No tardaremos mucho en ver por estos lares a la tropa hooligan del Madrid y del Barça para jugar una final de fútbol. Y no ha mucho que hemos estrenado el AVE con la capital del Reino, cuyo incesante traqueteo y el mareo general que lleva a la cafetería parece ser debido a que todavía no se han asentado las vías, de tan nuevas. Y tampoco hace nada que todos a una nos hemos puesto a reivindicar el Corredor Mediterráneo, rumbo a Barna y de allí a Europa, por el valle del Ródano, el más fértil, desde luego, que los catalanes ya tienen ancho europeo hasta su condado.
Todo lo cual no hace sino reavivar polémicas sobre la proximidad de Valencia a un polo u otro –al madrileño o al barcelonés–, debate que se traviste de empirismo basado en la topografía o en la economía ya en las monas de pascua o en el idioma, cuando en realidad casi todo el mundo está pensando en términos románticos que así son, y siempre lo han sido, las razones sobre la identidad y otros sentimientos en torno a naciones y banderas, camisetas de fútbol incluidas.
Eso piensa un servidor, que como queda cursi y decimonónico barruntar en términos nacionalistas, la mayoría se escuda tras razones mucho más materialistas, en estos tiempos incluso financieras y tecno-mercantiles para reivindicar la nación y su canesú.
Hace un tiempo, aquel polémico libro que escribieron Eduard Mira y Damià Mollà, De impura natione, sostenía la tesis de que Valencia debiera jugar un papel rotular en España, en busca de su propio interés y oscilando entre Barcelona y Madrid; ahora contigo ahora sin ti.
Otras voces, por ejemplo la del matemático Josep Guia –o la del exnotario de Xàtiva, Alfons López Tena– prefieren la asimilación directa de Valencia a Cataluña (¿al modo del anschluss austriaco?). Y otros, en sentido contrario, como el letrado García Sentandreu, justo postulan la disolución valenciana en la totalidad absoluta de España.
Pero esto son minorías que apenas si pueden reunirse en un discreto aplec. Los partidos de poder de verdad, el PP y el PSOE, se toman la cuestión con muchísima moderación, y hacen bien. De hecho, los gestos más foralistas del presidente popular Francisco Camps, no han tenido demasiado eco en su partido y apenas si han dado una ténue pátina a la cuestión valenciana. Y en modo inverso, Jorge Alarte, demasiado timorato, no hizo más que amagar con desnacionalizar al PSPV, dando un falso paso, pues los socialistas continúan viviendo en el PV y por bastante tiempo. A Rita Barberá la cuestión, simplemente, se la trae al fresco, y le gustaría mucho más que estuviéramos hablando de transformar la ciudad en un nuevo Montecarlo.
Los empresarios, gentes más pragmáticas, lo que piden es oportunidad de negocio. Consideran que llegando más rápido y pronto a Europa se gana competitividad. Es muy posible. Eso tendrá que explicarlo el IVEI de Francisco Pérez, que por encargo de la CAM, ha llevado a cabo un macroestudio económico del Corredor Mediterráneo. Hablamos de mercancías, a lo que parece.
Más visionarios, sin embargo, se muestran los nuevos líderes como Vicente Boluda, el naviero privado más importante de Europa que acaba de tomar posesión de la presidencia de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE también), y para quien la conexión ferroviaria con Madrid en hora y media puede provocar toda una revolución económica en el país.
Lo dice un naviero –y le sigue un banquero, José Luis Olivas–. Es posible que todavía no lo hayamos siquiera intuido pero esto que acaba de empezar puede cambiar la faz de Valencia, y de España, tanto como la división provincial de Javier de Burgos en el siglo XIX o el estado de las autonomías de hace 30 años. Aquí no van a viajar naranjas frescas ni verduras congeladas, ni siquiera ideas que ya circulan digitalmente por la red. Aquí viajan personas, profesionales y prestadores de servicios, con retribuciones salariales bien dispares, costes incomparables y sistemas de comercialización distintos.
La renta per cápita media de Madrid es un 30% más alta que la de Valencia. Con eso está dicho todo. Me acaba de invitar una agencia de comunicación a ir a Madrid de compras, en el día. De compras, sí, y al teatro, al fútbol, a lo que sea, de ida y de vuelta. ¡Si eso no va a cambiar la manera de ver las cosas…!
Los empleados de Cajamadrid y Bancaja ya han empezado a darse cuenta. Ellos serán los primeros en contarnos la experiencia y opino que no será traumática, todo lo contrario. Tras una primera fase de temor y de pérdida de singularidad, vendrá la excitación por el cambio, el vértigo, y finalmente, tras la novedad, la ventaja de estar primero que nadie en un nuevo escenario. A ese cosquilleo le llaman progreso.
No tardaremos mucho en ver por estos lares a la tropa hooligan del Madrid y del Barça para jugar una final de fútbol. Y no ha mucho que hemos estrenado el AVE con la capital del Reino, cuyo incesante traqueteo y el mareo general que lleva a la cafetería parece ser debido a que todavía no se han asentado las vías, de tan nuevas. Y tampoco hace nada que todos a una nos hemos puesto a reivindicar el Corredor Mediterráneo, rumbo a Barna y de allí a Europa, por el valle del Ródano, el más fértil, desde luego, que los catalanes ya tienen ancho europeo hasta su condado.
Todo lo cual no hace sino reavivar polémicas sobre la proximidad de Valencia a un polo u otro –al madrileño o al barcelonés–, debate que se traviste de empirismo basado en la topografía o en la economía ya en las monas de pascua o en el idioma, cuando en realidad casi todo el mundo está pensando en términos románticos que así son, y siempre lo han sido, las razones sobre la identidad y otros sentimientos en torno a naciones y banderas, camisetas de fútbol incluidas.
Eso piensa un servidor, que como queda cursi y decimonónico barruntar en términos nacionalistas, la mayoría se escuda tras razones mucho más materialistas, en estos tiempos incluso financieras y tecno-mercantiles para reivindicar la nación y su canesú.
Hace un tiempo, aquel polémico libro que escribieron Eduard Mira y Damià Mollà, De impura natione, sostenía la tesis de que Valencia debiera jugar un papel rotular en España, en busca de su propio interés y oscilando entre Barcelona y Madrid; ahora contigo ahora sin ti.
Otras voces, por ejemplo la del matemático Josep Guia –o la del exnotario de Xàtiva, Alfons López Tena– prefieren la asimilación directa de Valencia a Cataluña (¿al modo del anschluss austriaco?). Y otros, en sentido contrario, como el letrado García Sentandreu, justo postulan la disolución valenciana en la totalidad absoluta de España.
Pero esto son minorías que apenas si pueden reunirse en un discreto aplec. Los partidos de poder de verdad, el PP y el PSOE, se toman la cuestión con muchísima moderación, y hacen bien. De hecho, los gestos más foralistas del presidente popular Francisco Camps, no han tenido demasiado eco en su partido y apenas si han dado una ténue pátina a la cuestión valenciana. Y en modo inverso, Jorge Alarte, demasiado timorato, no hizo más que amagar con desnacionalizar al PSPV, dando un falso paso, pues los socialistas continúan viviendo en el PV y por bastante tiempo. A Rita Barberá la cuestión, simplemente, se la trae al fresco, y le gustaría mucho más que estuviéramos hablando de transformar la ciudad en un nuevo Montecarlo.
Los empresarios, gentes más pragmáticas, lo que piden es oportunidad de negocio. Consideran que llegando más rápido y pronto a Europa se gana competitividad. Es muy posible. Eso tendrá que explicarlo el IVEI de Francisco Pérez, que por encargo de la CAM, ha llevado a cabo un macroestudio económico del Corredor Mediterráneo. Hablamos de mercancías, a lo que parece.
Más visionarios, sin embargo, se muestran los nuevos líderes como Vicente Boluda, el naviero privado más importante de Europa que acaba de tomar posesión de la presidencia de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE también), y para quien la conexión ferroviaria con Madrid en hora y media puede provocar toda una revolución económica en el país.
Lo dice un naviero –y le sigue un banquero, José Luis Olivas–. Es posible que todavía no lo hayamos siquiera intuido pero esto que acaba de empezar puede cambiar la faz de Valencia, y de España, tanto como la división provincial de Javier de Burgos en el siglo XIX o el estado de las autonomías de hace 30 años. Aquí no van a viajar naranjas frescas ni verduras congeladas, ni siquiera ideas que ya circulan digitalmente por la red. Aquí viajan personas, profesionales y prestadores de servicios, con retribuciones salariales bien dispares, costes incomparables y sistemas de comercialización distintos.
La renta per cápita media de Madrid es un 30% más alta que la de Valencia. Con eso está dicho todo. Me acaba de invitar una agencia de comunicación a ir a Madrid de compras, en el día. De compras, sí, y al teatro, al fútbol, a lo que sea, de ida y de vuelta. ¡Si eso no va a cambiar la manera de ver las cosas…!
Los empleados de Cajamadrid y Bancaja ya han empezado a darse cuenta. Ellos serán los primeros en contarnos la experiencia y opino que no será traumática, todo lo contrario. Tras una primera fase de temor y de pérdida de singularidad, vendrá la excitación por el cambio, el vértigo, y finalmente, tras la novedad, la ventaja de estar primero que nadie en un nuevo escenario. A ese cosquilleo le llaman progreso.
Comparte esta publicación
Suscríbete a nuestro boletín
Recibe toda la actualidad en cultura y ocio, de la ciudad de Valencia