Vuelve ¿el fútbol?

El San­tia­go Ber­na­béu vacío. El esta­dio se reorien­ta­rá aho­ra hacia las retrans­mi­sio­nes de tele­vi­sión.

Cual­quie­ra que haya vis­to con algo de pasión e inte­li­gen­cia un par­ti­do de fút­bol en vivo, en un gran esta­dio y entre dos bue­nos equi­pos, ya sabe que esa expe­rien­cia se ale­ja bas­tan­te de la viven­cia domés­ti­ca del fút­bol tele­vi­sa­do. Tal vez poda­mos supe­rar el relax del sofá si invi­ta­mos a los ami­gos y ami­gas a seguir el par­ti­do en ale­gre comu­nión, aun­que es posi­ble que en ese caso valo­re­mos más la cali­dad de los ape­ri­ti­vos y cer­ve­zas que toma­mos aun­que solo nos dejen duran­te el des­can­so. Si ele­gi­mos un bar cabe tam­bién que con­si­ga­mos emo­cio­nar­nos con los hin­chas de nues­tro equi­po, pero en nin­gún caso alcan­za­re­mos la emo­cio­na­li­dad que se vive en direc­to e in situ. 

Lo que vemos en tele­vi­sión, ade­más, es otra cosa. En el esta­dio esta­mos más con­cen­tra­dos y pode­mos obser­var cómo se des­plie­gan tác­ti­ca­men­te los juga­do­res, cómo se esca­lo­nan las posi­cio­nes y se miden las dis­tan­cias, un fút­bol más geo­grá­fi­co que físi­co y téc­ni­co que los afi­cio­na­dos saga­ces pala­dean des­de las altu­ras medias del esta­dio, esas don­de se situa­ban los empe­ra­do­res en tiem­pos de pan y cir­co y que aho­ra se reser­va a los pal­cos vip de las tri­bu­nas depor­ti­vas.

Tram­pan­to­jos en las gra­das del Oxford Uni­ted, inclu­yen­do una ima­gen de Nigel Fara­ge. Foto, The Times

Del mis­mo modo, la pre­sen­cia de 50 o 60.000 per­so­nas, más de 100.000 inclu­so en los gigan­tes coli­seos fut­bo­lís­ti­cos, pro­yec­ta un mag­ne­tis­mo muy poten­te hacia los juga­do­res. El esta­dio se con­vier­te en muchas oca­sio­nes en una espe­cie de reali­dad hip­nó­ti­ca, un ente, una móna­da que atrae y hechi­za a sus juga­do­res… o los pul­ve­ri­za, según le dé a la parro­quia. 

Sin visión topo­grá­fi­ca y sin empa­tía elec­tro­mag­né­ti­ca, el fút­bol tele­vi­sa­do se con­vier­te en otra cosa. Y es esa otra cosa la que este fin de sema­na se reto­ma, tras el pro­ce­lo­so final de la tem­po­ra­da pasa­da inte­rrum­pi­da en los albo­res de la pri­ma­ve­ra por la pan­de­mia víri­ca. En con­se­cuen­cia, con las nue­vas varia­bles –cam­pos vacíos, fri­gi­dez…–, cabe pre­gun­tar­se a cuán­tas cos­tum­bres vin­cu­la­das al depor­te va a afec­tar esta “nue­va nor­ma­li­dad” tan anó­ma­la del fút­bol. 

Cam­pa­ña de abo­na­dos del Villa­rreal CF, uno de los equi­pos mejor ges­tio­na­dos de la liga.

Para empe­zar, com­pro­ba­re­mos qué ocu­rre con los dere­chos que las pla­ta­for­mas de tele­vi­sión pagan a los clu­bes, can­ti­da­des muy supe­rio­res a las que anta­ño sus­ten­ta­ban la eco­no­mía de los equi­pos. Los millo­na­rios tras­pa­sos, la recau­da­ción por la ven­ta de abo­nos y entra­das, inclu­so el mer­chan­di­sing y el alqui­ler de con­ce­sio­nes alcan­zan cifras ridí­cu­las en com­pa­ra­ción con los ingre­sos por los dere­chos de retrans­mi­sión de los par­ti­dos. 

Está por ver, pues, si las pla­ta­for­mas de tele­vi­sión van a ven­der más paque­tes de visio­na­do de par­ti­dos aho­ra que no se pue­de ir al esta­dio o, a la inver­sa, la afi­ción decre­ce por­que la fal­ta de públi­co reba­ja mucho la emo­ción y las expec­ta­ti­vas de un par­ti­do. Toda­vía es pron­to para saber, por lo tan­to, cómo va a fun­cio­nar el nego­cio del fút­bol tele­vi­sa­do y si, en vis­ta de ello, los equi­pos podrán reci­bir más, igual o menos dine­ro del que venían cobran­do estos últi­mos años.

Hay quien opi­na que, inde­pen­dien­te­men­te de la evo­lu­ción del fút­bol tv, el nego­cio fut­bo­lís­ti­co ha vivi­do una bur­bu­ja eco­nó­mi­ca insos­te­ni­ble. Tal vez. Lo que aho­ra si pode­mos veri­fi­car es el esca­so valor moral que las socie­da­des desa­rro­lla­das van a dar a la infla­ción de sala­rios y comi­sio­nes que el fút­bol ha vivi­do has­ta la lle­ga­da del coro­na­vi­rus. Allí don­de se ha sufri­do el aba­ti­mien­to por la mor­bi­li­dad del covid-19 va a ser muy difí­cil de expli­car que sus equi­pos de fút­bol dila­pi­den el dine­ro en depor­tis­tas cuan­do su sis­te­ma sani­ta­rio vive en el filo del colap­so, some­ti­do a un estrés humano sin pre­ce­den­tes. Ni éti­ca ni fis­cal­men­te se van a con­sen­tir en un futu­ro inme­dia­to este tipo de ale­grías. Y quien así actúe pro­vo­ca­rá la indig­na­ción de sus pro­pios afi­cio­na­dos.

De hecho, el mer­ca­do de ficha­jes de este verano ha sido el más anó­ma­lo y pasi­vo de los últi­mos años. Solo la cri­sis del Barça y de Lio­nel Mes­si, su juga­dor fran­qui­cia, ha gene­ra­do movi­mien­tos de mag­ni­tud telú­ri­ca tal y como vivía­mos todas las últi­mas pre­tem­po­ra­das. Ni siquie­ra la apa­ri­ción de nue­vos mece­nas fut­bo­lís­ti­cos en for­ma de jeques, gran­des for­tu­nas chi­nas o petro­ru­sos millo­na­rios han ani­ma­do el mer­ca­do. En gene­ral, todo el mun­do ha juga­do a la defen­si­va en el zoco fut­bo­lís­ti­co jus­ti­fi­cán­do­lo por el lla­ma­do fair­play finan­cie­ro y tam­bién por la incer­ti­dum­bre de un cam­peo­na­to sin públi­co. 

Muchos equi­pos, en cual­quier caso, siguen nego­cian­do con sus depor­tis­tas la reba­ja sala­rial, un acon­te­ci­mien­to nove­do­so en un mun­do que ha vivi­do trein­ta años de cre­ci­mien­to expan­si­vo sin impor­tar­le las cri­sis eco­nó­mi­cas que pade­cían otros sec­to­res. Ni la caí­da de los pre­cios del petró­leo en los 70, ni las cri­sis inmo­bi­lia­rias de los 80 y 90, ni el colap­so finan­cie­ro de 2007 pudie­ron con la infla­ción fut­bo­lís­ti­ca empu­ja­da por la com­pe­ten­cia tele­vi­si­va y un mun­do cada vez más lúdi­co e irreal.

Los entre­na­do­res del Levan­te y el Valen­cia inter­cam­bian cami­se­tas en la pre­via del derby valen­ciano de esta jor­na­da.

El coro­na­vi­rus, sin embar­go, supo­ne un cam­bio radi­cal de pers­pec­ti­va y las con­cen­tra­cio­nes huma­nas resul­tan su prin­ci­pal víc­ti­ma. El fút­bol, máxi­mo expo­nen­te mun­dial de esa for­ma de rela­ción colec­ti­va, lo está sufrien­do, no sabe­mos has­ta dón­de y has­ta cuán­do. 

Mien­tras tan­to, los inge­nie­ros de tele­co­mu­ni­ca­cio­nes han acep­ta­do el reto. Una empre­sa con raí­ces valen­cia­nas estu­dia en estos momen­tos cómo reor­de­nar el pro­yec­to del futu­ro esta­dio San­tia­go Ber­na­beupara con­se­guir futu­ras retrans­mi­sio­nes que mul­ti­pli­quen el rea­lis­mo y los efec­tos vir­tua­les, revo­lu­cio­nan­do la expe­rien­cia tele­vi­si­va. 

En para­le­lo, el depor­te empie­za a abo­nar­se al uni­ver­so narra­ti­vo. La nove­li­za­ción de la vida de los depor­tis­tas cobra impor­tan­cia. La serie de Net­flix sobre Michael Jor­dan y los cam­peo­na­tos que dis­pu­tó jun­to a los Chica­go Bulls pro­po­ne un docu­men­tal de enor­me ten­sión dra­má­ti­ca –The Last Dan­ce–, una de las mejo­res y más inten­sas series de tele­vi­sión en la que se entre­mez­clan datos bio­grá­fi­cos, momen­tos álgi­dos de las fina­les depor­ti­vas y la inten­si­dad de las rela­cio­nes huma­nas en un mun­do de alta com­pe­ti­ti­vi­dad, movi­li­za­ción social y egos des­ata­dos. No se la pier­dan, el balon­ces­to se vive como una autén­ti­ca alter­na­ti­va para el olim­po depor­ti­vo.

Net­flix pre­sen­ta la serie sobre el perio­do más bri­llan­te de la his­to­ria de los Chica­go Bulls de Michael Jor­dan. El depor­te ha gana­do en narra­ti­vi­dad.

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