ti­co Josep Guia –o la del exno­ta­rio de Xàti­va, Alfons López Tena– pre­fie­ren la asi­mi­la­ción direc­ta de Valen­cia a Cata­lu­ña (¿al modo del ans­chluss aus­tria­co?). Y otros, en sen­ti­do con­tra­rio, como el letra­do Gar­cía Sen­tan­dreu, jus­to pos­tu­lan la diso­lu­ción valen­cia­na en la tota­li­dad abso­lu­ta de Espa­ña.
Pero esto son mino­rías que ape­nas si pue­den reu­nir­se en un dis­cre­to aplec. Los par­ti­dos de poder de ver­dad, el PP y el PSOE, se toman la cues­tión con muchí­si­ma mode­ra­ción, y hacen bien. De hecho, los ges­tos más fora­lis­tas del pre­si­den­te popu­lar Fran­cis­co Camps, no han teni­do dema­sia­do eco en su par­ti­do y ape­nas si han dado una ténue páti­na a la cues­tión valen­cia­na. Y en modo inver­so, Jor­ge Alar­te, dema­sia­do timo­ra­to, no hizo más que ama­gar con des­na­cio­na­li­zar al PSPV, dan­do un fal­so paso, pues los socia­lis­tas con­ti­núan vivien­do en el PV y por bas­tan­te tiem­po. A Rita Bar­be­rá la cues­tión, sim­ple­men­te, se la trae al fres­co, y le gus­ta­ría mucho más que estu­vié­ra­mos hablan­do de trans­for­mar la ciu­dad en un nue­vo Mon­te­car­lo.
Los empre­sa­rios, gen­tes más prag­má­ti­cas, lo que piden es opor­tu­ni­dad de nego­cio. Con­si­de­ran que lle­gan­do más rápi­do y pron­to a Euro­pa se gana com­pe­ti­ti­vi­dad. Es muy posi­ble. Eso ten­drá que expli­car­lo el IVEI de Fran­cis­co Pérez, que por encar­go de la CAM, ha lle­va­do a cabo un macro­es­tu­dio eco­nó­mi­co del Corre­dor Medi­te­rrá­neo. Habla­mos de mer­can­cías, a lo que pare­ce.
Más visio­na­rios, sin embar­go, se mues­tran los nue­vos líde­res como Vicen­te Bolu­da, el navie­ro pri­va­do más impor­tan­te de Euro­pa que aca­ba de tomar pose­sión de la pre­si­den­cia de la Aso­cia­ción Valen­cia­na de Empre­sa­rios (AVE tam­bién), y para quien la cone­xión ferro­via­ria con Madrid en hora y media pue­de pro­vo­car toda una revo­lu­ción eco­nó­mi­ca en el país.
Lo dice un navie­ro –y le sigue un ban­que­ro, José Luis Oli­vas–. Es posi­ble que toda­vía no lo haya­mos siquie­ra intui­do pero esto que aca­ba de empe­zar pue­de cam­biar la faz de Valen­cia, y de Espa­ña, tan­to como la divi­sión pro­vin­cial de Javier de Bur­gos en el siglo XIX o el esta­do de las auto­no­mías de hace 30 años. Aquí no van a via­jar naran­jas fres­cas ni ver­du­ras con­ge­la­das, ni siquie­ra ideas que ya cir­cu­lan digi­tal­men­te por la red. Aquí via­jan per­so­nas, pro­fe­sio­na­les y pres­ta­do­res de ser­vi­cios, con retri­bu­cio­nes sala­ria­les bien dis­pa­res, cos­tes incom­pa­ra­bles y sis­te­mas de comer­cia­li­za­ción dis­tin­tos.
La ren­ta per cápi­ta media de Madrid es un 30% más alta que la de Valen­cia. Con eso está dicho todo. Me aca­ba de invi­tar una agen­cia de comu­ni­ca­ción a ir a Madrid de com­pras, en el día. De com­pras, sí, y al tea­tro, al fút­bol, a lo que sea, de ida y de vuel­ta. ¡Si eso no va a cam­biar la mane­ra de ver las cosas…!
Los emplea­dos de Caja­ma­drid y Ban­ca­ja ya han empe­za­do a dar­se cuen­ta. Ellos serán los pri­me­ros en con­tar­nos la expe­rien­cia y opino que no será trau­má­ti­ca, todo lo con­tra­rio. Tras una pri­me­ra fase de temor y de pér­di­da de sin­gu­la­ri­dad, ven­drá la exci­ta­ción por el cam­bio, el vér­ti­go, y final­men­te, tras la nove­dad, la ven­ta­ja de estar pri­me­ro que nadie en un nue­vo esce­na­rio. A ese cos­qui­lleo le lla­man pro­gre­so.
 

No tar­da­re­mos mucho en ver por estos lares a la tro­pa hoo­li­gan del Madrid y del Barça para jugar una final de fút­bol. Y no ha mucho que hemos estre­na­do el AVE con la capi­tal del Rei­no, cuyo ince­san­te tra­que­teo y el mareo gene­ral que lle­va a la cafe­te­ría pare­ce ser debi­do a que toda­vía no se han asen­ta­do las vías, de tan nue­vas. Y tam­po­co hace nada que todos a una nos hemos pues­to a rei­vin­di­car el Corre­dor Medi­te­rrá­neo, rum­bo a Bar­na y de allí a Euro­pa, por el valle del Ródano, el más fér­til, des­de lue­go, que los cata­la­nes ya tie­nen ancho euro­peo has­ta su con­da­do.
Todo lo cual no hace sino reavi­var polé­mi­cas sobre la pro­xi­mi­dad de Valen­cia a un polo u otro –al madri­le­ño o al bar­ce­lo­nés–, deba­te que se tra­vis­te de empi­ris­mo basa­do en la topo­gra­fía o en la eco­no­mía ya en las monas de pas­cua o en el idio­ma, cuan­do en reali­dad casi todo el mun­do está pen­san­do en tér­mi­nos román­ti­cos que así son, y siem­pre lo han sido, las razo­nes sobre la iden­ti­dad y otros sen­ti­mien­tos en torno a nacio­nes y ban­de­ras, cami­se­tas de fút­bol inclui­das.
Eso pien­sa un ser­vi­dor, que como que­da cur­si y deci­mo­nó­ni­co barrun­tar en tér­mi­nos nacio­na­lis­tas, la mayo­ría se escu­da tras razo­nes mucho más mate­ria­lis­tas, en estos tiem­pos inclu­so finan­cie­ras y tecno-mer­­ca­n­­ti­­les para rei­vin­di­car la nación y su cane­sú.
Hace un tiem­po, aquel polé­mi­co libro que escri­bie­ron Eduard Mira y Damià Mollà, De impu­ra natio­ne, sos­te­nía la tesis de que Valen­cia debie­ra jugar un papel rotu­lar en Espa­ña, en bus­ca de su pro­pio inte­rés y osci­lan­do entre Bar­ce­lo­na y Madrid; aho­ra con­ti­go aho­ra sin ti.
Otras voces, por ejem­plo la del mate­má­ti­co Josep Guia –o la del exno­ta­rio de Xàti­va, Alfons López Tena– pre­fie­ren la asi­mi­la­ción direc­ta de Valen­cia a Cata­lu­ña (¿al modo del ans­chluss aus­tria­co?). Y otros, en sen­ti­do con­tra­rio, como el letra­do Gar­cía Sen­tan­dreu, jus­to pos­tu­lan la diso­lu­ción valen­cia­na en la tota­li­dad abso­lu­ta de Espa­ña.
Pero esto son mino­rías que ape­nas si pue­den reu­nir­se en un dis­cre­to aplec. Los par­ti­dos de poder de ver­dad, el PP y el PSOE, se toman la cues­tión con muchí­si­ma mode­ra­ción, y hacen bien. De hecho, los ges­tos más fora­lis­tas del pre­si­den­te popu­lar Fran­cis­co Camps, no han teni­do dema­sia­do eco en su par­ti­do y ape­nas si han dado una ténue páti­na a la cues­tión valen­cia­na. Y en modo inver­so, Jor­ge Alar­te, dema­sia­do timo­ra­to, no hizo más que ama­gar con des­na­cio­na­li­zar al PSPV, dan­do un fal­so paso, pues los socia­lis­tas con­ti­núan vivien­do en el PV y por bas­tan­te tiem­po. A Rita Bar­be­rá la cues­tión, sim­ple­men­te, se la trae al fres­co, y le gus­ta­ría mucho más que estu­vié­ra­mos hablan­do de trans­for­mar la ciu­dad en un nue­vo Mon­te­car­lo.
Los empre­sa­rios, gen­tes más prag­má­ti­cas, lo que piden es opor­tu­ni­dad de nego­cio. Con­si­de­ran que lle­gan­do más rápi­do y pron­to a Euro­pa se gana com­pe­ti­ti­vi­dad. Es muy posi­ble. Eso ten­drá que expli­car­lo el IVEI de Fran­cis­co Pérez, que por encar­go de la CAM, ha lle­va­do a cabo un macro­es­tu­dio eco­nó­mi­co del Corre­dor Medi­te­rrá­neo. Habla­mos de mer­can­cías, a lo que pare­ce.
Más visio­na­rios, sin embar­go, se mues­tran los nue­vos líde­res como Vicen­te Bolu­da, el navie­ro pri­va­do más impor­tan­te de Euro­pa que aca­ba de tomar pose­sión de la pre­si­den­cia de la Aso­cia­ción Valen­cia­na de Empre­sa­rios (AVE tam­bién), y para quien la cone­xión ferro­via­ria con Madrid en hora y media pue­de pro­vo­car toda una revo­lu­ción eco­nó­mi­ca en el país.
Lo dice un navie­ro –y le sigue un ban­que­ro, José Luis Oli­vas–. Es posi­ble que toda­vía no lo haya­mos siquie­ra intui­do pero esto que aca­ba de empe­zar pue­de cam­biar la faz de Valen­cia, y de Espa­ña, tan­to como la divi­sión pro­vin­cial de Javier de Bur­gos en el siglo XIX o el esta­do de las auto­no­mías de hace 30 años. Aquí no van a via­jar naran­jas fres­cas ni ver­du­ras con­ge­la­das, ni siquie­ra ideas que ya cir­cu­lan digi­tal­men­te por la red. Aquí via­jan per­so­nas, pro­fe­sio­na­les y pres­ta­do­res de ser­vi­cios, con retri­bu­cio­nes sala­ria­les bien dis­pa­res, cos­tes incom­pa­ra­bles y sis­te­mas de comer­cia­li­za­ción dis­tin­tos.
La ren­ta per cápi­ta media de Madrid es un 30% más alta que la de Valen­cia. Con eso está dicho todo. Me aca­ba de invi­tar una agen­cia de comu­ni­ca­ción a ir a Madrid de com­pras, en el día. De com­pras, sí, y al tea­tro, al fút­bol, a lo que sea, de ida y de vuel­ta. ¡Si eso no va a cam­biar la mane­ra de ver las cosas…!
Los emplea­dos de Caja­ma­drid y Ban­ca­ja ya han empe­za­do a dar­se cuen­ta. Ellos serán los pri­me­ros en con­tar­nos la expe­rien­cia y opino que no será trau­má­ti­ca, todo lo con­tra­rio. Tras una pri­me­ra fase de temor y de pér­di­da de sin­gu­la­ri­dad, ven­drá la exci­ta­ción por el cam­bio, el vér­ti­go, y final­men­te, tras la nove­dad, la ven­ta­ja de estar pri­me­ro que nadie en un nue­vo esce­na­rio. A ese cos­qui­lleo le lla­man pro­gre­so.
 

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