Confieso que en mi carrera como plumilla mercenario, me he visto en la necesidad de escribir horóscopos totalmente inventados para ganarme cuatro chavos. No voy a revelar los nombres de las publicaciones en las que ejercí de astrólogo impostor; no quiero traicionar la confianza de quienes me confiaron semejante cometido, pero sí puedo decir que llegue a publicar horóscopos en un semanario de información política de difusión nacional, en un periódico digital y en una cartelera de cine.
Como futurólogo, no tenía ninguna formación, aunque conocía desde niño los rasgos de cada signo del zodíaco, pues me consultaba mi horóscopo en el periódico que compraban mis padres para ver cómo me iba a ir en el colegio. Aunque sabía las diferencias entre Géminis y Libra, más por las relaciones con personas de estos signos, era incapaz de interpretar los movimientos de las constelaciones e ignoraba la influencia de Venus sobre los nacidos bajo el signo de Acuario.
Como tampoco tenía mayores escrúpulos, empecé copiando las predicciones astrológicas en prensa de un extravagante adivinador televisivo, hasta que me di cuenta de que el propio pitoniso se copiaba descaradamente a sí mismo, intercambiando cada semana sus predicciones de un signo a otro: los problemas de dinero, los éxitos amorosos y la buena salud de Leo aparecían exactamente igual en Tauro a la semana siguiente. Como el astrólogo al que copiaba era también un plagiario, decidí dejar volar mi imaginación e inventarme el futuro de mis posibles lectores.
Mi estilo se iba acomodando al perfil de cada publicación en la que escribía, pues no es lo mismo descifrar los movimientos celestes en una sofisticada publicación de modas para niñas bien que hacerlo en una revista de cotilleos para marujas con rulos.
Lo importante, en cualquier caso, es satisfacer las expectativas del lector, halagarlo en su vanidad, insistir en que pertenece a un signo único, siempre el mejor, el más brillante, el indiscutible en todo. Los lectores del horóscopo quieren que se les diga que son inteligentes, sensibles, románticos, buenos amantes, nobles y generosos.
También quieren escuchar predicciones ilusionantes: “El paso de la Luna por Saturno favorecerá tus intereses económicos mientras se abre un horizonte muy esperanzador con una persona a la que sientes muy próxima.
Serán días de paz y sosiego en los que te sentirás libre de las energías negativas acumuladas”. Lo que en realidad significa: “Vas a ganar una pasta gansa, te vas a poner las botas de tanto follar y no pegarás ni golpe”. Este es precisamente el estilo desvergonzado y abrupto que decidí adoptar en mi última etapa como futurólogo en la cartelera de cine, cuando me cansé de lenguaje calculadamente ambiguo, deliberadamente cursi, pero sin dejar de ser el tono esotérico que se utiliza en los horóscopos canónicos. Aposté por una futurología humorística, irreverente y nada complaciente, bajo el seudónimo de Beverly Gil, con un lenguaje coloquial y barriobajero, que se burlaba de los deseos del lector y destacaba los vicios de todos los signos: “Los Tauro sois unos rácanos de cojones. Venga, no seas miserable, ráscate el bolsillo y regálale una chuchería a tu media naranja, que ya está medio podrida de tanto aguantarte. Si sigues empinando el codo, te van a tirar del curro y no vas a volver a mojar nunca”.
Con semejante estilo tan ofensivo, pronto prescindieron de mis servicios. Entonces comprobé que en el horóscopo los lectores sólo quieren leer zalamerías y augurios venturosos, desean soñar que serán felices y comerán perdices, forever and ever, como en un cuento de hadas, mientras en la puta calle pueda hacer un frío que pela y un hambre que espanta.
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